Read El Asombroso Viaje De Pomponio Flato Online

Authors: Eduardo Mendoza

Tags: #Ficción Historica

El Asombroso Viaje De Pomponio Flato (10 page)

BOOK: El Asombroso Viaje De Pomponio Flato
7.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ni yo lo haría, oh ilustre y apenada mujer, en dignidad semejante a una diosa, de no habérmelo impuesto una causa de orden superior. Por la escolta que traigo habrás deducido el carácter oficial de mi embajada. Un carácter que mitigan y transforman la compasión y la estima que siento hacia ti y hacia todos los allegados de tu difunto esposo, cuyo espíritu descansa en compañía de sus antepasados y otros hombres ilustres en el averno o dondequiera que vayan los judíos muertos.

Dijo la viuda:

—¿Y es acaso posible conocer la causa de la intrusión sin tantos prolegómenos?

—Ciertamente —repuse—. Y la expondré de modo sucinto y claro, como es mi estilo, si bien a veces la presencia de oídos ajenos me impone tediosos circunloquios.

Capta ella mi intención, despacha con un ademán a la hermosa Berenice, de pálida frente, y a la doncella, de recios brazos, y me conduce a un extremo del peristilo, donde se sienta en un bello sillón a cuyas plantas hay un escaño. Yo, tomando una silla, me pongo a su lado y digo:

—Te supongo enterada, oh mujer sagaz entre todas las mujeres, de los sucesos violentos de la noche pasada.

—Algo he oído comentar a mis siervos al respecto —responde—, pero mi mente está ocupada en otras cosas.

—Como es natural. Y yo no traería a colación este asunto trivial si no afectara al buen nombre de tu hijo Mateo, por su intrepidez en todo semejante al glorioso y magnánimo Diomedes. Pues has de saber que Apio Pulcro, tribuno romano y víctima de los lamentables sucesos de anoche, me ha encomendado la tarea de establecer, si la hubiere, alguna conexión entre estos actos subversivos y la muerte del piadoso Epulón, varón intachable. Este vínculo, naturalmente, no habría de ser por fuerza Mateo, el bravo en combate, pero no estaría de más eliminar toda sospecha acerca de sus actividades. Esto contribuiría enormemente a descubrir y castigar a los verdaderos inductores de la fechoría. Sin duda Mateo pasó la noche en casa.

Contestó la viuda:

—Lo ignoro. Mateo es un hombre adulto y puede entrar y salir a su antojo, sin dar explicaciones a su madre ni a ninguna otra persona. Pero a tus insinuaciones responderé diciendo que mi hijo Mateo no ha hecho nada reprobable. Mateo es incapaz de infringir la ley. Ni la de Moisés ni la de Roma. Ninguna ley es infringida por un miembro de esta casa. Pero si lo hubiera hecho, sería el Sanedrín el que debería juzgar sus actos, no las autoridades romanas.

—A menos —aduje— que hubiera atentado gravemente contra dicha autoridad en la persona de sus representantes, en cuyo caso… Pero dejemos eso. Como tú misma has dicho, es imposible que Mateo haya llegado a tanto, pese a ser impetuoso, con la intrepidez propia de un héroe… Y sin duda ya lo era cuando de niño recibía tus amorosos cuidados maternales.

La noble viuda de Epulón se levantó del sitial, dio unos pasos hacia el impluvio, regresó bruscamente y dijo:

—Mateo nunca estuvo a mi cuidado. De niño fue enviado a estudiar a Grecia. Su padre quería procurarle una buena educación.

—Ah, sí, es frecuente entre las familias nobles enviar al primogénito a estudiar a Atenas. O a otro lugar, puesto que, como es bien sabido, Atenas ya no es lo que fue en los tiempos gloriosos de Pericles. Hoy en día los preceptores, en vez de inculcar la sabiduría, sólo piensan en dar por el culo a sus discípulos. Estoy seguro de que Mateo fue a Tebas, ciudad culta y virtuosa. Y allí debió de recibir las enseñanzas de Fabulón el tracio, en todo semejante a Sócrates.

