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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

El circo de los extraños (51 page)

BOOK: El circo de los extraños
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Pasaba el tiempo, y esos pensamientos seguían dando vueltas en mi cabeza. No dije nada cuando Mr. Crepsley sugirió que deberíamos volver a la superficie (poseía un sentido del tiempo natural), en caso de que Murlough nos hubiera estado siguiendo de cerca y escuchando cada una de nuestras palabras. Permanecí tranquilo mientras abandonábamos los túneles, recorríamos penosamente las calles y subíamos de nuevo a los tejados. Contuve mi lengua mientras penetrábamos en nuestra habitación del hotel por la ventana y nos dejábamos caer en las sillas, sintiéndonos cansados, miserables y pesimistas.

Y entonces, tras una vacilación, carraspeé para atraer la atención del vampiro.

—Creo que tengo un plan —dije, y, lentamente, se lo describí con todo detalle.

CAPÍTULO 19

Jesse respondió al teléfono cuando llamé a casa de Debbie. Le pregunté si podía hablar con ella.

—Podrás si está despierta —se rió—. ¿Sabes qué hora es?

Le eché un vistazo a mi reloj: faltaban pocos minutos para las siete de la mañana.

—¡Oh! —dije, alicaído—. Lo siento. No me di cuenta. ¿Les he despertado?

—No —dijo—. Yo tengo que ir a la oficina, así que suelo estar despierto a esta hora. De hecho, me has pillado por los pelos... Estaba a punto de salir por la puerta cuando sonó el teléfono.

—¿Trabaja la víspera de Navidad?

—El mal nunca descansa —rió de nuevo—. Pero sólo serán unas horas. Quiero dejar atados algunos cabos sueltos antes de Navidad. Volveré con tiempo de sobra para cenar. Hablando de eso, ¿te esperamos o no?

—Sí, por favor —dije—. Precisamente llamaba para eso, para decir que iré.

—¡Estupendo! —Su voz sonaba genuinamente complacida—. ¿Y Evra?

—Él no puede —dije—. Aún no se encuentra bien.

—Qué pena... Oye, ¿quieres que despierte a Debbie? Puedo ir...

—No hace falta —dije enseguida—. Sólo dígale que vendré. ¿Les parece bien sobre las dos?

—Sobre las dos, perfecto —dijo Jesse—. Te veré más tarde, Darren.

—Hasta luego, Jesse.

Colgué y me fui derecho a la cama. Aún me zumbaba la cabeza por la conversación que Mr. Crepsley y yo habíamos mantenido, pero me obligué a cerrar los ojos y a concentrarme en dulces pensamientos. Minutos después, mi agotado cuerpo se relajó al sumirse en el sueño, y dormí como un bebé casi hasta la una de la tarde, que fue cuando sonó la alarma del reloj.

Aún tenía las costillas doloridas, y mi estómago presentaba un moratón amarillo y azul allí donde la cabeza de Murlough me había golpeado. No me dolía demasiado mientras no andara mucho, pero debía procurar no hacer movimientos bruscos o inclinarme lo menos posible.

Me di una buena ducha, y luego me bañé en desodorante cuando estuve seco (el olor de las cloacas era difícil de eliminar). Me vestí y cogí una botella de vino que Mr. Crepsley me había comprado para los padres de Debbie.

Llamé a la puerta trasera de la casa de Debbie como Mr. Crepsley me había recomendado. Abrió Donna.

—¡Darren! —dijo, dándome un beso en ambas mejillas—. ¡Feliz Navidad!

—Feliz Navidad —respondí.

—¿Por qué no has llamado a la puerta principal? —preguntó ella.

—No quería ensuciar la alfombra —dije, restregando mis zapatos en el felpudo de la entrada—. Tengo los zapatos empapados de nieve sucia.

—Tonto —sonrió—. Como si a alguien le importaran las alfombras en Navidad... ¡Debbie! —llamó por las escaleras—. ¡Un atractivo pirata ha venido a verte!

—Hola —dijo Debbie, bajando por las escaleras. También ella me besó en ambas mejillas—. Papá me dijo que habías llamado. ¿Qué llevas en esa bolsa?

