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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

El arte de la felicidad (3 page)

BOOK: El arte de la felicidad
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Aproximadamente por la misma época en que mi amiga obtenía sus inesperados beneficios, otro amigo mío de la misma edad descubrió que era seropositivo. Hablamos acerca de cómo afrontaba su nueva situación.

—Naturalmente, al principio estaba desolado —me dijo—. Y tardé casi un año en aceptar el hecho de que tenía el virus del sida. Pero las cosas han cambiado este último año. Tengo la impresión de que cada día recibo mucho más que antes y me siento mas feliz que nunca. Parece como si hubiera aprendido a apreciar las cosas cotidianas y me siento agradecido por el hecho de que, hasta el momento, no haya desarrollado ningún síntoma grave y pueda disfrutar realmente de las cosas que tengo. Y aunque, desde luego, preferiría no ser seropositivo, tengo que admitir que eso ha transformado mi vida en algunos aspectos…, y favorablemente.

—¿De qué forma? —le pregunté.

—Bueno, siempre he mostrado tendencia a ser un consumado materialista. Durante el pasado año, sin embargo, el hecho de haberme reconciliado con mi destino me dio acceso a un mundo completamente nuevo. Por primera vez en mi vida he empezado a explorar la espiritualidad, a leer muchos libros sobre el tema y hablar con la gente, a descubrir muchas cosas que antes ni siquiera imaginaba que existieran. Eso hace que me sienta muy animado simplemente al levantarme por la mañana, ansiando ver qué traerá el nuevo día.

Estas dos personas ilustran una cuestión esencial: que la felicidad está determinada más por el estado mental que por los acontecimientos externos. El éxito puede dar como resultado una sensación temporal de regocijo, o la tragedia puede arrojamos a un período de depresión, pero nuestro estado de ánimo tiende a recuperar tarde o temprano un cierto tono normal. Los psicólogos llaman «adaptación» a este proceso, y todos podemos observar cómo actúa en nuestra vida cotidiana: un aumento de sueldo, un coche nuevo o el reconocimiento por parte de nuestros semejantes pueden levantar nuestro ánimo durante un tiempo, pero no tardamos en regresar a nuestro nivel habitual. Del mismo modo, la discusión con un amigo, el tener que dejar el coche en el taller o algún contratiempo nos deja abatidos, pero nos volvemos a animar en cuestión de días.

Esta tendencia no se limita a ser una respuesta a hechos triviales, sino que se muestra en condiciones más extremas de triunfo o de desastre. Las investigaciones realizadas con los ganadores de la lotería estatal de Illinois o la lotería británica descubrieron que el entusiasmo inicial terminaba por desaparecer y los individuos regresaban a su estado de animo habitual. Otros estudios han demostrado que incluso quienes se han visto afectados por acontecimientos catastróficos, como el cáncer, la ceguera o la parálisis, suelen recuperar o aproximarse mucho a su nivel anímico normal después de un período de adaptación.

Así pues, si siempre regresamos a nuestro nivel habitual, con independencia de las condiciones externas que nos afectan, ¿qué es lo que determina ese nivel habitual? Y, lo que es más importante, ¿se puede modificar este y establecer un nivel superior? Recientemente, algunos Investigadores han argumentado que el nivel de bienestar de cada individuo está determinado genéticamente, al menos hasta cierto punto: estudios como el que ha descubierto que los gemelos univitelinos o idénticos (que comparten la misma dotación genética) tienden a mostrar niveles anímicos muy similares, al margen de que fueran educados juntos o separados, han inducido a los investigadores a postular la existencia de una tendencia determinada biológicamente, presente ya en el cerebro en el momento de nacer.

Pero aunque la dotación genética tuviera un papel en la felicidad cuya importancia aún no se ha establecido, la mayoría de los psicólogos están de acuerdo en que, al margen de ella, podemos trabajar con el «factor mental» e intensificar las sensaciones que tenemos de felicidad. Ello se debe a que nuestra felicidad cotidiana está determinada en buena medida por nuestra perspectiva. De hecho, que nos sintamos felices o desdichados en un momento determinado frecuentemente tiene que ver sobre todo con la forma de percibir nuestra situación, con lo satisfechos que nos sintamos con lo que tenemos actualmente.

LA MENTE QUE COMPARA

¿Qué define nuestra percepción y nivel de satisfacción? Esas sensaciones están fuertemente influidas por nuestra tendencia a comparar. Al comparar nuestra situación actual con nuestro pasado y descubrir que estamos mejor, nos sentimos felices. Eso sucede cuando nuestros ingresos saltan, por ejemplo, de 20.000 a 30.000 dólares anuales; pero no es la cantidad absoluta lo que nos hace felices, como descubrimos en cuanto nos acostumbramos a los nuevos ingresos y ciframos nuestra felicidad en la consecución de 40.000 dólares anuales. Miramos también a nuestro alrededor y nos comparamos con los demás. Por mucho que ganemos, tendemos a sentimos insatisfechos si el vecino está ganando más. Los atletas profesionales se quejan de ganar sólo uno, dos o tres millones de dólares cuando se citan los ingresos superiores de un compañero de equipo. Esta tendencia parece apoyar la definición de H. L. Mencken de un hombre rico: alguien que gana cien dólares más que el marido de su cuñada.

