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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (10 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
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—¡Oh!, calma, Roger —susurró angustiada—. Está ahora en el bar.

—¿Quién es?

—El hombre que llegó en el auto, naturalmente. No sé quién es.

Escuché con atención.

—No oigo nada desde aquí —murmuré.

—Mejor que mejor —comentó—, pues eso quiere decir que no pudo él haberlo oído a usted hablar por teléfono. Naturalmente, puede que no tenga nada que ver con mi… con nuestro asunto, pero creí que sería mejor bajar cuidadosamente para prevenirle. A lo mejor, después de haber telefoneado, se apresuraría a volver al bar.

Asentí comprensivamente y me acerqué de puntillas a la puerta que daba al bar. Pero
The King of Sussex
aunque no era en forma alguna una taberna vieja, había sido construida no obstante, en aquellos tiempos de oro cuando la madera era madera y los ladrillos, ladrillos. Aparte de un leve murmullo de conversación, no alcancé a oír nada.

En tales circunstancias, me pareció buena idea volver a nuestro punto de observación, en las regiones superiores. Observé que Bryony, muy sensatamente, había bajado con los píes descalzos, y ahora yo hice lo propio antes de subir la crujiente escalera.

Desde la ventana de nuestra sala dormitorio tenía una excelente vista de un gran auto negro que parecía un Vauxhall, detenido en el patio del frente. Estaba desocupado, y no había nadie en sus cercanías.

—¿Seguro que no lo reconoció? —susurré.

La lisa frente de Bryony se surcó de arrugas.

—No dije eso —contestó con el mismo tono—. Solamente dije que no sabía quién era. En resumidas cuentas, creo que lo reconozco, pero no puedo localizarlo. A lo mejor estoy equivocada.

Acaso es justamente un tipo…

—¿Ninguno de los sospechosos?

—No; no lo creo. No puedo relacionarlo con ellos. Creo, que lo he visto en alguna parte, o era alguien que se le parece. Salgo mucho de la Capital y siempre estoy viendo a muchísima gente…

Permanecimos algunos instantes en silencio, y de repente Bryony me tomó el brazo. Un hombre había salido de la taberna y se disponía a entrar en el Vauxhall.

Lo contemplaba atentamente, pues estaba resuelto a hacer una detallada nota mental del aspecto de cualquier individuo que pudiera estar relacionado, aunque fuera remotamente, con el asunto de Bryony. Pero no estaba preparado para la impresión que ecibí al echar la primera, ojeada al recién venido. Era un individuo de buen aspecto, acaso de cuarenta años, de mediana estatura, con rostro ligeramente de militar, agradable, adornado con lentes de asta y bigote corto. Vestía simplemente una camisa de cuello abierto y pantalones cortos de franela gris y tenía la cabeza descubierta. Llevaba una pipa entre los labios, y antes de entrar al auto sacó una caja de fósforos del bolsillo y volvió a encender la pipa. Después subió, sentóse al volante, oprimió el arranque y se deslizó suavemente en dirección a Merrington.

Lo miré marchar con muy encontradas sensaciones, pues, mi primer impulso había sido abrir la ventana y llamarlo: Solamente a costa de un supremo esfuerzo pude contenerme. Hubiera sido una cosa muy acertada haberlo hecho así, pero recordé a tiempo que los secretos de Bryony no me pertenecían.

Conforme el Vauxhall desapareció a la vuelta de la esquina me volví hacia Bryony y la contemplé pensativamente.

—Bien, ¿lo ha localizado ya? —inquirí suavemente. Pero de nuevo arrugó el entrecejo y movió la cabeza negativamente. Después me miró burlona.

—No —dijo—; pero usted sí, ¿no es cierto?

—Sí —dije—. Este individuo, mi querida señorita, no era otro que Robert Thrupp, Inspector Principal de
New Scotland Yard
, y un buen amigo mío. Sería extraordinariamente interesante saber cómo es que usted también lo reconoció, Bryony…

23

A
MANECIÓ
la luz en sus ojos.

—Pero, ¡claro! —exclamó excitada—. Yo sabía que lo conocía. Lo que pasaba es que no podía localizarlo. Mr. Thrupp, de
Scotland Yard
, es ahora Inspector Principal, ¿no? Creo que solamente era simple inspector cuando lo conocí.

Observé que a menos que no fuera verdaderamente una buena actriz, mi identificación la había tranquilizado más bien que inquietado y esta comprobación me agradó. Hice ademán de que se sentara y le di un cigarrillo.

—¿Cómo fue que lo conoció, Bryony? —pregunté casualmente.

—La primera vez fue de lo más bochornoso —me confió lanzando una gran bocanada de humo—.

