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Authors: Maite Carranza

El clan de la loba (25 page)

BOOK: El clan de la loba
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Al despertar, Anaíd narró confusamente su sueño. Era tan reciente que aún estaba dentro de él.

Valeria la escuchó y lo interpretó:

— Su viaje será largo y repleto de peligros, pero la fuerza de su corazón la impulsará a seguir adelante. Flaqueará ante la duda. Se internará en las entrañas de la tierra, bajo las aguas, y perseverará en hallar el tesoro que busca. No cederá al dolor, ni evitará el peligro, y para ello se servirá de sus poderes y sus tretas. El peso de su descubrimiento, sin embargo, le producirá miedo y llorará por su pequeñez.

Cornelia Fatta leyó las señales que el cuerpo de Anaíd había dejado sobre la arena.

— Su destino la persigue como una sombra y será traicionada por el engaño. El sacrificio no habrá sido inútil.

Las palabras de Cornelia Fatta, algo confusas, dieron en qué pensar a todas las mujeres y se creó un clima de consternación, pero Valeria no permitió que las dominase el pesimismo.

Había llegado el momento de hablar de lo que estaba sucediendo. El momento más esperado de la noche.

Valeria tomó la palabra.

— No voy a ocultaros nada. Las Odish nos están atacando cada vez con más impunidad. Lo sabéis, lo sé, lo sabemos. Tienen a Selene, la del cabello de fuego, y eso las hace sentir poderosas. La elegida es su arma. Mientras esté en sus manos se creerán con derecho a hostigarnos. Por eso hemos iniciado a su hija Anaíd, para que nos ayude.

— ¿Qué pasa con el clan de Selene? ¿Qué han hecho durante este tiempo? —preguntó una corneja.

— El clan de la loba permaneció cerca de dos meses aislado bajo una campana Odish. Sufrió el acoso de una Odish que adormeció sus conciencias y tentó a Anaíd. Afortunadamente, consiguieron escapar al maleficio y ahora, Anaíd, ya está iniciada. Como sabéis, su poder y sus conocimientos son notables. Ella ha sido hasta el momento la única que ha conseguido comunicarse con Selene. Una madre no puede rechazar a su hija si de verdad desea hallarla. Por eso Anaíd, en nombre de todas nosotras y para salvaguardar la profecía, emprenderá la difícil tarea de rescatar a Selene y la traerá de nuevo a casa, entre las Ornar.

— Tal vez pueda llegar hasta Selene, pero ¿cómo conseguirá una niña vencer a las Odish? —planteó una delfín huesuda.

Criselda se vio obligada a intervenir:

— No estará sola, yo la acompañaré.

— Y aun suponiendo que eso sea posible, ¿qué ocurrirá si Selene se niega? ¿Qué ocurrirá si Selene prefiere el poder, la inmortalidad y la riqueza de las Odish a la simple honestidad de las Omar? —inquirió con agudeza una lechuza.

— ¡Imposible! ¡Mi madre no es ni será nunca una Odish! ¡Ella no nos traicionaría nunca!

El grito de Anaíd era tan sincero que la lechuza que había formulado la pregunta calló avergonzada. Delante de una hija, no se podía desprestigiar a una madre ni lincharla moralmente sin pruebas.

Anaíd se dio cuenta de que su impetuosidad había silenciado las posibles preguntas que todavía no se habían formulado. En definitiva se resumían en una sola: desconfianza.

— ¿Puedo hablar?

Anaíd esperó unos instantes hasta que recibió el mudo asentimiento de Valeria, que la escuchaba con estupor.

— Ya sé que no soy fuerte como Valeria, ni poderosa como fue Deméter, ni sabía como Lucrecia... Sé que, aunque ya sea una bruja, todavía no soy una mujer y que tengo la peor edad para enfrentarme a las Odish. Pero son ellas quienes me persiguen, así que, si las persigo yo, me convierto en una enemiga insólita. Si fuera una Odish, nunca se me pasaría por la cabeza que pudiese existir alguien tan idiota como yo dispuesta a meterse en la mismísima boca del lobo.

— ¿Y si el lobo cierra la boca? —la cortó una delfín.

Anaíd se encogió de hombros.

— Vosotras no perdéis nada si yo muero. Yo sí pierdo mucho si no me arriesgo. Pierdo mi linaje, pierdo mi pasado, pierdo a mi familia y pierdo mi dignidad. Lo he puesto en la balanza y creo que pesa mucho. Iré a buscar a mi madre al infierno. Pero iré. Y si vuelvo con la elegida, recordad la profecía, las Odish serán destruidas para siempre. Vosotras, que perdéis a vuestros bebés y a vuestras hijas, también saldréis ganando. Únicamente os pido vuestra complicidad, nada más.

Anaíd calló y observó el efecto que sus palabras habían causado a su alrededor.

Valeria y Criselda estaban atónitas. ¿De dónde provenían el aplomo y la seguridad de esa cría? ¿Dónde había aprendido a dirigirse a un auditorio? ¿Cómo había conseguido conmover a tantas mujeres y ponerlas a su favor sólo con unas palabras?