Vemos, pues, que nuestros sentimientos de satisfacción dependen a menudo de tales comparaciones. Naturalmente, también las establecemos respecto a otras cosas. La comparación constante con quienes son más listos, más atractivos y obtienen más triunfos que nosotros tiende a alimentar la envidia, la frustración y la infelicidad. Pero también podemos utilizar esta actitud de una forma positiva; es posible intensificar nuestra sensación de satisfacción vital parangonándonos con aquellos que son menos afortunados y apreciando lo que poseemos. Los investigadores han llevado a cabo una serie de experimentos que demuestran que el nivel de satisfacción vital se eleva al cambiar simplemente la perspectiva y considerar situaciones peores. Durante un estudio se mostró a mujeres de la Universidad de Wisconsin, en Milwaukee, imágenes de las condiciones de vida extremadamente duras reinantes en dicha ciudad a principios de siglo, o se les pidió que imaginaran y escribieran sobre hipotéticas tragedias personales, como resultar quemadas o desfiguradas. Después de esto, se pidió a las mujeres que calificaran la calidad de sus vidas. El ejercicio tuvo como resultado un incremento de satisfacción en su juicio. En otro experimento, llevado a cabo en la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo, se pidió a los sujetos que completaran la frase «Me siento contento de no ser un…». Tras haber repetido cinco veces este ejercicio, los sujetos experimentaron un claro aumento de su sensación de satisfacción vital. Los investigadores pidieron a otro grupo que completara la frase «Desearía ser…». Esta vez, el experimento dejó a los sujetos más insatisfechos con sus vidas.

Estos experimentos, que muestran que podemos aumentar o disminuir nuestra sensación de satisfacción cambiando nuestra perspectiva, indican con claridad el papel de la actitud mental.

El Dalai Lama explica:

—Aunque es posible alcanzar la felicidad, ésta no es algo simple. Existen muchos niveles. En el budismo, por ejemplo, se hace referencia a los cuatro factores de la realización o felicidad: riqueza, satisfacción mundana, espiritualidad e iluminación. Juntos, abarcan la totalidad de las expectativas de felicidad de un individuo.

»Dejemos de lado por un momento las más altas aspiraciones religiosas o espirituales, como la perfección y la iluminación, y abordemos la alegría y la felicidad tal como las entendemos desde una perspectiva mundana. Dentro de este contexto, hay ciertos elementos clave que contribuyen a la alegría y la felicidad. La buena salud, por ejemplo, se considera un elemento necesario de una vida feliz. Otra fuente de felicidad son nuestras posesiones materiales o el grado de riqueza que acumulamos. Y también tener amistades o compañeros. Todos reconocemos que, para disfrutar de una vida plena, necesitamos de un círculo de amigos con los que podamos relacionamos emocionalmente y en los que podamos confiar.

»Todos estos factores son, de hecho, fuentes de felicidad. Pero para que un individuo pueda utilizarlos plenamente con el propósito de disfrutar de una vida feliz y realizada, la clave se encuentra en el estado de ánimo. Es lo esencial.

»Si utilizamos de forma positiva nuestras circunstancias favorables, como la riqueza o la buena salud, éstas pueden transformarse en factores que contribuyan a alcanzar una vida mas feliz. Y, naturalmente, disfrutamos de nuestras posesiones materiales, éxito, etcétera. Pero sin la actitud mental correcta, sin atención a ese factor, esas cosas tienen muy poco impacto sobre nuestros sentimientos a largo plazo. Si, por ejemplo, se abrigan sentimientos de odio o de intensa cólera se quebranta la salud, destruyendo así una de las circunstancias favorables. Cuando uno se siente infeliz o frustrado, el bienestar físico no sirve de mucha ayuda. Por otro lado, si se logra mantener un estado mental sereno y pacífico, se puede ser una persona feliz aunque se tenga una salud deficiente. Aun teniendo posesiones maravillosas, en un momento intenso de cólera o de odio nos gustaría tirado todo por la borda, romperlo todo. En ese momento, las posesiones no significan nada. En la actualidad hay sociedades materialmente muy desarrolladas en las que mucha gente no se siente feliz. Por debajo de la brillante superficie de opulencia hay una especie de inquietud que conduce a la frustración, a peleas innecesarias, a la dependencia de las drogas o del alcohol y, en el peor de los casos, al suicidio. No existe, pues, garantía alguna de que la riqueza pueda proporcionar, por sí sola, la alegría o la satisfacción que se buscan. Lo mismo cabe decir de los amigos. Desde el punto de vista de la cólera o el odio, hasta el amigo más íntimo parece glacial y distante.

»Todo esto muestra la tremenda influencia que tiene el estado mental sobre nuestra experiencia cotidiana. Por tanto, debemos tomamos ese factor muy seriamente.

