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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

El caso de la joven alocada (5 page)

BOOK: El caso de la joven alocada
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Ella hundió su hermosa cabeza en mi venerable chaqueta.

—No quiero morir todavía, Roger —balbuceó de nuevo.

—No va a morir —reí—. Puede sacarse eso de la cabeza inmediatamente. Alguien ha estado calentando sus sesos, ¿sabe? —Hice una pausa y le golpeé tan cordialmente la espalda, que dio un chillido—. Mire, Bryony —proseguí—, todavía no tengo ni la más remota idea sobre todo esto… Quiero decir, que no imagino quién es el que quiere asesinarla o por qué quiere hacerlo. Pero si ello tiene que hacerse en el curso de la presente semana (así dijo usted, ¿no?), estoy dispuesto a apostar diez millones contra uno a que no se hará. ¡Vamos a verlo! Voy a disponer las cosas de tal forma, que ni el mismo diablo lo conseguiría.

Conforme yo hablaba, un resplandor de esperanza pareció que iba naciendo en sus ojos, para después irse apagando. No obstante el día caluroso, ella se estremeció…

12

B
RYONY
se levantó y fue a tomar su cartera.

—Usted prometió que no me haría entrar en detalles —me recordó mientras la abría—. Tendré que atenerme a ello, Roger. Quiero decir que no puedo explicarle toda la historia ahora. No está en mí el narrarla. Yo sé que le costará trabajo creerlo, pero le juro que se lo diré todo más tarde… si vivo todavía.

Gemí como un piadoso Eneas.

—Pero mi queridísima jovencita —protesté—, tiene que decirme algo; de otra manera, ¿cómo diablos voy a poder ayudarla? No la apremiaré ahora con toda la historia; primero, porque prometí no hacerlo, y segundo, porqué me doy cuenta de que debe ser un asunto definitivamente vergonzoso.

—¿Qué es lo que le hace suponer eso? —inquirió exaltada.

—El sentido común –repliqué—. Por el simple hecho de que usted acudió a mí y no a la policía, deduzco que en la bolsa debe haber algo más que una gata. ¿Estoy equivocado?

Esquivó mi mirada.

—No. Está en lo cierto —concedió—, aunque no tengo la menor duda de que está sobre una, pista equivocada. Sin embargo, admito que no puedo acudir a la policía. Querrían saberlo todo antes de darme protección; y simplemente ésta no es una cosa como para contársela a la policía. De todos modos —continuó pensativamente—, la protección de la policía ordinaria no valdría para nada en este caso.

Suspiré y dije:

—Muy bien; le creo. Prescindiré de las tres cuartas partes de las preguntas que tendría que hacerle y que podrían resultarle embarazosas como las concernientes al motivo de la amenaza, por ejemplo. Y, entre paréntesis, doy por descontado que tiene que haber razones de peso detrás de esa amenaza.

Ella asintió lentamente.

—De bastante peso, supongo —admitió—, aunque no justifiquen el asesinato.

—Nada justifica un asesinato —declaré didáctico—. Pero, por otra parte, hay muchas circunstancias que dan lugar a asesinatos. Dígame, Bryony. No se lo pregunto por vulgar curiosidad, pero necesito saber una cosa. ¿Es… sería, lo que nuestros amigos del otro lado del Canal llaman un crimen pasional?

—No.

—¿Seguro?

—S…sí. Hay, para decirlo así, elementos pasionales en el asunto, Roger, pero no es porque yo haya robado a alguien el marido o el amigo que se me quiere eliminar. La causa real es completamente distinta.

—Bien. ¿El asesino hombre o mujer?

—No tengo la más remota idea.

—¿Cómo?

—Ni la más remota, querido. De hecho, más bien sospecho que es una especie de organización, probablemente de ambos sexos.

—¿Una pandilla?

—No en cierto sentido.

—¿Sabe usted quiénes son, Bryony?

—Sí y no. Quiero decir que conozco a uno o a dos de ellos y sospecho de otros. Pero esto es todo lo que puedo decir.

