Dos velas para el diablo (16 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

BOOK: Dos velas para el diablo
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—Mira que te avisé —le dijo, aunque sabía que ella no podía escucharle.

Desde el andén le gritaban que se apartase de ella. La policía acababa de llegar. Angelo se puso en pie y saltó al andén con un airoso movimiento.

—Eh, muchacho —lo llamó un policía, mientras tres personas del equipo de emergencias bajaban a la vía y corrían junto al cuerpo sin vida de Cat—. ¿Era amiga tuya?

—La conocía, sí —respondió el joven con sereno aplomo; sabía que ninguna de las personas que había a su alrededor había reparado en la espada de Cat, que ahora llevaba él colgada del hombro.

—¿Has visto lo que ha pasado?

—Estaba aquí con otro chico y él la ha empujado.

—Aja. —De pronto, el agente parecía nervioso; no era lo mismo investigar un suicidio que un asesinato—. ¿Y podrías describir al culpable?

Angelo lo hizo, pese a que tenía la certeza de que, por mucho empeño que pusiesen, jamás lograrían atrapar al asesino de Cat.

—Muchas gracias; por favor, no te vayas muy lejos. Necesitaremos tomarte los datos y que prestes declaración.

Otras personas habían identificado ya al agresor, y la policía lo estaba buscando por la estación de metro. Angelo sabía que era inútil. Por eso, en cuanto el agente le dio la espalda un momento, se deslizó hacia un rincón en sombras, ligero y silencioso como la niebla… y desapareció.

Se movió a la velocidad del relámpago, como hacen los demonios, siguiendo el rastro de Johann. Lo alcanzó en un callejón, caminando tranquilo, con las manos en los bolsillos. En apenas unos segundos, lo había acorralado entre el muro y el filo de su espada.

—Explícate —le ordenó en la lengua de los demonios.

El otro soltó una risa despectiva.

—¿Ahora haces de caballero andante de una humana, Angelo?

—Obedezco órdenes directas de un gran señor demoníaco —replicó el, con una nota de amenaza vibrando en su voz; esperaba que Johann temblara de terror ante aquella información, pero el joven demonio solo volvió a dejar escapar una carcajada desdeñosa—. Cuando se entere de que has matado a su protegida, te hará sufrir tanto que desearás que exista el infierno para terminar de pudrirte en él.

—Tal vez te castigue a ti por no haber cuidado bien a la chica, ¿eh?

—No, si le entrego a su asesino.

Johann se rió de nuevo.

—No me asusta tu jefe, patética imitación de diablillo —respondió con desprecio—. Pronto se alzará un nuevo rey de los demonios, alguien lo bastante poderoso como para desafiar no solo a todos los demás señores del infierno, sino también al mismísimo Lucifer. Se avecinan tiempos mejores para nosotros… y tú no estás en el bando correcto.

Angelo bajó su espada disgustado. Otro sectario. Últimamente había muchos entre los demonios. Parecía que pasar tanto tiempo entre los humanos les contagiaba sus absurdas ideas.

Johann se irguió y le dirigió una fría mirada de cólera. Angelo dudó un momento acerca de si matarlo o no; finalmente, decidió que era mejor no tentar a la suerte. Si era cierto que aquel diablillo servía a alguien mucho más poderoso, o si Lucifer llegaba a enterarse de que había matado a un demonio solo para vengar la muerte de una humana, podría tener problemas. De modo que guardó la espada.

—Ándate con ojo —le advirtió antes de dejarlo marchar—, porque no me cabe duda de que serás castigado por tu osadía. Y dudo mucho de que tu amo, sea quien sea, pueda protegerte.

Los dos demonios se separaron con gesto avinagrado.

Pensativo, Angelo dejó atrás el callejón y la estación de metro, donde, en aquellos momentos, el cuerpo de Cat estaba siendo levantado para su traslado al depósito de cadáveres, y se dirigió con paso tranquilo hacia su casa.