Saqué la botella de vino.

—Es para tus padres —dije—. Mi padre me la dio.

—Oh, Darren, qué encanto —dijo Donna. Tomó la botella y llamó a Jesse—. Mira lo que ha traído Darren.

—¡Ah! ¡Vino! —Los ojos de Jesse se iluminaron—. Es mejor que el que compramos. Hemos invitado al hombre indicado. Deberíamos hacerlo más a menudo. ¿Dónde está el sacacorchos?

—Espera un momento —rió Donna—. La cena aún no está lista. Lo guardaremos en el frigorífico. Vosotros id al salón. Os avisaré cuando sea la hora.

Comimos queso y galletas saladas mientras esperábamos, y Debbie me preguntó si mi padre había decidido ya si nos iríamos. Le dije que sí, y que nos marcharíamos esta noche.

—¿
Esta noche
? —Me miró consternada—. Nadie va a ninguna parte excepto a casa la víspera de Navidad. Debería ir al hotel, entretenerle, y...

—Ahí es donde iremos —la interrumpí—. A casa. Mamá y papá van a reunirse esta Navidad. Ése será su regalo para Evra y para mí. Se supone que es una sorpresa, pero oí a papá hablando por teléfono esta mañana. Por eso te llamé tan temprano. Estaba excitado.

—Oh. —Me pareció que a Debbie la disgustó la noticia, pero trató de mostrarse fuerte—. Eso es magnífico. Apuesto a que es el mejor regalo que podíais esperar. Tal vez arreglen sus diferencias y vuelvan a estar juntos.

—Tal vez —dije.

—Así que ésta es vuestra última tarde juntos —comentó Jesse—. El destino separa a dos jóvenes románticos.

—¡
Papaaaaaa
! —gimió Debbie, lanzándole un puñetazo—. ¡No digas esas cosas! ¡Me avergüenzas!

—Para eso están los padres —dijo Jesse sonriendo de oreja a oreja—. Ése es nuestro trabajo, avergonzar a nuestras hijas delante de sus novios.

Debbie lo miró frunciendo el ceño, pero para mí era obvio que estaba encantada.

La comida estuvo deliciosa. Donna puso en práctica sus años de experiencia para lograr un gran resultado. El pavo y el jamón prácticamente se deshacían en mi boca. Las patatas asadas estaban crujientes y los nabos tan dulces como caramelo. Todo tenía una pinta fantástica y sabía aún mejor.

Jesse contó algunos chistes con los que nos tronchamos de risa, y Donna nos hizo su truco particular: balancear un carrete sobre la nariz. Debbie tomó un sorbo de agua y gargarizó a su modo “
Noche Silenciosa
”. Entonces me llegó el turno de realizar un numerito.

—Esta comida está tan buena —suspiré—, que hasta me comería los cubiertos. —Y mientras todos se reían, cogí una cuchara, mordí su cabeza, la mastiqué hasta reducirla a pedacitos, y me los tragué.

Tres pares de ojos se salieron prácticamente de sus órbitas.

—¿Cómo lo has hecho? —chilló Debbie.

—Se coge algo más que el polvo del camino cuando estás en la carretera —dije, guiñándole un ojo.

—¡Era una cuchara falsa! —rugió Jesse—. ¡Nos ha tomado el pelo!

—Deme la suya —le dije.

Él dudó, examinando su cuchara para asegurarse de que era auténtica, y entonces me la pasó. No tardé mucho en engullirla gracias a mis poderosos dientes de vampiro.

—¡Es increíble! —boqueó Jesse, aplaudiendo frenéticamente—. ¡Inténtalo con un cucharón!

—¡Para el carro! —gritó Donna cuando Jesse alargaba la mano sobre la mesa—. Esto es parte de un juego y muy difícil de reemplazar. Lo próximo que le entregarías sería la vajilla china de mi abuela.

—¿Por qué no? —dijo Jesse—. Nunca me gustaron esos viejos platos.

—Ten cuidado —le advirtió Donna, pellizcándole la nariz—, o haré que te comas

los platos.

Debbie sonreía, y se inclinó hacia mí para apretar mi mano.

