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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (35 page)

BOOK: El circo de los extraños
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—Le encontrarás ahí —dije.

Sam echó a correr hacia allí, pero aminoró la marcha a los pocos pasos, y luego se detuvo. Pateó el suelo con expresión miserable, y entonces se dio la vuelta y se sentó a mi lado.

—No es justo —rezongó. Vi como las lágrimas se deslizaban por sus mejillas—. Me había hecho ilusiones. Iba a ser genial. Lo tenía todo planeado.

—Habrá otras oportunidades —dije.

—¿Cuándo? —inquirió—. Nunca había pasado un espectáculo freak por aquí. ¿Cuándo podría unirme a otro?

No respondí.

—No te habría gustado, de todas formas —dije—. No es tan divertido como crees. Imagínate tener que levantarte en pleno invierno a las cinco de la mañana, y bañarte con agua helada, y trabajar fuera en medio de un temporal.

—Eso no me importa —insistió Sam. Dejó de llorar y un brillo de astucia destelló en sus ojos—. Tal vez vaya, de todos modos —dijo—. Tal vez me cuele en una caravana y viaje de polizón contigo. Entonces, Mr. Tall se vería obligado a admitirme.

—¡No puedes hacer eso! —exclamé—. ¡De ningún modo!

—Lo haré si quiero —sonrió—. No puedes impedírmelo.

—Sí que puedo —gruñí.

—¿Cómo? —se mofó.

Inspiré profundamente. Había llegado el momento de ahuyentar de allí a Sam Grest para siempre. No podía decirle la verdad sobre mí, pero podía inventarme una historia casi tan horripilante, una que le haría salir corriendo.

—Nunca te conté lo que les ocurrió a mis padres, ¿verdad, Sam? Ni cómo me uní al espectáculo freak —dije, en voz baja pero segura.

—No —repuso Sam tranquilamente—. Me lo he preguntado muchas veces, pero no quería preguntártelo.

—Los maté yo, Sam —dije.

—¿
Qué
? —Se quedó pálido.

—A veces me vuelvo loco. Como el hombre-lobo. Nadie sabe cuándo puede ocurrir, ni por qué. Estaba en un hospital cuando era más pequeño, y parecía que me había recuperado. Mis padres me trajeron a casa por Navidad. Después de la cena, mientras jugaba con mi padre, perdí el juicio.

“Lo hice pedazos. Mi madre intentó detenerme, pero la maté también. Mi hermana pequeña huyó pidiendo auxilio, pero la atrapé. La destrocé igual que a mis padres.

“Luego, tras haberlos matado... —Miré a Sam a los ojos. Tenía que ser convincente si quería que se tragara aquello—,
me los comí
.

Me miró estupefacto.

—No es verdad —murmuró—. No puede ser.

—Los maté y me los comí, y luego huí —mentí—. Mr. Tall me descubrió y accedió a ocultarme. Tienen una jaula especial para encerrarme cuando me vuelvo loco. El problema es que nadie sabe cuándo ocurrirá. Por eso la mayoría de la gente me evita. Con Evra no pasa nada, porque es fuerte, así como algunos de los artistas. Pero a la gente corriente... podría despedazarla en un instante.

—Estás mintiendo —dijo Sam.

Cogí un palo grueso que había cerca, le di vueltas entre las manos, me lo puse en la boca y lo mordí como si fuera una gran zanahoria.

—Masticaría tus huesos y los escupiría como si fueran cartílagos —le dije a Sam. Me había cortado los labios con el palo y la sangre me daba un aspecto feroz—. No podrías detenerme. Dormirías en mi tienda si te unieras al espectáculo, y serías al primero que cogería.

“No puedes unirte al Cirque Du Freak —dije—. Me gustaría que lo hicieras (me encantaría tener un amigo), pero no es posible. Acabaría matándote si vinieras.

Sam intentó decir algo, pero no podía articular palabra. Se había creído mi mentira. Había visto ya bastante del espectáculo para saber que en él
podían
ocurrir cosas así.

