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Authors: H. P. Lovecraft
El caso de Charles Dexter Ward (título original en inglés:
The Case of Charles Dexter Ward
) es una novela corta escrita por H. P. Lovecraft entre 1927 y 1928. Puede considerarse como una de las principales obras del autor.
Basada en el conocido asunto de las Brujas de Salem en 1692 y ambientada en su Providence natal, el autor relata los extraños eventos que rodean al protagonista, Charles Dexter Ward, y a su misterioso antepasado, el ocultista Joseph Curwen, desaparecido en vísperas de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos.
H. P. Lovecraft
El caso de Charles Dexter Ward
ePUB v1.1
Bercebus05.04.12
Un resultado y un prólogo
1
De una clínica particular para enfermos mentales situada cerca de Providence, Rhode Island, desapareció recientemente una persona de características muy notables. Respondía al nombre de Charles Dexter Ward y había sido recluida allí a regañadientes por su apenado padre, testigo del desarrollo de una aberración que, si en un principio no pasó de simple excentricidad, con el tiempo se había trasformado en manía peligrosa que implicaba la posible existencia de tendencias homicidas y un cambio peculiar en los contenidos manifiestos de la mente. Los médicos confiesan el desconcierto que les produjo aquel caso, dado que presentaba al mismo tiempo anomalías de carácter fisiológico y sicológico.
En primer lugar, el paciente, que contaba veintiséis años, aparentaba mucha más edad de la que tenía. Es cierto que los trastornos mentales provocan un envejecimiento prematuro, pero el rostro de aquel joven había adquirido la expresión que en circunstancias normales sólo poseen las personas de edad muy avanzada. En segundo lugar, sus procesos orgánicos mostraban un extraño desequilibrio, sin paralelo en la historia de la medicina. El sistema respiratorio y el corazón actuaban con desconcertante falta de simetría, la voz era un susurro apenas audible, la digestión era increíblemente prolongada, y las reacciones nerviosas a los estímulos normales no guardaban la menor relación con nada de lo registrado hasta entonces, ni normal ni patológico. La piel tenía una frialdad morbosa y la estructura celular de los tejidos era exageradamente tosca y poco coherente. Incluso un gran lunar de color oliváceo que tenía desde su nacimiento en la cadera había desaparecido mientras se formaba en su pecho una extraña verruga o mancha negruzca. En general, todos los médicos coinciden en afirmar que los procesos del metabolismo habían sufrido en Ward un receso sin precedentes.
También sicológicamente era Charles Ward un caso único. Su locura no guardaba la menor semejanza con ninguna de las manifestaciones de la alienación registradas en los tratados más recientes y exhaustivos sobre el tema, y acabó creando en él una energía mental que le habría convertido en un genio o un caudillo de no haber asumido aquella forma extraña y grotesca. El doctor Willett, médico de la familia, afirma que la capacidad mental del paciente, a juzgar por sus respuestas a temas ajenos a la esfera de su demencia, había aumentado desde su reclusión. Ward, es cierto, fue siempre un erudito entregado al estudio de tiempos pasados, pero ni el más brillante de los trabajos que había llevado a cabo hasta entonces revelaba la prodigiosa inteligencia que desplegó durante el curso de los interrogatorios a que le sometieron los alienistas. De hecho, la mente del joven parecía tan lúcida que fue en extremo difícil conseguir un mandamiento legal para su reclusión, y únicamente el testimonio de varias personas relacionadas con el caso y la existencia de lagunas anormales en el acervo de sus conocimientos, permitieron su internamiento. Hasta el momento de su desaparición fue un voraz lector y un gran conversador en la medida en que se lo permitía la debilidad de su voz, y perspicaces observadores, sin prever la posibilidad de su fuga, predecían que no tardaría en salir de la clínica, curado.