—Y usted ha hecho algo para… disgustar a esta banda, pandilla o lo que sea. ¿Es así?

—Sí.

—¿Algo ilegal?

—Sí y no.

—¿Qué diablos quiere decir usted con «sí y no»?

—Lo que digo: sí y no. Hice algo que es técnicamente ilegal, pero solamente para poner un obstáculo a ciertas actividades suyas que hubieran resultado bastante más ilegales… y perversas. Lo que hice pudo haber sido ilegal, pero no fue perverso, Su juego es peor que el infierno.

—Ya veo —dije lentamente y sin convicción—. Corríjame si estoy equivocado, Bryony, pero deduzco que usted les ha robado algo que ellos han adquirido por medios ilícitos y con propósitos deshonestos.

Bryony lanzó el cigarrillo por la ventana.

—No lo corregiré Roger, pero tampoco admitiré que tiene razón. Usted hace conjeturas precipitadas.

—Algunas veces, pero no tan a menudo como usted cree. Mi cerebro, en verdad, es un modelo minuciosamente preparado. Alcancé esta conclusión muy lentamente, y creo que es acertada. Vamos llegando a la próxima pregunta en el programa: ¿cómo sabe usted que va a ser asesinada? ¿Quién se lo dijo? Y ¿cómo?

Vaciló un instante, y después recomenzó en su cartera la búsqueda que había interrumpido durante nuestra conversación.

—No hay peligro en contestarle esto —dijo, mientras revolvía su bolso— porque puedo hacerlo sin mencionar cosas que no puedo descubrir. Pero ¿dónde diablos…? —apuró su búsqueda con un ceño de perplejidad en su frente.

Un momento después, como embargada por repentino pánico, comenzó a vaciar sobre la mesa el contenido de su cartera: billetera, monedero, artículos de tocador, nada parecía interesarle. Toda su atención estaba concentrada en media docena de cartas y en unos cuantos papeles que sacó de un bolsillo lateral. Los revisó con minucioso cuidado, examinando cada hoja separada y deliberadamente.

—No está —murmuró al fin, más a sí misma que a mí—. ¡Dios mío!, ¡no está!

—¿Qué es lo que no está? —pregunté con tranquilidad—. ¿Alguna carta amenazadora?

Asintió, asombrada.

—La carta —confirmó—. Pero, esto es extraordinario. Yo la puse aquí, en esta cartera. Fue justamente lo último que hice antes de salir de casa. La había ocultado en un libro en la biblioteca del abuelo, y al salir fui allí y la recogí. La puse en seguida en mi cartera y desde ese momento no la perdí de vista. ¡Oh, esto es incomprensible!

Rompí el silencio con una sugerencia.

—En algunos de mis libros y en los trabajos de Oppenheim —aventuré— las jóvenes tienen la costumbre de ocultar papeles secretos en ciertas zonas supuestamente inviolables de su ropa y de su anatomía. El corpiño (¿es ésta la palabra?) es, si recuerdo bien, el lugar favorito de Oppenheim, aunque una de mis propias heroínas, con la característica falta de delicadeza y eficiencia modernas, consiguió ocultar los planos completos de un nuevo bombardero en su portaligas…

Bryony se dio vuelta fieramente.

—Oh, ¡por Dios!, ¡no haga chistes! —me interrumpió con cansancio—. Yo, prácticamente, nada tengo debajo de mi vestido, salvo una combinación de media onza y las bombachas que hacen juego. No llevo corpiño, y si no se usan medias, no hace falta el portaligas. Pero si usted quiere, miraré. —Así lo hizo, sin fijarse en mi aturdimiento. Fue completamente en vano. Estoy bien segura que, la puse en esta cartera. No estoy chiflada y además tengo buena memoria.

—Extraño —concedí—. ¿Estuvo la cartera a su lado durante todo el camino?

—Sí.

—¿No se detuvo usted en ninguna parte… para beber o para alguna otra cosa?

