Authors: Jens Lapidus
Era como si se quedara paralizado durante largos periodos. No tenía fuerzas para hacer nada sobre el asunto de Camilla. Le echaba la culpa al negocio de la farlopa, los estudios, la relación con Sophie. Cuando investigaba lo ocurrido, tenía lugar de manera intermitente, brusca.
Susanne estaba de pie en la caja. Había poca gente en la tienda. JW le pidió hablar un rato. No hubo problema, otra chica se encargó. Susanne y él se fueron a la sección de vaqueros.
Evidentemente, ella estaba estresada por la situación. Miraba a uno y otro lado, con la vista buscaba clientes, a sus compañeros, a cualquiera que pudiera oírles.
—Perdona que me haya plantado aquí de esta manera. Y lo lamento si te molesto. ¿Cómo estás?
—Todo bien.
—¿Qué tal los niños?
—También están bien.
—Quería contarte que he conocido a Jan Brunéus, vuestro antiguo profesor.
—Ya.
—Te lo resumo. Dice que Camilla se sentía fatal. Que debe de haberse suicidado. Que intentó animarla, ayudarla. Se culpa a sí mismo porque las cosas fueron como fueron.
—¿Ah, sí?
JW esperó. Susanne tenía algo más que decir.
No dijo nada.
—¿Qué opinas tú?
—No sé nada más. Será como dice Jan.
JW la observó.
—Susanne, tú sabes algo. ¿Por qué Jan sólo le puso sobresalientes a Camilla si vosotras nunca ibais a clase?
Susanne dobló un par de vaqueros. Se negó a contestar. JW lo vio con claridad; sus mejillas enrojecieron.
—Joder, Susanne, contesta.
Ella cogió cuidadosamente otro par de vaqueros. Desgastados deliberadamente en las rodillas y muslos. Puso una pernera contra la otra. Lo dobló en tres pasos. El bolsillo trasero y la etiqueta simétricos. El logo de Divided a la vista del cliente.
La música de fondo de la tienda, clara: Robbie Williams.
—¿No lo has comprendido aún? ¿Es que no conocías a tu hermana? ¿No sabes para qué tenía talento? Pregúntale al salido de Jan Brunéus la próxima vez que le veas. ¿Es que crees que Camilla sacó notas altas en otras asignaturas? No. Sólo con él. ¿Sabes cómo solía ir vestida a sus clases?
JW no comprendía. ¿De qué estaba hablando?
—¿No lo entiendes? Durante todo el semestre Camilla fue el juguete de Jan. Buenas notas a cambio de sexo. Ese cerdo se la tiraba.
El tren dejó atrás Sundsvall. El revisor llamó: «Pasajeros recién subidos». JW abrió los ojos. De nuevo consciente. Dos meses desde que Susanne Pettersson le hubiera casi gritado la explicación de las buenas notas de Camilla.
¿Quién era su hermana en realidad? ¿O quién había sido? ¿Era ella, al igual que él, una buscavidas que había acabado en el ambiente equivocado? Que no había aguantado la presión y se había largado de la ciudad. ¿O se había encargado alguien de que ella desapareciera de escena? Y en ese caso, ¿por qué?
JW tenía hambre pero no quería comer. En una hora y media estaría sentado a la mesa de sus padres para cenar y era importante que no perdiera el apetito para entonces. Que no estuviera demasiado lleno.
Se levantó. Fue al coche restaurante. No porque pensara comprar algo sino por el hormigueo de las piernas. El desasosiego se apoderaba de él con más frecuencia en los últimos meses. Cuando se iba a sentar a estudiar, en clase, cuando estaba esperando a Fahdi o a algún otro con el que había quedado para que le proveyera de coca. Tenía que moverse. Centrarse en algo. Había aprendido a manejarlo. A estar preparado. Siempre su reproductor Sony en el bolsillo interior, con frecuencia llevaba consigo un libro de bolsillo, se bajaba juegos guais al móvil. Los márgenes de sus cuadernos de la universidad, llenos de dibujos de muñequitos.