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Unicamente el doctor Willett, que había asistido a la madre de Ward cuando éste vino al mundo y le había visto crecer física y espiritualmente desde entonces, parecía asustado ante la idea de su futura libertad. Había pasado por una terrible experiencia y había hecho un terrible descubrimiento que no se atrevía a revelar a sus escépticos colegas. En realidad, Willett representa por sí solo un misterio de menor entidad en lo que concierne a su relación con el caso. Fue el último en ver al paciente antes de su huida y salió de aquella conversación final con una expresión, mezcla de horror y de alivio, que más de uno recordó tres horas después, cuando se conoció la noticia de la fuga.
Es este uno de los enigmas sin resolver de la clínica del doctor Waite. Una ventana abierta a una altura de sesenta pies del suelo no parece obstáculo fácil de salvar, pero lo cierto es que después de aquella conversación con Willett el joven había desaparecido. El propio médico no sabe que explicación ofrecer, aunque, por raro que parezca, está ahora mucho más tranquilo que antes de la huida. Algunos, bien es cierto, tienen la impresión de que a Willett le gustaría hablar, pero que no lo hace por temor a no ser creído. El vio a Ward en su habitación, pero poco después de su partida los enfermeros llamaron a la puerta en vano. Cuando la abrieron, el paciente había desaparecido y lo único que encontraron fue la ventana abierta y una fría brisa abrileña que arrastraba una nube de polvo gris-azulado que casi les asfixió. Sí, los perros habían aullado poco antes, pero eso ocurrió mientras Willett se hallaba todavía presente. Más tarde no habían mostrado la menor inquietud. El padre de Ward fue informado inmediatamente por teléfono de lo sucedido, pero demostró más tristeza que asombro. Cuando el doctor Waite le llamó personalmente, Willett había hablado ya con él y ambos negaron ser cómplices de la fuga o tener incluso conocimiento de ella. Los únicos datos que se han podido recoger sobre lo ocurrido, proceden de amigos muy íntimos de Willett y del padre de Ward, pero son demasiado descabellados y fantásticos para que nadie pueda darles crédito. El único dato positivo, es que hasta el momento presente no se ha encontrado rastro del loco desaparecido.
Charles Ward se aficionó al pasado ya en su infancia. Sin duda el gusto le venía de la venerable ciudad que le rodeaba y de las reliquias de tiempos pretéritos que llenaban todos los rincones de la mansión de sus padres situada en Prospect Street, en la cresta de la colina. Con los años, aumentó su devoción a las cosas antiguas hasta el punto de que la historia, la genealogía y el estudio de la arquitectura colonial acabaron excluyendo todo lo demás de la esfera de sus intereses. Conviene tener en cuenta esas aficiones al considerar su locura ya que, si bien no forman el núcleo absoluto de ésta, representan un importante papel en su forma superficial. Las lagunas mentales que los alienistas observaron en Ward estaban relacionadas todas con materias modernas y quedaban contrapesadas por un conocimiento del pasado que parecía excesivo, puesto que en algunos momentos se hubiera dicho que el paciente se trasladaba literalmente a una época anterior a través de una especie de autohipnosis. Lo más raro era que Ward últimamente no parecía interesado en las antigüedades que tan bien conocía, como si su prolongada familiaridad con ellas las hubiera despojado de todo su atractivo, y que sus esfuerzos finales tendieron indudablemente a trabar conocimiento con aquellos hechos del mundo moderno que de un modo tan absoluto e indiscutible había desterrado de su cerebro. Procuraba ocultarlo, pero todos los que le observaron pudieron darse cuenta de que su programa de lecturas y conversaciones estaba presidido por el frenético deseo de empaparse del conocimiento de su propio tiempo y de las perspectivas culturales del siglo veinte, perspectivas que debían haber sido las suyas puesto que había nacido en 1902 y se había educado en escuelas de nuestra época. Los alienistas se preguntan ahora cómo se las arreglará el paciente para moverse en el complicado mundo actual teniendo en cuenta su desfase de información. La opinión que prevalece es que permanecerá en una situación humilde y oscura hasta que haya conseguido poner al día su reserva de conocimientos.