Una noche dirigía un allanamiento en un lugar de diversión, de mala fama, en un sitio que se llama
Laughing Jackass
en la calle Henn, donde yo me encontraba, por desgracia. Esto fue hace mucho tiempo, Roger; por lo menos tres o cuatro años. Entonces yo era solamente una muchacha, justamente cuando empecé a crecer. No era socia del club ni nunca había estado en él, pero un hombre me llevó allí después de bailar. Me pareció un lugar horriblemente aburridor, pero en aquellos tiempos yo no sabía nada del mundo, y no me daba cuenta de que no estaban a la vista todas las atracciones. Supe más tarde que se dopaban en secreto y que hacían otras cosas por el estilo, entre telones, pero nunca llegué a eso. Bueno, a lo que iba. El hombre con quien estaba empezó a insinuar que era más divertido arriba, cuando comenzó el allanamiento. Aquello fue el acabóse.

Tomaron los nombres de todos, y los que estaban arriba fueron a parar a
Vine Street
. Unos cuantos también fueron a la cárcel —agregó reminiscentemente.

—Y Thrupp estaba encargado del allanamiento —le recordé.

—Sí, y fue muy bueno conmigo, Roger. Sin ser nada jactancioso y sin hablarme como si fuera una chiquilla, me llevó aparte y me preguntó si sabía dónde me encontraba. Pronto descubrió que lo ignoraba. Después procedió a explicarme en monosílabos y sin andar con vueltas… En fin, hizo que me ruborizara. Después se dirigió a Johnny, el hombre que me había llevado allí y lo trató como a un delincuente por haber intentado aprovecharse de mí. No fue muy decente, en realidad, lo que hacía Johnny, porque yo no estaba madura como para eso. Al final, el Inspector nos puso a los dos en un taxi y nos envió a casa. Johnny estaba furioso con él, pero yo creo que fue muy amable al tomarse toda esa molestia en medio del allanamiento.

—Esto —mencioné— es muy típico de Thrupp, Bryony. Es el hombre más humano de
Scotland Yard
. Pero, tengo entendido que lo ha vuelto a encontrar.

—Sí, y en circunstancias mucho más respetables, por fortuna. Habrá sido hace alrededor de un año y medio. Entraron ladrones en casa una noche y se llevaron cuanta cosa de plata encontraron, dejando hecho un infierno el estudio del abuelo. Dios sabe por qué, ya que no había allí nada que valiera la pena. Mr. Thrupp se ocupó del asunto, y después estuvo durante semanas entrando y saliendo de casa. Se recuperó la mayor parte de la platería, y él parecía considerar el asunto como rutinario. Nos hicimos amigos, en cierto modo, aunque creo que ahora no me recordará.

—La
Yard
no olvida nunca —cité perezosamente—. Y créame: el tradicional elefante no tiene nada que hacer con Thrupp cuando se trata de memoria.

Quedamos silenciosos, acaso los dos con iguales pensamientos.

—Estoy pensando para qué habrá venido aquí esta tarde, Roger —musitó—. A lo mejor es una coincidencia.

—Puede haber sido así —contemporicé—. Pero podemos tranquilizamos preguntándole a Bill Thrush. Quédese aquí y yo iré a averiguar.

Conforme yo hablaba, escuché dar las tres en el lejano reloj de la iglesia, e inmediatamente comenzó una lenta y poco voluntaria salida del bar. Desde nuestro punto de observación vi a siete u ocho patanes que salían lentamente al camino, y luego escuché cómo el tabernero echaba el cerrojo a la puerta. Haciendo una seña con la cabeza a Bryony, bajé a buscarle.

Pero en seguida me di cuenta de que si Thrupp había venido a la taberna con otro fin que el de apagar la sed, habría tenido buen cuidado en ocultado. No había preguntado nada, ni hecho referencia alguna a su persona. En verdad, salvo ordenar que le sirvieran de beber, y cambiar algunos lugares comunes sobre la ola de calor Y la cosecha, apenas si había hablado. Bill Thrush ciertamente no había sospechado que fuera un detective ó que estuviera buscando a alguien. Para el tabernero había sido simplemente un paseante a quien
The King of Sussex
le había parecido una especie de oasis durante un viaje sediento. Finalmente, encogiéndose de hombros, Mr. Thrush me aseguró que no había nada de qué preocuparse. El interrogatorio sugería que yo debía convenir con él.

Y, sin embargo, yo me preguntaba…

24

E
NTRE
las virtudes que distinguían a mi prima Barbary de muchas mujeres de su edad, era admirable ésta de la puntualidad. Y es tanto más notable, cuanto que ella nunca, ni por casualidad, da la impresión de estar apurada. Parece contemplar la vida como un negocio agradable y cómodo, y mira con divertida tolerancia a aquellas almas diligentes que se esfuerzan por cumplir las exhortaciones de Kipling sobre el minuto inexorable. La mayor parte de la gente que la encuentra por casualidad la tiene, más bien, por un ser contemplativo, que divide sus horas de vigilia entre leer en la cama, conjurar extrañas y hermosas armonías en mi diminuto piano, y pintar cuadros de fantástico y rico colorido; tenderse en un profundo sillón en desmañada y con frecuencia poco delicada postura, y contemplar con extasiado deleite un lupino o los pájaros o las flores. Empero, nadie ha visto hacer a Barbary algún trabajo del hogar, y sin embargo sucede que es mil veces mejor ama de casa que su mercenaria contraparte, Mrs. Nye, quien me atiende cuando mi prima está ausente. Bajo su gobierno la casa está siempre limpia, aunque nunca, gracias a Dios, impecable, y las comidas son invariablemente tentadoras, perfectamente cocinadas y servidas a su hora.

