El lobo rojo aplastó las orejas y soltó un quedo gruñido que cortó las protestas del tendero. Groller señaló una hilera de barriles que había apilados contra la pared. Luego sacó un trozo de pizarra de un bolsillo y garabateó algo con una tiza, tras lo cual lo sostuvo frente al tendero.
—No sé leer —dijo el hombre, sacudiendo la cabeza.
Groller se guardó el trozo de pizarra en el bolsillo.
—On... ce —dijo lentamente. El semiogro metió los gruesos dedos en un bolsillo del chaleco y sacó unas cuantas monedas—. Oo... on...ce ba...rri...es lle...nos de agua. —Le entregó el dinero—. Mandar mue... lles.
«Unque de Film.»
El tendero lo miró con desconcierto y se pasó los dedos por el ralo cabello.
—¿Once barriles? —preguntó. El lobo ladró y movió la cola—. ¿Para enviar a los muelles? —El lobo volvió a ladrar—. ¿Cuál era el nombre del barco?
—El
Yunque de Flint —
intervino el enano, y el lobo soltó un tercer ladrido—. Así que no eres sordo de nacimiento —comentó Jaspe mientras salía de la tienda en pos de Groller—. Has oído normalmente, al menos durante un tiempo. De otro modo, no podrías hablar. Y supongo que supiste hacerlo mejor en el pasado. Probablemente es difícil conseguir que las palabras suenen correctamente si no puedes oírlas. —Tiró del fajín del semiogro para llamar su atención.
Jaspe se señaló un oído y después cerró los dedos y los movió como si hiciera una bola con algo y lo tirara. A continuación señaló a Groller y se encogió de hombros.
—Sordo t... tres a... ños —respondió Groller.
El enano señaló a un hombre y a una mujer que entraban en la tienda de un curtidor. Un chiquillo trotaba detrás de ellos. Después Jaspe señaló a Groller.
—No famil... lia. Ya no. Toda muerta. —Una expresión triste asomó al rostro señalado con cicatrices del semiogro, que se agachó para rascar las orejas del lobo—. Sol... lo
Fuu... ra.
Jaspe ladeó la cabeza, sin comprender la última palabra.
Groller apretó los labios en una fina línea y bizqueó como si se hubiera vuelto loco. Después entrecerró los dedos de la mano derecha y los puso sobre su corazón. De repente, apartó la mano con violencia. El semblante de Groller recuperó su habitual talante sereno y se inclinó para acariciar de nuevo al lobo.
—Enfadado. Furioso —masculló el enano—.
¡Furia!
El nombre del lobo es
Furia.
Entiendo. —Jaspe sonrió y entonces se dio cuenta de que era la primera vez que sonreía desde hacía días.
Groller, que no oía a Jaspe, dio un empujoncito al lobo y los dos echaron a andar. El enano los vio dirigirse hacia una posada que anunciaba su especialidad en sopa de marisco y ron oscuro. El lobo rojo se sentó fuera a esperar, obedientemente. Jaspe se relamió y tanteó el dinero que llevaba en el bolsillo.
—Tengo suficiente —susurró—. Y estoy hambriento. —Echó un vistazo hacia el puerto y después se reunió con Groller.
* * *
Dhamon se paró para charlar con el timonel de una carraca. El hombre estaba en la playa, mirando hacia una hilera de edificios de piedra y madera que había cerca de los muelles. Una en particular atraía su atención. Sobre la puerta lucía un gran letrero en el que había pintada una jarra rebosante de cerveza. El timonel carraspeó, se pasó la lengua por los resecos labios, y comentó que tenía sed, pero siguió charlando con Dhamon. Rig no se anduvo con sutilezas e intervino en la conversación:
—Nos dirigimos costa arriba, y he oído que le decías a mi amigo que vuestro barco vino de esa parte ayer.
