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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (69 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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Al instante, una docena de guerreros radiantes aparecieron entre él y los monstruos.

Las lanzas adornadas con penachos se elevaron y cayeron, las mazas golpearon y los monstruos intentaron retroceder. Pero los soldados del Amanecer no se lo permitieron.

Los rodearon, ensartándolos con las lanzas, machacándolos con las mazas, hasta que no quedó de ellos más que una masa negruzca que manchaba el suelo de la estancia. —¡Está hecho! —exclamó Bewchard con incredulidad—. Hemos vencido. El poder de Starvel ha sido finalmente vencido. —Se inclinó y recogió una antorcha caída—. Vamos, amigo Hawkmoon, dirijamos a vuestros guerreros fantasma hacia la ciudad. Matemos todo lo que encontremos a nuestro paso. Incendiémoslo todo.

—Sí… —empezó a decir Hawkmoon, pero el Guerrero de Negro y Oro sacudió la cabeza.

—No…, la legión del Amanecer no es vuestra para dedicarla a matar piratas, Hawkmoon. Sólo es vuestra para que podáis cumplir con la tarea que os tiene asignada el Bastón Rúnico. —Hawkmoon vaciló. El Guerrero colocó una mano sobre el hombro de Bewchard —. Ahora que ya han muerto la mayoría de los lores piratas y que Valjon ha sido destruido, nada impedirá que vos y vuestros hombres regreséis a Starvel para terminar el trabajo que nosotros hemos iniciado esta noche. Pero a Hawkmoon y a su espada los necesitamos para cosas más grandes. Debe marcharse pronto.

Hawkmoon sintió entonces un acceso de cólera.

—Os estoy muy agradecido, Guerrero de Negro y Oro, por todo lo que habéis hecho para ayudarme. Pero os recuerdo que no estaría aquí de no haber sido por vuestros designios y los del pobre Mygan de Llandar, ya muerto. Necesito regresar a casa… al castillo de Brass y junto a mi esposa. Yo sólo dependo de mí mismo, Guerrero…, de mí mismo. Yo decidiré mi propio destino.

Entonces, el Guerrero de Negro y Oro se echó a reír.

—Seguís siendo un ingenuo, Dorian Hawkmoon. Sois el hombre del Bastón Rúnico, creedme. ¿Acaso creéis que sólo habéis venido a este templo para ayudar a un amigo que os necesitaba? ¡Ésa es la forma que tiene el Bastón Rúnico de ayudarnos! No os habríais atrevido a atacar a los lores piratas simplemente para apoderaros de la Espada del Amanecer, en cuya leyenda no creíais; pero, en cambio, os atrevisteis a atacarlos sólo para rescatar a Bewchard. El tejido que teje el Bastón Rúnico es complicado. Los hombres nunca son conscientes de los propósitos de sus acciones en cuanto se relaciona con el Bastón Rúnico. Ahora debéis cumplir con la segunda parte de vuestra misión en Amarehk. Tenéis que viajar al norte. Podéis costear el territorio, pues estoy seguro de que Bewchard os prestará un barco. Debéis encontrar Dnark, la ciudad de los Buenísimos, que necesitará de vuestra ayuda. Allí encontraréis las pruebas de la existencia del Bastón Rúnico.

—A mí no me interesan los misterios, Guerreros. Quiero saber qué ha sido de mi esposa y de mis amigos. Decidme…, ¿estamos ahora en el mismo tiempo que ellos?

—En efecto —contestó el Guerrero—. Nuestro tiempo se corresponde con el que habéis dejado en Europa. Pero como bien sabéis, el castillo de Brass existe en alguna otra parte…

—Eso ya lo sé —replicó Hawkmoon frunciendo el ceño, con una actitud reflexiva—.

Bien, Guerrero, quizá esté de acuerdo en aceptar el barco de Bewchard y dirigirme hacia Dnark. Quizá…

—Vamos —le interrumpió el Guerrero con un gesto—, abandonemos este lugar contaminado y regresemos a Narleen. Allí podremos discutir con Bewchard la cuestión del barco.

