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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (78 page)

BOOK: El camino de los reyes
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—Esto provocará el caos —susurró Szeth—. Luchas internas. Guerra. Confusión y dolor como el mundo rara vez ha conocido.

La gema encadenada a la palma del hombre destelló. La pared desapareció, convertida en humo. Un animista.

La figura oscura miró a Szeth.

—En efecto. Nuestro amo ordena que uses tácticas similares a las que empleaste también en Alezkar hace años. Cuando termines, recibirás nuevas instrucciones.

Salió entonces a través de la abertura, dejando a Szeth horrorizado. Esta era su pesadilla. Estar en manos de aquellos que comprendían sus capacidades y tenían la ambición de usarlas adecuadamente. Permaneció allí de pie durante un rato, silencioso, mucho después de que su luz tormentosa se apagara.

Entonces, reverente, dobló la lista. Le sorprendió que sus manos fueran tan firmes. Debería estar temblando.

Pues pronto el mundo entero temblaría.

Tercera Parte

MORIR

Kaladin * Shallan

«Los de ceniza y fuego, que mataban como un enjambre, implacables ante los Heraldos.»

—Anotado en Masly, página 337. Corroborado por Coldwin y Hasavah.

«Parece que te estás ganando el favor de Jasnah rápidamente —escribió la abarcaña—. ¿Cuándo podrás hacer el cambio?»

Shallan hizo una mueca y giró la gema en la caña. «No lo sé —respondió—. Jasnah vigila de cerca la animista, como cabía esperar. La lleva a todas horas. De noche la guarda en su caja fuerte y se cuelga la llave del cuello.»

Giró la gema y esperó la respuesta. Estaba en su recámara, una pequeña habitación tallada en la piedra dentro de los aposentos de Jasnah. Su entorno era austero: una cama pequeña, una mesilla de noche, y el escritorio eran su único mobiliario. Sus ropas permanecían en el baúl que había traído. Ninguna alfombra adornaba el suelo, y no había ventanas, ya que las habitaciones se hallaban dentro del Cónclave Kharbranthino, que estaba bajo tierra.

«Entonces tenemos un problema», escribió la caña. Eylita, la prometida de Nan Balat, era quien escribía, pero los tres hermanos supervivientes de Shallan estarían en su habitación en Jah Keved, contribuyendo a la conversación.

«Supongo que se la quitará para bañarse —escribió Shallan—. Cuando confíe más en mí, puede que empiece a emplearme como su ayudante de baño. Eso puede darme una oportunidad.»

«Buen plan —escribió la caña—. Nan Balat quiere que recalque que lamentamos mucho haberte obligado a hacer eso. Debe de resultarte difícil estar lejos tanto tiempo.»

¿Difícil? Shallan recogió la abarcaña y vaciló.

Sí, era difícil. Difícil no enamorarse de la libertad, difícil no sumergirse demasiado en sus estudios. Solo habían pasado dos meses desde que convenciera a Jasnah para que la aceptara como pupila, pero ya se sentía la mitad de tímida y el doble de confiada.

Lo más difícil de todo era saber que pronto terminaría. Venir a estudiar a Kharbranth era, sin duda, lo más maravilloso que le había sucedido jamás.

«Me las apañaré —escribió—. Vosotros sois los que estáis viviendo la vida difícil, manteniendo en casa los intereses de nuestra familia. ¿Cómo os va?»

Tardaron un rato en contestar.

«Regular —envió finalmente Eylita—. Las deudas de tu padre acechan, y Wikim apenas puede mantener distraídos a los acreedores. El alto príncipe está muy enfermo y todo el mundo quiere saber dónde se posiciona nuestra casa en el tema de la sucesión. La última cantera se está agotando. Si se sabe que ya no tenemos recursos, nos irá mal.»

Shallan hizo una mueca.

«¿Cuánto tiempo tengo?»

«Unos cuantos meses más, como mucho —envió Nan Balat a través de su prometida—. Depende de cuánto dure el alto príncipe y si alguien se da cuenta o no de por qué Asja Jushu está vendiendo nuestra posesiones.»

Jushu era el más joven de los hermanos, el que iba antes que Shallan. Su viejo hábito de jugador estaba resultando provechoso. Durante años había robado cosas a su padre y las había vendido para saldar sus deudas de juego. Ahora fingía que seguía haciéndolo, pero daba el dinero para ayudar. Era un buen hombre, a pesar de su hábito. Y, considerando cómo estaban las cosas, no podía reprochársele mucho de lo que había hecho. Ninguno de ellos podía.