Por el camino se detuvo en un bar, pidió una copa y aguardó.

No tuvo que hacerlo mucho tiempo. Pronto, un hombre alto y elegante, de cabello gris y ojos azules, se sentó a su lado y llamó la atención del camarero.

—Hanbi —saludó Angelo tranquilamente—. Te esperaba.

El demonio no respondió hasta que tuvo ante sí la copa que había pedido. Entonces dio un sorbo, largo y lento, y dijo:

—Yo, en cambio, esperaba no tener que volver a verte tan pronto.

—Así son las cosas.

Hanbi había sido en tiempos pasados un aterrador demonio de las tormentas que se divertía enviando huracanes y tornados a todos los rincones del mundo. Ahora, ya solo lo hacía de vez en cuando; la naturaleza movía los vientos por él. En la actualidad servía, en calidad de mensajero, al misterioso señor demoníaco que había encargado a Angelo que protegiera a Cat.

—Te dije ayer mismo que la chica debía vivir. No has sido muy eficiente.

—No —reconoció Angelo—. Pero fue culpa suya, por salir del hotel. Y del demonio que la empujó a las vías —hizo una pausa y añadió—: Lo conozco: se hace llamar Johann y sirve a alguien que tiene muchos delirios de grandeza.

—Lo pagará —aseguró Hanbi con calma, y Angelo tuvo la certeza de que Johann no vería un nuevo amanecer.

—Pero la chica está muerta —hizo notar el joven demonio, yendo directo al grano.

—Mi señor te transmite sus condolencias —replicó Hanbi con un acento burlón en su voz.

—Era él quien estaba interesado en ella, ¿no?

—Solo hasta cierto punto. La chica era importante, pero no irreemplazable. Y él lamenta su pérdida, pero me ha encargado que te diga que no serás castigado por ello. Has localizado al culpable y él puede ser una fuente de información. No obstante… —calló un momento, y Angelo aguardó, en tensión.

—¿Sí? —se atrevió a preguntar.

—No obstante, mi señor está muy decepcionado contigo. Disponías de medios sobrados para cumplir lo que se te ordenó y, pese a ello, la chica está muerta.

—Comprendo —dijo Angelo.

Había contraído una deuda con un gran señor demoníaco, y ahora tendría que pagarla. Con todo, podría haber sido peor. Era mucho mejor tener que hacer otro trabajo para él, lo cual suponía una oportunidad para redimirse a sus ojos, que directamente ser castigado por haberle fallado.

—Interrogaremos a ese tal Johann —prosiguió Hanbi—. Pero no iremos más allá. Tendrás que ser tú quien se encargue de llegar hasta el que le ha enviado, sea quien sea. ¿Me he explicado bien?

—Tu señor no quiere comprometerse —asintió Angelo.

—Exacto. Tú trabajarás para él, pero si alguien te pregunta… nosotros no sabemos nada. Irás por libre.

Angelo sopesó sus opciones. Era obvio que allí se estaba fraguando algo que, por el momento, era un proyecto secreto. Pero alguien estaba enterado, al menos en parte, y quería pararles los pies, y ese alguien era lo bastante poderoso… o lo bastante loco… como para desafiar a un gran señor del infierno. Angelo sabía que estaría metiéndose en la boca del lobo si osaba hacer demasiadas preguntas. Además, en el caso de que tuviera problemas, ni Hanbi ni su señor darían la cara por él. Estaría completamente solo.

—¿Qué estáis tramando exactamente? ¿Otra conspiración para asaltar el trono del infierno?

—Si así fuera, no te lo diría —rió Hanbi—. No quieras saber demasiado, Angelo; no te conviene. Lo único que necesitamos saber es quién ordenó la muerte de la muchacha…

—… y por qué —aventuró Angelo.

Hanbi sonrió.

—Ya sabemos por qué. Lo que queremos saber es quién es esa otra persona que lo sabe también.

