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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (14 page)

BOOK: El bosque encantado
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—¡Me ha parecido oír voces! —dijo uno de ellos.

—Bueno pero, como no les permitimos subir al árbol, no pueden hacer mucho —se rió otro—. A lo mejor lo que has oído era el susurro de los árboles.

—«¡Uich-uich-uich!»

—¿Lo ves? ¿Qué te he dicho? —dijo el duende malvado, y volvieron a subir al Árbol Lejano. Los niños se abrazaron con risitas.

—¿Habrá llegado ya la ardilla hasta arriba? —preguntó Tom.

Entonces se oyó un leve sonido por el Resbalón-resbaladizo, y de pronto sintieron un roce.

—¡Ay! ¡Una culebra! —se asustó Bessie.

—¡No seas tonta! ¡Sólo es la cuerda que nos ha lanzado la pequeña ardilla! —se rió Tom—. Hay que subir de uno en uno, porque Cara de Luna no podrá con los tres a la vez.

Fanny subió primero. Resultaba muy extraño, tan oscuro y silencioso. Al fin llegó arriba. Allí estaba Cara de Luna, rojo por el esfuerzo. Había una luz encendida en la redonda y graciosa habitación. Se puso muy contento al ver a Fanny. La abrazó, y después tiró la soga para que Bessie subiera. Por último, subió Tom.

—No hagáis mucho ruido —dijo Cara de Luna en voz baja, mientras los acomodaba—. Los duendes malvados están vigilando todas las puertas.

—Cara de Luna, cuánto sentimos que te hayan capturado de esta forma —dijo Tom—. ¿No podrías haber descendido por el Resbalón-resbaladizo? ¿Pensaste quizá que abajo habría duendes malvados?

—Sí, eso mismo pensé —contestó Cara de Luna—, pero también pensé que, si escapaba por el Resbalón-resbaladizo, abandonaba a todos mis amigos del árbol, y no me pareció correcto.

—Es verdad —reconoció Tom—; no estaría bien que te salvaras a ti mismo, abandonando a los demás. Cara de Luna, ¿qué podemos hacer nosotros?

—En realidad no lo sé —replicó Cara de Luna—. Lo he pensado detenidamente, pero no se me ocurre nada que sea eficaz.

—Es una lástima que Seditas no esté aquí —se lamentó Tom—. A ella se le da muy bien hacer planes. Es muy lista.

—No hay forma de llegar a su casa —dijo Cara de Luna—. Está encerrada, igual que yo.

—¡Tom, Cara de Luna! —sonrió de pronto Fanny, con la cara roja de la emoción—. Tengo una idea.

—¿Cuál? —preguntaron los demás a coro.

—¿Por qué no baja la ardilla roja por el Resbalón-resbaladizo, sale por la puertecilla y les lleva una nota a los duendes del bosque? —preguntó Fanny—. ¿No os acordáis de que, la primera vez que vinimos al bosque, les ayudamos y dijeron que estaban dispuestos a ayudarnos si lo necesitábamos?

—Sí pero ¿cómo podrán ayudarnos? —preguntó Cara de Luna, dudoso. Ninguno sabía la respuesta. Pero de pronto Tom sacudió la cabeza y gritó.

—¡Ssh! —le indicaron todos al mismo tiempo.

—Lo siento —se disculpó Tom—, pero al fin se me ha ocurrido un plan. ¡Escuchad! La ardilla roja les dirá a los duendes que vengan, y los subiremos con la soga. Entonces Cara de Luna gritará a los duendes malvados que está dispuesto a decirles las fórmulas mágicas que quieren saber y, cuando abran la puerta, todos saldremos a la vez para derrotarlos.

—¡Es una excelente idea! —aplaudió Cara de Luna, mirando a Tom con admiración.

—¡Por supuesto! —reconocieron las niñas. Tom se sentía orgulloso.

—Entonces abriremos las puertas a todos los demás y ellos se unirán a nosotros —continuó—. ¡Ya veréis qué emocionante! ¿Os imagináis lo furiosos que se pondrán el duende Furioso y el señor Cómosellama? ¡Perseguirán como gatos salvajes a los duendes malvados!

Todos se echaron a reír. La ardilla roja tocó a Tom en la rodilla.

—¿Me das la nota? Sé dónde vive el señor Bigotes. Le llevaré la carta, y así podrá llamar y reunir a todos los duendes.

Tom sacó su lápiz y escribió la nota sobre un papel que le dio Cara de Luna. Lo dobló y se lo entregó a la ardilla roja, quien lo dobló aún más y se lo metió en el hocico.

—Por si acaso me capturan los duendes malvados —explicó—. ¡Nunca se les ocurrirá buscar una nota dentro de mi mejilla!

Se sentó sobre su peluda cola, dio un salto, y bajó por el Resbalón-resbaladizo a toda velocidad. Fanny soltó una carcajada.

—Su cola le sirve de cojín —dijo—. Es muy simpática, ¿verdad? Espero que encuentre al señor Bigotes.

—Será mejor que esperemos sin hacer ruido —les aconsejó Cara de Luna—. No quiero que los duendes malvados abran la puerta y os encuentren a todos. Echarían abajo nuestro plan.