—Sí. Ése fue su mentor.

—No existe tal persona, señora, me la acabo de inventar.

La viuda alza el velo que le cubre el rostro y clava en mí unos ojos ardientes enmarcados en un rostro bello y juvenil. Sin darle tiempo a hablar digo:

—El joven Mateo no es hijo tuyo, ¿verdad?

—¿Cómo lo has sabido?

—Por inducción. Y también por mis estudios de fisiognomía.

Hizo una larga pausa que supuse dedicada a dilucidar su próximo acto: ora hacerme expulsar por la violencia, ora tratar de razonar conmigo, y finalmente dijo:

—En verdad no existe razón alguna para ocultar la verdad cuando ésta no es ignominiosa, y si hasta ahora lo hemos hecho ha sido para salvaguardar nuestra intimidad de la curiosidad de los extraños. Pero en realidad el joven Mateo es hijo de un matrimonio anterior de mi difunto esposo. En cambio Berenice, la de ruborosas mejillas, es hija mía. Has de saber que nací en Alepo, en el seno de una familia judía, honrada y temerosa de Dios. Me casé muy joven y tuve una hija a la que pusimos por nombre Berenice. Al cabo de poco tiempo mi marido hubo de hacer un viaje, en el curso del cual cayó en manos de un temible bandido llamado Teo Balas y pereció en el encuentro. Yo tomé a mi hija conmigo y volví a casa de mis padres. Un día vino a visitarnos el rico Epulón, a quien sus negocios habían llevado a aquella ciudad. Acababa de morir su mujer dejando un hijo de corta edad y yo encontré gracia a sus ojos. Contrajimos esponsales y poco después nos establecimos en Nazaret.

—Es triste que una mujer tan joven y virtuosa haya enviudado dos veces —dije—. Se diría que algún dios, atraído lascivamente por tu hermosura, trata de impedir que un mortal se la…

—Esto —interrumpió la hermosa viuda con altanería— es una cosa bien estúpida de decir, Pomponio, y muy cruel. Temo haberte dedicado más tiempo del que determinan las leyes de la cortesía. Te ruego que abandones mi casa, llevándote a tus acompañantes, quienesquiera que sean.

CAPÍTULO XII

Quadrato estaba donde yo lo había dejado, en animada conversación con una sirvienta a la que relataba anécdotas de su vida militar mientras ella, con un paño, sacaba brillo al águila y las fasces de la enseña. Tan absortos estaban que ni siquiera interrumpieron sus actividades cuando me vieron aparecer. En cambio, no vi por ninguna parte a Jesús. Pregunté por él y Quadrato respondió secamente que cuidar niños no formaba parte de sus aguerridas atribuciones.

—Tal vez —le dije—, pero si le ha pasado algo, responderás con tu cabeza de melón.

Salí al jardín pensando que probablemente Jesús habría preferido corretear al aire libre y ahorrarse las baladronadas del legionario, pero por más que busqué, no pude dar con él ni con nadie que me diera razón de su paradero. Un poco inquieto volví a entrar en la casa. El portaestandarte seguía envolviendo en su retórica a la sirvienta. Salí al atrio y allí me topé de improviso con el apuesto Filipo, el cual me dedicó la más dulce de sus sonrisas y dijo:

—Mi querido y fisiológico amigo, nadie me había avisado de tu presencia o habría venido de inmediato a saludarte y a ponerme a tu disposición. Pero tal vez aún pueda serte útil, pues adivino que andas buscando algo.

—Mucho me gustaría en verdad, Filipo, saber qué estoy buscando. De momento, al niño en cuya compañía me has visto varias veces. Hace un rato lo dejé en el vestíbulo y ya no está allí ni en ninguna parte.

—No temas, no le habrá pasado nada malo. Luego nos ocuparemos de su paradero. Antes, permíteme ofrecerte un refrigerio en mi propio aposento como muestra de amistad, como hizo Alcínoo, varón de inspirados consejos, con el ínclito Ulises cuando éste, arrojado a la playa, desnudo y exánime, fue hallado por Nausícaa, etcétera, etcétera.

