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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (27 page)

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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—De modo que esta es la cazadora que te resulta tan fascinante... —Su voz era una mezcla de whisky suave, crema y miel: sensual y llena de veneno.

Elena se encogió de hombros.

—Yo diría más bien que me encuentra útil.

El arcángel femenino enarcó una ceja.

—¿Es que nadie te ha enseñado que no se debe interrumpir a los superiores? —El estupor teñía todas y cada una de sus palabras.

—Pues la verdad es que sí, me lo enseñaron. —Dejó que su tono dijera el resto.

La arcángel levantó una mano, y fue entonces cuando Rafael habló por primera vez.

—Michaela...

Michaela bajó la mano.

—Le das demasiada libertad a esta humana.

—Sea como sea, la cazadora del Gremio está bajo mi protección mientras dure la caza.

La sonrisa de Michaela era un veneno empalagoso.

—Es una lástima que Uram sea tan creativo; de lo contrario, me habría encantado enseñarte cuál es tu lugar.

—No es a mí a quien él corteja regalando corazones humanos.

Aquello borró la sonrisa del rostro de la arcángel. Se puso rígida y su piel empezó a brillar.

—Será un placer comerme tu corazón cuando me lo envíen.

—Ya basta. —Rafael se situó de pronto delante de Elena para protegerla de la furia de Michaela.

La cazadora no fue tan estúpida para rechazar el gesto. Se quedó detrás de él tan contenta, y utilizó aquel momento para recolocar sus armas a fin de poder sacarles el máximo provecho. Y aquello incluía la pequeña pistola que había encontrado bajo su almohada. Una pistola idéntica a la que le había dado Vivek. Sara era un ángel, pensó mientras trasladaba aquella pistola de la cartuchera del tobillo a uno de los bolsillos laterales de sus pantalones, donde podría dispararla sin tener que sacarla.

Cuando terminó se concentró en las alas de Rafael. De cerca, eran imposiblemente perfectas y brillantes. No pudo evitar deslizar el dedo por la parte que tenía más cerca. Por algunas cosas merecía la pena bailar con el peligro.

—No la necesitamos. —La voz de Michaela estaba cargada de poder.

—Sí, la necesitamos. —El tono de Rafael había cambiado. Se había convertido en fuego helado—. Cálmate, estás a punto de romper las normas de todo buen anfitrión.

Elena se preguntó qué reglas eran aquellas, pero justo en aquel instante se dio cuenta de que Rafael jamás le había hablado en aquel tono. Bueno, a veces usaba un tono bastante duro, pero no aquel. Quizá lo reservara para otros arcángeles. De ser así, que les aprovechara. Ella no sentía el menor deseo de enfrentarse a él cuando se encontraba de aquel humor.

—¿Me convertirías en tu enemiga por el bien de una humana? —La palabra «humana» podría haberse sustituido por la de «roedor».

—Uram es un arcángel atrapado en las garras de un anhelo asesino. —El tono de Rafael no había cambiado; Elena casi podía imaginarse las partículas de hielo en el aire—. No quiero contemplar cómo el mundo se hunde en otra Edad Oscura a causa de tu necesidad constante de ser el centro de atención.

—¿Nos estás comparando? —Una risotada desdeñosa—. Los reyes han peleado y muerto por mí. Ella no es nada, una mujer con ropas de hombre.

Elena empezaba a odiar de verdad a Michaela.

—En ese caso, ¿por qué desperdicias el poco tiempo que tenemos?

Hubo un breve silencio seguido por el inconfundible sonido provocado por unas alas al extenderse.

—Líbrate de tu cazadora mascota. Esperaré hasta entonces para encargarme de ella.

—Genial. —Elena se alejó de Rafael—. Pues ponte a la cola.

Michaela cruzó los brazos, ensalzando aún más sus pechos.

—Lo haré. Puede que resulte interesante ver quién consigue atraparte antes.

—Disculpa, pero entretenerte no es algo que ocupe el primer lugar en mi agenda. —Sí, quizá se mostrara muy valiente en aquellos momentos, cuando sabía que Rafael podría necesitarla. Pero después... bueno, tenía tantos problemas que no merecía la pena apaciguar a una arcángel cabreada.

Rafael le cubrió la cadera con la mano. Los ojos de Michaela registraron aquel contacto y el tono verde se llenó de chispas de furia. Vaya, vaya... así que la señora Ángel no era de las que esperaban sentadas... Según varios de los artículos que había leído la primera noche, Michaela y Uram habían estado liados durante años. Sin embargo, su amante aún no estaba en la tumba y ella ya le había buscado un sustituto.

—Elena... —dijo Rafael, aunque ella comprendió que le estaba pidiendo que se comportara—. Tenemos que discutir ciertos aspectos de la caza.

Tras decidir que sentía demasiada curiosidad por el descenso de Uram al vampirismo como para desperdiciar el tiempo fastidiando a Michaela, echó la cremallera a sus labios y esperó.

