»Tenía, pues, que aplicar a la vida práctica el método fundamental de acción anarquista que yo ya había esclarecido, combatir las ficciones sociales sin crear tiranía nueva, creando ya, si fuese posible, algo de libertad futura. ¿Pero cómo diablos se hace eso en la práctica? ¿Porque qué es combatir en la práctica? Combatir en la práctica es la guerra, es una guerra, por lo menos. ¿Cómo es que se hace la guerra a las ficciones sociales? ¿Cómo es que se vence al enemigo en cualquier guerra? De una de dos maneras: o matándolo, esto es, destruyéndolo; o apresándolo, es decir, subyugándolo, reduciéndolo a la inactividad. Destruirlas ficciones sociales yo no podía hacerlo; destruirlas ficciones sociales sólo podía hacerlo la revolución social. Hasta allí, las ficciones sociales podían estar conmocionadas, tambaleando, por un hilo; pero destruidas sólo lo estarían con el arribo de la sociedad libre y la caída positiva de la sociedad burguesa. Lo más que yo podría hacer en ese sentido era destruir —destruir en el sentido físico de matar— a uno u otro miembro de las clases representativas de la sociedad burguesa. Estudié el caso y vi que era una burrada. Suponga ud. que yo mataba a uno o dos, o una docena de representantes de la tiranía de las ficciones sociales… ¿El resultado? ¿Las ficciones sociales quedaban más conmocionadas? No lo quedaban. Las ficciones sociales no son como una situación política que puede depender de un pequeño número de hombres, de un solo hombre a veces. Lo que hay de malo en las ficciones sociales son ellas, en su conjunto, y no los individuos que las representan sino por ser representantes de ellas. Además, un atentado de orden social produce siempre una reacción; no sólo todo queda igual, sino que la mayor parte de las veces empeora. Y todavía, por encima, suponga, como es natural, que, después de un atentado, yo fuera apresado; fuera apresado y liquidado, de una manera u otra. Y suponga que yo hubiera acabado con una docena de capitalistas. ¿Y qué venía a dar todo eso, en resumen? Con mi liquidación, incluso no por muerte, sino por simple prisión o destierro, la causa anarquista perdía un elemento de combate; y los doce capitalistas, que yo habría estirado, no eran doce elementos que la sociedad burguesa hubiera perdido, porque los elementos componentes de la sociedad burguesa no son elementos de combate, sino elementos puramente pasivos, puesto que el «combate» está no en los miembros de la sociedad burguesa sino en el conjunto de ficciones sociales en que esa sociedad se asienta. Y las ficciones sociales no son gente a la que se pueda pegar tiros… ¿Ud. me comprende? No era como el soldado de un ejército que mata a doce soldados de un ejército contrario; era como un soldado que mata a doce civiles de la nación del otro ejército. Es matar estúpidamente, porque no se elimina a ningún combatiente… Yo no podía por consiguiente pensar en destruir, ni en su totalidad ni en parte alguna, las ficciones sociales. Tenía entonces que subyugarlas, que vencerlas subyugándolas, reduciéndolas a la inactividad.
Súbitamente, apuntó hacia mí el índice derecho.
—¡Fue lo que hice!
Abandonó su gesto y continuó:
—Traté de ver cuál era la primera, la más importante de las ficciones sociales. Sería a esa a la que yo debía, más que a ninguna otra, intentar subyugar, intentar reducir a la inactividad. La más importante, de nuestra época por lo menos, es el dinero. ¿Cómo subyugar al dinero o en palabras más precisas, la fuerza, o la tiranía del dinero? Volviéndome libre de su influencia, de su fuerza, superior por consiguiente a su influencia, reduciéndolo a la inactividad por lo que significaba con respecto a mí. ¿Por lo que significaba con respecto a mí, comprende ud.?, porque yo soy el que lo combatía; si fuese reducirlo a la inactividad por lo que respecta a todo el mundo, eso ya no sería subyugarlo, sino destruirlo, porque sería acabar del todo con la ficción dinero. Pero ya le probé que cualquier ficción social sólo puede ser «destruida» por la revolución social, arrastrada con las otras en la caída de la sociedad burguesa.