No dio más explicaciones, por lo que el joven demonio dedujo que no era buena idea seguir preguntando.

—Y me estás encargando esto a mí porque…

—… porque has pasado mucho tiempo con esa chica. Puedes investigar su muerte sin que te relacionen con nosotros. Ya sabes: cuestiones de propiedad y todo eso.

Angelo comprendió lo que quería decir. Era cierto, había demonios que se encaprichaban con determinados humanos, y veían con muy malos ojos que otros demonios los dañaran. Constantemente había disputas entre unos y otros por cuestiones parecidas. No se trataba de que nadie lamentara la muerte de un humano, en realidad; pero había quien consideraba que el hecho de que otro demonio asesinara a un hombre o mujer «de su propiedad» suponía un desafío a su poder y autoridad.

—La chica estaba contigo —concluyó Hanbi.

Y eso implicaba, evidentemente, que cualquier otro demonio entendería que Cat era «propiedad» de Angelo. Las costumbres demoníacas señalaban que él podía sentirse insultado y tomar represalias contra los asesinos de la muchacha.

—No era nada mío —murmuró jugueteando con su copa—. Me da igual que esté muerta.

—Ya lo sé. Pero si te preguntan por qué estás husmeando en los asuntos de sus asesinos, no mencionarás que cumples órdenes de nadie, ni tampoco saldrá mi nombre a relucir. Será por una cuestión de propiedad, y punto.

Angelo lo había captado a la primera; sin embargo, siguió haciendo preguntas para ganar más tiempo.

—¿Y qué pasa con Johann ? Le dije que…

—Ya supongo lo que le dijiste —gruñó Hanbi, repentinamente molesto—. Era de esperar: el pequeño demonio recibe un encargo de un gran señor del infierno y no puede evitar contárselo a todo el mundo.

Angelo calló, humillado. El demonio de las tormentas continuó:

—Johann estará muerto antes de que pueda decir nada a nadie. Y nos aseguraremos de que relacionen su muerte contigo —hizo una pausa y lo miró fijamente—. ¿Queda claro?

Angelo reprimió una maldición y, de mala gana, le entregó su propia espada al demonio. Fue entonces cuando él reparó en la segunda espada que colgaba del hombro del joven.

—¿Una espada angélica?

—Era de Cat —murmuró Angelo—. De su padre, el ángel.

Hanbi asintió.

—¿Ya has pensado a quién vas a ofrecérsela? Conozco a un par de demonios que podrían estar interesados.

—No lo he decidido todavía —respondió Angelo con cierta cautela.

Pero Hanbi sonrió ampliamente y dijo:

—Bien; si cambias de idea, házmelo saber, ¿de acuerdo?

Angelo se encogió de hombros.

—Por lo que tengo entendido, no era un ángel demasiado importante. A propósito, ¿qué sabes de su muerte?

Hanbi hizo una mueca.

—Nosotros no tuvimos nada que ver con eso, y dudo mucho que nuestros enemigos se molestaran en buscar y eliminar a un ángel menor.

Angelo estuvo a punto de comentar que un ángel, aunque fuera un ángel menor, siempre era mejor presa que una humana y, después de todo, sí se habían molestado en buscar y eliminar a Cat. Pero contuvo la lengua; sabía que las preguntas acerca de los motivos del asesinato de la joven no serían bien recibidas. Hanbi había dejado claro que lo único que debía preocuparse de averiguar era quién, y no por qué.

—Me temo que fue un asunto personal —prosiguió el demonio—: un ajuste de cuentas, una venganza o algo parecido. De todos modos, ahora ya no importa.

—Eso es verdad —convino Angelo—. Ahora ya no importa.

Hanbi sonrió. Apuró el contenido de su copa y se levantó para marcharse.

—Estaremos en contacto —le aseguró.

Angelo no respondió. Hanbi no le había preguntado si aceptaba el encargo o no, y él no esperaba que lo hiciera: ambos sabían que no tenía opción.