Pero no habían sido únicamente las palabras de Anaíd. Su gesto y su ingenuidad las convencieron de que efectivamente nada perdían. O tal vez sí. Tal vez perdiesen a una valiente joven que con los años podría llegar a convertirse en jefa de tribus. Había heredado el carisma de su abuela Deméter y tenía la luz de la hija de la elegida. No había duda alguna.

Valeria recogió el testigo que Anaíd había lanzado.

— ¿Estamos dispuestas a colaborar con Anaíd, el clan de la loba y la tribu escita en esta empresa?

Cornelia respondió la primera:

— Si la suerte es de los osados, Anaíd la tiene por completo. Que la suerte te sea propicia, niña Anaíd. Las cornejas creemos en ti.

La vieja Lucrecia apostilló:

— Pero con la suerte no hay bastante. Necesitará defenderse. Algunas serpientes dominan el arte de la lucha. Mi nieta Aurelia es la mejor luchadora de los clanes de fuego. Ella te enseñará. Acércate, Aurelia.

Una joven serpiente, atlética, de cortos cabellos muy negros y nariz chata, avanzó un paso y se plantó en jarras ante Anaíd.

— Te mostraré las artes de luchar con la mente y doblegar el cuerpo. Me lo ha pedido mi abuela, la jefa del clan de la serpiente y matriarca del linaje Lampedusa —y le ad-virtió—: Jamás hemos compartido estas artes con una bruja de tierra, tú serás la primera.

Su ofrecimiento causó un cierto revuelo. Las brujas cuchichearon entre ellas. Valeria sonrió de oreja a oreja y se dirigió a Anaíd:

— ¿No habías oído hablar de Aurelia, la gran luchadora?

Anaíd no había oído hablar de ella.

— Nadie ha sido capaz de vencerla y hasta hoy no había tenido ninguna discípula. Temíamos que sus conocimientos muriesen con ella.

Anaíd la saludó con respeto y miedo.

— ¿Luchar? ¿Tengo que aprender a luchar?

Aurelia fue contundente:

— Lo necesitarás.

Anaíd, perdida, buscó ayuda en los ojos de Criselda, pero le confirmaron lo que ya intuía. No podía negarse.

Capítulo XX: El juramento

Criselda no sabía nadar y se mareaba, pero a pesar de sus problemas aceptó la invitación de Valeria a su velero. En alta mar y con la única compañía de la luna y el testimonio de su pálido reflejo en las aguas, al finalizar el coven de iniciación, las jefas de clan y Criselda se reunieron para valorar la última información que les había llegado sobre el paradero de Selene. La situación no podía ser más inquietante.

Una joven y rubicunda corneja propietaria de un restaurante de pasta fresca en Mesina les informó del rumor.

— Llegaron hace unas semanas, tras comprar el palazzo de los duques de Salieri por cuatro duros a causa de una extraña plaga de langostas que arrasó sus cultivos.

— ¿Estás segura de que es ella?

— Pelirroja, extranjera, alta, ojos verdes, dibuja en sus ratos de ocio, nada como un pez, colecciona sortijas de brillantes y baila sola a la luz de la luna.

— Selene, sin duda —corroboró Criselda.

La corneja tenía las mejillas encendidas.

— La pelirroja no sale nunca de la finca, pero la otra, la morena, de tez pálida y desconsideradamente impertinente, sale todas las noches y regresa de madrugada. Jamás ve el sol.

— Salma —musitó Valeria asustada.

— Son inmensamente ricas y gastan a manos llenas. En el pueblo se dice que las chicas que trabajan en el palazzo pierden la memoria para no recordar los horrores que allí se viven.

— ¿Qué horrores?

— Se habla de llantos de bebés y muchachas desangradas.

— ¿Lo has averiguado personalmente?

La corneja suspiró.

— Mi informadora, una chica llamada Conccetta, perdió la memoria y luego fue despedida.

Las tres matriarcas de la isla y Criselda se miraron con estupor. La primera en romper el hielo fue la anciana Lucrecia.

— Me pregunto por qué han venido hasta aquí.

— Para desafiarnos tal vez —sugirió Valeria.

— Salma es muy astuta. Quiere amedrentarnos —confirmó Cornelia.

— Y minar la moral de las Ornar incluida Anaíd —puntualizó Criselda.

— O bien para obligarnos a mover ficha antes de tiempo —añadió Valeria.

— Es una forma de mostrarnos su triunfo. La elegida ha sido tentada —sentenció Lucrecia pronunciando las vocales a la siciliana.

— Pero la conjunción aún no se ha producido —objetó Criselda.

— Por eso. Debemos apurar el tiempo hasta el final preparando a la niña —concluyó Cornelia.

— ¿Estáis do acuerdo en que no debemos precipitarnos hasta que no estemos plenamente seguras del poder de Anaíd? —resumió Valeria.

Criselda se opuso.

— ¿No pretenderéis que Anaíd sola consiga rescatar a Selene?

La sabia Cornelia la tranquilizó:

— Criselda, por encima de todo confío en ti. Pero compréndelo, nuestra única esperanza es la interpretación de la profecía de Rosebuth.

