El alfabeto de Babel (10 page)

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Authors: Francisco J de Lys

Tags: #Misterio, Historia, Intriga

BOOK: El alfabeto de Babel
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—¿Qué clase de licor arde en esa marmita? —preguntó Catherine, entornando los ojos de una manera picara.

—Nunca lo he sabido del todo —contestó Grieg, mirando las irisaciones que formaba el fuego sobre la superficie—. Es el secreto mejor guardado del Averno.

—¿A qué sabe?

—A ron quemado mezclado con otras bebidas espirituosas, y algo especiado. Es muy similar al
cremat
que se toma en los pueblos de la costa en Cataluña, mientras se cantan habaneras durante las noches de verano en la playa, junto al mar. También es una bebida de componentes parecidos a la
queimada
gallega, tan ligada a los conjuros. Pero aquí, ya que mi amigo es muy dado a los toques melodramáticos, como ya te habrás dado cuenta por el nombre que le puso al negocio, se la conoce como el «Agua del Infierno».

—«Ardo» en deseos de probarla —bromeó Catherine.

—He comprobado —prosiguió Grieg— que tu cuaderno de apuntes está muy documentado arqueológicamente, pero no entiendo por qué la torre de Babel tiene connotaciones tan negativas en la Biblia, ya que, en definitiva, únicamente se trataba de un etemenanki o un zigurat más.

—Durante muchos siglos, la única información que se tuvo de la torre de Babel fue el texto y la descripción que se hacía en la Biblia.

—Y para la Biblia, aquella elevada pirámide simbolizaba una de las múltiples facetas del Mal.

—Me temo que así es —ratificó Catherine—. El pueblo judío básicamente era nómada, y la interpretación que llegaban a componer de aquella gigantesca construcción, para ellos, tenía connotaciones terriblemente negativas. Era la representación de la soberbia humana, al igual que los jardines colgantes de Nínive mandados construir por Nabucodonosor II para su esposa Amitis.

Catherine le mostró un dibujo del cuaderno de apuntes donde podía contemplarse una gigantesca columna situada a orillas de río Éufrates, compuesta por sucesivas terrazas que se elevaban hacia las alturas y de las que pendía la más exuberante vegetación.

—¿Por qué, según la Biblia, Dios hizo confundir las lenguas a los hombres —Grieg arqueó las cejas— hasta llegar a impedirles que se entendieran entre ellos?

Catherine tomó de nuevo el cuaderno de apuntes, mientras Grieg observaba sus alargados dedos, iluminados bajo la pequeña lámpara.

—Se llegó a pensar que Babel derivaba de
balal,
que significa «confundir». Pero, en realidad, es una adaptación hebraica de «Babilonia», que para los propios babilonios, significaba: «Portalón de Dios» o «Puerta que comunica con Dios» —Catherine leyó—: «… toda la Tierra tenía una misma lengua…, fue entonces cuando los descendientes de Noé, al emigrar hacia Oriente, encontraron una llanura en el país de SENAAR (Babilonia) y dijeron: "Vamos a construir una torre que llegue hasta el Cielo…"». Este texto aparece en el Génesis 11, 1-4 —puntualizó Catherine en tanto continuaba leyendo—: «… y Dios les confundió la lengua como represalia y los dispersó sobre la superficie de toda la Tierra». «Por esto se llama con el nombre de Babel, porque allí confundió Yahvé la lengua de toda la Tierra.» Génesis 11, 8-9.

Catherine, tras leer el texto, acercó sus labios a la bebida y dio un pequeño sorbo; comprobó que aún estaba caliente, pero ya no quemaba.

—Es muy dulce —afirmó.

—Lo que más me atrae de todo lo que me has contado —rememoró Grieg entre sorbo y sorbo del Agua del Infierno—, sin lugar a dudas, es el sugestivo nombre de «Puerta que comunica con Dios».

—Estaba situada en el punto más elevado del zigurat, y se accedía a ella mediante una gigantesca escalera. Simbolizaba la superficie más pura de la Tierra, lo mejor de ella, sobre la que tenía lugar el contacto místico, perseguido por todas las civilizaciones, entre la Tierra y el Cielo.

—¿Cómo era el templo? —preguntó Grieg, verdaderamente intrigado.

—La única descripción que existe de ese célico lugar se la debemos al historiador griego Herodoto… —Catherine tomó de nuevo su libro de notas y con una habilidad asombrosa encontró rápidamente la página que buscaba—, que vivió entre los años 484 y 426 antes de Jesucristo; en el Libro I de sus
Historias,
describe, según le relataron los sacerdotes caldeos, el ritual que tenía lugar «en el zigurat de Babilonia», o sea, en la torre de Babel.

—Pero ¿qué transcribe?

Catherine pasó dos páginas, y sosteniendo delicadamente el cuaderno de apuntes, lo acercó a la luz y empezó a leer.

