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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (11 page)

BOOK: El camino de los reyes
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Yalb caminaba junto al carro, y el porteador empezó a dirigirse a Shallan. Yalb tradujo, las manos en los bolsillos de su chaleco.

—Dice que la ciudad es especial por las laits que hay.

Shallan asintió. Muchas ciudades estaban construidas en laits: zonas protegidas de las altas tormentas por las formaciones rocosas cercanas.

—Kharbranth es una de las ciudades mejor protegidas del mundo —continuó traduciendo Yalb—, y las campanas son un símbolo de eso. Se dice que las levantaron por primera vez para advertir que soplaba una alta tormenta, ya que los vientos eran tan suaves que la gente no siempre se daba cuenta —Yalb vaciló—. Solo dice eso porque quiere una buena propina, brillante. He oído esa historia, pero creo que es una tontería absoluta. Si los vientos soplaran lo bastante fuerte para mover las campanas, la gente se daría cuenta. Además, ¿no se darían cuenta de que les estaba lloviendo encima de las cabezas?

Shallan sonrió.

—No importa. Puede continuar.

El porteador continuó charlando con su voz entrecortada. ¿Qué lenguaje era aquel, por cierto? Shallan escuchaba la traducción de Yalb, mientras absorbía las vistas, sonidos y, por desgracia, los olores. Había crecido acostumbrada al aroma agradable de los muebles recién limpiados y al pan horneándose en las cocinas. Su viaje por el océano le había enseñado nuevos olores, a salitre y limpio aire marino.

No había nada limpio en lo que olía aquí. Cada callejón ante el que pasaban tenía su propia variedad única de hedores repugnantes. Se alternaban con los aromas picantes de los vendedores callejeros y sus comidas, y la yuxtaposición era aún más nauseabunda. Por suerte el porteador se dirigió a la parte central de la calzada, y los olores remitieron, aunque eso los frenó, pues tuvieron que enfrentarse al denso tráfico. Shallan miró asombrada a la gente que encontraba. Aquellos hombres de manos enguantadas y piel levemente azulina eran de Natanatan. ¿Pero quiénes eran aquellas personas altas y regias que vestían túnicas negras? ¿Y los hombres con las barbas recogidas en trenzas que los hacían parecer envarados?

Los sonidos recordaron a Shallan los coros en competición de los cantarines salvajes de su casa, solo que multiplicados de variedad y volumen. Cien voces llamándose unas a otras, mezcladas con los golpes de las puertas al cerrarse, de las ruedas al rodar sobre la piedra, de los gritos ocasionales de las anguilas aéreas. Las omnipresentes campanas tintineaban al fondo, más fuertes cuando soplaba el viento. Asomaban en las ventanas de las tiendas, colgaban de los aleros. Todos los postes de los faroles de la calle tenían una campana colgando bajo la lámpara, y el carro donde Shallan viajaba tenía un campanita de plata en el mismo extremo del dosel. Cuando habían subido la mitad de la montaña, una oleada de fuertes campanadas indicó la hora. Los diversos repiques crearon un verdadero estrépito con su falta de sincronía.

Las multitudes se fueron haciendo más escasas cuando llegaron al barrio más alto de la ciudad, y al cabo de un rato su porteador la condujo hasta un enorme edificio situado en la misma cima. Pintado de blanco, estaba tallado en la cara de la misma roca, en vez de estar construida con ladrillos o barro. Las columnas de delante brotaban de la piedra, y la parte trasera del edificio se fundía suavemente con el acantilado. Los tejados tenían cúpulas cuadradas en lo alto y estaban pintados de colores metálicos. Mujeres ojos claros entraban y salían, llevando utensilios de escribas y vestidas como Shallan, las manos izquierdas adecuadamente cubiertas. Los hombres que entraban o salían del edificio vestían chaquetones vorin de estilo militar y pantalones recios, abotonados por los costados y terminados en un duro cuello. Muchos llevaban espadas, los cinturones envueltos en los chaquetones que les llegaban hasta las rodillas.

El porteador se detuvo e hizo un comentario a Yalb. El marinero empezó a discutir con él, las manos en las caderas. Shallan sonrió ante su severa expresión y parpadeó intensamente, fijando la escena en su memoria para posteriores bocetos.

—Me está ofreciendo dividir conmigo la diferencia si lo dejo hinchar el precio del viaje —dijo Yalb, sacudiendo la cabeza y ofreciendo una mano para ayudar a Shallan a bajar del carruaje. Cuando lo hizo, miró al porteador, que se encogió de hombros, sonriendo como un niño al que han pillado robando golosinas.

Ella agarró la mochila con su mano cubierta y buscó dentro con su mano libre para sacar el monedero.

—¿Cuánto debo darle?

—Dos claros deberían ser más que suficientes. Yo habría ofrecido uno. El ladrón quería pedir cinco.