—¡Qué tonto! Las tabernas no abren hasta las doce, los domingos. Me detuve en el camino una o dos veces para empolvarme la nariz o cosas por el estilo; pero no había un alma a mi alrededor, y nunca perdí de vista el coche.

—Curioso, más qué curioso –exclamé.

Desdeñosos, sus ojos verdes buscaron los míos.

—Usted lo ha dicho. Yo tenía la impresión de que usted podría imaginarse…

—Soy grande en clisés, querida —repliqué con desenfado—. Hoy día se venden mejor que los originales.

Pero respecto a esta carta, dejemos por un momento el misterio de su destino. ¿De quién era?, es decir, ¿quién… —rectifiqué en seguida, consciente de mis obligaciones como miembro de la Pura Sociedad Inglesa—, qué decía?

—No estaba firmada, naturalmente —dijo Bryony—. Estaba escrita a máquina, en papel blanco para máquina, ordinario, tamaño cuarto, cinta púrpura, al parecer flamante. La máquina era probablemente nueva (no había señales de tipos gastados, aunque la S mayúscula estaba un poco fuera de línea). Me pareció semejante a una Corona Imperial portátil. Una vez me prestaron una, y su tipo es bastante especial. Lamento que esto sea lo único en que reparé.

La contemplé con cierto asombro.

—Mi querida jovencita: es muy notable que haya observado eso —la felicité—. Yo creo que obtendría usted la sincera aprobación de Scotland Yard. Bien… Y ¿qué decía la carta? ¿Puede recordarlo?

—La sé de memoria —contestó—. Es muy corta y la aprendí porque pensaba quemar el original. Al final no la quemé, porque comprendí que sería útil para convencerlo a usted de que no estoy bromeando. Y ahora ha desaparecido… —Se encogió de hombros, sin terminar—. Decía así: al comienzo, mis iniciales, y debajo en el centro del papel, esto:

Tiene Vd. hasta la medianoche del domingo para restituir y olvidar. Si Vd. no cumple, éste será su último sábado en la tierra, pues estará muerta… malamente muerta… al fin de la semana. Esté segura de ello.

Las últimas cuatro palabras, subrayadas, Roger. Sin firma, naturalmente; ni siquiera una mano ensangrentada o una cruz torcida.

—¡Hum!

—Un sobre de negocio, blanco, corriente, más bien de buena calidad —Bryony prosiguió vivamente—. La dirección escrita con la misma máquina que la carta. Marcada por el correo de Londres WI doce y cuarenta y cinco a. m. Junio II.

—Ya veo —musité—. Es usted una diablilla observadora, ¿no es cierto, Bryony? Dice usted que la carta fue puesta en el correo a las doce y cuarenta y cinco del día II. Era jueves, ¿no? La recibió la misma mañana, presumiblemente.

—Sí, aunque no puedo precisar si fue con el primero o con el segundo correo, porque esa mañana llegué a casa a las cinco, y después dormí hasta cerca de la una. La mucama me la trajo con el desayuno a eso de la una y cuarto.

—Y ¿después?

—Después… devolví el desayuno —dijo lentamente la picarona, haciendo una mueca—. Pero esto puede haber sido porque yo estaba todavía bastante mareada con la cerveza. La carta ayudó, sin embargo —agregó reminiscentemente—. No la abrí hasta que tomé el desayuno. Y después, me descompuse.

La miré con severidad.

—Las jóvenes que beben hasta las cinco de la mañana…

—No estaba bebiendo solamente, permítame que le diga —interrumpió con malicia—. No obstante, escuchemos el sermón, aunque incidentalmente, Roger, yo podría observar que si usted hubiera tenido tantas cosas en la cabeza como las que tuve yo últimamente, es probable que nunca hubiera estado sobrio. De cualquier forma, pensé las cosas lo mejor que pude, y decidí que el asunto era demasiado para mí sola. No sabía a quién acudir para que me ayudara. Conozco a muchísimos hombres, naturalmente, pero no encontré en ninguno de ellos el tipo que necesitaba para una cosa como ésta. Después sucedió que vi la foto de Lulú en mi escritorio, y me di a pensar cómo se las hubiera arreglado ella frente a una amenaza de muerte (no es que alguien hubiera querido matarla a ella), y entonces se me ocurrió como un relámpago que Lulú probablemente hubiera acudido a usted. Y así…

—Un encogimiento de hombros y una sonrisa terminaron la sentencia.