Los comienzos de la locura de Ward son objeto de discusión entre los alienistas. El doctor Lyman, eminente autoridad de Boston, los sitúa entre 1919 y 1920, años que corresponden al último curso que siguió el joven Ward en la Moses Brown School. Fue entonces cuando abandonó repentinamente el estudio del pasado para dedicarse a las ciencias ocultas y cuando se negó a prepararse para el ingreso en la universidad pretextando que tenía que llevar a cabo investigaciones privadas mucho más importantes. Sus costumbres sufrieron por entonces un cambio radical, pues pasó a dedicar todo su tiempo a revisar los archivos de la ciudad y a visitar antiguos cementerios en busca de una tumba abierta en 1771, la de su antepasado Joseph Curwen, algunos de cuyos documentos decía haber encontrado tras el revestimiento de madera de las paredes de una casa muy antigua situada en Olney Court, casa que Curwen había habitado en vida.
Es innegable que durante el invierno de 1919-20 se operó una gran transformación en él. A partir de entonces interrumpió bruscamente sus estudios y se lanzó de lleno a un desesperado bucear en temas de ocultismo, locales y generales, sin renunciar a la persistente búsqueda de la tumba de su antepasado.
Sin embargo, el doctor Willett disiente substancialmente de esa opinión basando su veredicto en el íntimo y continuo contacto que mantuvo con el paciente y en ciertas investigaciones y descubrimientos que llevó a cabo en los últimos días de su relación con él. Aquellas investigaciones y aquellos descubrimientos han dejado en el médico una huella tan profunda que su voz tiembla cuando habla de ellos y su mano vacila cuando trata de describirlos por escrito. Willett admite que, en circunstancias normales, el cambio de 1919-1920 habría señalado el principio de la decadencia progresiva que había de culminar en la triste locura de 1928, pero, basándose en observaciones personales, cree que en este caso debe hacerse una distinción más sutil. Reconoce que el muchacho era por temperamento desequilibrado, en extremo susceptible y anormalmente entusiasta en sus respuestas a los fenómenos que le rodeaban, pero se niega a admitir que aquella primera alteración señalara el verdadero paso de la cordura a la demencia. Por el contrario, da crédito a la afirmación del propio Ward de que había descubierto o redescubierto algo cuyo efecto sobre el pensamiento humano habría de ser, probablemente, maravilloso y profundo.
Willett estaba convencido de que la verdadera locura llegó con un cambio posterior, después de que descubriera el retrato de Curwen y los documentos antiguos, después de que hiciese aquel largo viaje a extraños lugares del extranjero y de que recitara unas terribles invocaciones en circunstancias inusitadas y secretas, después de que recibiera ciertas respuestas a aquellas invocaciones y de que escribiera una carta desesperada en circunstancias angustiosas e inexplicables, después de la oleada de vampirismo y de las ominosas habladurías de Pawtuxet, y después de que el paciente comenzara a desterrar de su memoria las imágenes contemporáneas al tiempo que su voz decaía y su aspecto físico experimentaba las sutiles modificaciones que tantos observaron posteriormente.
Sólo en aquella última época, afirma Willett con gran agudeza, el estado mental de Ward adquirió caracteres de pesadilla. Dice también el doctor estar totalmente seguro de que existen pruebas suficientes que validan la pretensión del joven en lo que concierne a su crucial descubrimiento. En primer lugar, dos obreros de notable inteligencia fueron testigos del hallazgo de los antiguos documentos de Curwen. En segundo lugar, el joven le había enseñado en una ocasión aquellos documentos, además de una página del diario de su antepasado, y todo ello parecía auténtico. El hueco donde Ward decía haberlos encontrado es una realidad visible y Willett había tenido ocasión de echarles una rápida ojeada final en parajes cuya existencia resulta difícil de creer y quizá nunca pueda demostrarse. Luego estaban los misterios y coincidencias de las cartas de Orne y Hutchison, el problema de la caligrafía de Curwen, y lo que los detectives descubrieron acerca del doctor Allen, todo esto más el terrible mensaje en caracteres medievales que Willett se encontró en el bolsillo cuando recobró el conocimiento después de su asombrosa experiencia.