El ascenso de Endymion (22 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El ascenso de Endymion
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Técnicamente, las naves más lentas que De Soya había utilizado previamente tenían una poderosa ventaja táctica sobre los arcángeles de motor instantáneo. Los tripulantes de una nave Hawking tardaban sólo horas, a veces minutos, en despertar de la fuga criogénica, así que estaban preparados para luchar poco después de emerger de C-plus. Con los arcángeles, a pesar de la dispensa papal para los acelerados y arriesgados ciclos de resurrección de dos días, los elementos humanos de las naves tardaban cincuenta horas estándar o más en estar preparados para la batalla. Teóricamente esto daba una gran ventaja a los defensores. Teóricamente, Pax podría haber enviado naves Gedeón no tripuladas, pilotadas por IAs, para que invadieran el espacio enemigo, causaran estragos y se marcharan antes que los defensores se enterasen de lo que ocurría.

Pero esa teoría no se aplicaba aquí. La Iglesia nunca permitiría inteligencias autónomas capaces de esa lógica probabilística avanzada. Más aún, la flota de Pax había diseñado las estrategias de ataque para que cumplieran los requerimientos de la resurrección, de modo que los defensores no obtuvieran ninguna ventaja. En otras palabras, no se libraría ninguna batalla por acuerdo mutuo. Los siete arcángeles estaban diseñados para caer sobre el enemigo como el puño acerado de Dios, y eso era precisamente lo que estaban haciendo.

En las tres primeras incursiones del grupo GEDEÓN en el espacio éxter, el Gabriel, la nave de la madre capitana Stone, se trasladó primero y desaceleró dentro del sistema, lanzando sondas electromagnéticas y de neutrinos y otros sensores de largo alcance. Las IAs restringidas del Gabriel eran suficientes para catalogar la posición e identidad de todas las posiciones defensivas y los centros de población del sistema, mientras controlaban simultáneamente el lento movimiento de todos los vehículos mercantes y militares éxters.

Treinta minutos después, el
Uriel
, el
Rafael
, el
Remiel
, el
Sariel
, el
Miguel
y el
Raquel
entraban en el sistema. Bajando a tres cuartos de la velocidad de la luz, los atacantes se movían como balas en comparación con las velocidades de tortuga de las naves-antorcha éxters en aceleración. Recibiendo datos que el
Gabriel
enviaba por haz angosto, la flota abría fuego con armas que no respetaban las limitaciones de la velocidad de la luz. Los misiles Hawking hipercinéticos mejorados aparecían de golpe entre las naves enemigas y sobre los centros de población, algunos usando la velocidad y puntería precisa para destruir los blancos, otros detonando en promiscuos estallidos de plasma o termonucleares. En el mismo instante, sondas Hawking recobrables saltaban a blancos posibles y se trasladaban al espacio real, irradiando haces láser convencionales y haces de partículas como letales erizos de mar, destruyendo todo en un radio de cien mil kilómetros.

Más aún, los rayos de muerte salían de los arcángeles como guadañas invisibles, propagándose a lo largo de la estela Hawking de las sondas y misiles y trasladándose al espacio real como la terrible espada de Dios. En un instante freían billones de sinapsis. Decenas de miles de éxters murieron sin saber que los atacaban.

Y luego el grupo GEDEÓN regresaba al sistema sobre estelas flamígeras de mil kilómetros, disponiéndose a completar la faena.

Habían sondeado los siete sistemas estelares enemigos con naves automáticas instantáneas, confirmando la presencia de éxters y asignando blancos preliminares. Esos siete sistemas tenían nombre —una designación alfanumérica del Nuevo Catálogo General Revisado—, pero el equipo de mando del
Uriel
les puso nombres en código que respondían a los siete archidemonios mencionados en el Antiguo Testamento.

El padre capitán De Soya juzgaba excesiva esta numerología cabalística: siete arcángeles, siete sistemas estelares, siete archidemonios, siete pecados capitales. Pero pronto adoptó la costumbre de hablar de los blancos con esta nomenclatura.

Los sistemas eran Belfegor (pereza), Leviatán (envidia), Belcebú (gula), Satanás (ira), Asmodeo (lascivia), Mamón (avaricia) y Lucifer (soberbia).

Belfegor era un sistema con una enana roja que a De Soya le recordaba el sistema de Estrella de Barnard, pero, en vez del encantador y terraformado Mundo de Barnard flotando cerca del sol, Belfegor solo tenía un gigante gaseoso semejante al hijo olvidado de Estrella de Barnard, Remolino. Alrededor de este gigante gaseoso sin nombre había blancos militares genuinos: estaciones de reaprovisionamiento para las naves-antorcha éxters que atacaban la Gran Muralla, gigantescas naves-cuchara que llevaban los gases desde el mundo a la órbita, embarcaderos y astilleros orbitales. El
Rafael
los atacó sin vacilación, transformándolos en lava orbital.

