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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (66 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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Poco a poco se acercó la hora del mediodía, y pasó, y Bewchard siguió sentado en la taberna, charlando tranquilamente con sus amigos durante otra hora más. Finalmente, dejó su copa de vino sobre la mesa, se levantó y dijo:

—Y ahora, caballeros, iremos a esa tienda que os he mencionado…

En las calles había mucha menos gente de lo habitual mientras ellos caminaban despreocupadamente, acercándose más y más al centro de la ciudad. Pero hubo muchas cortinas que se movieron a su paso, y muchos rostros se asomaron a las ventanas.

Bewchard sonrió burlonamente, como si disfrutara con aquella situación.

—Hoy nos hemos convertido en los únicos actores sobre el escenario, amigos míos —dijo sonriente—. Debemos interpretar muy bien nuestros papeles.

Y entonces, Hawkmoon contempló por primera vez los muros de Starvel. Se elevaban por encima de los tejados de las casas, blancos, orgullosos y enigmáticos y, al parecer, no tenían puertas de acceso.

—Hay unas pocas puertas —le dijo Bewchard a Hawkmoon—, pero raras veces se utilizan. En lugar de puertas disponen de enormes canales y muelles subterráneos que dan directamente al río.

Bewchard les condujo por una calle secundaria y les indicó un letrero.

—Ahí está la tienda que andamos buscando.

Entraron en la tienda, abarrotada de fardos de telas, montones de capas, jubones y calzones, espadas y dagas de todas clases, exquisitos arneses, cascos, sombreros, botas, cinturones y todo aquello que un hombre pudiera necesitar para vestirse. Cuando entraron, el propietario estaba atendiendo a otro cliente. Aquél, un hombre de edad media, bien constituido y de aspecto alegre, mostraba un semblante rubicundo y el pelo blanco como la nieve. Le sonrió a Bewchard y el cliente que estaba atendiendo se volvió.

Era un joven cuyos ojos se abrieron desmesuradamente al ver a los tres hombres en el umbral de la tienda. El joven murmuró algo e hizo intención de marcharse. —¿No queréis la espada? —preguntó el tendero, sorprendido—. Estoy dispuesto a bajaros el precio en medio smaygar, pero no más.

—En otra ocasión, Pyahr, en otra ocasión —contestó el joven que se dirigió apresuradamente hacia la puerta, se inclinó con rapidez ante Bewchard y abandonó la tienda—. ¿Quién era ése? —preguntó Hawkmoon con una sonrisa.

—El hijo de Veroneeg, si no recuerdo mal —contestó Bewchard riendo—. ¡Al parecer ha heredado la misma cobardía de su padre!

—Buenas tardes, capitán Bewchard —saludó Pyahr acercándose a ellos—. No había esperado veros hoy por aquí. ¿No habéis hecho el anuncio que se esperaba de vos?

—No. Pyahr, no lo he hecho.

—Tenía la impresión de que no lo haríais, capitán —dijo Pyahr sonriendo—. Sin embargo, ahora os halláis en considerable peligro. Valjon tendrá que cumplir sus amenazas, ¿no?

—Al menos tendrá que intentarlo. Pyahr.

—Y no creo que tarde en hacerlo, capitán. No perderá el tiempo. ¿Estáis seguro de que es prudente en estos momentos acercaros tanto a los muros de Starvel?

—Debo demostrar que no le tengo miedo alguno a Valjon —replicó Bewchard—.

Además, ¿por qué razón iba a cambiar mis planes por su causa? Prometí a mis amigos que podrían elegir la vestimenta que desearan en la mejor tienda de Narleen, y no soy hombre que olvide mis promesas tan fácilmente.

Pyahr sonrió e hizo un gesto de desprecio con la mano.

—Os deseo mucha suerte, capitán. Y ahora, caballeros, ¿veis algo que os guste?

Hawkmoon tomó entre sus manos una capa de rico terciopelo, pasando los dedos por el broche dorado que llevaba.

