Desde arriba les llegaron los ruidos de las pisadas de los hombres que se apresuraban, preparando el barco para la inminente batalla. El vozarrón de Ganak aullaba desde la popa, dando instrucciones en nombre de su jefe, lord Valjon.
Hawkmoon creyó que se moriría con el agotador esfuerzo de remar, el corazón le latía con fuerza y los músculos rechinaban con el dolor del ejercicio. Por muy musculoso que fuera, aquel esfuerzo era insólito para él y le tensaba dolosamente todo el cuerpo, debido a la falta de costumbre. Estaba cubierto de sudor y el pelo se le pegaba a la cara. Tenía la boca abierta y pugnaba por respirar con más rapidez.
—Oh, Hawkmoon —jadeó D'Averc—. No era… éste… el papel… que pretendía… desempeñar… en la vida…
Pero Hawkmoon no pudo replicar nada, debido al dolor que sentía en el pecho y en los brazos.
Se produjo entonces un brusco choque cuando el barco se encontró con otro, y la voz de Ganak gritó: —¡Bajad los remos!
Hawkmoon y los demás obedecieron en seguida y se dejaron caer, agotados, sobre los remos, mientras por encima de ellos se escuchaban los primeros ruidos del combate. Se oyeron las espadas cruzándose, los gritos de agonía de los hombres que mataban y eran muertos, pero a Hawkmoon todo aquello sólo le parecía como un sueño lejano. Tenía la impresión de que si continuaba remando en el barco de lord Valjon no tardaría en morir.
Entonces, de pronto, escuchó sobre él un grito gutural y un gran peso le cayó encima.
El cuerpo se retorció, se arrastró sobre su cabeza y cayó frente a él. Se trataba de un marinero de aspecto brutal, con el cuerpo cubierto de una pelambrera rojiza. Mostraba un gran tajo en el centro del cuerpo. Abrió la boca en busca de aire, se estremeció y murió, cayéndole de la mano el cuchillo que había sostenido.
Hawkmoon se lo quedó mirando durante un rato, medio atontado. Pero su cerebro no tardó en ponerse a trabajar. Extendió los pies y tocó el cuchillo caído. Poco a poco, haciendo cortas pausas, lo fue atrayendo hacia sí, hasta que se encontró debajo del banco que ocupaba. Después, agotado, volvió a dejarse caer sobre el remo.
Mientras tanto, los sonidos del combate se fueron apagando y poco después el olor a madera quemada obligó a Hawkmoon a regresar a la realidad. Miró a su alrededor con una expresión de pánico y no tardó en darse cuenta de lo que sucedía.
—Es el otro barco el que está ardiendo —le dijo D'Averc—. Estamos a bordo de un barco pirata, amigo Hawkmoon. Un barco pirata. —Sonrió con sorna y añadió—: ¡Qué ocupación más innoble! ¡Y con una salud tan frágil como la mía…!
Hawkmoon reflexionó críticamente, dándose cuenta de que D'Averc parecía estar reaccionando mucho mejor que él ante aquella situación.
Exhaló un profundo suspiro y enderezó los hombros todo lo que pudo.
—Tengo un cuchillo… —empezó a decir en un susurro.
Pero D'Averc le interrumpió en seguida con un gesto.
—Lo sé. Te he visto. Has pensado con rapidez, Hawkmoon. Después de todo, no estás en tan malas condiciones. Hace poco pensaba que ya casi habías muerto.
—Descansemos esta noche —dijo Hawkmoon—, hasta poco antes del amanecer.
Después, escaparemos.
—De acuerdo —asintió D'Averc —. Ahorraremos toda la fuerza que podamos. Valor, Hawkmoon…, ¡no tardaremos en volver a ser hombres libres!
Durante el resto del día siguieron remando río abajo, haciendo una sola pausa al mediodía para tomar su cuenco de sopa. En aquellos momento, Ganak apareció en el pasadizo y empujó el hombro de Hawkmoon con el bichero.