—Sí —asintió el marinero—. El tiempo se mantiene estable. O al menos lo estaba. Nuestra última escala fue en Puerto Estrella, unas noventa millas marinas al norte. Esos hombres —señaló a un grupo de hombres uniformados que estaba a unos ciento cincuenta metros— partieron varias horas después que nosotros, a juzgar por cuando llegaron aquí. Quizá deberíais hablar con ellos.
Los hombres mencionados eran una docena, y todos vestían armaduras de acero pintadas en negro. Desde el puente del
Yunque,
Dhamon y Rig no habían alcanzado a verlos.
Encima de la armadura, cada hombre llevaba un tabardo azul oscuro con un lirio de la muerte bordado en el pecho y la espalda. Estaban en un corrillo, enfrascados en una conversación.
—Caballeros de Takhisis —susurró Dhamon.
Aunque la Reina Oscura había desaparecido de Krynn con el resto de los dioses, la orden de caballería había permanecido intacta. Era muy numerosa, pero se había fragmentado en varias facciones que actuaban bajo los auspicios de poderosos comandantes y que estaban dispersas por todo Ansalon. Los caballeros todavía sostenían batallas para defender las comarcas que sus comandantes dominaban o para ampliar territorios. Algunos actuaban como fuerzas militares de ciudades, y los comandantes gozaban de posiciones prestigiosas en el gobierno. Unos pocos grupos habían invadido villas, reclamándolas para la caballería.
—Todavía son numerosos, a pesar de que su diosa se ha marchado —comentó Rig—. Me pregunto para qué generalillo trabajarán éstos. Al menos, con sus facciones divididas ya no representan una amenaza.
—Están bien armados —dijo Dhamon, sacudiendo la cabeza—. Son una amenaza.
—Hay un barco lleno de ellos —intervino el timonel—. Aquella pequeña galera de allí. Tal vez tengan información más precisa para vosotros.
—Quizá tengas razón. Gracias. —Rig le dio una moneda de cobre—. Toma, para que eches un trago. —Luego se encaminó hacia el grupo.
—No me parece una buena idea —argumentó Dhamon—. Probablemente estarán demasiado ocupados con sus cosas para dedicarse a charlar con nosotros.
O Rig no lo oyó o prefirió hacer caso omiso de él. Dhamon deslizó los dedos hacia la empuñadura de su espada envainada y siguió a Rig a varios metros de distancia.
—Me han dicho que vuestro barco ha llegado del norte. —La profunda voz del marinero negro sonó a través del trecho de playa que lo separaba de los caballeros.
Los hombres se volvieron hacia él, abriendo el círculo, y entonces se vio quién era el centro de su atención: una joven elfo.
—Vaya, vaya —dijo Rig en voz baja—. Creo que me he enamorado.
—Creí que estabas enamorado de Shaon —susurró Dhamon.
—Y lo estoy. O casi.
La mujer tenía una bonita figura y estaba morena. Iba vestida con unas polainas ajustadas, de color pardo, y una túnica sin mangas, de color castaño y adornada con flecos, que ceñía su cuerpo ligeramente musculoso. El cabello, castaño claro, largo, espeso y ondulado, dejaba la cara despejada y le caía sobre los hombros, semejando la melena de un león.
También lucía varios dibujos. En el rostro llevaba una artística hoja de roble, entre ocre y amarilla; el tallo se curvaba alrededor y por encima de su ojo derecho, mientras que la hoja se extendía sobre la mejilla, con la punta casi rozando la comisura de la boca. Un rayo rojo le cruzaba la frente. Desde cierta distancia, daba la impresión de ser una cinta ceñida a la cabeza. Por último, en el brazo derecho, desde el codo hasta la muñeca, llevaba dibujada una pluma verde azulada. Las pinturas la señalaban como una kalanesti o Elfa Salvaje.
Dirigió una fugaz ojeada a Rig y a Dhamon, y después miró fijamente a uno de los caballeros. La banda que éste llevaba en el brazo indicaba que era un oficial y que estaba al mando del grupo.