GEDEÓN encontró la mayoría de los auténticos centros de población éxter en los puntos troyanos, más allá del gigante gaseoso, veintenas de bosques orbitales llenos de miles de «ángeles» adaptados al espacio, la mayoría aleteando presa del pánico ante la aproximación de los atacantes. Los siete arcángeles sembraron estragos en esas delicadas ecoestructuras, destruyendo los bosques, los asteroides pastores y los cometas de irrigación, incinerando a los ángeles fugitivos como mariposas, y todo sin reducir significativamente la velocidad entre los puntos de traslación de entrada y salida.

El segundo sistema, Leviatán, a pesar de su nombre imponente, era una enana blanca tipo Sirio B con sólo una docena de asteroides éxters apiñados cerca de su pálido fuego. Aquí no había esos obvios blancos militares que De Soya había atacado tan fieramente en el sistema Belfegor: eran asteroides indefensos, tal vez embarcaderos y ámbitos presurizados huecos para éxters que no se habían adaptado al vacío y la radiación dura. El grupo GEDEÓN los barrió con rayos de muerte y siguió viaje.

El tercer sistema, Belcebú, era una enana roja tipo Alpha Centauri C, sin mundos ni colonias, con una sola base militar éxter pendiendo en la oscuridad a treinta UA de distancia, y cincuenta y siete naves de guerra sorprendidas atrapadas en pleno reabastecimiento o reparación. Treinta y nueve de estas naves, que por tamaño y armamento abarcaban desde diminutos exploradores hasta un portanaves clase Orion, estaban en condiciones de combatir y se lanzaron contra GEDEÓN. La batalla duró dos minutos y dieciocho segundos. Las cincuenta y siete naves éxters y la base fueron reducidos a moléculas de gas o sarcófagos sin vida. Ningún arcángel resultó averiado durante el enfrentamiento. El grupo de ataque siguió adelante.

El cuarto sistema, Satanás, no albergaba naves, sólo colonias desperdigadas hasta la nube de Oort. GEDEÓN pasó once días en este sistema, incinerando a los ángeles de Lucifer.

El quinto sistema, Asmodeo, centrado en una enana anaranjada tipo K semejante a Epsilon Eridiani, envió oleadas de naves-antorcha en defensa de su poblado cinturón de asteroides. Las naves fueron barridas con una economía nacida de la práctica. El
Gabriel
informó sobre la existencia de ochenta y dos rocas habitadas en el cinturón, con una población estimada en un millón y medio de éxters adaptados y no adaptados. Ochenta y un asteroides fueron destruidos desde lejos. Luego la almirante Aldikacti ordenó capturar prisioneros. El grupo GEDEÓN desaceleró en una larga elipse de cuatro días que lo llevó al cinturón y su única roca habitada restante, un asteroide con forma de patata de menos de cuatro kilómetros de largo y un kilómetro de extensión en su parte más ancha. El radar Doppler mostró que giraba en una órbita aleatoria sólo comprendida por los dioses del caos, pero que rotaba sobre su eje como un espetón, en un décimo de gravedad. El radar profundo reveló que estaba hueco. Las sondas indicaron que estaba habitado por unos diez mil éxters. El análisis sugería que era un asteroide de nacimiento.

Seis saltadores desarmados se lanzaron contra la fuerza de ataque. El
Uriel
los convirtió en plasma a una distancia de ochenta y seis mil kilómetros. Mil ángeles éxters, algunos armados con armas energéticas de bajo rendimiento o rifles sin retroceso, abrieron sus alas y volaron en el viento solar hacia las naves de Pax en largas elipses. Eran tan lentos que habrían tardado días en recorrer esa distancia. El
Gabriel
se encargó de incinerarlos con mil parpadeos de luz coherente.

Los arcángeles se comunicaban por haz angosto. El
Rafael
y el
Gabriel
reconocieron las órdenes y se aproximaron a mil kilómetros del silencioso asteroide. Abrieron sus compuertas y doce figuras diminutas —comandos de la Guardia Suiza, infantes y tropas de asalto, seis de cada nave— recibieron la luz de la enana anaranjada mientras se impulsaban hacia la roca. No hubo resistencia. Los atacantes encontraron dos cámaras de presión con escudo. Con toda precisión, volaron las puertas externas y entraron en equipos de tres.

—Bendígame, padre, porque he pecado. Han pasado dos meses estándar desde mi última confesión.

—Adelante.

—Padre, la acción de hoy... me molesta, padre.

—¿Sí?

—Algo no está bien.

El padre capitán De Soya guardó silencio. Había observado el ataque del sargento Gregorius por los canales tácticos virtuales. Había escuchado los informes después de la misión. Ahora sabía que los escucharía de nuevo en la oscuridad del confesionario.

—Adelante, sargento —murmuró.

—Sí, señor —dijo el sargento del otro lado del tabique—. Quiero decir, sí, padre.

De Soya oyó que Gregorius recobraba el aliento.

—Llegamos a la roca sin oposición. Yo y los cinco jóvenes. Estábamos en contacto con el escuadrón del sargento Kluge, del
Gabriel
, por haz angosto. Y, desde luego, con los capitanes de fragata Barnes-Avne y Uchikawa.

