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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (26 page)

BOOK: El camino del guerrero
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La multitud aplaudió con fervor y Jack, Akiko y Saburo se agruparon instintivamente como para protegerse.

Mientras los aplausos remitían, Masamoto y Kamakura conversaban amablemente, pero su cortesía exterior no lograba ocultar la animosidad que subyacía entre los dos samuráis. Masamoto tenía un aspecto especialmente sombrío. La evasión de su hijo lo había envejecido más que cualquiera de sus cicatrices. La vergüenza de la deserción de su hijo era una herida que no se curaría jamás.

—Samuráis de la
Yagyu Ryû.
¡Os saludamos!

Los estudiantes del lado oeste del jardín aplaudieron y dejaron escapar su grito de batalla:

—¡Yagyu! ¡Yagyu! ¡Yagyu!

La monstruosa silueta de Raiden entró en el jardín y ocupó su sitio junto al pilar de piedra situado frente a ellos. Jack había olvidado lo grande que era. Raiden podía haber parecido un simio enorme en la
hanami
de abril, pero ahora le parecía un toro, brutal y terrible. La
Taryu-Jiai
no iba a ser una competición. Sería una masacre.

Tras él emergió la esbelta figura de una chica de pelo negro. Se movía de forma rápida y calculada, como si cada paso fuera parte de una
kata.
Sus ojos eran afilados diamantes oscuros y su boca de labios finos era un tajo rojo que cruzaba su cara maquillada de polvo blanco. Era atractiva de un modo letal, pensó Jack, una víbora dispuesta a atacar. Entonces la chica ofreció una sonrisa, descubriendo sus dientes.

Los tenía pintados completamente de negro.

Jack apenas se había recuperado de la sorpresa cuando entró el último guerrero de
Yagyu.
Toda la
Niten Ichi Ryû
dejó escapar un grito de asombro: no era Tora.

Era Yamato.

Cuando Masamoto reconoció al último participante, se puso en pie de un salto, con los ojos hinchados de ira. Se volvió hacia Kamakura, ciego de ira. Kamakura permaneció sentado, sin moverse, saboreando el momento. El gran Masamoto había sido sacado de quicio.

—Esto no es lo que acordamos. ¿Dónde está el otro samurái? —dijo Masamoto, apenas capaz de controlarse.

—¿Se me olvidó decírtelo? Lo siento. Desgraciadamente, lo convocó su padre y tuvimos que sustituirlo por uno de mis otros estudiantes —respondió Kakamura, paladeando deliberadamente sus últimas palabras.

—¿Tu estudiante? Esto es inaceptable.

—Me temo que las reglas de la
Taryu-Jizi
explican claramente que la competición es entre las dos escuelas, no entre estudiantes individuales, Tengo completa libertad para cambiar a mis guerreros en cualquier momento antes de la prueba. ¿No es así, Takeda-san? —le preguntó Kamakura al juez.


Hai
, Kamakura-sama, es correcto —respondió el hombre, evitando deliberadamente la mirada de Masamoto.

—Así pues, a menos que desees interrumpir la
Taryu-Jiai...

—¡No! Continuaremos.

Masamoto se sentó, hirviendo como una tetera.

—Soy Takeda Masato —dijo el hombre calvo—. Soy el juez independiente de esta
Taryu-Jiai
, nombrado por la Corte Imperial. Arbitraré todos los encuentros. Mi decisión es definitiva e irrefutable. La primera ronda será
kyujutsu.
¡Samuráis, preparaos!

La multitud prorrumpió en una salva de aplausos mientras se colocaban los blancos para el tiro con arco.

—¿Qué está haciendo Yamato en su bando? —preguntó Jack mientras esperaban en torno a su pilar—. ¿Cómo puede luchar contra nosotros?

—Ya oíste las palabras de Masamoto —dijo Akiko—. Masamoto lo repudió después del
hanami.
Se escapó porque había pasado demasiada vergüenza. No podía soportarlo.

—Pero ¿por qué unirse a la escuela
Yagyu?

—Creo que es obvio, Jack. Quiere que su padre pase también vergüenza.

—¡Basta! —interrumpió la
sensei
Yosa, que se había acercado para poner fin a su discusión—. Debéis concentraros en la competición. No permitáis que os distraigan esas prácticas innobles. Recordad lo que os enseñé: necesitáis absoluta concentración. El equilibrio es la piedra angular del
kyujitsu.
El espíritu, el arco y el cuerpo son una sola cosa.

La
sensei
Yosa había estado insistiendo en esos tres principios cada uno de los días de los últimos tres meses. Habían pasado literalmente el primer mes aprendiendo a colocarse y a empuñar el arco de manera correcta. Sólo entonces pasó a enseñarles cómo disparar una flecha. Akiko fue la primera en dominar adecuadamente la técnica, pero Saburo y Jack todavía tenían dificultad para alcanzar el blanco con cierto grado de consistencia.