»¿Cómo podía yo volverme superior a la fuerza del dinero? El método más simple era apartarme de la esfera de su influencia, es decir, de la civilización; irme a un campo para comer raíces y beber agua de los manantiales; andar desnudo y vivir como un animal. Pero esto, incluso si no hubiera dificultad en hacerlo, no era combatir una ficción social; no era ni siquiera combatir: era escapar. Realmente, quien es esquivo en trabar un combate no es derrotado en él. Pero moralmente es derrotado, porque no se batió. El método tenía que ser otro: un método de combate y no de fuga. ¿Cómo subyugar al dinero combatiéndolo? ¿Cómo hurtarme a su influencia y tiranía, no evitando su encuentro? El método era sólo uno adquirirlo, adquirirlo en cantidad suficiente como para no sentirle la influencia, y en cuanta mayor cantidad lo adquiriese, tanto más libre estaría de esa influencia. Fue cuando vi esto claramente, con toda la fuerza de mi convicción de anarquista, y toda mi lógica de hombre lúcido, que entré en la fase actual, la comercial y bancaria, mi amigo, de mi anarquismo.
Descansó un momento de la violencia, nuevamente creciente, de su entusiasmo por su exposición. Después continuó, aunque con un cierto calor, su narración.
—¿Se acuerda ud. de aquellas dos dificultades lógicas que yo le dije que me habían surgido en el comienzo de mi carrera de anarquista consciente?… ¿Y ud. se acuerda que yo le dije que en aquel momento las resolví artificialmente, mediante el sentimiento y no mediante la lógica? Esto es, ud. mismo notó, y muy bien, que yo no las había resuelto mediante la lógica…
—Me acuerdo, sí…
—¿Y ud. se acuerda que yo le dije que más tarde, cuando di por fin con el verdadero método anarquista, las resolví entonces para siempre, mediante la lógica?
—Sí.
—Ahora vea cómo fueron resueltas… Las dificultades eran éstas: no es natural trabajar por cualquier cosa, sea lo que fuere, sin una compensación natural, es decir, egoísta; y no es natural dar nuestro esfuerzo para cualquier fin sin tener la compensación de saber que ese fin se alcanza. Las dos dificultades eran éstas; ahora fíjese cómo quedan resueltas mediante el método de trabajo anarquista que mi raciocinio me llevó a descubrir como el único verdadero… El método da como resultado que yo me enriquezco; por consiguiente, compensación egoísta. El método encara la prosecución de la libertad; entonces yo, volviéndome superior a la fuerza del dinero, esto es, liberándome de ella, consigo libertad. Consigo libertad sólo para mí, es cierto; pero es que como ya le probé, la libertad para todos sólo puede llegar con la destrucción de las ficciones sociales, con la revolución social, y yo, por mí solo, no puedo hacer la revolución social. El punto concreto es éste: busco libertad, consigo libertad: consigo la libertad que puedo, porque, es claro, no puedo conseguir la que no puedo… Y vea ud.: aparte del raciocinio que determina este método anarquista como el único verdadero, el hecho de que él resuelve automáticamente las dificultades lógicas que se pueden oponer a cualquier método anarquista, prueba más que él es el verdadero.