De Soya guardó silencio. El confesionario era desarmable, destinado a permanecer guardado cuando el
Rafael
estaba en aceleración o en combate, lo cual era casi siempre, pero ahora olía a madera, sudor, terciopelo y pecado, como cualquier confesionario. El padre capitán había encontrado esta media hora durante la última etapa de su ascenso hacia el punto de traslación para el sexto sistema éxter, Mamón, y ofreció a la tripulación tiempo para confesarse, pero sólo el sargento Gregorius había asistido.

—Así que descendimos, señor... padre. Ordené a los jóvenes de mi escuadrón que tomaran la cámara de presión del polo sur, igual que en las simulaciones. Volamos las puertas sin ninguna dificultad, padre, y luego activamos nuestros campos para combatir en los túneles.

De Soya asintió. Los trajes de combate de la Guardia Suiza siempre habían sido los mejores del universo humano —capaces de sobrevivir, desplazarse y combatir en el aire, el agua, el vacío, la radiación dura, o bajo fuego de proyectiles, rayos energéticos y altos explosivos de hasta un quilotón—, pero los nuevos trajes llevaban sus propios campos de contención clase cuatro, que podían operar sobre los campos más potentes de las naves.

—Los éxters nos atacaron allí, padre, luchando en el oscuro laberinto de los túneles de acceso. Algunos eran criaturas adaptadas al espacio, ángeles sin las alas extendidas. Pero la mayoría sólo era gente con dermotrajes comunes. Nos atacaron con haces energéticos, rifles y rayos, pero usaban gafas nocturnas elementales para amplificar el opaco fulgor de las rocas, y nosotros los vimos primero con nuestros filtros. Los vimos primero y disparamos primero. —El sargento Gregorius jadeó—. Sólo tardamos minutos en llegar a las cámaras internas, padre. Todos los éxters que intentaron detenernos en los túneles terminaron flotando allí...

El padre capitán De Soya esperó.

—Adentro, padre, bien... —Gregorius se aclaró la garganta—. Ambos escuadrones volaron las puertas interiores en el mismo instante, el polo norte y sur simultáneamente. Los globos repetidores que dejamos en los túneles retransmitían bien las emisiones de haz angosto, así que nunca perdimos contacto con la gente de Kluge ni con las naves, como usted sabe, padre. Había salvaguardas de seguridad en las puertas internas, tal como esperábamos, pero también las volamos, y las membranas de emergencia un segundo después. El interior de la roca era totalmente hueco, padre... Sabíamos eso, desde luego... pero yo nunca había estado dentro de un asteroide de nacimiento, padre. Muchas rocas militares, sí, pero nunca una de nacimiento...

De Soya esperó.

—Tenía un kilómetro de diámetro, con muchas de esas delgadas torres de bambú de baja gravedad en el espacio central, padre. La corteza interior no era esférica ni lisa, sino que seguía la forma del exterior de la roca...

—Una patata —dijo el padre capitán De Soya.

—Sí, señor. Y llena de agujeros y cráteres por dentro, padre. Cuevas y grutas por todas partes... guaridas para las éxters encintas, supongo.

De Soya asintió en la oscuridad y miró el cronómetro, preguntándose si el sargento, habitualmente tan conciso, llegaría a describir sus pecados antes de que tuvieran que guardar el confesionario para la traslación C-plus.

—Debe haber sido puro caos para los éxters, padre... ese aullido huracanado de la despresurización, la atmósfera saliendo por las cámaras destruidas como agua por el desagüe de la bañera, el aire lleno de polvo y desechos y éxters volando como hojas en la tormenta... Teníamos encendidos nuestros receptores externos, padre, y el ruido fue increíble hasta que el aire perdió densidad y no pudo transmitirlo: viento rugiente, éxters gritando, sus armas y las nuestras crepitando como relámpagos, granadas de plasma estallando y el sonido rebotando en esa gran caverna de roca, los ecos prolongándose durante minutos... Era ensordecedor, padre.

—Sí —dijo De Soya en la oscuridad.

El sargento Gregorius jadeó de nuevo.

—Bien, padre, teníamos orden de llevar dos muestras de todo... varones adultos, adaptados al espacio, no adaptados; mujeres adultas, encintas y no encintas, un par de niños éxters, prepúberes, bebés... ambos sexos. Así que el equipo de Kluge y el mío se encargaron de aturdirlos y embolsarlos. Había apenas gravedad suficiente en la superficie interior de la roca, un décimo de g, para mantener las bolsas en su sitio.

Hubo un silencio. De Soya estaba a punto de hablar, de terminar con la confesión, cuando el sargento susurró en la oscuridad.

—Lo lamento, padre, sé que usted sabe todo esto. Es que... bien, ésta fue la parte difícil, padre. A estas alturas la mayoría de los éxters no modificados, no adaptados al espacio, estaban muertos o moribundos. Por descompresión, fuego energético o granadas. No usamos las varas de muerte que nos entregaron. Ni Kluge ni yo les dijimos nada a los muchachos... pero nadie usó esas cosas.

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