En las últimas semanas, la
sensei
Yosa les hizo disparar hasta que les sangraron los dedos. Una vez, incluso se acercó a Akiko y le hizo cosquillas en la oreja con la pluma de una flecha. Akiko se quedó tan sorprendida que falló el blanco por completo y casi alcanzó a un pájaro que había instalado su nido en el pino cercano. Todo lo que la
sensei
Yosa dijo fue:

—No puedes distraerte tan fácilmente. Concentración absoluta, ¿recuerdas?

En la siguiente lección, le gritó a Saburo al oído y su flecha voló hacia el cielo.

—¡Concentración! —repitió la
sensei
Yosa.

—Comencemos. Primera ronda. Blancos a cien
shaku
—dijo el juez.

—¡Cien
shaku!
—exclamó Saburo, mientras recogía su arco y sus flechas—. ¡Apenas puedo darle a cincuenta!

—La escuela que anote más puntos con seis flechas será considerada la vencedora de esta prueba —continuó el juez—. Un punto por alcanzar el blanco. Dos puntos por el centro.
Yagyu
comenzará primero.

La chica de los dientes negros se situó en su marca. La multitud guardó silencio. Ella colocó la primera flecha y, de manera fría y despegada, la hizo volar.

Dio en el centro de la diana y la escuela
Yagyu
aplaudió. Sin esperar ni un instante, la chica colocó su segunda flecha y también alcanzó el anillo blanco interior, apenas a una flecha de distancia del centro. Hizo una mueca de frustración.

—Tres puntos,
Yagyu.

Saburo se colocó en posición. Incluso desde donde estaba, Jack pudo ver que las manos le temblaban. Apenas podía encajar su flecha.

El primer tiro de Saburo salió tan desviado que casi alcanzó a un estudiante del público. Una oleada de risas recorrió la escuela
Yagyu.

El segundo tiro de Saburo no fue mejor, y se quedó a un metro de distancia.

—Cero,
Niten Ichi Ryû.

—No te preocupes, Saburo —dijo Jack al ver la expresión mortificada de su amigo—. Estoy seguro de que el chico mono no lo hará mucho mejor.

Por fortuna, Jack tuvo razón. Raiden ni siquiera podía empuñar el arco correctamente. Ambos tiros pasaron de largo sin rozar siquiera el blanco.

—Cero,
Yagyu.

Jack fue el siguiente. Comprobó dos veces su postura, intentó ralentizar su respiración y ejecutó meticulosamente cada movimiento. Soltó su primera flecha y alcanzó el blanco en su anillo exterior. Estalló un gran aplauso.

Jack trató de mantener su concentración mientras esperaba a que el ruido de la multitud cesara. Se impuso un silencio respetuoso.

Jack apuntó y disparó.

Falló.

Hubo un gemido en el sector de la
Niten Ichi Ryû
y el otro sector inició una gran celebración. El juez alzó las manos, exigiendo silencio.

—Un punto,
Niten Ichi Ryû.

—Lo siento —dijo Jack, regresando a su columna.

—No. Ha estado bien. Todavía tenemos una oportunidad —dijo Akiko, con un ligero temblor en la voz. ¡La oportunidad era ella!

Yamato se colocó en la marca. Su técnica básica era buena, y su primera flecha alcanzó el blanco con certeza. La escuela
Yagyu
sintió la victoria y empezó a gritar. Sin embargo, Yamato fue demasiado osado con la segunda flecha: tensó el arco con tanta fuerza que la flecha pasó de largo y, para gran alivio de Jack, Saburo y Akiko, fue a clavarse en el viejo pino situado al fondo del jardín.

La competición no había terminado.

—Un punto,
Yagyu.

Yamato ignoró abiertamente a Jack y los otros mientras se dirigía a su asiento. No había duda de que estaba insatisfecho con su actuación.

Akiko avanzó hacia la línea de tiro.

—¡Tiene que conseguir dos dianas! —susurró Saburo, desesperado—. ¿Cuándo ha logrado alguna vez eso?

—¿Hoy? —dijo Jack, esperanzado, viendo cómo Akiko tomaba aire lentamente para calmar los nervios.

Jack había visto a Akiko alcanzar el centro una vez a esta distancia, pero fue la única vez durante todo su periodo de entrenamiento. ¿Podría conseguirlo dos veces seguidas cuando más importaba?

Mientras Akiko se preparaba para disparar, los ruidos de la multitud se redujeron a un leve murmullo, como el sonido del océano. Con un fluido movimiento, Akiko lanzó su primera flecha. Voló recta y segura, golpeando el blanco en el mismo centro. Los vítores del sector de la
Niten Ichi Ryû
brotaron como una ola al romper.

—¡Vamos, Akiko! —gritó Jack, incapaz de contenerse.

El juez pidió silencio y los aplausos se apagaron.

Akiko, todavía en el calor del momento, se preparó para su segundo y último tiro. Si lo conseguía, la
Niten Ichi Ryû
ganaría la primera ronda.

Sus manos empezaron a temblar incontrolablemente bajo la presión. Los ojos de toda la multitud estaban clavados en ella. Jack pudo verla luchar para controlar sus nervios: su respiración fue tranquilizándose gradualmente y sus manos se reafirmaron. Alzó el arco por encima de su cabeza y tensó la cuerda.