—Todo lo que tengo es vuestro. Hawkmoon —dijo Bewchard sonriendo—, pues habéis hecho mucho por mí y por toda la ciudad a la que pertenezco. Me habéis salvado la vida y habéis sido el responsable de la destrucción de los más antiguos enemigos de Narleen…

Podéis disponer de veinte barcos si lo deseáis.

Hawkmoon estaba sumido en profundos pensamientos. Tenía el propósito de engañar al Guerrero de Negro y Oro.

11. La partida

Al día siguiente, Bewchard les escoltó hasta los muelles. Los ciudadanos celebraban en todas partes la victoria conseguida. Una fuerza de soldados había invadido Starvel exterminando hasta el último pirata.

Bewchard colocó una mano sobre el brazo de Hawkmoon.

—Me gustaría que os quedarais, amigo Hawkmoon. Aún estaremos celebrando la victoria durante una semana… y tanto vos como vuestros amigos deberíais estar aquí.

Para mí será muy triste participar en las fiestas sin vuestra compañía…, pues sois vos los verdaderos héroes de Narleen, no yo.

—Tenemos suerte, capitán Bewchard. Tuvimos la gran fortuna de que nuestros destinos se cruzaran. Os habéis librado de vuestros enemigos… y nosotros hemos conseguido lo que andábamos buscando. —Hawkmoon sonrió—. Pero ahora tenemos que marcharnos.

—Si así debe ser, así será —asintió Bewchard. Miró a su amigo con franqueza y sonrió—. Supongo que no me creeréis totalmente convencido de esa historia sobre un «pariente erudito», interesado por esa espada que lleváis, ¿verdad?

—No —contestó Hawkmoon echándose a reír—. Pero, por otro lado, no puedo ofreceros una historia mejor, capitán. No sé por qué razón tenía que buscar esta espada…

—Se llevó la mano a la empuñadura de la Espada del Amanecer, que ahora llevaba colgada del cinto —. El Guerrero de Negro y Oro asegura que todo forma parte de un destino mucho mayor. Todo lo que yo busco es un poco de amor, un poco de paz, y vengarme de aquellos que arrasaron mi país. Y, sin embargo, me encuentro aquí, en un continente situado a miles de kilómetros de donde yo desearía estar, a punto de seguir otro objetivo legendario aunque de mala gana. Quizá todos nosotros comprendamos estas cosas a su debido tiempo.

—Creo que servís a un gran propósito —dijo Bewchard mirándole con seriedad—. Creo que vuestro destino es muy noble.

—A pesar de lo cual a mí no me importa un destino noble… —replicó Hawkmoon echándose a reír—, sino sólo un destino seguro.

—Quizá sea así —dijo Bewchard—. Quizá. Y ahora, amigo mío, he ordenado preparar para vos mi mejor barco, que está bien aprovisionado. Los mejores marinos de Narleen han rogado viajar con vos y ahora están a vuestro servicio. Os deseo buena suerte en vuestra búsqueda, Hawkmoon…, y también a vos, D'Averc.

D'Averc tosió llevándose una mano a la boca.

—Si Hawkmoon sirve de mala gana a ese «gran destino», entonces, ¿en qué me convierto yo? ¿En un gran estúpido, quizá? Me siento mal, tengo una pobre constitución crónica y, a pesar de todo, me siento impelido a viajar por todo el mundo al servicio de ese mítico Bastón Rúnico. Sin embargo, supongo que eso ayuda a matar el tiempo.

Hawkmoon sonrió y después se volvió, casi con ansiedad, para subir la plancha que conducía al barco. El Guerrero de Negro y Oro se movió con impaciencia.

—Dnark, Hawkmoon —dijo—. Debéis buscar al Bastón Rúnico en Dnark.

—De acuerdo —dijo Hawkmoon —. Ya os he oído, Guerrero.

—La Espada del Amanecer se necesita en Dnark —siguió diciendo el Guerrero de Negro y Oro—. Y también se os necesita a vos para que la empuñéis.