—Hemos traído la merienda que os habíamos preparado en casa esta tarde —Bessie abrió la bolsa—. Aquí hay sándwiches de rábano, algunos panecillos y dulces de café con leche.

—Comamos todos —sonrió Cara de Luna—. Yo también tengo galletas que estallan.

Todos se sentaron en silencio sobre el sofá curvado de Cara de Luna, y comieron, charlando tranquilamente mientras esperaban a la ardilla, que regresaría con el señor Bigotes y los demás duendes.

Los malvados duendes rojos se llevan un susto

Pasó un buen rato sin que nada sucediera. Cara de Luna agudizó el oído.

—Alguien está subiendo por el Resbalón-resbaladizo —susurró—. Debe ser la ardilla roja.

—¡Espero que no sea un duende malvado! —dijo Fanny muy asustada.

Por suerte, era la ardilla roja. Salió del agujero del Resbalón-resbaladizo y los saludó.

—Todo va bien —sonrió—. Vienen los duendes. Encontré al señor Bigotes y salió a buscar a toda su familia. ¡Son cincuenta y uno!

—Será mejor que bajemos la soga —sugirió Cara de Luna, y la lanzó por el Resbalón-resbaladizo. De pronto la soga se tensó.

—¡Ya ha llegado uno de los duendes! —avisó Cara de Luna, y entre él y Tom tiraron de la soga hacia arriba. ¡Cómo pesaba! Tiraron con todas sus fuerzas, jadeando sin parar.

—Este duende debe estar muy gordo —dijo Tom, y cuál sería su sorpresa al ver que no era uno sino cinco duendes los que se habían colgado de la soga para subir. Dieron un salto para entrar en la pequeña habitación redonda de Cara de Luna, saludando a todos alegremente. Cara de Luna les contó todo lo de los duendes malvados, y sonrieron con malicia al oír el plan.

Lanzaron la soga otra vez hacia abajo, y esta vez subieron seis duendes. La habitación se estaba llenando. Pero a nadie le importaba.

—Tendremos que sentarnos unos encima de otros —se rió Tom.

Los duendes eran todos idénticos. Todos llevaban la barba igual de larga, excepto el señor Bigotes, cuya barba le llegaba hasta los pies.

Con la soga subieron a los cincuenta y un duendes. Ya no había quien se moviera. ¡Todos estaban muy alegres y susurraban tanto que parecía como si mil hojas temblaran a la vez!

—Ahora golpearé la puerta para decirles a los duendes malvados que les voy a dar las fórmulas mágicas que necesitan —decidió Cara de Luna—. En cuanto abran la puerta, todos vosotros salís y os lanzáis hacia ellos.

—Un momento, se me ha ocurrido una buena idea —dijo Tom de repente—: los traemos a esta habitación. Mientras tanto, uno de nosotros va y pone el cerrojo en la puertecita de abajo del Resbalón-resbaladizo. Y cuando bajen, pensando en escaparse, ¡caerán todos, uno encima de otro, hasta que abramos la puerta para sacarlos! ¡Entonces los haremos prisioneros!

—¡Qué buena idea! —exclamó el señor Bigotes—. Que dos duendes suban por la escalera que conduce a la nube para detener a cualquier duende malvado que trate de escaparse por allí. Seis de nosotros bajaremos por el Resbalón-resbaladizo hasta la base del árbol, para que no puedan escaparse al bosque.

Los seis duendes bajaron, sentados en cojines, por el Resbalón-resbaladizo. Salieron disparados por la puertecita, y le pusieron el cerrojo por fuera. Rodearon la base del árbol, listos para detener a cualquier duende malvado que intentara escapar.

Los otros esperaron a que Cara de Luna llamara a los duendes malvados. Estaban muy alegres pero inquietos.

Cara de Luna golpeó la puerta. Un duende malvado le gritó:

—¡Deja de hacer ruido!

—¡Dejadme salir! —gritó Cara de Luna.

—¡No te dejaremos hasta que nos digas las fórmulas mágicas! —contestó el duende malvado.

—¡Conozco una fórmula mágica que convierte a las personas en reyes y reinas! —gritó Cara de Luna.

—Dila inmediatamente —ordenó el duende malvado.

—Está bien, abre la puerta —dijo Cara de Luna. Se oyó el sonido de la llave al girar y la puerta de la casa de Cara de Luna, que se abría. Enseguida se abalanzaron todos los duendes, seguidos de Tom, Bessie y Fanny. Los duendes malvados, al ver a tanta gente, saltaron gritando a una parte más baja del árbol para advertir a sus amigos.

Dos duendes corrieron hacia la escalera y se sentaron allí para que ningún duende malvado pudiera escapar al país que estaba arriba. Tom, Cara de Luna, Bessie y Fanny bajaron rápidamente por el árbol para abrir la puerta a los demás. ¡Cómo se alegraron!

La señora Lavarropas estaba harta de estar encerrada.

—¡Les voy a dar una lección a esos duendes malvados! —gritó furiosa. Recogió su cubo y comenzó a lanzar agua a todos los duendes malvados que corrían por el árbol. ¡Qué susto les dio! Tom no pudo contener la risa.

