El amanecer de una nueva Era (18 page)

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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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—¿Muerto? —Ampolla se abrió camino entre los barriles rotos y se arrodilló junto al cuerpo de Raf. Utilizó los ganchos de los guantes para quitar los fragmentos de madera. Haciendo caso omiso del dolor de sus manos, acunó la cabeza del kender. Un hilillo de sangre escurrió de la boca de Raf.

»
Y yo vine para que no se metiera en líos —susurró.

* * *

Enterraron a Raf en el mar, tras envolver su cuerpo en una manta de muchos colores y ponerle peso para que se hundiera. Ampolla pronunció sólo unas pocas palabras en memoria del joven kender. Lo conocía hacía poco tiempo, y no se le ocurría qué decir. Un dolor sordo se extendió por sus manos y sus brazos cuando sus dedos se cerraron sobre una cuchara de plata y se la llevó al pecho.

—Le dije que cuidaría de él —susurró.

* * *

La pena por la repentina muerte de Raf pronto quedó relegada por el miedo por sus propias vidas cuando el
Yunque de Flint
se topó con el Turbión. La tempestad no era algo inesperado, ya que el choque de masas de aire del glaciar Ergoth del Sur y del templado continente creaban una tormenta constante en el estrecho de Algoni, pero no había forma de estar completamente preparado para una perturbación atmosférica tan voluble e impredecible con el Turbión.

Tan pronto como entraron en las aguas más frías y profundas del estrecho, Rig dio instrucciones a la tripulación para que arriara las velas; avanzarían con los palos desnudos a fin de ofrecer la menor resistencia posible al viento. Apenas se acababa de llevar a cabo la tarea cuando unas olas gélidas, coronadas de espuma, empezaron a romper sobre la cubierta, y Rig ordenó a Jaspe, Ampolla y Dhamon que bajaran a la cubierta inferior.

El enano y la kender corrieron hacia la escotilla, resbalando varias veces en el camino debido a los cabeceos del barco y a que las tablas de cubierta estaban mojadas. El
Yunque
se elevó sobre una enorme ola. Jaspe vio cómo subían muy alto sólo para caer a plomo inmediatamente por el otro lado de la ola. De repente fue como si el enano se encontrara en un valle entre montañas azules. No podía ver nada salvo las curvadas paredes de agua oscura a cada lado del barco. ¿Dónde estaba el cielo? El
Yunque
empezó a remontar la siguiente ola, un muro de agua rugiente y altísimo. Jaspe abrió la escotilla de un tirón y bajó por la escalera. Ampolla, en su precipitación por ir tras él, le pisó la cabeza.

Dhamon no se movió del sitio, aferrándose al palo mayor con los brazos.

—¡Vete! —gritó Rig para hacerse oír sobre el aullido del viento.

El guerrero sacudió la cabeza en un gesto de negación; los ojos le escocían por las rociadas de agua salada al intentar mirar al capitán. Shaon se acercó a él, tiritando y con la ropa empapada pegada al cuerpo.

—¡Necesitaremos tu fuerza más tarde! —dijo con voz suplicante. El barco se ladeó y la mujer trastabilló hacia atrás, alejándose de él y resbalando hacia el costado del barco, que escoraba peligrosamente cerca de las turbulentas aguas. Su movimiento se frenó cuando la cuerda que llevaba atada a la cintura se puso tensa y el barco se tumbó hacia el otro lado. Una agua helada pasó por la borda y se estrelló sobre la cubierta, alzando en vilo a la mujer y arrojándola contra el palo mayor.

Shaon se incorporó trabajosamente, se limpió los ojos con gesto furioso, y después intentó guardar el equilibrio. Extendió la mano hacia Dhamon; gritaba algo, pero el aullido de la tempestad ahogaba sus palabras. Ahora caía una fuerte lluvia que el viento hacía precipitar de costado sobre la nave.

De mala gana, Dhamon se soltó del mástil y cogió la fría y mojada mano de Shaon. El barco volvió a escorar, y los dos cayeron de rodillas y fueron gateando hacia la escotilla. La helada mano de la mujer lo mantuvo firmemente agarrado hasta que Dhamon fue capaz de llegar a la abertura. El guerrero se metió de cabeza en la oscura cubierta inferior mientras la puerta de la escotilla se cerraba de golpe tras él.

No supo cuántas horas de cabeceos y sacudidas, de ser arrojado contra los costados del casco o contra otros miembros de la tripulación, de escuchar hasta el último crujido y gemido del barco que se debatía por mantenerse intacto, pasaron antes de que se oyeran unas pisadas precipitadas por encima de sus cabezas y un cabo empapado cayera colgando por la escotilla. Tampoco supo de quién era la voz que gritaba su nombre desde la rugiente oscuridad de allá fuera.

18

Enfrentamiento caballeresco

El puerto de Caergoth era mucho más grande que el de Nuevo Puerto. Hileras de muelles se extendían en una bahía lo bastante profunda para acoger galeones, drakkars, galeras y dromones. El puerto estaba lleno de barcos en diversos estados de reparación, y la mayoría había sufrido los desperfectos durante su encuentro con el Turbión.