«Wikim piensa que puede mantener a raya a todo el mundo un poco más. Pero estamos al borde de la desesperación. Cuanto antes regreses con la animista, mejor.»

Shallan vaciló antes de escribir: «¿Estamos seguros de que esta es la mejor manera? Tal vez deberíamos pedirle simplemente ayuda a Jasnah.»

«¿Crees que respondería a eso? —escribieron ellos—. ¿Ayudaría a una casa veden desconocida y repudiada? ¿Guardaría nuestros secretos?»

Probablemente, no. Aunque Shallan estaba cada vez más segura de que la reputación de Jasnah era exagerada, la mujer tenía una vena implacable. No dejaría sus importantes estudios para ir a ayudar a la familia de Shallan.

Extendió la mano hacia la caña, pero esta empezó a escribir de nuevo. «Shallan —dijo—. Te habla Nan Balat. He enviado fuera a los demás. Solo estamos Eylita y yo escribiéndote ahora. Hay algo que tienes que saber. Luesh ha muerto.»

Shallan parpadeó sorprendida. Luesh, el mayordomo de su padre, era quien sabía utilizar la animista. Era una de las pocas personas en quien sus hermanos y ella habían decidido que podían confiar.

«¿Qué ha pasado?», escribió después de pasar a una nueva hoja de papel.

«Murió mientras dormía, y no hay motivos para sospechar que fuera asesinado. Pero Shallan, unas pocas semanas después de su muerte vinieron unos hombres diciendo que eran amigos de nuestro padre. En privado, me dieron a entender que sabían que nuestro padre tenía una animista y sugirieron de manera algo amenazante que tenía que devolvérsela.»

Shallan frunció el ceño. Todavía tenía la animista rota de su padre en la bolsa segura de su manga. «¿Devolvérsela?», escribió.

«Nunca descubrimos de dónde la sacó padre —envió Nan Balat—. Shallan, estaba implicado en algo. Esos mapas, las cosas que dijo Luesh, y ahora esto. Seguimos fingiendo que padre vive todavía, y de vez en cuando recibe cartas de otros ojos claros que hablan de vagos "planes". Creo que iba a intentar convertirse en alto príncipe. Y lo apoyaban fuerzas poderosas. Esos hombres que vinieron eran poderosos, Shallan. El tipo de hombres a los que no conviene enfadar. Y quieren recuperar su animista. Sean quienes sean, sospecho que se la dieron a padre para que pudiera crear riquezas y tratar de hacerse con la sucesión. Y saben que está muerto.»

«Creo que si no les devolvemos una animista que funcione, podríamos correr todos serio peligro. Tienes que traernos el fabrial de Jasnah. Lo usaremos rápidamente para crear nuevas canteras de piedra valiosa, y luego podremos dárselo a esos hombres. Shallan, tienes que conseguirlo. Vacilé respecto a este plan cuando lo sugeriste, pero las otras posibilidades se desvanecen rápidamente.»

Shallan sintió un escalofrío. Leyó los párrafos unas cuantas veces antes de escribir: «Si Luesh está muerto, no sabremos cómo usar la animista. Eso es problemático.»

«Lo sé —envió Nan Balat—. Mira a ver si puedes descubrir algo. Esto es peligroso, Shallan. Sé que lo es. Lo siento.»

Ella inspiró profundamente. «Hay que hacerlo», escribió.

«Mira —envió Nan Balat—. Quería enseñarte algo. ¿Has visto alguna vez este símbolo?»

El boceto que siguió era burdo. Eylita no era una gran artista. Por fortuna, era un dibujo sencillo: tres formas de diamante en una curiosa pauta.

«Nunca lo he visto —escribió Shallan—. ¿Por qué?»

«Luesh llevaba un colgante con ese símbolo. Lo encontramos en su cuerpo. Y uno de los hombres que vino a buscar la animista tenía el mismo dibujo tatuado en la mano, justo debajo del pulgar.»

«Curioso —escribió Shallan—. Así que Luesh…»

«Sí. A pesar de lo que dijo, creo que debió de ser él quien le trajo la animista a padre. Luesh estaba implicado en esto, tal vez como contacto con nuestro padre y la gente que lo apoyaba. Intenté sugerir que me apoyaran a mí en cambio, pero se echaron a reír. No se quedaron mucho tiempo ni dieron una fecha precisa para devolver la animista. Dudo que se contenten con recibir una rota.»