—Herodoto reseña: «… en lo más alto de la torre se encuentra la capilla, y en su interior, finamente decorado, en su mismo centro, está situada una gran cama, y junto a ella, hay una mesa de oro donde se depositan los más primorosos objetos de la Tierra. No hay en la estancia estatua alguna. Nadie puede permanecer en su interior desde la caída del sol hasta el amanecer». —A Grieg le resultó imposible sustraerse al hipnótico movimiento de los labios de Catherine mientras ella continuaba leyendo—. «Únicamente puede morar una mujer del país, la que entre todas elige Dios. Una sacerdotisa virgen que según reseñan los caldeos, que son los sacerdotes de este Dios, el mismísimo dios Marduk, durante el transcurso de las fiestas del Año Nuevo en Babilonia, encarnado en la persona del Rey, entra en la capilla y yace en la cama…»

—Me has demostrado sobradamente que eres una auténtica experta en el tema de la torre de Babel —aseveró Grieg—, pero lamentablemente… no has mencionado, ni una sola vez, el misterioso objeto que tú llamaste la Chartham. Y da la desgraciada circunstancia que está, según tú misma has reconocido, íntimamente relacionado con la peligrosa «cuenta atrás» de veinticuatro horas que mencionaste en el hotel.

Grieg agitó cerca del rostro de Catherine la pequeña piedra con forma de diablo que encontraron en el sillar de la catedral, y que de un modo enigmático le implicaba directamente con el misterioso tema.

Catherine demudó por completo la expresión, y su rostro se ensombreció, dando a entender que le resultaba imposible hablar de la cuestión.

—Centrémonos en el tema. Dime en pocas palabras: ¿qué es la Chartham? —insistió Grieg, mirándole decididamente a los ojos—. Supongo que podrás decírmelo.

Catherine guardó silencio durante unos instantes, con los labios apretados, antes de contestar a la pregunta.

—Es la torre de Babel —respondió lacónicamente.

Gabriel Grieg apuró de un trago el Agua del Infierno.

—Catherine, te estoy hablando muy en serio.

—Yo también. El misterio de la Chartham se esconde en la torre de Babel que pintó Pieter Brueghel en 1563.

—Aclárame eso —le exigió Grieg.

—Es muy difícil… —intervino Catherine, dando muestras de nerviosismo—, para ello sería imprescindible una reproducción a gran tamaño del cuadro…

—Lo sé —la interrumpió Grieg—. Ya me lo dijiste antes de venir aquí, y ahora me lo vuelves a repetir. Dime una cosa: ¿qué tamaño debería tener la reproducción del cuadro de Brueghel para poder apreciar con claridad los detalles? ¿Tendrías suficiente con una representación que tuviese ciento veinte centímetros de lado?

—Sí —contestó Catherine, extrañada de la pregunta que acababan de formularle—, pero no entiendo…

—¿Sería suficiente?

—Te aseguro que no comprendo… —reiteró ella.

Gabriel Grieg cogió la pequeña marmita de barro que contenía el Agua del Infierno, se levantó de la mesa y se dirigió hacia un gran cuadro que estaba colgado en la pared más despejada de la estancia. Se detuvo parsimoniosamente ante él. Agarró una vieja servilleta de hilo que descansaba sobre una repisa, y vertió sobre ella el resto del líquido que reposaba en el fondo de la marmita. A continuación, la restregó por la superficie cristalina del oscurecido cuadro.

Catherine, entre extrañada e inquieta, se percató de inmediato de que, al retirar la gruesa capa de grasa y suciedad del cristal, era posible observar, ya, una imagen. Vislumbró un conjunto muy abigarrado de casas, con los tejados acabados en punta, y que formaban en su conjunto un pueblo que se extendía sobre una gran superficie de tierra. Aquel gran pueblo se expandía en un terreno plano situado a nivel del mar y sin montaña alguna en su paisaje.

Por encima de aquel misterioso pueblo, Catherine, atisbo un espacio azul, que únicamente llegó a sospechar que podría tratarse de un trozo de cielo, porque una superficie etérea y algodonosa le había recordado lejanamente a una nube.

Cuando Grieg volvió a pasar la tela humedecida por la superficie del cristal, mediante un movimiento vigoroso de su brazo derecho, del mismo modo que si pretendiese dar un brochazo esclarecedor sobre la superficie de un lienzo mágico, apareció, de inmediato, junto a aquel pueblo, una gigantesca mole de piedra.

Grandiosa y descomunal.

Apareció una obra, como jamás nunca otra fue erigida sobre la superficie de la Tierra. Una construcción que se elevaba hasta el cielo, mucho más allá de las nubes.

Catherine, estupefacta, supo de inmediato, y antes que Grieg devolviera la transparencia al cristal de aquel gran cuadro, cuál sería la imagen que contemplaría al cabo de unos pocos segundos.

11

Catherine, aunque había adivinado la imagen que contenía el cuadro antes de que Grieg extrajera la densa pátina oleosa que lo oscurecía, no fue capaz de disimular que estaba verdaderamente sorprendida por ver aparecer, en aquel lugar y sin previo aviso, aquella impresionante representación.

Vio una gigantesca espiral de piedra que se alzaba por encima de las nubes.

«La mayor construcción erigida jamás por el ser humano.»

No únicamente mayor que la más grande de las catedrales, sino inmensamente superior en tamaño a la suma de todas las catedrales y de todas las iglesias de la Tierra.

