Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
Masamoto aguantó el golpe aplastante y con su
wakizashi
cortó el torso de Godai. La espada sesgó el quimono de Godai, pero no llegó a alcanzar la carne. Godai giró para evitar que Masamoto extendiera su golpe y consiguiera hacerle sangrar.
Masamoto persiguió a Godai hasta el mar, haciendo girar sus espadas a toda velocidad, pero no tardó en detenerse ante el avance de la
nodachi
y casi le faltó tiempo para saltar y ponerse fuera de su alcance.
Jack se sorprendió ante la habilidad y la agilidad de esos dos guerreros. Combatían con la gracia propia de los bailarines, haciendo piruetas en una danza exquisita, pero letal. Cada golpe era ejecutado con total precisión y entrega. No era extraño que sus compañeros de tripulación hubieran sido masacrados con tanta facilidad: no tenían ninguna posibilidad contra un enemigo tan diestro en las artes de la lucha.
Godai hizo retroceder a Masamoto playa arriba, mientras sus samuráis lo animaban.
A pesar del obvio peso y la longitud de la
nodachi
, Godai era devastadoramente diestro en su manejo. La empleaba con facilidad, como si no fuera más que una vara de bambú. Godai continuó haciendo retroceder a Masamoto hacia el grupo de espectadores, justo donde se encontraba Jack.
Godai amagó un golpe a la derecha y luego cambió su ataque y se lanzó contra el brazo expuesto de su oponente. Masamoto consiguió evitar el golpe, pero el inmenso esfuerzo de Godai por alcanzarlo empujó su pesada espada hacia la multitud.
Llenos de pánico, los aldeanos se dispersaron, pero Jack permaneció inmóvil en su sitio, paralizado por la mortal intención de los ojos de Godai. Descubrió en ellos la misma ira cruel que había visto arder en el único ojo verde del asesino de su padre: una inequívoca determinación de matar.
En ese mismo instante, Taka-san apartó a Jack, pero el aldeano que tenía detrás no fue tan afortunado. El hombrecillo trató de protegerse, pero la
nodachi
le cortó la mano que había alzado con los dedos extendidos.
Godai, haciendo caso omiso de los gritos del aldeano, sacudió la sangre de su espada y emprendió otro ataque contra Masamoto, que se retiraba.
Jack advirtió con asombro que no se trataba de una competición de práctica. Era un duelo a muerte.
Dos de los samuráis de Masamoto se llevaron al aldeano herido mientras la multitud se abalanzaba hacia adelante, ansiosa por no perderse la acción, aplastando bajo un mar de pies los dedos amputados.
Preocupada al ver el rostro ceniciento de Jack, Akiko le preguntó por señas si se encontraba bien.
—Estoy bien —replicó Jack, forzando una sonrisa, aunque en realidad se sentía asqueado.
Se tragó la amarga sorpresa de lo que acababa de presenciar. ¿Cómo podía ser tan bárbaro un pueblo que dedicaba su tiempo a crear jardines exquisitos y decorar quimonos con imágenes de mariposas?
Devolvió su atención al combate para evitar la inquisitiva mirada de Akiko. Los dos samuráis se habían separado y jadeaban entrecortadamente por el esfuerzo. Caminaron rodeándose el uno al otro esperando el siguiente movimiento. Godai fingió un avance y la multitud se replegó, desesperada por evitar ser pillada de nuevo en el ataque.
Masamoto, familiarizado ahora con la táctica de Godai, se situó en su lado ciego, deteniendo la
nodachi
con su espada corta y contraatacando con la catana. La catana se dirigió a la cabeza de Godai. Éste la esquivó y la espada rozó su coronilla.
Los dos guerreros giraron el uno alrededor del otro y se detuvieron. La multitud contuvo la respiración. Entonces el moño de Godai se deslizó por su cabeza y cayó flácido a la arena. Masamoto sonrió ante la desgracia pública de Godai, y sus samuráis del fénix empezaron a canturrear:
—¡Masamoto! ¡Masamoto! ¡Masamoto!
Encendido por la humillación de haber perdido su moño, Godai gritó un
kiai
y atacó con más ferocidad que antes. Su
nodachi
golpeó de arriba abajo y a continuación, como un águila que asciende después de cernirse sobre su presa, voló inmediatamente hacia arriba en un ángulo que derrotó la catana de Masamoto.
Masamoto, doblándose hacia atrás para esquivar el golpe, alzó su
wakizashi
para desviar la hoja de su cuello, pero se vio obligado a soltar la catana y la punta de la
nodachi
se clavó en su hombro derecho. Masamoto gimió de dolor. Cayó de espaldas y rodó en un intento de distanciarse de Godai. Después de varias vueltas controladas, volvió a ponerse en pie.
Ahora eran los samuráis de Godai los que vitoreaban.
Godai estaba seguro de su victoria: Masamoto había perdido su catana y la corta
wakizashi
no era rival para una poderosa
nodachi.