Antes de este viaje, ella nunca había usado dinero: tan solo admiraba las esferas por su belleza. Cada una estaba compuesta por una perla de cristal un poco más grande que la uña de una persona, con una gema mucho más pequeña en el centro. Las gemas podían absorber la luz tormentosa, y eso las hacía brillar. Cuando abrió el monedero, fragmentos de rubí, esmeralda, diamante y zafiro brillaron en su rostro. Cogió tres chips de diamante, la denominación más pequeña. Las esmeraldas eran las más valiosas, pues podían ser usadas por los animistas para crear comida.

La parte de cristal de la mayoría de las esferas era del mismo tamaño; el tamaño de gema del centro determinaba el valor. Los tres chips, por ejemplo, tenían cada uno una diminuta lasca de diamante dentro. Incluso eso era suficiente para brillar con la luz tormentosa, mucho más débil que una lámpara, pero todavía visible. Un marco (la denominación media de la esfera) era un poco menos brillante que una vela: hacían falta cinco chips para sumar un marco.

Solo había traído esferas infusas, ya que había oído que las opacas eran sospechosas, y a veces los prestamistas tenían que ser llevados a juicio para determinar la autenticidad de la gema. Guardaba las esferas más valiosas que tenía en su bolsa segura, naturalmente, que estaba abotonada en el interior de su manga izquierda.

Le entregó los tres chips a Yalb, que ladeó la cabeza. Le asintió al porteador, ruborizándose, advirtiendo que sin darse cuenta había utilizado a Yalb como si fuera un maestro-siervo intermediario. ¿Se sentiría ofendido?

El se echó a reír y se irguió, como si imitara a un maestro-siervo, y le pagó al porteador con una burlona expresión de severidad. El porteador se rio, le hizo una reverencia a Shallan, y se marchó con su carro.

—Esto es para ti —dijo Shallan, sacando un marco de rubí y entregándoselo a Yalb.

—¡Brillante, esto es demasiado!

—En parte es por agradecimiento —dijo ella—, pero también es para pagarte que te quedes aquí y esperes unas horas, por si regreso.

—¿Esperar unas hora por un marco de fuego? ¡Eso es el salario de una semana navegando!

—Entonces debería ser suficiente para asegurarme de que no te marcharás.

—¡Estaré aquí mismo! —exclamó Yalb, haciéndole una elaborada reverencia sorprendentemente bien ejecutada.

Shallan inspiró profundamente y empezó a subir las escalinatas que conducían a la impresionante entrada del Cónclave. La piedra tallada era en efecto notable: la artista que había en ella quiso detenerse a estudiarla, pero no se atrevió. Entrar en el enorme edificio fue como ser engullida. El pasillo interior estaba flanqueado con lámparas de luz tormentosa que brillaban en blanco. Dentro de ellas posiblemente había broams de diamante: la mayoría de los edificios de hermosa construcción usaban luz tormentosa para proporcionar iluminación. Un broam (la denominación más alta de las esferas) brillaba casi con la misma luz que varias velas.

Su luz brillaba por igual y suavemente sobre las muchas ayudantes, escribas, y ojos claros que se movían por el pasillo. El edificio parecía estar construido como un alto, ancho y largo túnel horadado en la roca. Grandiosas cámaras flanqueaban los lados, y pasillos secundarios surgían de la gran sala central. Shallan se sintió más cómoda que en el exterior. Este lugar, con sus sirvientes ocupados, sus brillantes señores menores y sus brillantes damas, era familiar.

Alzó su mano libre en señal de necesidad, y en efecto, un maestro-siervo con una esplendente camisa blanca y pantalones negros acudió presuroso a su lado.

—¿Brillante? —preguntó, hablándole en su veden nativo, probablemente por el color de sus cabellos.

—Busco a Jasnah Kholin —dijo Shallan—. He oído decir que está dentro de estos muros.

El maestro-siervo se inclinó secamente. La mayoría de los maestros-siervos se enorgullecían de su servicio refinado, el mismo aire que Yolb había remedado burlón un rato antes.

—Ahora vuelvo, brillante —dijo.

Sería del segundo
nahn
, un ciudadano ojos oscuros de muy alto rango. En la fe vorin, la Llamada (la tarea a la que uno dedicaba la vida) era de importancia vital. Elegir una buena profesión y trabajar duro en ella era la mejor forma de asegurarse un buen lugar en la otra vida. El devotario concreto que se elegía para adorar a menudo tenía que ver con la naturaleza de la Llamada escogida.

Shallan se cruzó de brazos, esperando. Había pensado mucho en su propia Llamada. La elección obvia era el arte, ya que le encantaba dibujar. Pero lo que la atraía era algo más que el dibujo: era el estudio, las cuestiones suscitadas por la observación. ¿Por qué no temían a la gente las anguilas aéreas? ¿De qué se alimentaban los haspers? ¿Por qué una población de ratas florecía en una zona, pero fracasaba en otra? Así que en cambio había elegido historia natural.