—El dragón no se conformará con Ergoth del Sur —estaba diciendo la elfa—. Tenéis que comprender eso. —Rig y Dhamon estaban lo bastante cerca para oír sus palabras con claridad.
»
Si no se hace algo, si nadie le hace frente...
—¿Qué pasará? —la interrumpió el oficial—. ¿Que los kalanestis nunca recuperarán su hogar?
En el grupo de caballeros sonaron unas risitas apagadas.
—Ha alterado el clima de la región —continuó la elfa—. Ergoth del Sur se ha convertido en un yermo helado donde ya no crece nada. ¿Y si a continuación viene aquí?
—Me parece que Ergoth del Sur le gusta mucho —dijo el caballero más joven—. En mi opinión, está satisfecho y no se moverá.
—Además —abundó el oficial—, hemos de tener en cuenta nuestras órdenes, y entre ellas no está el ocuparnos de un dragón.
La elfa respiró hondo.
—Pero ¿y si Escarcha no se conforma con lo que tiene ahora? —dijo luego—. Lo lógico es que viniera aquí a continuación... o amenazara alguna otra comarca. Podríais ayudarme. —La kalanesti miró de hito en hito al oficial—. Por favor. Podríais ir con vuestro barco hasta allí. Juntos, quizá podríamos...
—¿Qué? ¿Morir todos? Comprendo tu preocupación, pero no está en mi mano ayudarte. Hemos venido a reclutar más caballeros, y ésa es la tarea en la que debo concentrarme, pues beneficia a nuestra orden.
Los hombros de la kalanesti se hundieron, y la elfa dio media vuelta para marcharse. Uno de los caballeros dio un paso en pos de ella y la agarró por la túnica. La hizo girarse y la atrajo hacia sí.
—¿Por qué no te vienes con nosotros? —preguntó. Alzó la otra mano a la ondulada melena—. Te haremos sitio en el barco.
Tras él, el oficial frunció el ceño y le ordenó que volviera con los demás. El joven caballero vaciló, y la kalanesti le propinó una patada en la espinilla.
—¿Ir con vosotros? Jamás —siseó—. Tengo cosas más importantes que hacer.
Se soltó del hombre y echó a andar de nuevo, pero el joven caballero la siguió, y, dándole un empellón en la espalda con el hombro, la hizo caer de bruces en la arena.
—Si no eres capaz de tenerte en pie, ¿cómo vas a poder enfrentarte a un dragón? —se chanceó. Los caballeros que lo flanqueaban se echaron a reír.
Dhamon oyó al oficial reprender al joven caballero. También escuchó el siseo de la hoja de una espada al ser desenvainada. Rig se adelantó y levantó el brazo derecho, poniendo su alfanje a la altura del cuello del insolente caballero.
—¡Pide disculpas a esta dama! —exigió.
—¿Disculpas? ¿Porque es torpe?
Hubo más risas, a las que siguió otra reprimenda.
—Rig —el tono de Dhamon era suave pero insistente—. Son doce contra uno. Demasiada desventaja, aunque seas muy bueno con esa arma.
Él marinero vaciló. La elfa se puso de pie, recogió su mochila, y se alejó corriendo de los caballeros. Cuando Rig vio que estaba a salvo, bajó el alfanje.
—Venga, vámonos de aquí —sugirió Dhamon—. Nadie ha salido herido.
Rig retrocedió un paso, y en ese momento el joven caballero dio otro adelante. Ansioso por tener una pelea, sacó su espada, abrió las piernas para mantener el equilibrio, y observó al marinero.
—¿Tienes miedo de defender a una mujer? —se mofó—. Quizás es que una elfa no merece la pena.
Rig volvió a levantar el alfanje.
—No lo hagas —suplicó Dhamon.
—¡Te conozco! —exclamó el oficial, que señalaba a Dhamon sin hacer caso al pendenciero joven que estaba a su cargo. Sus ojos se abrieron de par en par—. El año pasado en Kyre, cerca de Solanthus. En la mansión del viejo caballero solámnico. Tú estabas...