Alguien llamó a la puerta en aquel instante y, un segundo después, «Ambrosio» entró con un resplandeciente juego de té y café mientras sus lacayos empujaban un carrito lleno de comida hasta una hermosa mesa de madera que había junto a las ventanas.

—¿Necesita algo más, sire?

—No, Montgomery. Asegúrate de que nadie nos moleste, a menos que sea uno de los Siete.

Tras asentir con la cabeza, Montgomery se marchó y cerró la puerta. Elena se acercó a la mesa y se apoderó del único sitio admisible: a la cabecera, con la estantería a la espalda. Michaela se sentó al otro extremo y Rafael permaneció de pie. Elena se preguntó si la arcángel esperaba que la sirvieran. Resopló para sus adentros ante aquella idea, se sirvió el café y, como se sentía generosa (y, bueno, quizá porque quería fastidiar a Michaela), también se lo sirvió a Rafael. Luego soltó la jarra.

—Bueno —dijo—, cuéntame lo que necesito saber para dar caza a ese hijo de puta.

Michaela emitió un auténtico siseo.

—Hablarás de él con respeto. Es un anciano, tan antiguo que tu miserable mente humana no puede siquiera imaginar lo que ha hecho o lo que han visto sus ojos.

—¿Tú viste lo que encontramos en el almacén? —Dejó el café sobre la mesa, con náuseas de repente. Aquellas imágenes se habían grabado a fuego en su cerebro. Y, al igual que las de aquel vampiro que había sido torturado por un grupo racista, jamás se borrarían—. Tal vez sea un anciano, pero ha perdido todo vestigio de cordura. Sería mucho más apropiado decir que está seriamente jodido de la cabeza.

Michaela levantó una mano y arrojó las cosas que había sobre la mesa al suelo.

—No pienso ayudar a una humana a cazarlo como si fuera un perro rabioso.

—Estuviste de acuerdo. —La voz de Rafael era tan afilada como la hoja de un cuchillo—. ¿Te retractas ahora de tu voto?

Las lágrimas brillaron en los ojos verdes de la arcángel.

—Yo lo amaba.

Elena podría haberse tragado lo que había dicho Michaela si no hubiera visto antes aquel destello de furia. Aquella criatura no amaba a nadie que no fuera ella misma.

—¿Lo bastante para morir por él? —inquirió Rafael con crueldad—. Ahora te envía los corazones de sus víctimas. Una vez que satisfaga el primer impulso de su sed de sangre, será tu corazón el que desee.

Michaela se enjugó una lágrima y fingió serenarse. La mayoría de los hombres se habrían tragado hasta el fondo su actuación.

—Tienes razón —susurró—. Perdona mi naturaleza sensible. —Exhaló un hondo suspiro que colocó sus pechos a plena vista—. Tal vez deba regresar a Europa.

Gracias a la investigación que había hecho, Elena sabía que Michaela reinaba sobre la mayor parte de Europa central, aunque no estaba claro dónde terminaban sus dominios y empezaban los de Uram.

—No. —Aquella única palabra lo decía todo—. Es evidente que te siguió hasta aquí. Si te mueves, él también lo hará. Y es posible que no podamos localizar de nuevo su rastro hasta que sea demasiado tarde.

—Tiene razón —dijo Elena, que se preguntaba por qué Rafael no le había comentado antes a Michaela la obsesión de Uram. Supuso que por algo relacionado con los asesinatos... ¿Era posible que un cazador solo pudiera rastrear a un arcángel después de que este empezara a matar? Sin embargo, los arcángeles habían matado a mucha gente—. Ahora tenemos su esencia, y si Uram se dedica a girar en torno a ti, sabremos más o menos dónde buscarlo. Necesito conocer los límites de esa zona, los lugares donde pasas la mayor parte del tiempo.

—Yo te daré esa información —dijo Rafael—. Ahora quiero que escuches la historia de Michaela sobre el momento en que recibió su «regalo» y nos digas hasta qué punto ha involucionado Uram

Elena lo miró, aunque tuvo que entrecerrar los ojos para protegerse del brillo que irradiaba su espalda.

—¿Y cómo quieres que yo lo sepa?

—Tú has cazado a vampiros que habían involucionado.

—Cierto, pero Uram no es un vampiro. —Quería saber por qué y cómo era posible que un arcángel hubiera caído tan bajo. La furia que había sentido cuando le dijeron que debía seguir a ciegas resurgió de nuevo.

—Para el propósito de esta búsqueda —replicó Rafael con un tono frío como el acero—, lo es. Michaela...

La arcángel apoyó la espalda en su silla.

—Me desperté al percibir unos golpecitos en mi ventana. Supuse que sería algún pájaro atrapado y me levanté para liberarlo.

La imagen resultaba incongruente, dada la belleza egoísta de Michaela, pero sus palabras estaban cargadas de sinceridad. Quizá para que ella considerase «humano» a alguien, aquel alguien debía tener alas.