—En tal caso, cumpliré con vuestros deseos, Guerrero —replicó Hawkmoon con naturalidad—. ¿Viajáis con nosotros?

—Tengo otros asuntos de los que ocuparme.

—Entonces, no me cabe la menor duda de que volveremos a encontrarnos.

—Sin lugar a dudas.

D'Averc tosió y levantó una mano.

—En tal caso, adiós, Guerrero. Gracias por vuestra ayuda.

—Gracias por la vuestra —replicó el Guerrero enigmáticamente.

Hawkmoon dio órdenes para que se retirara la plancha y se desplegaran los remos.

El barco no tardó en abandonar la bahía y salir al mar abierto. Hawkmoon observó los muelles, donde las figuras de Bewchard y del Guerrero de Negro y Oro se iban haciendo más y más pequeñas. Finalmente, se volvió hacia D'Averc y le sonrió.

—Bien, D'Averc, ¿sabéis adonde nos dirigimos?

—Supongo que a Dnark —contestó D'Averc con ingenuidad.

—A Europa, D'Averc. A Europa. No me importa ese destino con el que me encuentro constantemente. Quiero volver a ver a mi esposa. Vamos a atravesar el océano, D'Averc…, en dirección a Europa. Allí, quizá podamos utilizar nuestros anillos para regresar al castillo de Brass. Y entonces volveré a ver a Yisselda.

D'Averc no dijo nada. Se limitó a volver la cabeza y elevar la mirada, para contemplar las velas, que empezaban a ser desplegadas al tiempo que el barco adquiría cada vez mayor velocidad. —¿Qué me decís a eso, D'Averc? —preguntó Hawkmoon con una sonrisa, dándole una palmada a su amigo en la espalda.

—Sólo digo que nos vendría muy bien descansar un tiempo en el castillo de Brass —contestó, encogiéndose de hombros.

—Percibo algo extraño en vuestro tono, amigo mío. Algo que suena un poco sardónico… —Hawkmoon frunció el ceño—. ¿De qué se trata?

D'Averc le dirigió una mirada de soslayo que se encontró con la suya.

—Sí…, sí, quizá no esté tan seguro como vos, Hawkmoon, de que este barco encuentre el camino a Europa. Quizá yo tenga mucho más respeto que vos por el Bastón Rúnico. —¿Vos… creéis en leyendas de esa clase? ¿Cómo es posible? Se suponía que Amahrek era un lugar lleno de gente bienintencionada. Al parecer, estaba muy lejos de ser así, ¿no?

—Creo que insistís demasiado en la inexistencia del Bastón Rúnico. Creo que vuestra ansiedad por volver a ver a Yisselda os está influyendo demasiado.

—Es posible.

—Bien, Hawkmoon —dijo D'Averc contemplando el mar—. El tiempo nos dirá cuál es la verdadera fuerza del Bastón Rúnico.

Hawkmoon le dirigió una mirada enigmática y después se encogió de hombros y se puso a caminar por la cubierta.

D'Averc sonrió, sacudiendo la cabeza al tiempo que no dejaba de observar a su amigo.

Finalmente, dirigió su atención hacia las velas, preguntándose si volvería a ver alguna vez el castillo de Brass.

EL BASTÓN RÚNICO
Libro primero
1. En la sala del trono del rey Huon

Tácticos y guerreros de feroz valor y habilidad; indiferentes a sus propias vidas; corruptos de alma y de cerebro demente: capaces de odiar todo lo que no estuviera corrupto; detentadores de un poder sin moralidad; fuerza sin justicia; los barones de Granbretan llevaron el estandarte del rey–emperador Huon por todo el continente de Europa, apoderándose de él; llevaron los estandartes al este y al oeste, a otros continentes de los que también intentaban apoderarse. Y parecía como si no existiera fuerza alguna, ya fuera natural o sobrenatural, con la fortaleza suficiente como para detener aquella oleada de muerte y locura. De hecho, nadie se les resistía ahora. Con un burlón orgullo y un frío desprecio, exigían tributo a naciones enteras, y los tributos se pagaban.