—Me halaga —dije secamente, y creo que con sinceridad—. Después de todo, significa algo ser solicitado por una generación más joven, con preferencia a sus confidentes contemporáneos. ¿Eso es todo lo que puede decirme? —proseguí en seguida.

13

B
RYONY
vaciló y después movió la cabeza con un gesto triste.

—Mucho me temo que sea así, Roger. No le he dicho gran cosa, ¿verdad? Pero esto es todo lo que puedo decir. He sido una tonta, Roger.

—Bueno, bueno; si no hubiera tontas no habría bribones —la consolé.

Me miró con expresión de incertidumbre.

—No alcanzo a ver… —dijo.

—Simplemente otro cliché, querida. Bueno… aceptemos, Bryony, hija de Lulú. Después de todo, supongo que el resto no interesa tanto. Confieso que desearía saber qué hay en todo esto, pero el problema en sí mismo es más importante que el motivo. Este problema, como yo le veo, dice claramente que ciertas personas desconocidas se proponen eliminada en el curso de algunos días, a menos que usted haga algo que según dice no puede hacer. La hora cero es hoy a medianoche. Y dicen, ¡insolentes!, que habrán liquidado el asunto en menos de una semana. ¿Es así?

Ella afirmó con la cabeza.

—Muy bien —dije—. Esto le parece un desafío temerario, tan temerario, que voy a aceptarlo.

Escuche, Bryony. Con la única condición de que se ponga usted por entero a mi cuidado, y haga exactamente como le diga. Exactamente, fíjese bien, sin argumentos ni escrúpulos. De ser así, positivamente le garantizo que pasará esta semana. Después de esto, volveremos a hablar sobre el futuro. Mientras tanto, ¿quiere aceptar esta condición, Bryony?

Asintió, y otra vez vi el pequeño resplandor de esperanza en el fondo de sus ojos.

—Soy bastante indisciplinada, pero, por una vez, haré todo lo posible —prometió—. Usted parece muy confiado, Roger.

—Lo soy. Amenazas de esta índole me dejan frío, pues son una evidencia de que el amenazador es presuntuoso. Y cuando un criminal tiene la cabeza hinchada, no es tan difícil vencerle. Lo único que me molesta es este… Pero esto pertenece a la conversación que vamos a tener dentro de una semana. Convengo en que, mientras tanto, usted tendrá que desaparecer completamente.

Nadie debe saber dónde se encuentra, y no veo por qué no se ha de poder llevar esto a cabo. Pero ¿qué sucederá cuando termine esta semana, Bryony? Usted no podrá estar siempre escondida y, de cualquier forma, la vida no valdría la pena de ser vivida así. Y con toda seguridad, si estos granujas no consiguen echarle mano esta semana, simplemente esperarán que usted reaparezca, y entonces la tomarán. Éste es el primer nudo de la madeja, a mi entender.

Ella dijo:

—Éste es un punto que hay que considerar, Roger, pero de todas todas no estoy segura de que esté usted en lo cierto. Como le digo, no puedo explicarle exactamente de qué se trata, pero no veo inconveniente en decirle que hay un… bueno, un elemento de tiempo, por decirlo así. Y esta semana es el período crucial, Uno no puede estar seguro, naturalmente, pero me inclino a creer que, si puedo sobrevivir esta semana, no estaré en mucho peligro después. De cualquier forma, no nos preocupemos del penúltimo obstáculo, querido. Lo principal es pasar el que se avecina.

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