»Pues fue este método el que yo seguí. Me entregué a la empresa de subyugar la ficción dinero, enriqueciendo. Lo conseguí. Llevó un cierto tiempo, porque la lucha fue grande, pero lo conseguí. Evito contarle lo que fue y lo que ha sido mi vida comercial y bancaria. Podría ser interesante, en ciertos puntos sobre todo, pero ya no pertenece al asunto. Trabajé, luché, gané dinero; trabajé más, luché más, gané más dinero; gané mucho dinero finalmente. No reparé en métodos; le confieso, mi amigo, que no reparé en métodos; usé todo lo que hay: el acaparamiento, el dolo financiero, la misma competencia desleal. ¡¿Por qué?! ¡¿Yo combatía las ficciones sociales, inmorales y antinaturales por excelencia, y tenía que reparar en métodos?! ¡¿Yo trabajaba por la libertad y me iba a fijar en las armas con que combatía a la tiranía?! El anarquista estúpido, que tira bombas y pega tiros, bien sabe que mata, y bien sabe que sus doctrinas no incluyen la pena de muerte. Ataca una inmoralidad con un crimen, porque encuentra que esa inmoralidad vale un crimen para ser destruida. Él es estúpido en cuanto al método, porque, como ya le mostré, ese método es errado y contraproducente como proceso anarquista; ahora, en cuanto a la moral del método, él es inteligente. Pero mi método era exacto y yo me servía legítimamente, como anarquista, de todos los medios para enriquecerme. Hoy realicé mi limitado sueño de anarquista práctico y lúcido. Soy libre. Hago lo que quiero, dentro, claro está, de lo que es posible hacer. Mi lema de anarquista era la libertad; pues bien, tengo la libertad, la libertad que, por el momento, en nuestra sociedad imperfecta, es posible tener. Quise combatir las fuerzas sociales; las combatí y, lo que es más, las vencí.
—¡Alto ahí!, ¡alto ahí! —dije yo—. Eso estará todo muy bien, pero hay una cosa que ud. no vio. Las condiciones de su método eran, como ud. probó, no sólo crear libertad, sino también no crear tiranía. Pero ud. creó tiranía. Ud., como acaparador, como banquero, como financista sin escrúpulos, ud. disculpe, pero es ud. el que lo dijo, ud. creó tiranía. Ud. creó tanta tiranía como cualquier otro representante de las ficciones sociales que ud. dijo que combate.
—No, mi viejo, ud. se engaña. Yo no creé tiranía. La tiranía, que puede ser resultado de mi acción de combate contra las fuerzas sociales, es una tiranía que no parte de mí, que por consiguiente yo no creé, está en las ficciones sociales, yo no la junté con ellas. Esa tiranía es la propia tiranía de las ficciones sociales; y yo no podía, ni me propuse, destruirlas ficciones sociales. Por centésima vez le repito: sólo la revolución social puede destruirlas ficciones sociales; antes de eso, la acción anarquista perfecta, como la mía, sólo puede subyugarlas ficciones sociales, subyugarlas en relación sólo con el anarquista que pone ese método en práctica, porque ese método no permite una más larga sujeción de esas ficciones. No se trata de no crear tiranía, se trata de no crear tiranía nueva, tiranía donde no la había. Los anarquistas, trabajando en conjunto, influyéndose unos a otros como yo le dije, crean entre sí, fuera y aparte de las ficciones sociales, una tiranía; ésa es la tiranía nueva. Esa, yo no la creé. No la podía incluso crear, por las propias condiciones de mi método. No, mi amigo; yo sólo creé libertad. Liberé a uno. Me liberé a mí. Es que mi método, que, como le demostré, es el único verdadero método anarquista, no me permitió liberar a nadie más. A quien pude liberar, lo liberé.
—Está bien… Coincido… Pero mire que, con ese argumento, la gente casi es llevada a creer que ningún representante de las ficciones sociales ejerce tiranía…
—Y no la ejerce. La tiranía es de las ficciones sociales y no de los hombres que las encarnan; ellos son, por así decir, los medios de que las ficciones se sirven para tiranizar, como el cuchillo es el medio del que se puede servir el asesino. Y ud. ciertamente no juzga que suprimiendo los cuchillos suprime a los asesinos… Mire… Destruya ud. a toáoslos capitalistas del mundo, pero sin destruir al capital… Al día siguiente el capital, ya en las manos de otros, continuará, por medio de esos otros, su tiranía. Destruya, no a los capitalistas, sino al capital; ¿cuántos capitalistas quedan?… ¿Ve?…
—Sí; ud. tiene razón.
