El Bastón Rúnico (61 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: El Bastón Rúnico
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—Quizá debiéramos intentar cazar algo —dijo D'Averc perezosamente—. Empiezo a tener hambre. ¿Sabéis algo de cazar en el bosque, Hawkmoon?

—Algo —contestó éste—. Pero yo no tengo hambre, D'Averc.

Y, tras decir esto, se tumbó en el suelo y se quedó durmiendo.

Era de noche y hacía frío, y Hawkmoon se despertó instantáneamente ante el grito aterrorizado de su amigo.

Se levantó en seguida y miró en la dirección que le señalaba D'Averc, al tiempo que extraía la espada de su funda. Y se quedó con la boca abierta, horrorizado ante lo que vio.

Surgiendo de las aguas del estanque, que le resbalaban por los enormes costados, había una criatura reptiliana, con refulgentes ojos negros y escamas tan negras como la noche. Sólo la boca, muy abierta ahora, mostraba la blancura de unos dientes puntiagudos. El animal se arrastraba por el agua, dirigiéndose hacia ellos.

Hawkmoon retrocedió, sintiéndose empequeñecido por aquel monstruo. La cabeza del animal oscilaba hacia abajo y adelante, y las mandíbulas se cerraron con un chasquido a muy poca distancia del rostro de Hawkmoon, casi asfixiado por la nauseabunda respiración del reptil. —¡Corred, Hawkmoon, corred! —gritó D'Averc.

Juntos, echaron a correr hacia la protección del bosque.

Pero la criatura ya había salido del agua y les perseguía. De su garganta surgió un terrible crujido que pareció llenar todo el bosque. Hawkmoon y D'Averc se cogieron de la mano para mantenerse juntos, mientras retrocedían tambaleándose por entre los matojos, sin ver apenas nada en la oscuridad de la noche.

Volvieron a escuchar el crujido del monstruo y en esta ocasión surgió de sus fauces una lengua suave y larga, que se extendió como un látigo en el aire, atrapando a D'Averc por la cintura.

El francés gritó y trató de golpear aquella lengua con su espada. Hawkmoon aulló a su vez y dio un salto hacia el monstruo, acuchillando con todas sus fuerzas aquella cosa negra, sin soltar a D'Averc de la mano, tratando de sostenerle lo mejor que podía.

Inexorablemente, la poderosa lengua les fue arrastrando a ambos hacia las fauces abiertas de la bestia acuática. Hawkmoon comprendió que sería inútil intentar salvar a D'Averc de aquella forma. Soltó la mano de D'Averc y se hizo a un lado, lanzando un tajo contra la espesa lengua negra.

Entonces, tomó la espada con ambas manos, la levantó por encima de su cabeza y la dejó caer con todas sus fuerzas.

La bestia volvió a rugir y el terreno se estremeció, pero la lengua se partió lentamente y una sangre nauseabunda surgió de ella. Escucharon entonces un terrible grito y el monstruo acuático empezó a golpear en todas direcciones, desgajando los árboles con su fuerza. Hawkmoon asió a D'Averc, lo hizo levantarse de un estirón, y apartó la pegajosa carne de la lengua partida.

—Gracias —jadeó D'Averc mientras corrían —. Este territorio empieza a disgustarme, Hawkmoon… ¡Parece mucho más lleno de peligros que el nuestro!

El monstruo del estanque les persiguió, rugiendo, crujiendo y lanzando aullidos, enloquecido de rabia. —¡Vuelve a darnos alcance! —gritó Hawkmoon—. ¡No podemos escapar de él!

Se volvieron, tratando de ver en la oscuridad. Y pudieron ver los dos ojos refulgentes de la criatura. Hawkmoon levantó la espada en la mano, recuperando el equilibrio.

—Sólo nos queda una posibilidad —gritó, y lanzó la espada directamente contra aquellos ojos malvados.

Hubo otro poderoso rugido y un enorme ruido agitado entre los árboles. Después, las brillantes órbitas desaparecieron y escucharon a la bestia arrastrándose por donde había venido, de regreso hacia el estanque.