—Bueno, amigos míos, un día más y se habrá cumplido vuestro deseo. Mañana habremos atracado en Starvel. —¿Y qué es Starvel? —gruñó Hawkmoon.
Ganak le miró con una expresión de asombro.
—Debéis venir de muy lejos si no habéis oído hablar de Starvel. Forma parte de Narleen…, la mejor parte. Es la ciudad amurallada donde habitan los grandes príncipes del río…, de entre los que lord Valjon es el más grande. —¿Acaso todos ellos son piratas? —preguntó D'Averc.
—Llevad cuidado, extranjero —le advirtió Ganak frunciendo el ceño—. Tenemos el derecho de apoderarnos de todo lo que encontremos en el río, ya que éste pertenece a lord Valjon y a sus pares.
Se enderezó y se marchó. Siguieron remando hasta la caída de la noche cuando, ante una orden de Ganak, dejaron de trabajar. Esta vez, el trabajo le pareció más soportable a Hawkmoon, ahora que su cuerpo y sus músculos se habían acostumbrado ya al ejercicio, a pesar de lo cual seguía sintiéndose cansado.
—Tenemos que dormir por turnos —le murmuró a D'Averc mientras comían el contenido de sus cuencos—. Vos primero, después yo.
D'Averc asintió con un gesto y se quedó dormido casi al instante.
La noche se fue haciendo cada vez más fría y Hawkmoon tuvo que hacer considerables esfuerzos para no quedarse dormido. Escuchó el sonido del primer cambio de guardia, y después el segundo. Luego, con alivio, agitó con suavidad el cuerpo de D'Averc hasta que éste se hubo despertado.
D'Averc gruñó y Hawkmoon se quedó dormido, recordando las palabras de su compañero. Al amanecer, si tenían suerte, estarían libres. Más tarde tendrían que enfrentarse con la parte más difícil: abandonar el barco sin ser vistos.
Se despertó con una extraña y ligera sensación en el cuerpo, y se dio cuenta con alegría de que tenía las manos libres. D'Averc tenía que haber trabajado durante la noche. Estaba a punto de amanecer.
Se volvió hacia su amigo, que le sonrió y le guiñó un ojo. —¿Preparado? —murmuró D'Averc.
—Cuando queráis… —contestó Hawkmoon con un suspiro de alivio.
Miró con envidia el largo cuchillo que sostenía su compañero.
—Si tuviera un arma —susurró—, le devolvería a Ganak unas pocas de sus indignidades…
—Ahora no tenemos tiempo para eso —observó D'Averc—. Tenemos que escapar con el mayor silencio posible.
Cautelosamente, se incorporaron en sus bancos y sacaron las cabezas por el hueco que daba al pasadizo. En el extremo más alejado había un marinero de guardia, y en la cubierta de popa se distinguía la reflexiva postura de lord Valjon, abstraído en sus pensamientos, con el rostro pálido mirando fijamente hacia la oscuridad de la noche.
El marinero se volvió, dándoles la espalda, y no parecía muy probable que Valjon se girara en aquellos momentos. Los dos hombres se izaron hacia el pasadizo, y avanzaron hacia la proa del barco.
Pero fue precisamente entonces cuando Valjon se volvió y su voz sepulcral resonó en el silencio. —¿Qué sucede? ¿Dos esclavos escapándose?
Hawkmoon se estremeció. El instinto de aquel hombre era increíble, pues estaba claro que no los había visto, y quizá sólo había escuchado un débil sonido. Su voz, aunque profunda y serena, resonó a lo largo de todo el barco. El marinero de guardia se volvió y lanzó un grito. Por encima de él, la cabeza de lord Valjon también se volvió por completo y un rostro mortalmente pálido se quedó mirándoles con fijeza.
Varios marineros aparecieron, procedentes de los camarotes inferiores, bloqueándoles el camino hacia el costado del barco. Ambos dieron media vuelta, y Hawkmoon echó a correr hacia la popa, donde estaba lord Valjon. El marinero de guardia extrajo un cuchillo y le lanzó un tajo, pero Hawkmoon se sentía desesperado. Se agachó, evitando la hoja, sujetó al hombre por la cintura y lo levantó en vilo, arrojándolo sobre el puente, donde cayó hecho un ovillo. Sin perder un instante, recogió el cuchillo que se le había caído de la mano, y con un rápido tajo le cortó la cabeza. Después, se volvió para enfrentarse a lord Valjon.