Por último, se puede tener siempre la seguridad de que si Barbary establece una cita en una fecha determinada para las tres y cuarto o las nueve menos veinte, la cumplirá al segundo. No usa reloj y nunca la he visto mirar ningún reloj público, de forma que únicamente se puede suponer que su puntualidad sea una especie de instinto animal.

Para que no pudiera quedar sospecha alguna de
mal-y-pense
a los anhelosos, es mejor confirmar aquí categóricamente lo que ya había dicho a Bryony, esto es: que desde hace un cuarto de siglo Barbary y yo nos hemos considerado como hermana y hermano. Somos primos carnales por nacimiento, ya que el padre de Barbary y el mío eran hermanos, pero cuando yo era un muchacho de diez años y ella un rosado y rollizo pudding de unas quince meses, un desastre ¡ferroviario dejó a Barbary sin padres y a mí sin el mío. Después mi madre trajo a casa a Barbary y la crió como si fuera su propia hija. Cuando dieciséis años después mi madre falleció, yo estaba en la India, y Barbary se fue a vivir con tía Dodders, bajo cuyo irreverente nombre hemos bautizado a Miss Dorothy Lashmar, hermana de mi madre. No es tan perversa vieja como acostumbran ser las tías solteronas, pero atormenta los nervios más de la cuenta.

A los diecinueve años, salida Barbary de la escuela y en completo control de su confortable patrimonio, escandalizó a la pobre tía Dodders cuando compró un pasaje de primera clase en el ferrocarril a Bombay para ir a la India a visitarme. Fue por tres meses y permaneció tres años, al cabo de los cuales nos volvimos a casa juntos. Cuando regresé al Este, mi prima rehusó quedar de nuevo enteramente al cuidado de la tía Dodders y mantuvo su independencia alquilando un pisito en la Capital y dividiendo su tiempo entre una existencia de muchacha soltera, en la metrópoli y los deberes hacia nuestra tía. Pero cuando algunos años después, yo; finalmente, sacudí el polvo de la India de mis botas de campaña, Barbary y yo unimos nuestras fuerzas de nuevo. No obstante la diferencia de nuestras edades, todavía nos profesamos un gran afecto y cuando, eventualmente, fijé mi residencia en
Gentlemen’s Rest
, de Merrington, se convino como cosa natural que Barbary consagraría la mayor parte de su tiempo a gobernar mi casa. Nada convencional si se quiere, sino ciertamente muy natural.

Es cuestión de puntos de vista si se debe describir a Barbary como hermosa o no. Ciertamente no tiene nada de linda, pero, sin disputa, es atractiva. Es alta para ser muchacha y ágil; y mientras sería completamente equivocado calificarla de varonil, es difícil encontrar otro adjetivo para sus piernas delgadas, largas y atléticas. Se dijo una vez de ella, y el dicho es tan verdadero como ingenioso, que es «toda piernas», pero «lindas piernas». .

Es una joven morena, con bucles cortos, naturales, que adornan una bien delineada cabeza.

Su rostro, un tanto alargado, es notable principalmente por sus expresivos ojos castaños. Cómo había llegado ella exactamente a alcanzar los veintiséis años sin haberse casado, es un secreto que nunca me confió. Era ésta una cosa que me mortificaba, pues, como hombre, sabía que contaba con todas las cualidades apetecibles. Pero, puesto que el asunto evidentemente no la preocupaba a ella, también dejó de preocuparme a mí.

25

C
OMENCÉ
, y cómo no, a elogiar la habitual puntualidad de Barbary, y ahora puedo recordar que eran justamente las siete menos veinticinco cuando ella llevó mi viejo coche a la puerta trasera de
The King of Sussex
. Como digo, no usa reloj, y yo tenía la seguridad que el del coche no funcionaba desde hacía un año. Sin embargo, no me sorprendió ver que había llegado al segundo, como lo confirmó el gran reloj de la cocina de Mr. Thrush.

Desde la extraña e inexplicable visita del Inspector Thrupp poco antes de las tres, no hubo ninguna otra incidencia en la taberna. Bryony había estado poco dispuesta a hablar, así es que la hice descansar en la cama hasta la hora del té, mientras yo dormitaba y reflexionaba, sentado en el sillón cerca de la ventana. Fue durante este período de inacción cuando perfeccioné mis tácticas para el futuro inmediato.

La única diligencia que yo había dispuesto se tomara como preparación para el inminente compromiso, había sido despachar a Merrington por un camino indirecto a un bien sobornado muchacho montado en mi vieja bicicleta. Tenía instrucciones de dejar a ésta estacionada justamente fuera de la puerta septentrional de la iglesia de la Parroquia por razones que más adelante se comprenderán claramente. El mensajero volvió sobre sus pies planos poco después de las seis. Se le entregó la segunda y más substanciosa parte de su recompensa, se le previno, una vez más, guardar reserva y se lo despidió a su cercano domicilio.

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