Hawkmoon jadeó, pero se sintió aliviado.

—No he logrado matarlo, pero sin duda alguna decidió que no éramos la presa fácil por la que nos había tomado en un principio. Vamos, D'Averc, alcancemos ese río en cuanto podamos. ¡Quiero dejar atrás este condenado bosque! —¿Y qué os hace pensar que el río sea menos peligroso? —le preguntó D'Averc con una sonrisa sardónica mientras iniciaban de nuevo el recorrido a través del bosque, guiándose para encontrar la dirección por los lados de los árboles sobre los que crecía el musgo.

Dos días más tarde salieron del bosque y se encontraron en la ladera de una colina que descendía escarpadamente hacia un valle, recorrido por un río bastante ancho. Sin duda alguna, se trataba del río Sayou.

Estaban cubiertos de suciedad, sin afeitar, con las ropas destrozadas casi a punto de desintegrarse. A Hawkmoon sólo le quedaba una daga como única arma, y D'Averc había terminado por quitarse el jubón destrozado, e iba desnudo hasta la cintura.

Bajaron la ladera de la colina, tropezando con las raíces, golpeándose con las ramas, sin prestar atención a las dificultades en su prisa por llegar al río.

No sabían adonde les llevaría el río, pero no sólo querían dejar atrás el bosque y su monstruo, ya que, aun cuando no habían descubierto nada tan terrible como el reptil del estanque, habían visto a más monstruos a cierta distancia y divisado las huellas de otros.

Se lanzaron al agua y se dedicaron a lavarse y quitarse el barro y la suciedad de los cuerpos, sonriéndose el uno al otro. —¡Ah, qué dulce es el agua! —exclamó D'Averc—. Acerquémonos a las ciudades y a la civilización. No me importa lo que nos pueda ofrecer esa civilización…, siempre será algo más familiar que lo peor de este lugar natural tan sucio.

Hawkmoon sonrió, sin compartir del todo el estado de ánimo de D'Averc, aunque comprendiendo sus sentimientos.

—Construiremos una almadía —dijo —. Tenemos suerte de que la corriente vaya hacia el sur. Todo lo que necesitamos hacer es dejar que la corriente nos arrastre hacia nuestro objetivo.

—Y además podéis pescar, Hawkmoon… Podremos prepararnos una buena comida.

No estoy acostumbrado a los sencillos alimentos que hemos estado tomando estos dos últimos días: bayas y raíces. ¡Puaj!

—Os enseñaré a pescar, D'Averc. La experiencia os puede ser muy valiosa si en el futuro os vierais inmerso en una situación similar.

Y Hawkmoon se echó a reír, dándole a su amigo una palmada en la espalda.

4. Valjon de Starvel

Cuatro días más tarde la almadía les había permitido avanzar muchos kilómetros río abajo. Ya no había bosques en las orillas, sino que ahora se veían suaves colinas y mares de grano silvestre que crecía a ambos lados.

Hawkmoon y D'Averc se alimentaban de lo que pescaban en el río, además del grano y la fruta recogida de las orillas, y se fueron sintiendo más relajados a medida que la almadía avanzaba hacia Narleen.

Tenían el aspecto de marineros náufragos, con las ropas destrozadas, las barbas hirsutas y cada día más abundantes, pero en sus ojos ya no aparecía la salvaje mirada del hambriento sometido a toda clase de peligros, todo lo cual permitía que su estado de ánimo hubiera mejorado mucho.

Durante la tarde del cuarto día de navegación divisaron un barco. Se levantaron y le hicieron señas frenéticamente, intentando llamar su atención. —¡Quizá ese barco proceda de Narleen! —gritó Hawkmoon—. ¡Quizá nos admitan a bordo y nos permitan trabajar para pagar nuestro pasaje a la ciudad!