—Estás equivocado —lo cortó Dhamon sucintamente.
—No lo creo. ¡Te vi! El subcomandante Mullor estaba allí, y tú lo mataste.
—He dicho que estás equivocado.
—Lo dudo. Yo...
—¡La dama estaba conmigo! —bramó en ese momento el joven caballero, ahogando las palabras de su superior—. ¡Vuelve corriendo a tu barco mientras tienes oportunidad de hacerlo, negro remedo de enano gully asustado!
—¿Que corra? ¿Asustado? —estalló Rig—. ¡Jamás!
Por el rabillo del ojo, Dhamon vio a Rig y al joven caballero abalanzarse el uno contra el otro. El corpulento marinero paró la precipitada embestida del caballero. Cuatro de sus compañeros desenvainaron las armas, pero no intervinieron en el enfrentamiento.
—¡Lucha! —gritó alguien—. ¡Vamos!
El joven caballero levantó la espada por encima de su cabeza y la bajó violentamente, con intención de propinar un golpe en el hombro de Rig. El marinero era rápido, e interpuso el alfanje para frenar el ataque. La espada del caballero salió rebotada, sin llegar a tocar a Rig, y éste contraatacó con un golpe dirigido al muslo del hombre joven. Dhamon soltó un suspiro de alivio al comprender que el marinero sólo intentaba herirlo, no matarlo.
El caballero tenía cierta destreza, y dio un paso atrás y paró el ataque del marinero con su propia espada, justo debajo de la empuñadura. La táctica sirvió para evitar que el caballero saliera herido, pero la larga espada se quebró debido al ángulo del impacto, y la hoja cayó a la arena. Maldiciendo, el caballero arrojó la inútil empuñadura al suelo y miró furioso a Rig.
De nuevo, el marinero bajó su arma, aunque sólo un instante, ya que otros dos caballeros se adelantaron. El primero se movió hacia la derecha de Rig, y el otro lo atacó de frente mientras trazaba un amplio arco con la espada dirigida a su pecho.
Rig se agachó y la hoja le pasó silbando por encima; con la mano izquierda sacó dos dagas de la vuelta de la bota, se puso una entre los dientes, y balanceó la otra ante el caballero que avanzaba hacia él.
—¡No me equivoco! —Las palabras salieron bruscamente de la boca del oficial, y Dhamon giró la cabeza a tiempo de ver al oficial apuntándole con el dedo—. Llevas el cabello más largo, pero te recuerdo bien. ¡Prendedlo! —El oficial desenvainó la espada y se abalanzó contra Dhamon. El caballero que estaba junto a él lo siguió.
—¡Mirad! —gritó alguien desde los muelles—. ¡Ahí hay una pelea!
Con un grácil movimiento, Dhamon sacó la espada y frenó el ataque del oficial, que iba delante. Las espadas chocaron con estrépito. El guerrero giró sobre la arena y paró la arremetida del segundo caballero justo a tiempo de evitar que le cortara el brazo con el que manejaba el arma.
El oficial atacó de nuevo, descargando un tajo, y Dhamon tensó los músculos de las piernas y saltó, pegando las rodillas contra el pecho. La hoja silbó por debajo de sus botas. Al tiempo que descendía, Dhamon lanzó una patada, que alcanzó de lleno al oficial en el pecho y lo derribó.
Ágil como un bailarín, Dhamon aterrizó sobre el pie izquierdo y giró para enfrentarse a la arremetida del segundo caballero. La arena frenó la carga del hombre, y Dhamon pudo esquivar la estocada.
El guerrero golpeó a su adversario, pero la espada rebotó contra la negra armadura. Su segunda estocada fue más certera, y la hoja se hundió profundamente entre la hombrera y el peto. Con un gemido, el caballero cayó hacia adelante. Dhamon tiró con fuerza para sacar la espada.