Al pirata no pareció importarle lo más mínimo la proximidad del peligro. Siguió mirando a Hawkmoon con fijeza.
—Sois un estúpido —dijo con lentitud—. Pues yo soy lord Valjon. —¡Y yo Dorian Hawkmoon, duque de Colonia! He luchado y derrotado a los lores de Granbretan, y he resistido a los hechizos más poderosos, como atestigua esta piedra que llevo incrustada en la frente. ¡No os temo, lord Valjon! ¡Sois un pirata!
—Entonces, temed a esos —murmuró Valjon señalando con un huesudo dedo a los marineros que acudían tras Hawkmoon.
Éste se dio media vuelta y vio a un gran número de hombres que se abalanzaban sobre él y D'Averc. Y sólo tenían un cuchillo cada uno. —¡Contenedlos, D'Averc! ¡Yo me encargo de su jefe! —gritó.
Pegó un salto en dirección a la popa, se apoyó sobre la barandilla y se aupó hacia donde estaba lord Valjon, quien retrocedió unos pasos con una expresión de suave sorpresa en el rostro.
Hawkmoon avanzó hacia él con las manos extendidas. De debajo de la túnica suelta que llevaba, Valjon extrajo una espada de hoja fina que situó ante Hawkmoon, sin hacer el menor intento por atacarle, sino limitándose a retroceder.
—Esclavo —murmuró lord Valjon con una expresión atónita en sus rasgos crueles—.
Esclavo.
—No soy esclavo de nadie, como no tardaréis en descubrir.
Hawkmoon se agachó, evitando el arma y trató de sujetar al extraño capitán pirata.
Valjon saltó con rapidez a un lado, sin dejar de sostener la larga espada ante él.
Evidentemente, el ataque de Hawkmoon no tenía precedentes, pues no parecía saber qué hacer. Se había visto perturbado en una especie de trance reflexivo, y ahora miraba a su enemigo como si no fuera real.
Hawkmoon saltó de nuevo, evitando la espada extendida hacia él. Pero Valjon se hizo a un lado, evitándole.
Más abajo, D'Averc, de espaldas a la escalera que subía al puente, apenas si podía contener a los marineros que pretendían subir por la estrecha escalera.
—Daos prisa, amigo Hawkmoon —le gritó—, o no tardaremos en vernos rodeados.
Hawkmoon dirigió un golpe contra el rostro de Valjon, notó como su puño conectaba con una carne fría y seca, vio que la cabeza del hombre se echaba hacia atrás y la espada se le caía de la mano. Hawkmoon la recogió, admirando por un fugaz instante su perfecto equilibrio, y levantó al inconsciente Valjon, dirigiendo la espada contra sus partes vitales. —¡Atrás, canallas, o mataré a vuestro amo! —gritó—. ¡Atrás!
Los marineros, asombrados, empezaron a retroceder. Tres de los suyos quedaron muertos a los pies de D'Averc. Ganak acudió corriendo tras ellos. Sólo llevaba puesto un kilt y portaba un cuchillo en la mano. Abrió la boca de asombro al ver a Hawkmoon.
—Y ahora, D'Averc, quizá fuera mejor que os reunierais conmigo aquí arriba —le sugirió Hawkmoon casi con amabilidad.
D'Averc subió la escalera hasta el puente y le sonrió a su amigo.
—Buen trabajo —le dijo—. ¡Esperaremos hasta el amanecer! —gritó Hawkmoon—. Entonces, dirigiréis el barco hacia la orilla. Una vez hecho eso, y en cuanto estemos libres, quizá deje con vida a vuestro amo.
—Sois un estúpido al tratar a lord Valjon como lo hacéis —espetó Ganak—. ¿Acaso no sabéis que es el más poderoso príncipe del río en Starvel?