—Vete, Sam —dije tristemente—. Vete y no vuelvas más. Es más seguro así. Es lo mejor para los dos.

—Darren, yo... yo... —Sacudió la cabeza, confundido.

—¡
Vete
! —rugí, y golpeé el suelo con las manos. Le enseñé los dientes, gruñendo. Podía hacer que mi voz sonara mucho más ronca que la de un ser humano, de modo que aquel fue el rugido de un animal salvaje.

Sam chilló, se apartó gateando y echó a correr por el bosque sin mirar atrás ni una sola vez.

Le vi marcharse, con el corazón oprimido, sabiendo que mi argucia había funcionado. Nunca volvería. No le vería más. Nuestros caminos se habían separado y jamás volverían a encontrarse.

Si hubiera sabido lo equivocado que estaba (si hubiese tenido la menor idea de la trágica noche que se avecinaba), habría corrido tras él y no habría vuelto jamás a aquel odioso, sangriento y repugnante circo de la
muerte
.

CAPÍTULO 26

Me encontraba alicaído cuando una Personita me dio un golpecito en el hombro. Era la que cojeaba.

—¿Qué quieres? —pregunté.

El hombrecillo (si es que era un hombre) de la capucha azul se frotó el estómago. Con ello quería decir que él y sus hermanos estaban hambrientos.

—Acabáis de desayunar —dije.

Volvió a frotarse el estómago.

—Es demasiado temprano para almorzar.

Se frotó el estómago una vez más.

Sabía que seguiría insistiendo durante horas si no le hacía caso. Me seguiría pacientemente a todas partes, frotándose el estómago, hasta que accediera a salir de caza para él.

—De acuerdo —mascullé—. A ver qué encuentro. Pero iré yo solo, así que si no vuelvo con el saco lleno, te aguantas.

Se frotó el estómago otra vez.

Escupí en el suelo y me marché.

No debería haber ido a cazar. Me encontraba muy débil. Aún era capaz de correr más rápido que un ser humano y era más fuerte que la mayoría de los chicos de mi edad, pero ya no era súper rápido ni súper fuerte. Mr. Crepsley había dicho que moriría en una semana si no bebía sangre humana, y yo sabía que hablaba en serio. Me sentía extenuado. Dentro de unos días ya ni siquiera podría levantarme de la cama.

Intenté atrapar un conejo, pero no era lo bastante rápido. Sudé la gota gorda para cazarlo y tuve que sentarme unos minutos. Luego fui a la carretera en busca de animales muertos, pero no encontré ninguno. Al final, agotado y algo asustado pensando en lo que ocurriría si volvía al campamento con las manos vacías (¡las Personitas podrían decidir comerme
a mí
!), me dirigí a un campo lleno de ovejas.

Se encontraban pastando tranquilamente cuando llegué. Estaban acostumbradas a la presencia humana y apenas levantaron las cabezas cuando entré en el campo y me paseé entre ellas.

Buscaba una oveja vieja o que pareciera enferma. De esa forma no me sentiría tan mal por matarla. Finalmente, encontré una muy flaca, de patas temblorosas y expresión aturdida, y me decidí por ella. Después de todo, no parecía que fuera a vivir mucho tiempo más.

Si mis poderes hubieran estado a tope, le habría roto el cuello matándola al instante y sin dolor. Pero me encontraba débil y torpe, y no conseguí torcérselo con fuerza suficiente.

La oveja empezó a balar agónicamente.

Intentó escapar, pero sus patas no podían sostenerla. Cayó al suelo, donde continuó balando lastimeramente.

Intenté romperle nuevamente el cuello, pero no pude. Al final, cogí una piedra y terminé el trabajo. Era un modo sucio y horrible de matar a un animal, y me sentía muy avergonzado cuando la cogí por las patas traseras y la arrastré fuera del rebaño.