—Ah, hijo, lo máximo, lo máximo, lo máximo que ud. me puede acusar de hacer es de aumentar un poco, muy, muy poco, la tiranía de las ficciones sociales. El argumento es absurdo, porque como ya le dije, la tiranía que yo no debía crear, y que no creé, es otra. Pero hay un punto débil más: y es que, por el mismo razonamiento, ud. puede acusar a un general que entabla combate por su país, de causar a su país el perjuicio del número de hombres de su propio ejército que tuvo que sacrificar para vencer. Quien va a la guerra da y recibe. Que se consiga lo principal; el resto…
—Está muy bien… Pero fíjese en otra cosa… El verdadero anarquista quiere la libertad no sólo para sí, sino también para los otros… Me parece que quiere la libertad para la humanidad entera…
—Sin duda. Pero yo ya le dije que por el método que descubrí, que era el único método anarquista, cada uno tiene que liberarse a sí mismo. Yo me liberé a mí; cumplí con mi deber simultáneamente conmigo y con la libertad. ¿Por qué es que los otros, mis camaradas, no hicieron lo mismo? Yo no se lo impedí. Ése es el que hubiera sido el crimen, si yo se lo hubiese impedido. Pero yo ni siquiera se lo impedí ocultándoles el verdadero método anarquista; en cuanto descubrí el método, se lo dije claramente a todos. El mismo método me impedía hacer más. ¿Qué más podía hacer? ¿Obligarlos a seguir ese camino? Aunque lo pudiera hacer, no lo haría, porque sería quitarles la libertad, y eso iba contra mis principios anarquistas. ¿Ayudarlos? Tampoco podía ser, por la misma razón. Yo nunca ayudé, ni ayudo, a nadie, porque eso, eso de disminuir la libertad ajena, va también contra mis principios. Lo que ud. me está censurando es el que yo no sea más que una sola persona. ¿Por qué me censura el cumplimiento de mi deber de liberar, hasta donde pueda cumplirlo? ¿Por qué no los censura antes a ellos por no haber cumplido el de ellos?
—Pues sí, hombre. Pero esos hombres no hicieron lo que hizo ud., naturalmente, porque eran menos inteligentes que ud., o menos fuertes de voluntad, o…
—Ah, mi amigo: ésas son ya las desigualdades naturales y no las sociales… Son ésas con las que el anarquismo no tiene nada que ver. El grado de inteligencia o de voluntad de un individuo es entre él y la Naturaleza; las mismas ficciones sociales no tienen allí ninguna responsabilidad. Hay cualidades naturales, como ya le dije, que se puede presumir que sean pervertidas por la larga permanencia de la humanidad entre ficciones sociales; pero la perversión no está en el grado de la cualidad, que es absolutamente dado por la Naturaleza, sino en la aplicación de la cualidad. Pero una cuestión de estupidez o de falta de voluntad no tiene que ver con la aplicación de esas cualidades, sino sólo con el grado de ellas. Por eso le digo: ésas son ya absolutamente las desigualdades naturales, y sobre ésas nadie tiene ningún poder, ni hay modificación social que las modifique, como no puede volverme a mí alto o a ud. bajo…
»A no ser… A no ser que, en el caso de esos hombres, la perversión hereditaria de las cualidades naturales llega tan lejos que alcanza el mismo fondo del temperamento… Sí, que un tipo nazca para esclavo, nazca naturalmente esclavo, y por lo tanto incapaz de algún esfuerzo en el sentido de liberarse… Pero en ese caso…, en ese caso…, ¿que tiene él que ver con la sociedad libre o con la libertad?… Si un hombre nació para esclavo, la libertad, siendo contraria a su índole, será para él una tiranía. Hubo una pequeña pausa. De repente me eché a reír.