—No sé nada de vuestro Starvel, amigo, pero he arrostrado los peligros de Granbretan, y me he aventurado hasta el mismo corazón del Imperio Oscuro, y dudo mucho que podáis oponernos peligros más complicados que los suyos. El temor es una emoción casi desconocida para mí, Ganak. Pero acordaos de esto: me vengaré de vos. Vuestros días están contados. —¡Tu suerte te convierte en un estúpido, esclavo! —exclamó Ganak riéndose —. ¡La venganza sólo es prerrogativa de lord Valjon!
El amanecer empezaba ya a asomar por el horizonte. Hawkmoon ignoró el comentario de Ganak.
Pareció transcurrir un siglo hasta que salió el sol, salpicando de claroscuros los lejanos árboles de la orilla. Estaban anclados cerca de la orilla izquierda del río, no lejos de una pequeña ensenada que se distinguía a poco más de medio kilómetro de distancia. —¡Dad la orden de remar, Ganak! —gritó Hawkmoon —. Dirigios a la orilla izquierda.
Ganak frunció el ceño y no hizo el menor gesto por obedecer.
Hawkmoon rodeó el cuello de Valjon con su brazo. El hombre parecía ir despertando poco a poco. Le apretó la espada contra el estómago y volvió a gritar: —¡Ganak, haré que muera lentamente!
De pronto, de la garganta del lord pirata surgió una risita irónica.
—Morir lentamente —dijo—. Morir lentamente…
Hawkmoon le miró, extrañado.
—Sí…, sé exactamente dónde golpear para haceros morir con el máximo de dolor v en el mayor tiempo posible.
Valjon no mitió ningún otro sonido, sino que se limitó a permanecer pasivo, con la garganta atrapada todavía entre el brazo de su enemigo. —¡Vamos, Ganak! ¡Dad las instrucciones! —gritó D'Averc.
Ganak respiró profundamente y por fin se volvió. —¡Remeros! —gritó.
Empezó a impartir órdenes. Los remos crujieron, las espaldas de los hombres se inclinaron sobre ellos y el barco empezó a avanzar con lentitud hacia la orilla izquierda del río Sayou.
Hawkmoon no le quitaba ojo a Ganak por temor a que éste intentara engañarlos, pero el barbudo no se movió de su sitio, limitándose a fruncir el ceño.
A medida que la orilla se fue acercando más y más, Hawkmoon empezó a relajarse. Ya casi estaban libres. Una vez en tierra podrían evitar la persecución de los marineros que, de todos modos, se mostrarían reacios a abandonar el barco.
Entonces, escuchó el grito de D'Averc, que señalaba hacia arriba. Levantó la mirada y vio una figura que descendía silbando sobre su cabeza, sujetándose en una cuerda. Era el joven Orindo, que llevaba una estaca de madera en la mano y mostraba una burlona sonrisa en los labios.
Hawkmoon soltó a Valjon y levantó los brazos para protegerse, incapaz de hacer lo más evidente, que habría sido utilizar la espada para ensartar a Orindo mientras éste descendía. El palo cayó pesadamente sobre su brazo y retrocedió, tambaleándose.
D'Averc se adelantó hacia él y sujetó a Orindo por la cintura, aprisionándolo entre sus brazos.
De pronto. Valjon se puso en pie con rapidez y se abalanzó hacia sus hombres, lanzando un grito extraño. D'Averc empujó a Orindo a un lado y le persiguió con un juramento.
—Engañados dos veces por el mismo truco, Hawkmoon. ¡Mereceríamos morir!
Ahora, por la escalera subían los marineros que aullaban, dirigidos por Ganak.
Hawkmoon lanzó un golpe contra éste, pero el barbudo lo bloqueó e intentó un golpe lateral contras las piernas de Hawkmoon, quien se vio obligado a saltar hacia atrás.
Ganak terminó de subir a la popa y se le enfrentó, con una burlona sonrisa en los labios.
—Y ahora, esclavo, ¡veremos cómo lucháis contra un hombre! —le espetó.