Lucrecia reflexionó en voz alta:

— Estamos de acuerdo en que la niña no puede perder el amor hacia Selene, debemos mantenerla ignorante de lo que ocurre.

— Propongo que, así como hemos apadrinado su iniciación, le confiemos nuestros secretos, ya que tendrá sobre sus hombros la difícil tarea de retornar a la elegida a su comunidad —dijo Valeria—. Mi clan ya le ha confiado el secreto del agua.

Cornelia aceptó.

— La iniciaremos en el secreto del aire.

Lucrecia dio su visto bueno.

— Además del arte de la lucha, le confiaremos el secreto del fuego.

— ¿Y si a pesar de todo fallase? —manifestó sus temores Criselda.

— El juramento —murmuró quedamente Valeria.

— ¿Es necesario el juramento? —imploró Criselda.

Las tres matriarcas cruzaron sus miradas y coincidieron. Criselda sacó su átame y se hizo una incisión en la palma de la mano. Chupó su sangre y se la dio a beber a sus compañeras.

— Juramos por la sangre de Criselda que ahora nos une defender con nuestra vida la misión que se encomienda a la bruja Anaíd y a Criselda, su mentora del linaje Tsinoulis.

— Yo, Criselda, juro actuar con honestidad y rigor, y cumplir la sentencia que las Omar han decretado contra Selene, la elegida traidora. Si la misión de Anaíd fracasa... deberé eliminar a Selene con mis propias manos.

TRATADO DE MC COLLEEN

Cuando un cometa se aproxima al Sol, la superficie del núcleo empieza a calentarse y los volátiles se evaporan.

Las moléculas evaporadas se desprenden y arrastran con ellas pequeñas partículas sólidas formando la cabellera del cometa, de gas y polvo. El cometa desarrolla una brillante cola que en ocasiones se extiende muchos millones de kilómetros en el espacio.

De ahí nuestra certeza en considerar el primer verso de la profecía de Oma como el anuncio de la llegada de un cometa.

El hada de los cielos peinará su cabellera plateada para recibirla.

Los recientes estudios de los observatorios americanos sobre los cometas Kohouetek y Hyakutake permiten considerar, en mi humilde opinión, que la llegada del cometa que la profecía de O vaticina está próximo, puesto que será único e irrepetible y por tanto no visitará más el Sol debido a la alteración extrema de sus órbitas originales por la acción gravitacional de los gigantes gaseosos del sistema solar exterior.

Capítulo XXI: La fiesta de cumpleaños

Esa noche, cuando Anaíd regresó, Clodia la estaba esperando despierta en la cama, con la lámpara de la mesilla encendida y fingiendo leer. Parecía inquieta, muy inquieta.

Valeria, antes de salir de nuevo, besó a Clodia y se disculpó.

— La próxima iniciación será la tuya, te lo prometo.

Clodia no le respondió. Disfrutaba mortificándola. Sabía que su madre sufría por haber tenido que pasar a Anaíd por delante de su propia hija y se lo hacía pagar castigán-dola con su silencio.

En cuanto Valeria cerró la puerta tras desearles las buenas noches, Clodia se levantó de un salto y, sin dirigir siquiera una palabra a su compañera de cuarto, se vistió y comenzó a maquillarse. Temblaba como una hoja.

— ¿Te marchas?

— No, me pongo guapa para ligar contigo.

Anaíd quiso ignorarla pero no pudo.

— No hace falta que trates tan mal a tu madre.

— Tú no te metas.

Pero Anaíd tenía ganas de meterse. La ceremonia le había dejado tal carga de adrenalina que difícilmente podría dormirse.

— ¿Adonde vas?

— A una fiesta de cumpleaños.

Y entonces Anaíd sintió celos. A Clodia la invitaban a las fiestas y a ella no.

Pero había algo que no cuadraba.

— ¿Y por qué te escapas?

Clodia se plantó dejando momentáneamente de perfilarse los labios.

— ¿Tú crees que si mi madre me dejase ir a una fiesta tendría que escaparme?

— ¿No te deja?

— Pues no y tú tienes gran parte de culpa.

— ¿Yo?

— Todo comenzó con ese jaleo de tu madre y su secuestro.

— ¿Qué tiene que ver?

— Que ha cundido el pánico y todas las Ornar están obsesionadas con la misma historia. A eso se le llama política del miedo.

Anaíd se indignó.

— ¡No nos hemos inventado nada! Mi madre ha desaparecido.

— Se habrá largado con alguien.

Anaíd se levantó de un salto y le arreó un bofetón. Clodia se quedó atónita, sin saber si echarse a llorar o a reír. Anaíd se arrepintió enseguida, porque Clodia empezó a tiritar tan fuerte que hasta le castañetearon los dientes.

— ¿Qué te pasa?...

— ¡No te acerques a mí! —le gritó Clodia.

Con manos temblorosas alcanzó el jersey que estaba sobre la silla y se lo puso sobre la camiseta. Al instante, el temblor cesó y Clodia respiró aliviada.

Anaíd, sin embargo, se alteró más todavía.

— ¿Qué haces con mi jersey?

Clodia se puso a la defensiva.

— Ponérmelo. Tengo frío.

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