Casi había llegado a la valla antes de darme cuenta de que había alguien sentado en ella, esperando. Dejé caer la oveja y alcé la cabeza, esperando encontrarme ante un granjero furioso.

Pero no era un granjero.

Era R.V.

Y echaba chispas.

—¿Cómo has podido hacerlo? —gritó—. ¿Cómo has podido matar a un pobre animal inocente de una forma tan cruel?

—Intenté hacerlo rápido —me excusé—. Traté de romperle el cuello, pero no pude. Iba a dejarla en paz, pero estaba sufriendo. Pensé que era mejor acabar con su sufrimiento.

—¡Qué bonito, tío! —ironizó—. ¿Crees que te concederán el Premio Nóbel de la Paz por eso?

—Vamos, R.V. —dije—. No te enfades. Estaba enferma. El granjero la habría matado de todas formas. Aunque la dejara vivir, al final la habrían enviado al carnicero.

—No me vengas con excusas —alegó, rabioso—. Sólo porque los demás sean unos canallas no significa que debas serlo tú también.

—Matar animales no es una canallada —repliqué—. No cuando es para comer.

—¿Y qué tienen de malo las verduras? —inquirió—. No necesitamos comer carne, tío, y por lo tanto, no necesitamos matar animales.


Algunas
personas sí necesitan comer carne —discutí— y no podrían vivir sin ella.

—¡Entonces que se mueran! —rugió R.V. — ¡Esa oveja nunca hizo daño a nadie, y por lo que a mí respecta, matarla a ella ha sido peor que matar a un ser humano! ¡Eres un asesino, Darren Shan!

Sacudí la cabeza tristemente. No tenía sentido discutir con alguien tan terco.

—Mira, R.V. —dije—, yo no disfruto matando. Me encantaría que todo el mundo fuera vegetariano, pero no es así. La gente come carne, y es un acto natural. Sólo hago lo que tengo que hacer.

—Bien, veremos qué dice la policía de todo esto —dijo R.V.

—¿La policía? —Fruncí el ceño— ¿Qué tiene que ver con esto la policía?

—Esa oveja que has matado tenía dueño —rió cruelmente—. ¿Crees que te dejarán ir sin más? No te arrestarán por haber matado conejos y zorros, pero sí por matar ovejas. Os echaré encima a la policía y a los inspectores de sanidad como si fueran una tonelada de ladrillos —sonrió.

—¡No lo harás! —dije con voz ahogada—. A ti no te gusta la policía. Siempre te opones a ellos.

—Sólo cuando he de hacerlo —admitió—. Pero cuando puedo tenerlos de mi lado... —Volvió a reír—. Primero de arrestarán a ti, y luego irán a tu campamento. Os he estado observando. He visto cómo tratáis a ese pobre hombre peludo.

—¿El hombre-lobo?

—Sí. Le tenéis encerrado como si fuera un animal.


Es
un animal —dije.

—No —discrepó R.V. —. El animal eres

, tío.

—Escucha, R.V. —dije—. No tenemos por qué ser enemigos. Ven al campamento conmigo. Habla con Mr. Tall y los demás. Mira cómo vivimos. Conócenos y compréndenos. No es necesario que...

—Ahórrate todo eso —me cortó—. Iré a la policía. Nada de lo que digas me detendrá.

Respiré profundamente. Me gustaba R.V., pero no podía dejar que destruyera el Cirque Du Freak.

—De acuerdo, entonces —dije—. Si no puedo detenerte con
palabras
, te detendré con
hechos
.

Haciendo acopio de toda la fuerza que me quedaba, lancé la oveja muerta contra R.V. Se estrelló contra su pecho y lo hizo caer de la valla. Chilló, primero con sorpresa y luego de dolor, mientras caía pesadamente al suelo.

Salté la valla y estuve sobre él antes de que pudiera moverse.

—¿Cómo has hecho eso, tío? —susurró.

—No importa —espeté.

—Los niños no lanzan ovejas de ese modo —dijo—. ¿Cómo...?