—Esto me gusta. Veo que tenéis una tienda muy bien surtida, maese Pyahr.

Mientras Bewchard charlaba tranquilamente con el tendero, Hawkmoon y D'Averc inspeccionaron con lentitud el contenido de la tienda, eligiendo una camisa aquí o un par de botas allá. Transcurrieron dos horas antes de que terminaran de elegir todo lo que necesitaban. —¿Por qué no vais a los probadores y os probáis todo lo que habéis elegido? —sugirió Pyahr—. Creo que lo habéis hecho muy bien, caballeros.

Hawkmoon y D'Averc se retiraron a los probadores. Hawkmoon había elegido una camisa de seda de un profundo tono lavanda, un jubón de cuero suave, un pañuelo púrpura, unos calzones también de seda y unos pantalones de cuero que se embutió en unas botas del mismo cuero que el jubón, que se dejó desabotonado. Se colocó un amplio cinturón de cuero en la cintura y después se puso una capa de un intenso azul sobre los hombros.

En cuanto a D'Averc, eligió una camisa escarlata que hacía juego con los pantalones, un jubón de reluciente cuero negro y botas, también de cuero negro, que le llegaban casi a la altura de las rodillas. Sobre todo ello se puso una capa de seda de intenso color púrpura. Se disponía a ajustarse la espada al cinturón, cuando se escuchó un grito procedente de la tienda.

Hawkmoon apartó las cortinas de los probadores.

La tienda estaba llena de hombres…, evidentemente piratas de Starvel. Habían rodeado a Bewchard, que no había tenido tiempo para desenvainar su espada.

Hawkmoon se volvió, tomo la espada que había dejado sobre el montón de ropas viejas, y salió precipitadamente a la tienda, chocando contra Pyahr, que en ese momento retrocedía tambaleándose, con una herida sangrienta en el cuello.

En aquellos momentos, los piratas se disponían a marcharse de la tienda y ni siquiera pudo distinguir a Bewchard entre ellos.

Hawkmoon atravesó a un pirata introduciéndole la espada directamente en el corazón, y se defendió de una estocada que le dirigió otro.

—No tratéis de luchar contra nosotros —le dijo el pirata que le había dirigido la estocada—. ¡Sólo queremos a Bewchard!

—Entonces, tenéis que matarnos primero a nosotros —gritó D'Averc, que se había unido con rapidez a Hawkmoon.

—Bewchard tiene que sufrir su castigo por haber insultado a nuestro lord Valjon —dijo el pirata al tiempo que se le enfrentaba.

D'Averc dio un salto hacia atrás, levantó la espada y realizó con ella un rápido movimiento de giro con el que le arrebató el arma al otro. El hombre lanzó un gruñido y se lanzó hacia adelante con la daga que sostenía en la otra mano. Pero D'Averc evitó el asalto y extendió la espada, alcanzando al hombre en el cuello.

Entonces, la mitad de los piratas se separaron de sus compañeros y se volvieron para enfrentarse con Hawkmoon y D'Averc, obligándoles a retroceder en el interior de la tienda.

—Escapan con Bewchard —dijo Hawkmoon con desesperación—. Tenemos que ayudarle.

Se lanzó salvajemente contra sus atacantes, intentando abrirse paso entre ellos para acudir en ayuda de Bewchard, pero entonces escuchó a D'Averc gritando a sus espaldas: —¡Llegan más por la salida de atrás!

Fue lo último que oyó antes de sentir la empuñadura de una espada golpeándole en la base del cráneo. Cayó hacia adelante, sobre un montón de camisas, perdiendo el conocimiento.

Despertó sintiendo que se ahogaba y rodó sobre la espalda. Estaba oscureciendo en el interior de la tienda y todo parecía extrañamente silencioso.

Se levantó, tambaleante, con la espada todavía en la mano. Lo primero que vio fue el cadáver de Pyahr, tendido cerca de las cortinas de los probadores.