Se trataba de un barco de proa alta, hecho de madera pintada con vivos colores, entre los que predominaban el rojo, el dorado, el amarillo y el azul. Aunque tenía el aspecto de una goleta de dos palos, también disponía de remos, que ahora estaban siendo utilizadas para avanzar hacia ellos, corriente arriba. De los palos y cuerdas ondeaban cien banderas de brillantes colores, y los hombres que se veían en la cubierta también iban vestidos con ropas de vivos colores.

Los remos del barco dejaron de impulsarlo y la nave se deslizó a un costado de la almadía. Por la borda se asomó un rostro de poblada barba, que les miró. —¿Quiénes sois? —preguntó.

—Viajeros…, extranjeros en estos contornos. ¿Podemos subir a bordo y pagar con nuestro trabajo el pasaje a Narleen? —preguntó D'Averc.

El hombre de la barba se echó a reír. —¡Ah, claro que podéis! Subid a bordo, caballeros.

Les tendieron una escala de cuerda y Hawkmoon y D'Averc subieron, sintiéndose agradecidos, y poco después se encontraban en la cubierta de la nave.

—Éste es el Halcón del río —les dijo el hombre de la barba —. ¿Habéis oído hablar de él?

—Ya os lo he dicho…, somos extranjeros —contestó Hawkmoon.

—Ah… Bueno, este barco es propiedad de Valjon de Starvel… Sin duda alguna habréis oído hablar de él, ¿verdad?

—No —contestó D'Averc —. Pero nos sentimos agradecidos porque haya puesto un barco en nuestro camino—. Sonrió y añadió —: Y ahora, amigo mío, ¿qué decis a nuestra proposición de trabajar para pagarnos el pasaje a Narleen?

—Bueno, si no tenéis dinero…

—Ninguno.

—Será mejor que le preguntemos al mismo Valjon qué quiere hacer on vosotros.

El hombre de la barba les acompañó hasta la cubierta de popa, donde había un hombre delgado que no les dirigió una sola mirada. —¿Lord Valjon? —dijo el de la barba—. ¿Sí? ¿Qué hay, Ganak?

—Los dos que hemos admitido a bordo. No tienen dinero… y dicen que desean trabajar para pagar su pasaje.

—Bueno, permitídselo entonces, Ganak, si es eso lo que desean. —Valjon sonrió tristemente y repitió—: Permitídselo.

No miró en ningún momento ni a Hawkmoon ni a D'Averc, y sus ojos melancólicos siguieron mirando fijamente las aguas del río. Los despidió a todos con un ligero movimiento de la mano.

Hawkmoon se sintió incómodo y miró a su alrededor. Toda la tripulación les estaba mirando en silencio, con débiles sonrisas en los rostros curiosos. —¿Cuál es la broma? —preguntó, convencido de que se estaban riendo de algo—. ¿Broma? —replicó Ganak—. No hay ninguna. Y ahora, caballeros, ¿queréis tomar un remo para llevaros a Narleen?

—Si ésa es la clase de trabajo que nos permite acercarnos a la ciudad… —dijo D'Averc con cierta mala gana.

—Parece un trabajo arduo —comentó Hawkmoon—. Pero si nuestro mapa es correcto no debemos hallarnos muy lejos de Narleen. Mostradnos dónde están nuestros remos, amigo Ganak.

Ganak les acompañó a lo largo de la cubierta, hasta que llegaron al pasadizo existente entre los remeros. Una vez allí, a Hawkmoon le impresionó mucho ver el estado en que se encontraban los hombres. Todos parecían estar medio muertos de hambre y cubiertos de suciedad.

—No comprendo… —empezó a decir.

—No os preocupéis —le interrumpió Ganak echándose a reír—. Pronto lo entenderéis. —¿Qué son estos remeros? —preguntó D'Averc consternado.

—Son esclavos, caballeros… y vosotros también lo sois ahora. A bordo del Halcón del río no admitimos a nadie que no represente un beneficio para nosotros, y puesto que no tenéis dinero y no parece probable que podamos obtener un rescate, os convertiremos en esclavos para que manejéis nuestros remos. ¡Bajad ahí!

