Dominio de dragones (9 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantasía

BOOK: Dominio de dragones
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—¿Los barcos son seguros? —preguntó esperanzada.

—Razonablemente seguros, Alteza. Son viejos, es evidente, pero en su mayor parte están bien conservados. El casco de la
Princesa Sangrepura
está carcomido. Preferiría que no perdiera de vista la tierra. La
Narraqqa
necesita timón y aparejos nuevos, y los remos de la
Lagarto Rayado
están muy gastados, pero se pueden aprovechar. Los remeros son esclavos encadenados a los bancos, pero si los liberamos y les ofrecemos un salario decente se quedarán con nosotros, no me cabe duda. Lo único que saben hacer es remar. Y si alguno prefiere marcharse, siempre podemos sustituirlo por otro hombre de mi tripulación. —La sonrisa se hizo aún más amplia—. Yo digo que aceptemos los barcos. Yo digo que volvamos al hogar.

«Al hogar», pensó Dany. Podría marcharse de Meereen, olvidarse de los Hijos de la Arpía, de Astapor, de los yunkios. «Navegar rumbo al hogar, sin volver la vista atrás.» Había tomado Meereen, pero su lugar no se encontraba allí. Para los ghiscarios, ella sería siempre la bárbara sin civilizar que había derribado sus puertas, empalado a sus padres y robado sus riquezas.

«En Poniente sería la hija extraviada que vuelve para alegrar el corazón de su padre. Mi pueblo me aclamaría cuando pasara a caballo; todos los hombres de buen corazón me amarían.»

Reznak mo Reznak dejó escapar un gemido.

—Entonces era verdad. Tenéis intención de abandonarnos. —Se retorció las manos—. En cuanto os marchéis, los yunkios restauraran el poder de los Grandes Amos; pasarán por la espada a todos los que os hemos servido con lealtad; violarán y esclavizarán a nuestras hermosas mujeres, a nuestras hijas doncellas.

—A las mías no —gruñó Skahaz Cabeza Afeitada—. Antes las mataré con mis propias manos. —Se palmeó el puño de la espada.

Dany se sintió como si el golpe se lo hubiera dado a ella en la cara.

—Si teméis lo que pueda sucederos, venid conmigo a Poniente.

—¿Cómo? —preguntó Simón Espalda Lacerada—. Con trece barcos no hay ni para empezar. No bastaría ni con un centenar.

—Los caballos de madera son malos —protestó Rommo, el viejo
jaqqa rhan
—. Los dothrakis cabalgarán.

—Unos pueden ir caminando a lo largo de la orilla —propuso Gusano Gris—. Las naves tendrían que seguir nuestro ritmo y reabastecer a la columna.

—Con eso sólo podríais llegar hasta las ruinas de Bhorash —dijo el Cabeza Afeitada—. Más allá, los barcos tendrían que desviarse hacia el sur por Tolos y la Isla de Cedros y rodear Valyria, mientras que la tropa continuaría hasta Mantarys por el antiguo camino del dragón. Ambas rutas son espantosas. Muchos morirían.

—Muchísimos —asintió Mollono con voz triste—. Los hombres de Mantarys son hechiceros y caníbales.

—Los que quedaran en Meereen les envidiarían una muerte tan sencilla —gimió Reznak—. A nosotros nos harán esclavos o nos echarán a las arenas. Todo será como antes o peor.

«Que es lo que Qarth desea», pensó Dany.

—¿Acaso no tenéis valor? —les espetó Barristan—. Su Alteza os liberó de las cadenas. Ahora os toca a vosotros afilar las espadas y defender vuestra libertad cuando se marche.

—Valientes palabras, sobre todo viniendo de alguien que tiene intención de embarcar hacia el ocaso —le replicó Simón Espalda Lacerada—. ¿Queréis que luchemos? Dejadnos a los Inmaculados. Dejadnos a los mercenarios.

—Al cuerno con los mercenarios —insistió Mollono—. Dejadnos a los dragones.

—¡Basta! —exclamó Daenerys. Su voz sonó brusca.

—Alteza…

—Magnificencia…

—Adoración…

—¡He dicho que basta! —Dany golpeó la mesa con la mano. Los sueños del hogar, del amor, la habían cegado. «Sueños de niña. Yo soy de la sangre del dragón.» No abandonaría Meereen para que sufriera el mismo destino que Astapor. En su ciudad también había carniceros—. Por mucho que lo desee, no puedo aceptar esa flota. Poniente tendrá que esperar.

Ser Barristan hincó una rodilla en tierra ante ella.

—Os lo suplico, mi reina, no rechacéis este regalo. Poniente os necesita. Los hombres acudirán a miles en cuanto vean vuestro estandarte; os seguirán los grandes señores, los nobles caballeros. «¡Ha venido!», se gritarán unos a otros con alegría. «¡La hermana del príncipe Rhaegar ha vuelto a casa por fin!»

—La hermana del príncipe Rhaegar. —Al decirlo, Dany no pudo contener una sonrisa—. Si tanto me aman, me esperarán. No os desaniméis. Los Siete Reinos seguirán en su sitio cuando estemos preparados.

Groelo estaba consternado.

—Pero tenemos que aceptar esos barcos, Magnificencia. Son… son un regalo de los dioses…

—Son un regalo de Xaro Xhoan Daxos. Que, por cierto, no es mi dios. —«Y tampoco es mi amigo.» Se puso en pie al tiempo que se sujetaba el
tokar
—. Haced venir a Xaro, Reznak. Le prometí una respuesta.

Recibió al príncipe mercader a solas en la sala de las columnas, sentada en su banco de ébano. Llegó acompañado de cuatro marineros qarthenses que transportaban sobre los hombros un tapiz enrollado.

—Traigo otro regalo para la reina de mi corazón —anunció Xaro con tono alegre al entrar—. Lleva en las criptas de mi familiadesde que la Maldición cayó sobre Valyria.

Los marineros depositaron el tapiz en el suelo y lo desenrollaron. Era viejo, polvoriento, descolorido… y gigantesco. Dany tuvo que ponerse al lado de Xaro para interpretar el dibujo.

—¿Un mapa? Es muy hermoso.

El tapiz cubría la mitad del suelo. Se preguntó dónde habría una pared tan grande como para poder colgarlo. Los mares eran azules; las tierras, verdes, y las montañas, negras y marrones. Las ciudades aparecían representadas en forma de estrellas tejidas con hilo de oro o plata. Qarth estaba en el centro del mapa, equidistante entre Valyria y Asshai.

«No está el mar Humeante —advirtió—. Valyria no era todavía una isla.»

Xaro le rodeo los hombros con un brazo.

—Ahí podéis ver Astapor, Yunkai y Meereen. —Señaló tres estrellas de plata situadas junto al azul de la bahía de los Esclavos—. Poniente está… por ahí abajo. —Hizo un gesto vago con la mano en dirección al fondo de la estancia—. Observad cómo os desviaron los vientos. Girasteis hacia el norte cuando deberíais haber seguido hacia el sur y el oeste para cruzar el mar del Verano.

«Y para salir de vuestro mundo, ¿no, mi señor?»

—Ya veo.

—No tiene importancia —dijo Xaro, magnánimo—. Gracias a los barcos que os he regalado no tardaréis en volver al lugar de donde salisteis. Aceptadlos con el corazón lleno de gozo y poned rumbo hacia el oeste.

«Ojalá pudiera.»

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