Lo segundo fue lo que le pareció al cadáver de D'Averc, tendido sobre un fardo de ropas, con la mayor parte del rostro cubierto de sangre.

Hawkmoon acudió junto a su amigo, le introdujo la mano en el interior del jubón y comprobó aliviado que aún le latía el corazón. Al parecer, a D'Averc sólo le habían dejado inconsciente. Sin duda alguna, los piratas les habían dejado atrás intencionadamente, lo más probable con la intención de que alguien les dijera a los ciudadanos de Narleen lo que les sucedía a quienes, como Pahl Bewchard, se atrevían a ofender a lord Valjon.

Hawkmoon se dirigió tambaleándose hacia el fondo de la tienda y encontró un jarro de agua. Lo llevó hasta donde estaba su amigo y lo acercó a los labios de D'Averc. Después, arrancó un trozo de ropa del fardo sobre el que yacía su amigo, lo mojó en el agua y le limpió la cara de sangre. La sangre procedía de un corte ancho, pero superficial, que mostraba cerca de la sien.

D'Averc empezó a moverse, abrió los ojos y miró directamente a los de Hawkmoon.

—Bewchard —fue lo primero que dijo—. Tenemos que rescatarle, Hawkmoon.

—Sí —asintió éste con una mueca—. Pero a estas horas ya estará en Starvel.

—Eso no lo sabe nadie excepto nosotros —dijo D'Averc incorporándose y sentándose en el suelo—. Si pudiéramos rescatarlo y llevarlo a su casa, contándole después a la gente lo sucedido, imaginad lo que eso significaría para la moral de los ciudadanos.

—Muy bien —dijo Hawkmoon—. Haremos una visita a Starvel… y recemos para que Bewchard siga con vida. —Envainó la espada en la funda y añadió—: Tenemos que escalar esos muros de algún modo, D'Averc. Y para eso necesitaremos equipo.

—Sin duda alguna en esta tienda encontraremos todo lo que necesitemos —dijo D'Averc—. Vamos, movámonos con rapidez. Ya está anocheciendo.

Hawkmoon se acarició la Joya Negra incrustada en su frente. Volvió a pensar en Yisselda, el conde Brass. Oladahn y Bowgentle, preguntándose cuál sería su destino.

Todos sus impulsos le decían que se olvidara de Bewchard, de las instrucciones de Mygan, de la legendaria Espada del Amanecer y del igualmente legendario Bastón Rúnico, y que robaran una embarcación del puerto para cruzar el océano y tratar de reunirse con su amada. Pero finalmente lanzó un profundo suspiro y enderezó la espalda.

No podían dejar a Bewchard abandonado a su destino. Tenían que intentar rescatarlo o morir en el intento.

Pensó entonces en los muros de Starvel, que se hallaban tan cerca. Quizá nadie había intentado escalarlos hasta ahora, pues eran muy altos y debían de estar muy bien vigilados. Sin embargo, quizá pudiera hacerse de algún modo. Tendrían que intentarlo.

9. El templo de Batach Gerandiun

Hawkmoon y D'Averc empezaron a escalar los muros de Starvel, llevando cada uno de ellos varias dagas colgando de los cinturones.

Hawkmoon iba el primero. Sostenía la empuñadura de una daga envuelta en ropa y buscaba una grieta en la piedra. Una vez que la encontraba insertaba en ella la hoja y después la empujaba con fuerza hasta el fondo, rezando para que nadie le oyera desde arriba y para que el puñal así dispuesto sostuviera su peso.