Los samuráis de Masamoto advirtieron que su campeón tenía pocas posibilidades de superar semejante desventaja. Por primera vez en su vida, el legendario manejo de las dos espadas de Masamoto no había resistido el ataque de una
nodachi.
Masamoto se retiró playa abajo, dirigiéndose hacia la barquita del pescador en la que había llegado. Godai sonreía, casi saboreando la victoria, y se interpuso de un salto entre Masamoto y el barco de madera, cortando su huida.
Masamoto parecía derrotado. La sangre manaba del corte en su hombro. Bajó débilmente su
wakizashi.
La multitud dejó escapar un gemido de abatimiento. Godai sonreía de oreja a oreja cuando alzó su arma para descargar el golpe final.
Ése era el momento que Masamoto había estado esperando.
Con un brusco movimiento con la muñeca, Masamoto lanzó la
wakizashi
girando por el aire. Sorprendido, Godai retrocedió para evitar la hoja y perdió el equilibrio en la arena.
Convertido en poco más que un destello, Masamoto pasó de largo ante Godai y se dirigió a la barca. Godai, poniéndose en pie, le gritó a su oponente.
Pero Masamoto no pretendía escapar: cogió el largo remo de madera de la barca y se dio la vuelta para enfrentarse a Godai. Ahora Masamoto poseía un arma de igual longitud.
Godai atacó inmediatamente a Masamoto, que detuvo sus golpes con el remo. Trozos de madera volaron por los aires. Godai golpeó entonces por abajo, intentando cortarle las piernas a Masamoto.
Masamoto saltó por encima de la
nodachi
y descargó el remo contra la cabeza de Godai. El remo encontró su objetivo y las piernas de Godai cedieron bajo la fuerza del golpe. Se desplomó hacia atrás como un árbol talado.
Los samuráis de Masamoto vitorearon y la multitud empezó a canturrear, instándolo a matar a Godai. Pero Masamoto se apartó del cuerpo caído. Su victoria era clara y decisiva, no tenía ningún motivo para matar.
Cuando se acercó a la multitud, todos guardaron silencio y cayeron de rodillas, inclinando la cabeza sobre la arena. Incluso Akiko, Jiro y Taka-san los imitaron.
Sólo Jack permaneció en pie, sin saber qué hacer. No era uno de ellos, pero Masamoto emanaba una autoridad y un poder tan absoluto que Jack se inclinó por instinto. Mientras miraba la arena, sintió que Masamoto se le acercaba.
Los pies descalzos del hombre de las cicatrices se pararon directamente delante de él.
—
Vocêfala o Português?
—le preguntó a Jack el sacerdote.
Estaba arrodillado en el suelo delante de Masamoto, que se había sentado en una plataforma elevada en la habitación principal de la casa.
—
Parlez-vous Français?
El sacerdote, un hombre de pelo oscuro, gran nariz ganchuda y mirada dura y vidriosa, llevaba la sotana y la capa distintivas de los jesuitas portugueses y, en la cabeza, un birrete sin adornos. Examinó a Jack con desconfianza.
—¿Habla español?
Do you speak English?
—preguntó, lleno de frustración.
—
Falo um poco. Oui, un petit peu. Sí, un poco
—respondió Jack con fluidez—. Pero prefiero mi propia lengua, el inglés. Mi madre era maestra, y siempre me hizo aprender nuevas lenguas. ¡Incluso la suya!
—¡Maldito muchacho! Más te vale no hacerte más enemigo mío de lo que ya eres. Claramente eres el retoño de un hereje y no eres bienvenido en estas tierras... Empezó a toser entrecortadamente y se secó con un pañuelo la baba amarilla oscura que se le había depositado encima de los labios.
«Y no hay duda de que está usted enfermo», pensó Jack.
—El único motivo por el que sigues vivo —continuó el sacerdote— es porque eres un niño.
Jack ya había pensado que podía darse por muerto cuando Masamoto se plantó ante él en la playa. Pero el samurái simplemente pretendía ordenarle que le acompañaran de vuelta a tierra firme, donde Hiroko los esperaba para escoltarlos hasta la casa.
—
¿Doushita?¿Karewa doko kara kitanoda?
—preguntó Masamoto.
Le habían vendado el hombro y ahora llevaba puesto un quimono celeste con un bordado de hojas de arce blancas. Bebía tranquilamente una taza de
sencha.
Jack no podía creer que fuera el mismo hombre que hacía apenas un par de horas había estado luchando por su vida.
Lo flanqueaban dos samuráis armados. A su izquierda estaba arrodillada Akiko y, junto a ella, se encontraba el muchacho con el que había estado hablando antes de que empezara el duelo. Desde el momento en que Jack entró en la habitación, el muchacho lo había mirado con una expresión tan distante y a la vez tan amenazadora como una nube de tormenta.
—
Sumimasen
, Masamoto-sama —se disculpó el sacerdote, guardando su pañuelo.
El sacerdote, que estaba arrodillado en el suelo junto a Jack, se inclinó con considerable deferencia ante Masamoto, y la cruz de madera oscura que colgaba de su cuello rozó suavemente el tatami.