Rig señaló hacia un galeón que estaba en dique seco y que tenía un gran agujero en el casco, cerca de la línea de flotación. Dijo que lo sorprendía que no se hubiera hundido antes de llegar a puerto; probablemente había chocado con un iceberg. La tripulación debía de haberse visto obligada a echar por la borda parte del cargamento para mantener el barco a flote hasta llegar a puerto.

Tras su angustioso encuentro con el Turbión, el
Yunque de Flint
también había pasado rozando un iceberg. El estrecho entre Southlund y el territorio del Dragón Blanco estaba plagado de grandes masas lisas de hielo flotante que semejaban pequeñas islas. Navegar entre estos hielos era difícil, sobre todo si se tenía en cuenta que la parte que asomaba sobre el agua no era más que una fracción del bloque helado que se ocultaba bajo la superficie. Sin embargo, Rig estuvo a la altura de las circunstancias, y Dhamon y Jaspe pensaron que el marinero se enfrentó a la comprometida situación con precavido entusiasmo. Bajo la dirección de Rig, el
Yunque
se fue abriendo camino a través de los helados obstáculos y alrededor de un iceberg particularmente amenazador sin que el casco sufriera ni un arañazo.

Les asignaron un lugar situado en el extremo occidental de la bahía, y pronto la nave estuvo atracada al muelle y con las velas arriadas. Ampolla prefirió quedarse a bordo con Shaon, ya que las dos se habían hecho amigas y la mujer negra dijo que podía ayudarla en la revisión de cabos y velas. La kender se puso unos guantes de cuero marrón que llevaban unas lentes de aumento acopladas al pulgar derecho «para facilitar la revisión de los cabos», explicó.

A Groller le encargaron la tarea de comprar barriles para agua, llenarlos y enviarlos al barco. El lobo de rojo pelaje, que había permanecido oculto en algún lugar bajo cubierta durante la mayor parte de la travesía, iba a su lado cuando el semiogro desembarcó. Jaspe decidió acompañarlos, atraído por la posibilidad de pisar tierra firme y porque sentía cierta curiosidad sobre el modo en que Groller, si realmente era sordo, haría una transacción comercial. El enano tenía la sospecha de que sería él el que acabaría haciendo el trato. Frunció el ceño y metió la mano en el bolsillo para asegurarse de que llevaba bastante dinero para pagar los barriles.

Los otros tres tripulantes recibieron un permiso de varias horas, pero Rig les dio órdenes estrictas de reincorporarse antes de la puesta de sol. El
Yunque
no haría noche en Caergoth.

Así las cosas, Dhamon y Rig se quedaron de pie junto a la batayola, contemplando la costa. A juzgar por la pintura desgastada y saltada del embarcadero y de las numerosas tabernas y posadas que se alzaban en las inmediaciones, era un puerto viejo; y, aunque había una gran actividad y sin duda se obtenían buenos beneficios, no parecía que los propietarios estuvieran inviniendo ni un céntimo de esas ganancias en el mantenimiento de sus negocios. Las construcciones más recientes eran tres altas torres de madera situadas cerca de la orilla. Encaramados en lo alto había hombres que vigilaban en dirección a Ergoth del Sur con catalejos. Buscaban cualquier indicio de problemas, en especial por parte del Blanco que vivía allí.

Las personas que caminaban arriba y abajo por el muelle eran en su mayoría marineros y estibadores que estaban de permiso o haciendo algún encargo. Había unos pocos que parecían comerciantes con negocios que atender en el puerto, y pequeños grupos de viajeros que habían desembarcado o que buscaban pasaje. También se veían unas cuantas mujeres moviéndose entre los puestos donde se vendía pescado y mariscos.

Un par de pescaderos iban y venían cerca de los edificios y al borde de los muelles intentando vender sus mercancías a cualquiera cuyas ropas estuvieran en buen estado y, por ende, que llevaran dinero en sus bolsillos.

—Pensaba que alguien con suficientes monedas para viajar hasta Schallsea tendría también para comprarse algo de ropa decente —comentó Rig. El bárbaro vestía unos pantalones de cuero de color verde oscuro y una camisa de seda en un tono amarillo claro y con mangas holgadas. Llevaba una banda en la frente que estaba hecha con cuero rojo trenzado y que casi hacía juego con el fajín que ceñía su cintura. La cinta de la cabeza tenía finas trencillas que le colgaban hasta los hombros y se agitaban con la brisa. Dhamon se encogió de hombros con indiferencia.

»
Con ese aspecto no atraerás las miradas de las damas.

—Quizá no me interesa hacerlo. —Dhamon se apartó de la batayola y alzó la vista hacia el encapotado cielo.

—No me gusta el aspecto de esas nubes —manifestó tajantemente el corpulento marinero, que había seguido la mirada del guerrero—. Es el motivo de que no nos quedemos.

—¿Qué hay de raro en ellas? Las nubes son sólo nubes. ¿Acaso están muy ajadas para tu gusto?