Y sin darme tiempo a interrumpir la disertación, me tomó del brazo y suavemente me condujo a una de las habitaciones cuyas puertas se abrían al peristilo. Dentro imperaban la frescura y la limpieza, como si el polvo y el calor se hubieran detenido en el umbral, y una fragancia rara y exquisita turbaba los sentidos. En un rincón había un diminuto altar con una estatua de Minerva delicadamente labrada en mármol policromado. Los demás objetos eran suntuosos y de gran belleza. Filipo, advirtiendo mi asombro, sonrió y dijo:

—No te extrañe, Pomponio, tanto boato en la morada de quien sólo es un siervo. Soy amante de la estética y, como nadie depende de mí ni tengo vicios, me sobra el dinero. He amasado una pequeña fortuna y no la oculto, a diferencia de los judíos, entre los cuales la ostentación se considera un defecto. Siéntate, disfruta de estas raras comodidades y bebe de este néctar que refrescará tu cuerpo y endulzará tu espíritu.

Diciendo esto me ofreció una copa de cristal de roca llena de un líquido incoloro aderezado con una rodaja de limón que resultó ligero al paladar y de efecto tónico y embriagador. Cuando hube bebido unos sorbos y expresado mi gratitud, Filipo adoptó un aire grave y circunspecto.

—He sabido, oh Pomponio —dijo—, que anoche visitaste cierta casa situada a las afueras de Nazaret. No estoy enterado de ello por indiscreción de su moradora, de hermosos cabellos, sino por mis propias indagaciones, pues yo también estuve allí por motivos que tal vez te interese saber.

Mordisqueó las uvas de un racimo y prosiguió diciendo:

—Epulón, como todo hombre dotado de raciocinio y riqueza, había anticipado el hecho inexorable de su muerte y previsto algunas acciones que habían de realizarse cuando él dejara este mundo. Entre las medidas previstas, alguna concernía a la mujer que conociste ayer.

Recordé al hilo de esas palabras que Zara la samaritana había aludido a un probable cambio de residencia a causa de la muerte de su protector. Pregunté a Filipo si esta posibilidad tenía algo que ver con lo que me acababa de decir y respondió:

—Eso deberás preguntárselo a ella. Por lo demás, yo no puedo obligar a una persona a tomar una decisión u otra. A lo sumo, puedo aconsejar el modo de proceder más conveniente o, según las circunstancias, el menos perjudicial.

—Tus explicaciones me plantean más incógnitas de las que despejan. Te ruego, Filipo, que seas más explícito.

El radiante efebo me miró con una expresión afable no exenta de ironía y dijo:

—No conviene a un filósofo dejarse dominar por las pasiones. No niego que éstas, a veces, también son un método de conocimiento, pero es preciso subordinarlas a la razón. Sobre todo en asuntos como éste. Las aguas impetuosas de un arroyo pueden ocultar fondos legamosos.

—Estoy acostumbrado a las aguas mefíticas en sentido literal, y, a la vista de sus efectos, dudo que sean peores en sentido metafórico. De todos modos, te agradezco la advertencia y la tomaré en consideración. Sólo quisiera hacerte, si me lo permites, una pregunta más: ¿te preocupa lo que a mí me ocurra por razones de filantropía o interviene en tus preocupaciones alguna otra causa?

—Yo soy un pobre forastero, Pomponio, y en estas tierras, donde todos creen pertenecer al pueblo elegido por Dios, soy doblemente forastero. Debido a mi situación me siento solidario de tu suerte, aunque no responsable. No obstante, cuando todo haya terminado, te revelaré un secreto que aclarará la razón de mi conducta. Y ahora, vete. Tu pueril amigo te debe de andar buscando y el tiempo no se detiene.

Dejé al enigmático efebo retocándose los bucles de su rubia cabellera frente al espejo y salí al peristilo, donde encontré a Jesús, el cual vino directamente a mí y dijo:

—¿Dónde estabas? Hace rato que te busco.

—Insoportable criatura, estaba trabajando para ti. ¿A qué viene tanta impaciencia?