Una mole de piedra gigantesca.

Su descomunal tamaño le permitía ir ascendiendo hacia el cielo, mediante el inescrutable trabajo de miles de operarios, que aparecían sobre su superficie, igual que diminutos menestrales que llevasen a cabo la tarea más titánica, y que dejaba irremisiblemente empequeñecida cualquier edificación anterior, por grande que ésta fuera.

Carpinteros, herreros, aladreros, rejeros, albañiles, madereros, doladores, canteros, picapedreros, alarifes, ferrones… Un verdadero ejército de maestros, oficiales y aprendices aparecía sobre las gigantescas terrazas de aquella fabulosa obra, difuso, entre cabrestantes y cimbras, bóvedas y escaleras, poleas y brandales! Trabajando para llevar a cabo la obra más descomunal que jamás nadie ni siquiera había osado imaginar.

Y que pretendía ascender hasta el Cielo.

La inmensa torre partía de los muelles de un puerto situado a las orillas de un río, donde estaban atracados numerosos barcos que proveían la prodigiosa obra con ingentes cantidades de materiales de construcción, enormes dovelas y descomunales sillares de piedra.

Desde la orilla del río, la ciclópea construcción empezaba a ascender, majestuosa, hacia las, hasta entonces, inalcanzables alturas.

Ascendía mediante la más perfecta y gigantesca de las espirales, con colosales terrazas y maravillosos lucernarios góticos y románicos. Se elevaba con una cantidad ingente de pilastras y utilizando una infinidad de pilones.

Hasta finalizar ya muy por encima de las nubes, en un punto inconcreto entre la tierra y el cielo, donde un misterioso y enigmático caos de obra final remataba el coronamiento superior.

A Catherine, que conocía muy a fondo aquel cuadro, le resultó imposible reprimir una exclamación de asombro.

—Pero… si es la torre de Babel.

—Me has dicho que para explicarme detalladamente qué significa la Chartham necesitabas una ampliación de la torre de Babel que pintó Pieter Brueghel. Bien, ¡pues ahí la tienes!

—Sí, ya la veo —Catherine sonrió desconcertada—, pero no comprendo por qué no me lo habías dicho antes.

—Mira, Catherine —declaró Grieg muy seriamente—, voy a serte muy sincero. Cuando he llegado al local le he pedido a mi antiguo amigo que me hiciese un favor. Sin saber de qué se trataba ha accedido de inmediato. Nos conocemos desde niños y, debido a las contrariedades que surgen durante la escalada, nos hemos salvado la vida mutuamente varias veces. Como has podido comprobar, en todo momento, ha estado muy circunspecto y casi no nos ha dirigido la palabra. Le he dicho que estoy metido en un problema muy serio. ¿Me sigues, Catherine?

—Sí —contestó ella, totalmente concentrada.

—En condiciones normales, estaríamos los tres sentados en esta mesa bromeando y ya me habría hecho varios comentarios ácidos acerca de la chica tan guapa que me acompaña. Pero las cosas esta noche son muy diferentes. ¿Comprendes, Catherine?

—Sí, pero no logro entender por qué el cuadro…

—Estás junto a mí, por ahora, no en condición de amiga, sino de «aliada» —le interrumpió Grieg, dándole un tono muy especial a la última palabra—. Este toque melodramático del cuadro, que como puedes fácilmente comprobar, lleva muchos años colgado de esa pared, lo he llevado a cabo para que recapacites detenidamente.

Catherine le observaba con las facciones del rostro tensas, mientras Grieg continuaba hablando con el dedo índice levemente extendido.

—Voy a jugar limpio contigo. —Grieg juntó las manos—. Te doy toda la credibilidad de entrada. Has dispuesto de meses o quizás años para preparar la extraña visita de esta noche, pero te advierto una cosa…, «Catherine»… —Grieg acercó su rostro al de ella—. En mi persona, puedes contar con el mejor de los aliados. El que mejor cuidaría de ti, aunque tuviésemos que descender hasta las más insondables simas del Averno, si existiesen…, o para escalar la mismísima torre de Babel. Pero si no es así…

Grieg hizo una pausa apreciativa.

—No hace falta que prosigas, Gabriel. —Catherine rompió aquel breve silencio—. Te he entendido perfectamente…, pero, créeme, todo lo que te expliqué en el hotel es verdad. Tu vida está en peligro.

—Está bien, olvidemos el asunto y centrémonos de lleno en el tema —dijo Grieg, que sonrió levemente, y retomó entre sus manos la carta que extrajeron del sillar de la catedral y se volvió a sentar a la mesa de madera—. Me dices que la cuestión de la Chartham está relacionada con la torre de Babel…

—Sí, concretamente con ésta. —Catherine señaló la lámina que estaba encerrada en el cuadro con el marco de cenefas—. La que pintó Pieter Brueghel en 1563.

—Debemos encontrar, inmediatamente, el misterioso nexo de unión que existe entre la piedra-amuleto de mi niñez, la carta firmada con las iniciales «C.O.» y la cornucopia que en ella se cita.

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