Poco a poco, fueron subiendo por el muro, tanteando la resistencia de las dagas a medida que lo hacían. De pronto, Hawkmoon sintió que cedía la daga en la que apoyaba uno de los pies, y tuvo que sujetarse con la mano a la que acababa de insertar por encima de la cabeza, que también empezaba a desprenderse. Desesperado, tomó otra daga del cinturón, encontró una grieta e introdujo en ella el arma, aguantándose en ella, justo en el instante en que caía la que tenía en los pies. Escuchó un débil tintineo cuando el arma chocó contra el empedrado de la calle, unos veinte metros más abajo. Se quedó allí colgado, incapaz de retroceder o avanzar, hasta que D'Averc logró introducir otra daga en la grieta que había fallado. Finalmente, Hawkmoon respiró aliviado. Ahora ya estaban cerca del borde superior de la muralla. Sólo les faltaban un par de metros… y no tenían ni la menor idea de lo que les esperaba en la muralla o al otro lado. ¿Serían inútiles todos sus esfuerzos? ¿Estaría Bewchard muerto? Pero no era el momento para pensar en aquellas cosas.

Hawkmoon siguió subiendo con mayor precaución a medida que se acercaba al borde de la muralla. Escuchó unos pasos por encima de su cabeza y supo que un guardia pasaba por allí en aquellos momentos. Se detuvo. Sólo le faltaba colocar una daga más y llegaría a la parte superior del muro. Miró hacia abajo y vio el rostro de D'Averc, sonriéndole burlonamente a la luz de la luna. Los pasos se apagaron en la distancia y él continuó introduciendo la daga.

Después, justo en el instante en que se elevaba hacia el borde, los pasos regresaron, aunque moviéndose ahora con mayor rapidez que antes. Hawkmoon miró hacia arriba…, directamente al rostro asombrado del pirata que se asomaba.

En aquel instante, Hawkmoon se jugó el todo por el todo. Dio un salto hacia el borde del muro, se agarró a él en el momento en que el pirata desenvainaba su espada, se aupó hacia arriba a pulso y golpeó al hombre en las piernas con toda su fuerza.

El pirata abrió la boca, atónito, trató de recuperar el equilibrio y después cayó sin hacer ruido.

Jadeante, Hawkmoon se asomó sobre la muralla y ayudó a D'Averc a subir. Dos guardias más se acercaban corriendo.

Hawkmoon se incorporó, desenvainó la espada y se preparó para enfrentarse a ellos.

Las espadas chocaron, pero el intercambio de estocadas entre los dos piratas y Hawkmoon y D'Averc fue breve, pues los dos amigos no tenían tiempo que perder y se sentían desesperados. Casi al mismo tiempo, sus espadas buscaron los corazones de sus contrincantes, mordieron la carne y se retiraron de un tirón. Y casi al mismo tiempo, los dos guardias se desmoronaron y quedaron inmóviles.

Hawkmoon y D'Averc miraron a uno y otro lado de la muralla. Al parecer, aún no habían sido detectados por los demás. Hawkmoon señaló una escalera que descendía al suelo. D'Averc asintió y ambos descendieron por ella con suavidad y toda la rapidez que se atrevieron, confiando en que nadie subiera por allí.

Abajo, todo estaba oscuro y tranquilo. Parecía una ciudad de los muertos. Allá lejos, en el centro de Starvel, brilló un fanal, pero todo lo demás estaba oscuro, a excepción de alguna pequeña luz que se escapaba por las contraventanas o por las grietas de las puertas.

Al acercarse más al suelo, escucharon unos pocos sonidos procedentes de las casas: eran las risotadas propias de una juerga. Una puerta se abrió mostrando una estancia abarrotada de hombres borrachos. Un pirata salió tambaleándose y lanzando una maldición. El hombre cayó de bruces sobre el empedrado. La puerta se cerró y el pirata permaneció en el suelo, inmóvil.

Los edificios de Starvel eran mucho más sencillos que los existentes al otro lado de las murallas. No mostraban la rica decoración de las casas de Narleen y, de no haberlo sabido, Hawkmoon habría podido pensar que aquella parte de la ciudad era la más pobre.

Pero Bewchard le había dicho que los piratas sólo hacían ostentación de su riqueza en sus barcos, así como en el templo de Batach Gerandiun, donde se decía que estaba la Espada del Amanecer.

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