—¡AMANTE DE GAIJINS! —gritaron desde el sector de la escuela
Yagyu.

El grito quebró el silencio. Durante un brevísimo instante, Akiko pareció aturdida, luchando por controlar el delicado equilibrio entre su mente y su cuerpo mientras el insulto resonaba dentro de su cabeza.

Jack ardió por dentro, sabiendo que Akiko tenía que mantener el fluir de su tiro; de lo contrario, fallaría.

Ella disparó la flecha un instante demasiado pronto.

La flecha giró torpemente. Sin embargo, alcanzó la diana. Pero ¿había dado en el centro?

Toda la multitud contuvo la respiración. El juez corrió a examinar la flecha, cuya punta había ido a clavarse en el borde del centro.

—¡Ha dado en el centro! Cuatro puntos para
Niten Ichi Ryû
—anunció el oficial, satisfecho con la marca de la flecha.

Jack y Saburo dieron un puñetazo al aire. ¡Akiko lo había conseguido!

Akiko inclinó triunfal la cabeza mientras el juez exclamaba:

—¡Primera ronda para
Niten Ichi Ryû!

36
El Demonio y la mariposa

Ni siquiera era mediodía, pero en el
butokuden
hacía ya un calor sofocante. Los estudiantes de ambas escuelas flanqueaban el perímetro del salón, desplegados como una nube de mariposas, mientras la demás gente se asomaba por las rendijas de las persianas.

Masamoto fue a buscar a Jack, Akiko y Saburo y los encontró preparándose para la siguiente ronda. Felicitó a Akiko por su sobresaliente actuación en el
kyujitsu
y les ofreció a cada uno palabras de ánimo ante el inminente combate de
taijutsu.

—Recordad la segunda virtud del
bushido
—dijo con entusiasmo mientras se marchaba para ocupar su sitio en el
butokuden
—. ¡Valor!

Jack dirigió a Saburo una mirada de desesperación y se encogió de hombros mientras se cambiaba de ropa y ataba firmemente un
obi
en torno a su
gi
azul de lucha. Cuando todos estuvieron preparados, Jack, Akiko y Saburo entraron en el
butokuden
y formaron una fila delante del estrado ceremonial.

Masamoto y Kamakura esperaban al fondo del salón, como dos emperadores que aguardaran a que sus gladiadores lucharan. Kamakura se mostraba menos exultante que al principio, mientras que Masamoto exudaba un aire de tranquila confianza tras la primera victoria de su escuela.

—¡Segunda ronda,
taijutsu!
—anunció el juez de la Corte Imperial, y luego, tras mirar a Raiden, añadió—: esto no es una lucha a muerte. Se concederá la victoria por puntos, rendición o fuera de combate solamente.

Raiden se encogió de hombros, despectivo, indicando claramente que no tenía ninguna intención de seguir las reglas.

—Durante cada encuentro, se concederán puntos por la ejecución de la técnica. El
ippon
es un punto completo por demostrar una técnica perfecta. El
waza-ari
es medio punto por una técnica casi perfecta: dos
waza-ari
igualan un
ippon
ganador. Se conceden
yoku
y
koka
por técnicas menores y sólo contarán si, una vez agotado el tiempo, no hay ningún ganador claro. La escuela con más puntos ganará esta ronda.

La multitud vitoreó como una carnada de leones, y sus gritos reverberaron por todo el
butokuden.

—Primer combate. Akiko contra Moriko. ¡Alineaos!

El rostro de Akiko perdió gran parte de su color al oír mencionar su nombre.

—Lo harás bien —animó Jack—. Recuerda lo que dice siempre el
sensei
Kuyzo: «La victoria de mañana es la práctica de hoy.» Bueno, hemos practicado lo suficiente para vencer.

Y era cierto. El diminuto
sensei
Kyuzo había sido el más exigente de todos los
sensei.
Era casi como si el hombre hubiera lamentado tener que enseñarles y por eso los había castigado con entrenamiento extra. Habían repasado vigorosamente una técnica tras otra. Habían ensayado lo básico y nada más.

—¿Y las otras técnicas, como la
ren-geri
, las patadas múltiples? —se quejó Saburo un día, y luego tuvo que hacer cincuenta flexiones por su insolencia.

—Todo lo que necesitáis es el
kihon waza
—explicó el
sensei
Kyuzo—. Las patadas múltiples son demasiado abiertas para contrarrestarlas. Un buen bloqueo o un puñetazo son mucho más efectivos. Ya os digo: las técnicas básicas son para la batalla.

Y eso era exactamente lo que iba a ser ese combate: una batalla. La chica de
Yagyu
, Moriko, siseó y mostró sus dientes negros mientras se encaraba a Akiko para su encuentro.


¡Rei!
—dijo el juez, y las muchachas inclinaron la cabeza ante Masamoto y Kamakura y luego una ante la otra. Se encendió una varita de incienso en un cuenco de latón y el juez exclamó—:
¡Hajime!

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