Abrió la puerta del señor Cómosellama, que también salió gritando enfurecido. Tras él salió Cacharros. El señor Cómosellama, con los puños cerrados, empezó a golpear a todos los duendes malvados que encontraba a su paso, como si estuviera sacudiendo alfombras.

Cacharros hizo algo sorprendente. Se quitó las cacerolas y cazos, y se los lanzó a los duendes malvados que intentaban escaparse. ¡Crac! ¡Bang! ¡Clone! ¡Qué buena puntería la suya! Fanny contemplaba la escena, boquiabierta.

Dejaron salir al búho, junto con otros tres búhos que vivían con él. Salieron volando hacia los duendes malvados, ululando muy fuerte. El duende Furioso estaba tan furioso que por poco le da un golpe a Tom cuando éste le abrió la puerta. A duras penas le pudo explicar que a quienes tenía que golpear era a los duendes malvados.

Bessie abrió la puerta a Seditas, que estaba atemorizada al oír tanto ruido. Pero logró capturar a uno de los duendes malvados y lo ató con una cortina. Entre Seditas y Bessie subieron al duende malvado y lo empujaron a la habitación de Cara de Luna. Cuando el duende malvado encontró el Resbalón-resbaladizo, se deslizó muy contento, pensando que iba a escapar. Pero ¡pobre de él!, quedó atrapado abajo, junto a la puertecilla cerrada, y allí se quedó, sin poder moverse.

Lo mismo hicieron con los demás duendes malvados que capturaban. Éstos trataban de escaparse de los duendes, bajando por el árbol, hacia el bosque. Pero en cuanto veían a los seis duendes fuertes al pie del árbol subían de nuevo para escapar a su país, que estaba en la copa del árbol. Arriba, naturalmente, encontraban a los dos duendes en la escalera, que los empujaban hacia abajo.

Así que, uno por uno, iban a parar a la casa de Cara de Luna, donde Tom, con gran alegría, les daba un empujón para que entraran. Luego, todos trataban de escapar por el Resbalón-resbaladizo, que no tardó en llenarse de duendes malvados, apilados unos encima de otros.

Salió el sol de madrugada, iluminando las enormes ramas del inmenso Árbol Lejano.

—Ahora podemos ver si todavía queda algún duende escondido por entre las ramas —dijo Cara de Luna, que se estaba divirtiendo mucho. Él, los duendes y el señor Cómosellama buscaron por todos los rincones, detrás de cada rama y montículo de hojas, y sacaron a todos los duendes malvados que aún estaban escondidos. Los llevaron a la habitación de Cara de Luna y los lanzaron por el Resbalón-resbaladizo. Al cabo de un rato, ya no quedaba un solo duende malvado. Todos estaban amontonados en el Resbalón-resbaladizo, muy incómodos y asustados.

—¡Bien, hemos terminado! —suspiró Cara de Luna, satisfecho—. Ya los hemos atrapado a todos. ¡Huy, qué hambre tengo! ¿Qué tal si comemos algo?

—¡Mirad! —Seditas señaló a la parte más baja del enorme árbol—. Al Árbol Lejano le han salido ciruelas maduras. ¿Nos damos un festín?

—¡Estupendo! —aplaudió Cara de Luna—. Ardilla, ¿quieres ir a decirles a los seis duendes que están al pie del árbol que ya pueden subir? Vosotros, los duendes que estáis en la escalera, ya podéis bajar. Seditas, ¿nos preparas un chocolate caliente? Ciruelas con chocolate es un desayuno delicioso.

En cuanto se sentaron, un curioso personaje, delgado y cubierto de harapos, subió por el árbol. Sonreía como si los conociera a todos.

—¿Quién es éste? —preguntó enseguida Fanny.

—No lo sé —replicó Cara de Luna, mirándolo fijamente.

—A mí su cara me suena —comentó Bessie.

—Tiene una pinta muy rara —dijo Tom—. Parece un espantapájaros.

El hombre harapiento subió y se sentó sobre una rama cerca de donde estaban todos. Luego estiró la mano para que le dieran una taza de chocolate.

—¿Quién es usted? —preguntó Cara de Luna.

—¿Se puede identificar? —añadió Seditas.

—¿Que si puedo jugar? —contestó él sonriendo—. Huy, ya lo creo. ¿A qué quieres jugar?

Entonces todos cayeron en la cuenta de quién era. ¡Era Cacharros!, sin sus cacerolas y sus cazos. Había lanzado todos sus trastos a los duendes malvados, y ahora no llevaba puesto ninguno.

—¡Cacharros! ¡No hay quien te reconozca! —el señor Cómosellma se acercó para abrazarlo—. ¡Qué raro estás! Anda, toma lo que te apetezca. ¿Qué quieres desayunar?

Cacharros parecía preocupado.

—¿Te has dañado el pulgar? ¡Oh, cuánto lo siento!

—No, no he dicho que me he dañado el dedo pulgar —dijo Cómosellama entre carcajadas, dándole palmadas en la espalda—. ¡Dije que qué quieres desayunar,
DESAYUNAR
!

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