—Esas cucharas me han dado sed —bromeé, levantándome—. Creo que ha llegado el momento de descorchar el vino. —Hice una pausa—. ¿No les importa que Debbie y yo bebamos un poquito?

Donna vaciló, pero Jesse sonrió y dijo:

—¡Vamos, Donna! ¡Es Navidad!

—Bien... de acuerdo —suspiró Donna—. Pero sólo por esta vez —y me miró—: ¿Quieres abrirme la botella? —preguntó, levantándose.

—Por supuesto —dije, haciéndola retroceder cortésmente—. Usted ya ha estado sirviendo toda la tarde. Es hora de que alguien la releve.

—¿Habéis oído eso? —dijo Donna sonriendo a su familia—. Creo que voy a cambiar a Debbie por Darren. Él resulta mucho más útil.

—¡Muy bien! —resopló Debbie—. ¡Mañana no habrá regalos para
ti
!

Sonreí para mí mismo mientras sacaba la botella del frigorífico y le quitaba el aluminio del tapón. El sacacorchos estaba en el fregadero. Lo enjuagué y luego abrí la botella. Olisqueé su aroma (no sabía mucho de vinos, pero olía realmente bien) y busqué cuatro copas limpias. Rebusqué algo en mis bolsillos un par de segundos, y lo eché en tres de las copas. Luego vertí en ellas el vino y volví a la mesa.

—¡Hurra! —gritó Jesse al verme llegar.

—¿Por qué has tardado tanto? —inquirió Debbie—. Ya íbamos a enviar un equipo de búsqueda a por ti.

—Me llevó un rato sacar el corcho —dije—. No tengo práctica.

—Deberías haberlo quitado a mordiscos —bromeó Jesse.

—No pensé en eso —respondí, seriamente—. Lo haré la próxima vez. Gracias por sugerírmelo.

Jesse me lanzó una mirada insegura.

—¡Casi me lo trago! —se echó a reír de repente, agitando un dedo—. ¡Casi me lo trago!

La repetición me hizo recordar por un momento a Murlough, pero aparté rápidamente de mi mente todo pensamiento sobre el vampanez y alcé mi copa.

—Brindemos —proclamé—. Por los Hemlock. Su apellido será venenoso, pero su hospitalidad es de primera clase. ¡Salud! —Había estado ensayando el brindis, y salió tan bien como esperaba. Ellos rezongaron, pero luego rieron y alzaron sus copas, haciéndolas chocar contra la mía.

—Salud —dijo Debbie.

—Salud —agregó Donna.

—¡P’adentro! —dijo Jesse con una risita ahogada.

Y tomamos un sorbo.

CAPÍTULO 20

Fin de la víspera de Navidad. Bajo los túneles
.

Estuvimos buscando durante dos horas, pero parecía que hubieran transcurrido más. Estábamos sudando y llenos de porquería, y nuestros pies y pantalones chorreaban agua sucia. Nos movíamos tan rápido como podíamos, haciendo mucho ruido al avanzar. Al principio me dolían las costillas, pero lo peor había pasado y ahora apenas notaba aquel punzante dolor cuando me inclinaba o me agachaba o me giraba.

—Más despacio —siseó Mr. Crepsley varias veces—. Nos oirá si seguimos así. Debemos ir con más cuidado.

—¡Al infierno el cuidado! —grité—. Es nuestra última oportunidad para encontrarlo. Hemos avanzado tanto como nos ha sido posible. Ya no me importa cuánto ruido hagamos.

—Pero si Murlough nos oye... —empezó Mr. Crepsley.

—¡Le cercenaremos la cabeza y la rellenaremos con ajo! —gruñí, y avancé aún más rápido, haciendo mucho más ruido.

Pronto llegamos a un túnel particularmente amplio. El nivel del agua era más alto en la mayoría de los túneles que habíamos recorrido la noche anterior, a causa de la nieve que se derretía y se filtraba del exterior, pero éste estaba seco. Quizá era un conducto de emergencia, en caso de que los otros se saturaran.

—Descansaremos aquí —dijo Mr. Crepsley, desplomándose. La búsqueda resultaba más agotadora para él que para mí, ya que él era más alto y tenía que inclinarse más.