El demonio de las tormentas dejó unas monedas sobre la barra y salió del bar en silencio, llevándose la espada de Angelo.

El joven aún se quedó allí un rato más, pensando, preguntándose cómo iba a arreglárselas para salir de aquel lío. Estaba claro que ofrecerse a ayudar a Cat había sido una mala idea desde el principio. Pero ¿quién habría pensado que los grandes señores demoníacos estarían involucrados en aquel asunto? Si no quería ganarse las iras de uno de ellos, no le quedaba más remedio que cumplir con su encargo. Aunque, con un poco de suerte, Johann les diría lo que querían saber cuando lo interrogasen… si es que sabía algo, claro. Conociendo la forma de actuar de los demonios, y especialmente de los demonios que conspiraban contra otros demonios, era muy probable que aquel «gran señor» que había enviado a Johann ni siquiera le hubiera revelado su nombre.

Aún pensativo, Angelo salió a la calle y se encaminó, sin prisa, hacia Uhlandstrasse. Allí estaba situada una de las muchas casas que, como todos los demonios, tenía repartidas por medio mundo; un amplio apartamento de lujo con muebles de diseño y altos ventanales que se abrían sobre Berlín oeste.

Abrió la puerta tranquilamente y dejó las llaves sobre la cómoda.

Enseguida percibió que había alguien más en la casa. Detectó su presencia como quien nota que se ha levantado una leve brisa. Echó una breve ojeada en derredor y la descubrió allí, flotando junto a la ventana, desconcertada y, sobre todo, terriblemente enfadada. Angelo dejó escapar un suspiro de resignación.

—¿Otra vez tú? ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?

Capítulo IX

Q
UÉ…
qué me pasa? Me encuentro rara… ligera… demasiado ligera…

No siento nada… tengo miedo, sí… estoy asustada, estoy triste, rabiosa… pero no siento frío, ni calor, ni hambre… ni siquiera noto el suelo bajo mis pies. No toco nada. No veo ni oigo nada. ¿Qué está pasando? ¿Dónde está mi padre? ¿Jotapé? ¿A… Angelo?

Trato de gritar, pero tampoco lo consigo. Ni siquiera estoy segura de tener ya voz.

Intento moverme, pero lo único que hago es… flotar. ¿Cómo es posible? ¿No peso nada? Sigo flotando patéticamente de aquí para allá. ¿No… no tengo cuerpo? ¿En qué me he convertido? ¿En un ángel inmaterial, como los de tiempos pasados? Sería demasiado bonito para ser cierto…

Alzo las manos frente a mí… y sí, las veo claramente. Sin embargo, ya no son como antes: se han vuelto pálidas, traslúcidas, como si estuviesen hechas de niebla. Ah… no, esto no puede estar sucediendo. Tiene que ser una pesadilla…

Y si no lo es, solo hay una explicación para lo que me está pasando.

Soy un fantasma. Maldita sea, ¡soy un fantasma!

¡Estoy muerta!

Intento gritar, furiosa y angustiada a partes iguales, pero me temo que ya no tengo voz. Trato de palpar lo que se supone que es mi cuerpo, pero no puedo. Ya no tengo cuerpo. Solo soy una sombra, un recuerdo. Un ridículo fantasma.

Quiero llorar, pero no tengo lágrimas. Quiero romper algo, cualquier cosa, pero soy tan intangible como las nubes. Quiero desahogarme de alguna manera, pero no puedo. No tengo forma de expresar mi miedo, mi dolor y mi frustración.

Ahora sé o, mejor dicho, tengo la total y absoluta certeza de que estoy muerta. Y lo recuerdo todo. Aquel demonio malnacido me empujó a la vía, luego sentí un golpe tan fuerte que me dejó sin respiración… y para cuando la sensación de dolor llegó a mi cerebro, yo ya estaba hecha un fiambre.

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