D'Averc desenvainó la espada y Hawkmoon la daga, pero Ganak retrocedió y les hizo una seña a los hombres de su tripulación.

—A por ellos, muchachos. Enseñadles unos cuantos trucos, ya que no parecen comprender lo que deben hacer los esclavos.

Detrás de ellos y a lo largo del pasadizo, apareció un gran número de marineros, todos ellos armados con relucientes espadas, mientras que otro grupo se les acercaba de frente.

D'Averc y Hawkmoon se prepararon para morir llevándose por delante a un buen número de marineros, pero entonces desde arriba descendió una figura que colgaba de una cuerda. Se balanceó sobre ellos y les golpeó con fuerza en la cabeza, utilizando un bastón de madera. Ambos perdieron el conocimiento y cayeron junto a los remos.

La figura sonrió burlonamente y se dejó caer sobre el pasillo, metiéndose el bastón de madera en el cinto. Ganak se echó a reír y le palmeó el hombro.

—Buen trabajo, Orindo. Ese truco siempre es el mejor, y nos ahorra mucho derramamiento de sangre.

Los demás marineros se adelantaron, desarmaron a los dos hombres caídos y les ataron las muñecas a un remo.

Cuando Hawkmoon despertó, él y D'Averc estaban el uno al lado del otro, sentados sobre un duro banco. Vio a Orindo sentado en el pasadizo, con las piernas colgando sobre ellos. Era un muchacho que apenas tendría dieciséis años, y mostraba una burlona sonrisa en el rostro.

Se volvió y llamó a alguien a quien Hawkmoon no pudo ver.

—Ya se han despertado. Ahora ya podemos seguir nuestro camino… de regreso aNarleen. —Les guiñó un ojo a Hawkmoony aD'Averc y añadió—: Ya podéis comenzar, caballeros. —Parecía estar imitando una voz que le llegara desde arriba—. Tenéis suerte.

Ahora hemos girado y vamos corriente abajo. Vuestro primer trabajo será fácil.

Hawkmoon hizo una burlona inclinación sobre el remo al que estaba atado.

—Gracias, joven. Apreciamos vuestra preocupación.

—Os daré más consejos de vez en cuando, pues así es mi amable naturaleza —replicó Orindo incorporándose.

Se arremolinó la capa roja y azul alrededor de su cuerpo y se alejó contoneándose por el pasillo.

A continuación se asomó el rostro de Ganak. Empujó el hombro de Hawkmoon con un afilado bichero y dijo:

—Remad bien, amigo, si no queréis sentir la mordedura de esto en las entrañas.

Después, Ganak desapareció. Los otros remeros se inclinaron y empezaron a cumplir con su tarea. Hawkmoon y D'Averc se vieron obligados a imitarles.

Remaron durante la mayor parte del día, percibiendo el olor a sudor de los cuerpos, y para comer sólo recibieron un cuenco de sopa al mediodía. El duro trabajo les desgarraba la espalda, aunque los murmullos de gratitud de los demás esclavos al tener que remar río abajo, les permitieron comprender lo que significaría hacer lo mismo río arriba.

Por la noche se tumbaron sobre los remos, apenas capaces de ingerir un segundo cuenco de una masa nauseabunda que, en todo caso, resultó mucho peor que la primera.

Hawkmoon y D'Averc se sentían demasiado débiles como para hablar, pero hicieron algún intento por desembarazarse de sus ligaduras. Les fue imposible. Estaban demasiado agotados para librarse de unas cuerdas tan bien atadas.

A la mañana siguiente les despertó el vozarrón de Ganak. —¡Todos los remeros a sus puestos! ¡Vamos, escoria! ¡Me refiero a vosotros…, caballeros! ¡A remar! ¡A remar! Hay una presa a la vista, y si fallamos sufriréis la cólera de lord Valjon.

Los agotados cuerpos de los demás remeros se pusieron a remar en seguida al escuchar aquellas amenazas, y Hawkmoon y D'Averc inclinaron las espaldas y contribuyeron a impulsar el enorme barco en contra de la corriente.

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