Pocos eran los que conservaban la esperanza en los países sometidos. Y entre quienes la conservaban, pocos se atrevían a expresarla, y entre esos pocos apenas alguien poseía el valor para murmurar el nombre que simbolizaba esa esperanza.

Ese nombre era el castillo de Brass.

Quienes pronunciaban el nombre comprendían las implicaciones que tenía, ya que el castillo de Brass era el único lugar que no habían podido conquistar los señores de la guerra de Granbretan, y en el castillo de Brass vivían héroes, hombres que habían luchado contra el Imperio Oscuro, cuyos nombres eran maldecidos y odiados por el taciturno barón Meliadus, gran jefe de la orden del Lobo, comandante del ejército de conquista, pues se sabía que el barón Meliadus sostenía una lucha privada con aquellos hombres, particularmente contra el legendario Dorian Hawkmoon de Colonia, casado con la mujer que Meliadus deseaba, Yisselda, hija del conde Brass, del castillo de Brass.

Pero el castillo de Brass no había derrotado a los ejércitos de Granbretan, sino que simplemente los había evadido, desapareciendo gracias a una extraña y antigua máquina de cristal para aparecer en otra dimensión de la Tierra, donde ahora vivían aquellos héroes, Hawkmoon, el conde Brass, Huillam d'Averc, Oladahn de las Montañas Búlgaras y un puñado de guerreros camarguianos. La mayoría de las gentes tenía la sensación de que aquellos héroes de Camarga les habían abandonado para siempre. No les culpaban de nada, pero su esperanza se hacía aún más débil a cada día que transcurría sin que los héroes regresaran.

En aquella otra Camarga, separada de su original por misteriosas dimensiones de espacio y tiempo, Hawkmoon y los demás se vieron enfrentados a nuevos problemas, pues todo indicaba que los brujos científicos del Imperio Oscuro estaban a punto de descubrir los medios que les permitirían o bien llegar hasta la dimensión en que ellos se encontraban, o bien hacerles retroceder a su dimensión original. El enigmático Guerrero de Negro y Oro había aconsejado a Hawkmoon y a D'Averc que emprendieran la búsqueda de un extraño nuevo país para encontrar la legendaria Espada del Amanecer, que les sería de una gran ayuda en su lucha y que, a su vez, ayudaría al Bastón Rúnico, a quien Hawkmoon servía, según insistía el Guerrero. Tras haberse apoderado de aquella espada rosada, Hawkmoon fue informado de que debía viajar por mar siguiendo la línea costera de Amahrek, hasta la ciudad de Dnark, donde se necesitaban los servicios de la espada. Pero Hawkmoon se opuso a ello. Estaba ansioso por regresar a Camarga y volver a ver a su hermosa esposa Yisselda. Así, a bordo de un barco proporcionado por Bewchard de Narleen. Hawkmoon se hizo a la vela con dirección a Europa, en contra de los dictados del Guerrero de Negro y Oro, quien le había dicho que sus deberes para con el Bastón Rúnico, el misterioso artefacto del que se decía que controlaba los destinos humanos, eran mayores que sus deberes para con su esposa, amigos y país de adopción. Acompañado por el burlón Huillam d'Averc, Hawkmoon emprendió su camino por mar.

Mientras tanto, en Granbretan, el barón Meliadus estaba furioso por lo que consideraba como una idiotez por parte de su rey–emperador, ya que éste no le permitía continuar su venganza contra el castillo de Brass. Cuando Shenegar Trott, conde de Sussex, pareció recibir más favores que él por parte de un rey–emperador que cada vez desconfiaba más de su inestable comandante conquistador, Meliadus se rebeló contra las órdenes recibidas y persiguió a su presa hasta los desiertos de Yel, donde perdió de vista a ambos hombres y se vio obligado a regresar a Londra con un odio redoblado y la intención de conspirar no sólo contra los héroes del castillo de Brass, sino también contra su gobernante inmortal, Huon, el rey–emperador…

—LA ALTA HISTORIA DEL BASTON RUNICO

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