—Sin embargo —continuó la arcángel—, cuando me acerqué a la ventana no vi ningún pájaro. Estaba a punto de darme la vuelta cuando me fijé en el césped y vi que había un bulto en la parte central. Pensé que era un animal que se había arrastrado hasta allí para morir. —Ningún estremecimiento de repugnancia; más bien, una sensación de tristeza. Y, una vez más, parecía sincera.

Era obvio que para Michaela los animales eran mucho más importantes que los humanos. Y después de ver algunas de las cosas que los humanos eran capaces de llevar a cabo, a Elena no le extrañaba.

Michaela respiró hondo.

—Abrí las puertas de la terraza y le pedí a uno de los guardias de abajo que lo examinara. Como ya sabéis, el bulto resultó ser un saco de arpillera lleno con siete corazones humanos. —Una pausa—. Mis guardias me dijeron que aún estaban calientes.

26

E
sta vez, a Elena no se le revolvió el estómago. Se lo esperaba.

—Ese tipo de cosas (lo de llevarse trofeos, provocar a la gente o, en tu caso, entregar regalos) son típicas de un comportamiento similar al que se observa en los vampiros que se dejan llevar por la sed de sangre por primera vez. A esas alturas, son más animales que humanos.

—Eso lo sabemos, cazadora. —Michaela hizo que la última palabra sonara como un insulto, y borró de un plumazo cualquier sentimiento positivo que Elena hubiera podido albergar con respecto a la actitud de la arcángel hacia los humanos.

—En ese caso, no puedo daros nada más. —Estaba fuera de su ámbito, y no tenía sentido fingir otra cosa. Ningún cazador había rastreado jamás a un arcángel—. Aunque te diré una cosa: Uram es mucho más audaz que cualquier vampiro. Estaba allí, dando golpecitos en tu ventana. —Vio que Michaela se estremecía, y no pudo culparla por sentirse asustada—. Si sigue a este ritmo, dejará atrás la etapa animal y empezará con el razonamiento elevado en menos de una semana.

—¿Tan pronto? —inquirió Rafael.

Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—La mayoría de los asesinatos de los vampiros involucionados son muy descuidados al principio, igual que estos. Pero Uram ha mantenido los suyos en secreto. Sabía que lo atraparían si no ocultaba la matanza.

Rafael asintió.

—Y los vampiros atrapados por la sed de sangre no piensan con tanta claridad. —La sed de sangre era un estado entre la lujuria y la estupefacción que dejaba a los vampiros ajenos a todo lo que los rodeaba. Elena se había tropezado una vez con uno en aquel estado: el tipo no se había movido, ni siquiera cuando le puso el collarín; tenía una sonrisa beatífica y las manos enterradas aún en el pecho de su víctima—. Tengo el presentimiento —añadió mientras descartaba ese recuerdo—, de que Uram nunca llegará a ser esclavo de la sangre. De lo contrario, los corazones no habrían estado calientes.

—Eso es... inesperado —dijo Rafael—. La esclavitud de la sangre lo habría retrasado.

—Pero ni siquiera el peor de los vampiros asesinos mata todas las noches —añadió Elena—. Tiene que haber un momento de calma. Ha saciado su sed, está rebosante de poder, de...

—Olvidas una cosa: que no es un auténtico vampiro. —La silueta de Rafael quedó a la vista cuando cambió un poco de posición—. No se detendrá. Parece que por ahora caza de noche y a primera hora de la mañana, así que contamos con las horas del día para organizarnos. Si involuciona tan rápido como supones, empezará a cazar también durante las horas de luz.

Elena abrió los ojos de par en par.

—Estás diciendo que está en un estado de sed de sangre permanente.

—Sí.

—Joder... —Aquello convertía a Uram en un monstruo inconcebible.

Se oyó el chirrido de una silla; el ruido quedó algo amortiguado por la alfombra, pero aun así fue brusco.

Elena alzó la vista y descubrió que Michaela se había puesto en pie.

—No puedo quedarme aquí sentada oyéndote hablar de Uram de esa manera. Tú no comprendes lo que es perder a alguien a quien conoces desde hace quinientos años. —Miró a los ojos a Elena, y en aquel instante, la cazadora la creyó.

—No —dijo—. Lo siento.

Michaela rechazó su compasión.

—No necesito que una mortal se apiade de mí. Rafael, quiero hablar contigo.

—Te acompañaré afuera.

Cuando salieron de la estancia, sus alas se rozaron de manera casual, y Elena sintió un ramalazo de celos tan fuerte que sacó la pistola sin darse cuenta. El contacto frío del metal contra la piel cálida de su palma le hizo recobrar la compostura. Apretó los dientes, se dio la vuelta y atacó los sándwiches con fruición.

Para cuando regresó Rafael, ya no tenía hambre, y gracias a aquello no le clavó un tenedor en el ojo cuando vio el brillo del polvo de ángel cobre sobre su ala.

—¿Eso es el equivalente de un gato que marca su territorio?

Rafael siguió su mirada y extendió el ala afectada.

—Michaela no está acostumbrada a que le lleven la contraria. —Cogió una de las elegantes servilletas y se acercó a ella—. Límpialo.

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