Y ahora sentía que tenía que moverse. Los juegos del móvil no iban a ayudar. Tenía que darse una vuelta. La pregunta que le preocupaba: ¿eran sus nuevos hábitos de esnifar o el asunto de Camilla lo que le ponía tan nervioso?
Observó a la gente del vagón. Gente gris, cansada. El sueco medio al cuadrado. JW se camufló con el mismo estilo que otros muchos: vaqueros Acné, sudadera Superlative Conspiracy y zapatillas Adidas de medio pelo. Se fundía. Se adaptaba para el encuentro con sus padres.
Tras la conversación con Susanne se había decidido: la búsqueda ya no era asunto suyo. Pese a todo, tuvo una sensación rara cuando llamó a la policía, al investigador a cargo del asunto. Le explicó lo que había averiguado: que Jan Brunéus tenía algún tipo de relación con Camilla Westlund antes de que ésta desapareciera. Que Susanne Pettersson lo sabía y se lo había contado. Que Jan había dado notas máximas a Camilla pese a su baja asistencia a clase.
El policía le prometió investigar más a fondo. JW dio por hecho que quería decir que iban a interrogar a Jan Brunéus.
Que JW se pusiera en contacto con la policía era una contradicción. Abdulkarim no podía enterarse.
Sin embargo se sintió bien; había soltado lastre. Que la policía hiciera su trabajo.
Volvió a hundirse en la negación. Se concentró en la farlopa, los estudios y Sophie. Preparaba el viaje a Londres. Discutía estrategias con Jorge. Vendía. Trapicheaba. Ganaba una pasta.
Se había decidido, no les iba a contar a sus padres lo que le había contado a la policía. Llegaría a Robertsfors en cinco minutos. Le sonaban las tripas violentamente. ¿Era preocupación o es que tenía hambre?
En realidad no sentía ninguna preocupación por ver a sus padres.
Hacía casi medio año que se había despedido y visto la cara agotada de su madre y la expresión seria de su padre. ¿Estarían mejor ahora? JW no tenía fuerzas para recordar el trágico cortejo fúnebre de sus vidas. Su meta era alejarse. Empezar de nuevo. Ser aceptado como algo diferente. Mejor. Más grande que la vida descafeinada de sus padres con la correspondiente angustia de haber perdido una hija. Quería olvidar.
El tren entró en la estación. Había gente esperando a los que llegaban y otros para marcharse ellos mismos. Los frenos emitieron un chirrido penetrante. Su vagón se paró justo delante de sus padres, que le esperaban. JW vio que no hablaban entre sí. Como siempre.
Intentó relajarse. Parecer contento y tranquilo. Como debería.
Bajó al andén. Al principio no le vieron. Él fue hacia ellos.
Margareta intentó llamarle, JW lo supo. Pero por algún motivo no podía elevar la voz desde el asunto de Camilla. Así que ella fue a su encuentro con una sonrisa tensa.
Abrazos.
—Hola, Johan. ¿Te cogemos el equipaje?
—Hola, mamá. Hola, papá. —JW le pasó sus bolsas a Bengt.
Caminaron juntos en silencio hasta el aparcamiento. Bengt no le había dicho aún ni una palabra a su hijo.
Estaban sentados en la cocina. Paneles de madera en las paredes y superficies de trabajo de acero inoxidable. Una cocina eléctrica Electrolux, en el suelo una jarapa de plástico y una mesa de madera brillante de Ikea. Las sillas eran copias de Carl Malmsten. En el techo, una copia de una lámpara PH con un reflejo cálido en tonos lila. Encima del fregadero colgaban recipientes verdes con etiquetas: azúcar, sal, pimienta, ajo, albahaca.
La comida estaba en la mesa. Escalopines con salsa de queso azul. Una botella de vino, Rioja. Una jarra de agua. Un bol de cristal con ensalada.