—Su alteza Masamoto Takeshi quiere saber quién eres, de dónde vienes y cómo has llegado aquí —dijo, volviéndose hacia Jack.
Jack sintió que lo estaban juzgando. Lo habían convocado a esa sala sólo para tener que enfrentarse a ese cura jesuita amargado y sañudo. Su padre ya le había advertido acerca de esos hombres. Los portugueses, como los españoles, habían estado en guerra con Inglaterra durante casi veinte años, y, aunque el conflicto ahora estaba oficialmente concluido, ambas naciones todavía sentían por la otra un profundo odio. Y los jesuitas seguían siendo los peores enemigos de Inglaterra: fanáticos católicos que celebraban juicios inquisitoriales y por herejía supuestamente en nombre de Dios. Jack, como protestante inglés, se hallaba en serios problemas.
—Me llamo Jack Fletcher. Soy de Inglaterra. Llegué a bordo de un barco mercante...
—Inconcebible: no hay ingleses en estas aguas. Eres un pirata, así que no nos hagas perder el tiempo con tus mentiras, ni a mí, ni a su alteza. Me han llamado para que traduzca tu engaño.
—
¿Douka shimashita ka?
—intervino Masamoto.
—
Nani no nai
, Masamoto-sama... —empezó a responder el sacerdote, pero Masamoto lo cortó inmediatamente con lo que a Jack le pareció una orden—.
Moushiwake arimasen
, Masamoto-sama —dijo entonces el sacerdote en tono de disculpa, y se inclinó cubriéndose la boca con el pañuelo mientras tosía con fuerza. A continuación se volvió hacia Jack y prosiguió—: Muchacho, te lo volveré a preguntar: ¿cómo has llegado hasta aquí? ¡Y por la sangre de Cristo, será mejor que digas la verdad!
—Acabo de decírsela. Llegué en el
Alexandria
, uno de los barcos de una flota mercante de la Compañía Oriental de las Indias Holandesas. Mi padre era el piloto. Hemos navegado durante casi dos años para llegar a Japón...
El sacerdote había ido traduciendo las palabras de Jack, pero en ese punto le interrumpió:
—¿Por qué ruta habéis llegado?
—Por el sur, a través del Estrecho de Magallanes...
—Imposible. El Estrecho de Magallanes es secreto.
—Mi padre lo conocía.
—Sólo nosotros, los portugueses, los dignos, sabemos cuál es el paso seguro —replicó el sacerdote, indignado—. Está bien protegido contra herejes protestantes como tu padre.
—Vuestros barcos de guerra no fueron rival para mi padre. Los dejó atrás en un día —dijo Jack, y una profunda sensación de orgullo se apoderó de él cuando el sacerdote, a regañadientes, informó a Masamoto de esa humillación portuguesa.
Jack miró al sacerdote con cautela.
—Por cierto, ¿quién es usted? —le preguntó.
—Soy el padre Lucius, hermano de la Sociedad de Jesús, protectorado de la Iglesia católica, y su único misionero aquí, en el puerto de Toba —respondió el sacerdote con fervor persignándose y besando a continuación el talismán de madera que llevaba colgado del cuello—. Yo sólo doy cuentas a Dios y a mi superior, el padre Diego Bobadilla, en Osaka. Soy sus ojos y sus oídos aquí.
—¿Y entonces qué cargo ocupa el samurái? —preguntó Jack—. Y si es usted tan importante, ¿por qué se inclina ante él?
—Muchacho, en el futuro yo que tú sería más prudente con las palabras... Si es que quieres vivir. El samurái exige respeto.
Inclinándose de nuevo profundamente, el sacerdote continuó.
—Éste es Masamoto Takeshi, señor de Shima y mano derecha de Takatomi Hideaki,
daimyo
de la provincia de Kioto...
—¿Qué es un
daimyo?
—interrumpió Jack.
—Un señor feudal. Gobierna la provincia en nombre del emperador. Los samuráis, incluyendo a Masamoto aquí presente, son sus vasallos.
—¿Vasallos...? ¿Quiere decir esclavos?
—No, los campesinos, los aldeanos que has visto, son más parecidos a los esclavos. Los samuráis son miembros de la casta guerrera, igual que vuestros caballeros ingleses de antaño, pero considerablemente más dotados. —El padre Lucius tosió y volvió a limpiarse la bilis amarilla de los labios—. Masamoto es un experto espadachín, invicto. ¡Y también es el hombre responsable de haberte sacado del océano, medio ahogado, y de haberte curado el brazo que tenías roto, así que muéstrale el debido respeto!
Jack estaba anonadado. Sabía por el señor Diggins, el médico del
Alexandria
, que tal capacidad médica era inaudita en Europa. Un miembro roto en el mar significaba una muerte lenta por gangrena o una amputación dolorosa y arriesgada. En efecto, había tenido mucha suerte de que Masamoto lo hubiera encontrado.
—¿Puede usted, por favor, darle las gracias por haberme salvado la vida?
—Puedes hacerlo tú mismo.
Arigato
significa gracias en japonés.