—No tenemos tiempo para descansar —mascullé—. ¿Acaso cree que Murlough está descansando?

—Darren, tienes que calmarte —dijo Mr. Crepsley—. Comprendo tu agitación, pero no le seremos de ninguna ayuda a Evra si nos dejamos llevar por el pánico. Estás cansado, igual que yo. Un par de minutos no supondrán ninguna diferencia, de todas formas.

—A usted no le importa, ¿verdad? —gimoteé—. Evra está aquí abajo, en algún lugar, siendo torturado o a punto de ser cocinado, y lo único que a usted le preocupa son sus viejas piernas cansadas.


Son
viejas —gruñó Mr. Crepsley—, y
están
cansadas, y estoy seguro de que las tuyas también. Siéntate y deja de portarte como un crío. Si el destino ha decidido que encontremos a Evra, lo haremos. Si no...

Lancé un gruñido de odio al vampiro y di un paso hacia él.

—Deme esa linterna —dije, tratando de arrebatársela de las manos. Antes se me había caído la mía y se había roto—. Seguiré yo solo. Usted quédese ahí sentado y
descanse
. Encontraré a Evra por mi cuenta.

—¡Ya basta! —dijo Mr. Crepsley, apartándome de un empujón—. ¡Tu comportamiento es intolerable! Tranquilízate y...

De un salvaje zarpazo hice volar la linterna de las manos de Mr. Crepsley. Pero también se me escurrió entre las manos, y se hizo pedazos contra la pared del túnel. Acabábamos de quedarnos en medio de la más completa oscuridad.

—¡Idiota! —rugió Mr. Crepsley—. ¡Ahora tendremos que volver a buscar otra! ¡Nos has hecho perder un tiempo precioso! Ya te dije que ocurriría algo así...

—¡Cállese! —le espeté, dándole un empujón al vampiro en el pecho. Cayó pesadamente, y le di la espalda a ciegas.

—¡Darren! —gritó Mr. Crepsley—. ¿Qué vas a hacer?

—¡Ir a buscar a Evra! —dije.

—¡No puedes! ¡Tú solo, no! Vuelve aquí y ayúdame: me he torcido un tobillo. Volveremos con linternas más resistentes e iremos más rápido. ¡No puedes buscarlo a oscuras!

—¡Pero puedo escucharlo! —repliqué—. ¡Y puedo sentirlo! ¡Y puedo llamarlo! ¡Evra! —grité, para demostrárselo—. ¡Evra! ¿Dónde estás? ¡Soy yo!

—¡Basta! ¡Murlough te va a oír! ¡Vuelve aquí y mantén la calma!

Escuché al vampiro avanzar gateando. Respiré profundamente y eché a correr. Huí adentrándome en el túnel, y luego reduje la velocidad y encontré un pequeño conducto al salir del grande. Me deslicé en su interior y avancé a gatas. Los gritos de Mr. Crepsley sonaban cada vez más débiles. Luego llegué a otro conducto y me escurrí por él a toda prisa. Y luego por otro. Y por otro. En cinco minutos, había perdido al vampiro.

Estaba solo. En la oscuridad. Bajo tierra.

Me estremecí, y me recordé a mí mismo por qué estaba allí y qué estaba en juego. Miré alrededor buscando un túnel más grande, palpando el camino con los dedos.

—Evra —llamé en voz baja. Me aclaré la garganta, y esta vez grité— ¡Evra! ¡Soy yo! ¡Darren! ¿Puedes oírme? ¡Voy a buscarte! ¡Grita si puedes oírme! ¡Evra! ¿Evra? ¡Evra!

Gritando, llamándole, seguí avanzando, con los brazos extendidos, aguzando el oído para captar el más mínimo sonido, sin poder contar con mis ojos: un blanco perfecto para todos los demonios de la oscuridad.

* * *

No estaba seguro de cuánto tiempo había estado allí abajo. No había forma de medir el tiempo en los túneles. Tampoco tenía sentido de la dirección. Podría haber estado caminando en círculos. Me limitaba a avanzar, llamando a Evra, arañándome las manos en las paredes, sintiendo cómo la humedad y el frío entumecían mis pies y pantorrillas.

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