—El cielo siempre lleva un mensaje, Dhamon, para quienes son lo bastante listos para interpretarlo. Y el mensaje, por lo general, está escrito en las nubes. Cuando son planas, como sábanas, el aire está en calma y la temperatura es estable. En tal caso, la travesía será fácil. Estas nubes están hinchadas, y grises por debajo. Tal cosa significa que están cargadas de lluvia y que sólo es cuestión de tiempo el que empiecen a soltar agua. La pregunta es si será sólo un chubasco o una gran tormenta.

Dhamon metió la mano en el bolsillo y tanteó el estandarte de seda que Goldmoon le había entregado. Siguió callado.

—No me importa la lluvia, y un chubasco no es mayor inconveniente para un buen marinero, pero todavía tenemos que navegar un gran trecho antes de dejar atrás el territorio de Escarcha, y una posible tormenta con icebergs incluidos es algo a lo que prefiero no enfrentarme. Éste será mi barco después de que os deje en Palanthas, y quiero que esté en una pieza. —Su mirada fue hacia el galeón en dique seco—. Por lo tanto zarparemos antes del anochecer.

Dhamon pasó junto al marinero y empezó a bajar por la pasarela hacia el muelle.

—¡Eh! ¿Adónde vas? Salimos dentro de un par de horas.

—Voy a hablar con algunos marineros. Quizás alguno ha venido del norte, y tal vez sea lo bastante listo para interpretar el mensaje de las nubes de allí y pueda darnos información valiosa.

—¡Shaon, te quedas al mando del barco! —gritó Rig—. Espera, Dhamon, voy contigo. —Mientras pasaba junto a Ampolla, el marinero añadió:— Siento de verdad lo de tu pequeño amigo.

* * *

Jaspe y Groller iban por una acera de tablones que se extendía a lo largo de la calle que había a continuación de los muelles. Caergoth era la capital de Southlund, y como tal era una urbe bastante extensa con un bonito paseo marítimo. Varios de sus edificios tenían marquesinas de muchos colores que se extendían sobre la acera a fin de proteger a los compradores de la lluvia o el sol, dependiendo del tiempo que hiciera. Otros establecimientos tenían carteles en los escaparates en los que anunciaban sus especialidades —sopa de marisco, aguardiente amargo, túnicas de cuero teñido, botas de piel de anguila, y cosas por el estilo— con los que podrían atraer a posibles clientes al interior.

—Realmente no puedes oírme, ¿verdad? —preguntó Jaspe, que miraba al semiogro de hito en hito.

Groller le sostuvo la mirada y enarcó una ceja. El semiogro no oía nada, pero sus otros sentidos sí funcionaban. Sus ojos captaron la expresión exasperada en el rostro del enano. Groller frunció los labios y extendió los brazos ante sí, formando un círculo. Después señaló con la barbilla hacia el comercio de un barrilero que había a media manzana de distancia. Jaspe no reparó en el letrero que representaba un montón de barriles apilados hasta que el semiogro se lo señaló.

Sin esperar contestación, y puesto que en cualquier caso tampoco la habría oído, Groller dio media vuelta y echó a andar hacia el comercio. El lobo rojo trotaba a su lado, atrayendo las miradas de los transeúntes.

Jaspe iba a llamarlo para pedirle que caminara más despacio, pero se calló a tiempo y en cambio rezongó por lo bajo algo sobre «gritarle a un sordo», y alguna que otra maldición. Apresuró el paso para alcanzarlo, cosa nada fácil debido a las rápidas y largas zancadas del gigantesco semiogro.

Poco antes de llegar a la puerta de la tienda, Jaspe logró llegar junto a él y, casi sin resuello, tiró del chaleco de Groller. El semiogro se volvió y bajó la vista hacia el enano.

—Mmmmm. ¿Cómo consigo que me entiendas? —rezongó Jaspe para sí—. Necesitamos once barriles. ¿Te dijo Rig cuántos tenías que comprar? No, por supuesto que no te lo habrá dicho. Para eso tendrías que poder escuchar. Menos mal que he venido. —Hizo un gesto con los brazos, igual que el que había hecho Groller, formando un círculo delante del pecho. A continuación, juntó las manos ahuecadas y simuló beber.

El semiogro sonrió y asintió con la cabeza.

—Así que puedes entenderme —dijo Jaspe—. O, al menos, eso creo. —Levantó las manos y extendió los diez dedos; después los cerró y levantó sólo el índice.

—Oo... on... ce —balbució Groller—. Ba... rriles. Sé. Yo no ne... ció. Sólo sordo.

Costaba un poco de trabajo entenderlo, pero Jaspe comprendió lo esencial y asintió con la cabeza frenéticamente. La pareja entró en el establecimiento.

Groller se dirigió al mostrador, y un delgado y anciano tendero salió casi inmediatamente de detrás de una cortina. El enano, que se había quedado retrasado para observar, imaginó que el tendero había advertido su presencia por el crujido del suelo bajo los pies del semiogro.

—¡Nada de animales aquí! —gritó el delgado anciano, cuya estatura apenas sobrepasaba el metro y medio. Llevaba una camisa que debía de ser un par de tallas más grande de lo que le correspondía. Un delantal de cuero colgaba de su cuello—. Lo digo en serio. No...

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