Shallan frunció los labios. «Balat ¿has pensado que podríamos arriesgarnos a una guerra? Si se hace público que hemos robado una animista alezi…»

«No, no habría ninguna guerra —respondió Nan Balat—. El rey Hanavanar nos entregaría a los alezi. Nos ejecutarían por el robo.»

«Maravillosamente reconfortante, Balat —escribió ella—. Muchas gracias.»

«No hay de qué. Vamos a tener que esperar que Jasnah no se dé cuenta de que te llevas la animista. Es factible que descubra que la suya se habrá roto por algún motivo.»

Shallan suspiró. «Tal vez», escribió.

«Cuídate», le envió Nan Balat.

«Tú también.»

Y eso fue todo. Shallan apartó la abarcaña y a continuación leyó la conversación completa, memorizándola. Luego arrugó los papeles y entró en el salón de los aposentos de Jasnah. No estaba allí (Jasnah apenas se apartaba de sus estudios), así que Shallan quemó la conversación en la chimenea.

Se quedó allí largo rato, contemplando el fuego. Estaba preocupada. Nan Balat sabía valerse por sí mismo, pero todos llevaban cicatrices de las vidas que habían vivido. Eylita era la única escriba en quien podía confiar, y ella…, bueno, era increíblemente simpática, pero no muy lista.

Con un suspiro, Shallan dejó la habitación para regresar a sus estudios. Y no solo la ayudarían a despejar su mente de sus preocupaciones, sino que Jasnah se enfadaría si se entretenía tanto.

Cinco horas más tarde, Shallan se preguntó por qué se había sentido tan ansiosa.

Le gustaba aprender. Pero últimamente Jasnah la había puesto a estudiar la historia de la monarquía alezi. No era el tema más interesante del mundo. Su aburrimiento aumentaba por tener que leer un montón de libros que expresaban opiniones que consideraba ridículas.

Estaba sentada en el reservado de Jasnah en el Velo. La enorme pared de luces, reservados y misteriosas investigadoras ya no la impresionaban. El lugar se volvía cómodo y familiar. Estaba sola en este momento.

Se frotó los ojos con la mano libre y luego cerró el libro.

—Estoy empezando a odiar a la monarquía alezi —murmuró.

—¿Ah, sí? —dijo una voz calmada tras ella. Jasnah pasó de largo, llevando un hermoso vestido violeta, seguida por un porteador parshmenio con un puñado de libro—. Intentaré no tomármelo como algo personal.

Shallan dio un respingo y luego se ruborizó de pies a cabeza.

—No me refería a ti individualmente, brillante Jasnah. Quería decir en conjunto.

Jasnah se sentó en el reservado. Alzó una ceja hacia Shallan, luego indicó al parshmenio que soltara su carga.

Para Shallan, Jasnah seguía siendo un enigma. En ocasiones, parecía una severa erudita a quien molestaban sus interrupciones. En otros momentos, parecía haber un atisbo de seco humor oculto tras aquella severa fachada. Fuera como fuese, Shallan descubría que cada vez se sentía más cómoda con ella. Jasnah la animaba a hablar abiertamente, algo que aceptaba con gusto.

—Asumo por tu estallido que este tema te cansa —dijo Jasnah, rebuscando entre sus volúmenes mientras el parshmenio se retiraba—. Expresaste interés en ser una erudita. Bueno, debes aprender que esto es la erudición.

—¿Leer discusión tras discusión por parte de gente que se niega a considerar ningún otro punto de vista?

—Están seguros de sí mismos.

—No soy ninguna experta en ese tipo de seguridad, brillante —dijo Shallan, recogiendo un libro y mirándolo de manera crítica—. Pero me gustaría pensar que podría reconocerla si la tuviera delante. No creo que sea la definición adecuada para este libro de Mederia. A mí me parecen más arrogantes que confiados. —Suspiró, y soltó el libro—. Para ser sinceras, «arrogante» no me parece la palabra adecuada. No es lo bastante concreta.

—¿Y cuál sería entonces la palabra?

—No lo sé. «Errorgante», tal vez.

Jasnah alzó una ceja, escéptica.

—Significa estar el doble de seguro que alguien que sea simplemente arrogante —dijo Shallan—, poseyendo al mismo tiempo solo una décima parte de los hechos requeridos.

Sus palabras provocaron el atisbo de una sonrisa en Jasnah.

—Eso contra lo que reaccionas se conoce como el Movimiento Asegurado, Shallan. Esta errorgancia es un recurso literario. Los eruditos exageran intencionadamente su caso.

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