JW no comió mucho. La comida estaba rica, pensó, pero no era por eso. Estaba verdaderamente rica. A mamá siempre se le había dado bien cocinar. Era otra cosa: el estilo, los temas de conversación y que Bengt siempre hablaba con comida en la boca. La ropa de Margareta estaba tan mal... JW se sentía como un extraño. La mezcla le perturbaba; el desprecio mezclado con la seguridad.
Margareta se estiró para coger la ensalada.
—Cuenta más, Johan. ¿Cómo te va?
Silencio unos segundos. Sus verdaderas preguntas eran: ; Cómo te va en Estocolmo, la ciudad donde desapareció nuestra hija? ¿Con quién te relacionas? ¿No irás con malas compañías? Preguntas que ella jamás haría directamente. Miedo a que le recordaran. Miedo a acercarse demasiado a los gritos oscuros de la realidad.
—Me va bien, mamá. Apruebo los exámenes. El último fue uno de economía nacional. Somos más de trescientos estudiantes en las clases. Sólo hay un aula lo suficientemente grande para que quepamos.
—¡Huy! ¿Tantos sois? El profesor tendrá un micrófono, ¿no?
Bengt, con una masa gris de escalopines masticados en la boca:
—Pues claro que lo tienen, mamá. Sí, lo tienen. Y es gracioso porque dibujan un montón de gráficos y curvas. Ya sabéis, en un mercado perfecto, donde la curva de la demanda se cruza con la curva de la oferta se halla el precio. Todos los estudiantes dibujan cada gráfico en sus cuadernos y como hay tantas curvas diferentes todos han comprado Bics de cuatro colores, ya sabéis, esos bolígrafos con cuatro colores diferentes, para poder distinguir las curvas. Cuando el profesor dibuja una curva nueva, trescientos estudiantes cambian de color al mismo tiempo. Un pequeño clic cada uno. Repiquetea en toda el aula.
Bengt sonrió.
Margareta se rió.
Contacto.
Siguieron hablando. JW preguntó por sus antiguos compañeros de clase de Robertsfors. Seis chicas ya eran madres. Uno de los chicos, padre. JW sabía que Margareta se preguntaba si él tenía novia. Pasó de contestar. Ni él mismo lo sabía.
Una cierta sensación de calma se apoderó de él. Cálida, segura, dolorosa.
Tras la cena Bengt preguntó si iban a ver las noticias de deportes juntos. JW sabía que era un intento de tener cercanía con su hijo. Sin embargo, declinó la oferta, prefería hablar con su madre. Bengt se fue solo al salón. Se sentó en su sillón giratorio con su correspondiente reposapiés. JW le miró desde la cocina. Se quedó sentado y hablando con Margareta.
Aún no habían nombrado a Camilla. JW pasaba de que fuera un tabú. Para él, sus padres eran los únicos con los que podía plantearse hablar de ella.
—¿Habéis sabido algo?
Margareta entendió lo que quería decir.
—No, nada nuevo. ¿Crees que el caso sigue aún abierto para ellos?
JW lo sabía, al menos ahora debería estarlo. Pero él tampoco había tenido noticias.
—No lo sé, mamá. ¿Habéis cambiado algo en la habitación de Camilla?
—No, todo está como antes. No entramos. Papá dice que a Camilla le tranquilizará que él no invada su espacio. —Margareta sonrió.
Bengt y Camilla habían tenido grandes peleas el año anterior a que Camilla se mudara a Estocolmo. Ahora JW pensaba en ello con nostalgia: portazos, llantos que llegaban desde dentro del baño, gritos desde el interior de la habitación de Camilla. Bengt en la terraza con un cigarrillo Gula Blend entre los dedos; las únicas ocasiones en las que fumaba. Quizá Margareta sentía lo mismo. Las alarmantes peleas eran sus últimos recuerdos de Camilla.
JW cogió un trocito más del pastel de arándanos azules. Miró a su padre en el salón.
—¿Vamos con papá?
Vieron juntos la película de los martes de TV4:
Mucho ruido y pocas nueces.