—¡Cállate! —grité, y abofeteé su rostro barbudo. Clavó en mí una mirada de incredulidad—. Escúchame, Reggie
Verdureggie
—gruñí, utilizando aquel nombre que él odiaba—, y escúchame bien.
No
llamarás ni a la policía ni a los inspectores de sanidad, porque si lo haces, esta oveja no será el único cadáver que lleve hoy al Cirque Du Freak.

—¿Qué eres? —preguntó. Le temblaba la voz y en sus ojos se reflejaba el terror.

—Tu fin, si te metes conmigo —juré.

Hundí las uñas en la tierra a ambos lados de su cara comprimiendo su cabeza entre mis brazos, lo suficiente para demostrarle mi fuerza.

—Lárgate de aquí, Reggie —dije—. Ve a buscar a tus amigos de la APN y sigue protestando contra la construcción de puentes y nuevas carreteras, porque aquí ya no tienes nada que hacer. Mis amigos del Cirque y yo somos freaks, y los freaks no obedecemos las mismas leyes que los demás, ¿me comprendes?

—Estás loco —lloriqueó.

—Sí —dije—, pero no tanto como tú si te quedas aquí y te entrometes en nuestros asuntos.

Me levanté y me eché la oveja sobre los hombros.

—De todas formas, ir a la policía no te servirá de nada —dije—. Cuando llegaran al campamento, ya haría tiempo que esta oveja habría desaparecido, con huesos y todo.

“Puedes hacer lo que quieras, R.V. Quedarte o marcharte, llamar a la policía o mantener la boca cerrada. Es asunto tuyo. Sólo te diré una cosa: para mí y los de mi especie, tú no eres diferente de esta oveja. —La sacudí—. Nos daría lo mismo matarte a ti que a cualquier estúpido animal que ande por el campo.

—¡Eres un monstruo! —chilló R.V.

—Sí —admití—. Pero sólo soy un
bebé
monstruo. Deberías ver cómo son los otros. —Sonreí malignamente, detestándome a mí mismo por actuar de un modo tan vil, pero sabiendo que no había otro modo de hacerlo—. Hasta la vista, Reggie
Verdureggie
—me despedí con sarcasmo, y me alejé.

No miré hacia atrás. No necesitaba hacerlo. Pude oír el aterrorizado castañeteo de sus dientes casi todo el camino de regreso al campamento.

CAPÍTULO 27

Esta vez fui directamente a ver a Mr. Tall para contarle lo de R.V. Me escuchó con atención, y finalmente dijo:

—Supiste manejarle bien.

—Hice lo que debía —respondí—, aunque no estoy orgulloso de ello. No me gusta amenazar ni asustar a la gente, pero no tenía otra opción.

—En realidad, deberías haberle matado —dijo Mr. Tall—. Así no podría hacernos ningún daño.

—No soy un asesino —le aclaré.

—Lo sé —suspiró—. Ni yo tampoco. Es una pena que no hubiera contigo ninguna Personita. Le habría arrancado la cabeza sin dudar ni un segundo.

—¿Qué cree que debemos hacer? —pregunté.

—No creo que vaya a causarnos muchos problemas —dijo Mr. Tall— Probablemente estará demasiado asustado para ir a la policía. Y aunque lo hiciera, no tiene ninguna prueba contra ti. Sería una complicación indeseable, pero ya hemos hecho muchos tratos con representantes de la ley en el pasado. Nos las arreglaremos.

“Me preocupan más los inspectores de sanidad. Podríamos marcharnos y evitar su visita, pero los del departamento de sanidad te siguen el rastro como sabuesos una vez que te han olfateado.

“Nos iremos mañana —decidió—. Tenía prevista una función para esta noche, y detesto cancelar las cosas a última hora. Lo más temprano que podría presentarse aquí un inspector de sanidad es al amanecer, así que nos aseguraremos de marcharnos antes.

—¿No está enfadado conmigo? —pregunté.

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