—Ya te lo contaré cuando salgamos de esta casa.

—Está bien.

En el vestíbulo, Quadrato se había quedado dormido. Al parecer los intentos de seducción no habían llegado a buen puerto. Lo dejamos entregado a un sonoro sueño y salimos sin encontrar a nadie. Cuando nos hubimos alejado un trecho, dijo Jesús:

—No te enfades conmigo,
raboni
, pero mientras tú estabas hablando con los familiares de Epulón, y Quadrato con la fámula, he intentado meterme en el aposento donde se produjo el asesinato.

—¡Por Hércules, eres tan obstinado como imprudente! Ya lo intentaste una vez y por poco te matan a latigazos. Espero que esta vez hayas tenido más suerte.

—En parte, creo que sí —dijo Jesús—. La ventana es en verdad demasiado pequeña para que por allí pueda entrar o salir una persona, incluso un niño. Pero esto no es lo importante. Lo importante es que mientras examinaba la ventana desde el exterior, oí rumor de voces y me oculté tras unos matorrales. Desde allí vi acercarse a Mateo y a Berenice, enzarzados en una violenta disputa. Al principio no entendí lo que decían. Ellos estaban muy nerviosos y hablaban precipitadamente, y yo también estaba nervioso por el temor a ser nuevamente descubierto. Sin embargo, al cabo de poco oí al joven Mateo pronunciar estas palabras: ¡No, no! Así dijo,
raboni
. ¡No, no! Y luego añadió: No permitiré que nada se interponga en el camino de mis verdaderos sentimientos. No me importa la ley ni el honor. No me importa perder la herencia y ser rechazado por mi familia y por mi pueblo. Mi amor es más fuerte que todas las amenazas. Parecía muy apesadumbrado.

—¿Y Berenice, la de cándidos brazos? ¿Cuál fue su respuesta?

—Apenas la escuché, porque hablaba muy bajo y su discurso se veía interrumpido continuamente por los sollozos. Aun así, le oí decir: No puedo permitirlo. Es una locura. Eres mi hermano. Luego se alejaron y ya no oí más.

—Vaya. Parece una trifulca de enamorados.

—Pero eso sería una abominación, ¿verdad,
raboni
?

—Sólo si fueran hermanos, pero Mateo y Berenice no lo son, según acabo de saber.

Y a continuación le referí la conversación con la viuda del difunto Epulón. Al concluir el relato, dijo Jesús:

—En verdad, en verdad, no me extraña que la viuda se ofendiera. ¿Cómo pudiste decirle una cosa tan hiriente? Además, tú no crees en los dioses ni, por consiguiente, en sus maldiciones.

—Es cierto, yo no creo, pero la gente sí, y consideré interesante ver su reacción. Gracias a esta hábil estrategia se van aclarando poco a poco fragmentos de este jeroglífico. En cuanto a ti, debo reprenderte severamente por haber escuchado un diálogo en el que no estabas invitado a participar, por más que la información pueda resultarnos útil. Tanta ley de Moisés y tanto Levítico y luego te dedicas al espionaje.

—No me reprendas,
raboni
, mi intención no era espiar. Además, Yahvé es el primero en espiar, pues conoce todos nuestros actos y nuestros pensamientos.

—Yahvé no sabe nada de nada, y tú eres un maldito sofista —respondí—. Sin embargo, una vez más se nos echa el tiempo encima y si ha regresado el mensajero que envió a Jerusalén, no hay razón alguna para que hoy Apio Pulcro vuelva a aplazar la ejecución de tu padre.

Jesús se encogió de hombros y replicó:

BOOK: El Asombroso Viaje De Pomponio Flato
7.59Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Hearts Left Behind by Derek Rempfer
Santa Fe Rules by Stuart Woods
Firebirds Soaring by Sharyn November
Evelyn Richardson by The Education of Lady Frances
Gore Vidal by Fred Kaplan
To the Steadfast by Briana Gaitan
Death and the Maiden by Sheila Radley
Puerto Vallarta Squeeze by Robert James Waller
Robot Warriors by Zac Harrison