Una interpretación moderna de Shakespeare con el idioma del texto original. Difícil de comprender. JW casi se duerme durante la primera mitad. Durante la segunda se preguntó cuántos ingresos perdería durante el fin de semana. Mierda, ver a sus padres suponía un alto coste económico.
Bengt se durmió.
Margareta le despertó.
Le dieron las buenas noches. Se fueron a su habitación.
JW se quedó solo. Se preparó mentalmente. Pronto subiría a su habitación. La de ella.
Zapeó por los canales. Se quedó cinco minutos en la MTV. Ponían un vídeo de Snoopy Doggy Dog. Culos agitándose al ritmo de la canción.
Apagó.
Se pasó al sillón giratorio.
Dio una vuelta.
Se sentía vacío. Asustado. Pero, sorprendentemente, no inquieto.
Apagó las lámparas.
Volvió a sentarse.
El silencio era mucho más profundo que en el parque Tessin.
Se levantó.
Intentó subir la escalera sin hacer ruido. Se acordaba casi paso a paso de qué peldaños crujían y qué estrategia usar para evitarlo. El pie dentro de la parte ancha, el pie en el medio, saltarse un escalón entero, pisar al fondo, en la parte estrecha, y así hasta arriba.
Desde que se había marchado de casa crujían dos peldaños más.
Quizá no hubiera despertado a Bengt. A Margareta seguro que sí.
La puerta de la habitación de Camilla estaba cerrada.
Esperó. Pensó que su madre quizá ya se hubiera vuelto a dormir. Tiró de la puerta hacia el marco al mismo tiempo que bajaba lentamente el picaporte. No hizo ruido.
Cuando encendió la lámpara lo primero que vio fueron las tres gorras de baloncesto que Camilla había colgado en la pared de enfrente. Una gorra oscura de NY, una de los Red Sox y una de cuando acabó la primaria, en noveno. Texto: Joder qué buenos somos con letras negras sobre fondo blanco. A Camilla le gustaban las gorras como a un niño gordo le gustan los pasteles. Sin complicarse. Si lo había, lo quería.
La habitación intacta de una chica de diecisiete años. Según JW, era casi más infantil que eso.
En medio de la pared había una ventana. En el lado opuesto de la habitación estaba la cama. Camilla había dado la tabarra durante un año para que le pusieran una cama de uno y veinte. Colcha rosa con volantes. Cojines de varios colores, algunos con corazones, repartidos al pie de la cama. Los había hecho Margareta. Camilla solía tirarlos al suelo a patadas cuando se iba a dormir.
La habitación de una chica.
Cada cosa era un recuerdo.
Cada cosa, una cuchillada en las defensas de JW.
Más gorras en una librería. Encima de ésta también había fotografías enmarcadas: la familia de Idre, JW de bebé, tres amigas de su clase: maquilladas, sonrientes, llenas de expectativas ante la vida.
Los demás estantes estaban llenos de gorras.
Encima de la cama había un póster de Madonna. Una mujer fuerte, obstinada, de éxito. Se lo había regalado a Camilla un chico con el que salió en octavo. Era cuatro años mayor que ella y un secreto para mamá y papá.
JW pensó que después de la desaparición, cuando él aún vivía ahí, nunca había entrado en la habitación. Llevaba vacía tantos años...; el efecto de los recuerdos guardados y reforzados le golpeó como un puñetazo.
Camilla al finalizar el colegio, en noveno. Pelo recogido. Vestido blanco. Más tarde, esa misma noche: gorra de béisbol con colores de camuflaje. Las historias que JW había oído sobre cómo se comportó en la fiesta de promoción. Siguiente recuerdo: Camilla y JW peleándose por los últimos pegotes de Nutella. JW metido en su habitación y molido a palos, untado con su propio bocadillo; con una gruesa capa extra de Nutella. Más tarde: Camilla junto a JW sentada en el borde de la cama, cuando volvieron a ser amigos. Le enseñaba sus CD: Madonna, Alanis Morissette, Robyn.