Ansiaba ser una verdadera erudita, recibir auténtica instrucción, pasarse el tiempo investigando y estudiando. ¿Era en parte por eso por lo que había sugerido este osado plan de buscar a Jasnah y convertirse en su pupila? Tal vez. Sin embargo, tenía que mantener la concentración. Convertirse en pupila de Jasnah (y por tanto en estudiante) era solo un paso.

Reflexionó sobre esto mientras se acercaba tranquilamente a una columna, usando su mano libre para palpar la piedra pulida. Como gran parte de Roshar (a excepción de ciertas regiones costeras), Kharbranth estaba construida en roca pura, sin romper. Los edificios de fuera habían sido tallados directamente en la roca, y este había sido horadado en ella. La columna era de granito, supuso, aunque su conocimiento de geología era escaso.

El suelo estaba cubierto de largas alfombras de color naranja quemado. El tejido era denso, diseñado para parecer rico y soportar el pesado tráfico. El pasillo ancho y rectangular daba una sensación de antigüedad. Un libro que Shallan había leído decía que Kharbranth había sido fundada en los días de las sombras, años antes de la última Desolación. Muy antiguo, entonces. Miles de años de edad, creado antes de los terrores de la Hierocracia, mucho antes, incluso, de la Traición. Cuando se decía que los Vaciadores de cuerpo de piedra acechaban la tierra.

—¿Brillante? —preguntó una voz.

Shallan dio media vuelta y descubrió que el sirviente había regresado.

—Por aquí, brillante.

Shallan asintió, y el sirviente la condujo rápidamente por el concurrido pasillo. Repasó cómo debía presentarse a Jasnah. La mujer era una leyenda. Incluso Shallan, que vivía en los remotos estados de Jah Keved, había oído hablar de la deslumbrante y hereje hermana del rey alezi. Jasnah solo tenía treinta y cuatro años, aunque muchos consideraban que ya habría conseguido la toca de maestra erudita si no fuera por sus denuncias a la religión. Más en concreto, denunciaba a los devotarios, las diversas congregaciones religiosas a las que se unía la gente de bien vorin.

Los comentarios inadecuados no le servirían aquí a Shallan. Tendría que comportarse. Ser pupila de una mujer de gran renombre era la mejor forma de dominar las artes femeninas: música, pintura, escritura, lógica y ciencia. Era el equivalente a cómo se entrenaría un joven en la guardia de honor de un brillante señor que respetase.

Shallan le había escrito originalmente a Jasnah pidiendo llena de desesperación ser admitida como pupila suya: no esperaba que la respuesta de la mujer fuera afirmativa. Cuando la recibió (a través de una carta que le ordenaba que la visitara en Dumadari en dos semanas), Shallan se quedó sorprendida. Llevaba persiguiéndola desde entonces.

Jasnah era una hereje. ¿Le exigiría a ella que renunciara a su fe? Dudaba poder hacerlo. Las enseñanzas vorin referentes a la Gloria y la Llamada habían sido uno de sus pocos refugios durante los días difíciles, cuando su padre estaba en su peor momento.

Se dirigieron a un pasillo más estrecho y entraron en una serie de corredores que se alejaban cada vez más de la caverna principal. Finalmente, el maestro-siervo se detuvo en una esquina y le indicó que continuara. Había voces procedentes del pasillo a la derecha.

Shallan vaciló. A veces, se preguntaba cómo había llegado a esto. Ella era la silenciosa, la tímida, la más joven de cinco hermanos y la única chica. A cubierto, protegida toda la vida. Y ahora las esperanzas de toda su casa reposaban sobre sus hombros.

Su padre estaba muerto. Y era vital que eso permaneciera en secreto.

No le gustaba pensar en aquel día: lo bloqueaba de su mente, y se obligaba a pensar en otras cosas. Pero los efectos de su pérdida no podían ignorarse. Había hecho muchas promesas, algunos acuerdos comerciales, algunos sobornos, parte de los últimos disfrazados de los primeros. La casa Davar le debía grandes cantidades de dinero a gran número de personas, y sin su padre para aplacarlos a todos, los acreedores pronto empezarían a exigir.

No había nadie a quien acudir. Su familia, debido en gran medida a su padre, era rechazada incluso por sus aliados. El alto príncipe Valam, el brillante señor a quien su familia debía lealtad, vacilaba, y ya no le ofrecía la protección de antaño. Cuando se conociera que su padre había muerto y que su familia estaba en la ruina, sería el fin de la casa Davar. Serían consumidos y sometidos a otra casa.

Serían forzados a trabajar a muerte como castigo; de hecho, incluso podrían ser asesinados por los acreedores insatisfechos. Impedir eso dependía de Shallan, y el primer paso venía con Jasnah Kholin.

Shallan inspiró profundamente, y luego giró la esquina.

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