»Así pues, dejando aparte la perspectiva de la práctica espiritual, incluso en los términos mundanos del disfrute de la existencia, cuanto mayor sea el nivel de calma de nuestra mente, tanto mayor será nuestra capacidad para disfrutar de una vida feliz.

El Dalai Lama hizo una pausa para dejar que esa idea se asentara en mi mente, antes de añadir:

—Debería señalar que cuando hablamos de un estado mental sereno, de paz mental: no debiéramos confundido con un estado mental insensible y apático. Tener un estado mental sereno o pacífico no significa permanecer distanciado o vacío. La paz mental o el estado de serenidad de la mente tiene sus raíces en el afecto y la compasión supone un elevado nivel de sensibilidad y sentimiento.

Luego, a modo de síntesis, concluyó:

—Cuando se carece de la disciplina interna que produce la serenidad mental no importan las posesiones o condiciones externas, ya que estas nunca proporcionarán a la persona la sensación de alegría y felicidad que busca. Por otro lado, si se posee esta cualidad interna la serenidad mental y estabilidad interior, es posible tener una vida gozosa, aunque falten las posesiones materiales que uno consideraría normalmente necesarias para alcanzar la felicidad.

SATISFACCIÓN INTERIOR

Una tarde, al cruzar el aparcamiento del hotel para reunirme con el Dalai Lama, me detuve para admirar un Toyota Land Cruiser totalmente nuevo, el tipo de coche que deseaba tener desde hacía mucho tiempo. Al empezar la sesión poco más tarde, sin dejar de pensar en el coche, le pregunté al Dalai Lama:

—A veces parece como si toda nuestra cultura, la cultura occidental, se basara en la compra; nos hallamos rodeados, bombardeados por anuncios referidos a los objetos que deberíamos comprar, el último modelo de coche, etcétera. Resulta difícil no dejarse influir por eso. Hay muchas cosas que deseamos. Eso no parece detenerse nunca. ¿Puede hablarme un poco sobre el deseo?

—Creo que hay dos clases de deseo —contestó el Dalai Lama—. Ciertos deseos son positivos. El deseo de felicidad, por ejemplo, es algo absolutamente correcto. El deseo de paz, de vivir en un mundo más armonioso, más acogedor. Ciertos deseos son muy útiles.

»Pero se llega a un punto en que los deseos pueden ser insensatos. Eso suele producir problemas. Ahora, por ejemplo, voy a veces al supermercado. Realmente, me encanta ir al supermercado, porque hay muchas cosas hermosas. Así que cuando miro todos esos artículos se despierta en mí el deseo y me digo: "Quiero esto, quiero aquello". Y es entonces cuando surge un segundo impulso y me pregunto: "Pero ¿lo necesito realmente?". Habitualmente, la respuesta es negativa. Si uno se deja llevar por el primer deseo, por ese impulso inicial, los bolsillos no tardan en quedar vacíos. No obstante, el otro nivel de deseo, basado en las necesidades esenciales de alimento, vestido y cobijo, es razonable.

»A veces, que un deseo sea excesivo, negativo, depende de las circunstancias o de la sociedad en la que se vive. Por ejemplo, si vives en una sociedad próspera, donde necesitas un coche para desenvolverte en tu vida cotidiana, es evidente que no hay nada erróneo en desearlo. Pero si vivieras en un pueblo pobre de la India, donde te las puedes arreglar bastante bien sin coche, desearlo podría ocasionarte problemas, aunque tuvieras dinero para comprarlo. Puede crear un sentimiento de incomodidad entre tus vecinos, etcétera. Si vives en una sociedad más próspera y tienes un coche pero sigues deseando otros más caros, llegarás a tener la misma clase de problemas.

—Pero —argumenté— no comprendo por qué desear o comprar un coche más caro puede producirle problemas al individuo, siempre y cuando se lo pueda permitir. Tener un coche más caro que los vecinos puede ser un problema para ellos si se sienten celosos, pero al poseedor le proporcionará una sensación de satisfacción y gozo.

El Dalai Lama negó con un gesto de la cabeza y replicó con firmeza:

—No. La satisfacción, por sí sola, no puede determinar si un deseo o acción es positivo o negativo. Un asesino puede experimentar una sensación de satisfacción en el momento de cometer el asesinato, pero eso no justifica su acto. Todas las acciones no virtuosas, como mentir, robar, cometer adulterio, etcétera, son realizadas por personas que en ese momento pueden experimentar satisfacción. La frontera entre lo negativo y lo positivo de un deseo o acción no viene determinada por la satisfacción inmediata, sino por los resultados finales, por las consecuencias positivas o negativas. En el caso de desear posesiones más caras, por ejemplo, si eso se basa en una actitud mental que sólo desea más y más, llegarás finalmente al límite de lo que puedes tener, te encontrarás con la realidad. Y una vez que llegues a ese límite te hundirás en la depresión. Ese es uno de los peligros inherentes a semejantes deseos.

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