El complot de la media luna (54 page)

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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El complot de la media luna
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El rostro de Summer enrojeció de furia.

—Es el tipo que nos robó el Manifiesto, a Julie y a mí, a punta de pistola. Nos dijo que se llamaba Baker.

—Es un arqueólogo muy conocido y respetado —replicó Dirk.

—¿Respetado? —exclamó Summer, furiosa—. Me juego lo que quieras a que ya está buscando la galera.

—Uno de los monjes me dijo que Bannister estaba escribiendo un libro sobre Helena.

Cuando llegaron al coche, Summer estaba que echaba chispas. La imagen de Bannister robándole el Manifiesto en el sótano de la mansión de Kitchener llenaba su mente. Enfiló con agresividad la sinuosa carretera; su furia se reflejaba en su manera de conducir. Al entrar en la carretera principal, no se le pasó por la cabeza que la fuente de su ira estaba en el coche que los seguía.

Su enfado se atenuó cuando llegaron a las afueras de Limassol. Cuando se acercaron a los muelles, se sentía animada.

—Si Bannister está aquí, es que la galera existe —le dijo a su hermano.

—Y todavía no la ha encontrado —afirmó él.

Summer asintió satisfecha. «Quién sabe —pensó—, quizá estamos más cerca de lo que creemos».

91

—¿Ya nos vamos? —preguntó Summer.

En el puente del
Aegean Explorer
, Summer miraba cómo un par de tripulantes recogían la amarra de proa. Había pasado menos de una hora desde que el barco había amarrado en el muelle de Limassol y Dirk y ella habían subido a bordo.

Pitt se encontraba cerca del timón, con una taza de café en la mano.

—Tenemos que volver a la parte occidental de la península de Akrotiri para vigilar el VAS de Rudi —respondió.

—Creía que estabais realizando el sondeo con el sonar lateral.

—Así es. Hemos acabado nuestra primera cuadrícula frente a Pissouri y vamos a empezar una nueva por el oeste. Pero Rudi reconfiguró el VAS para que trabajase como un sonar lateral, y lo hemos puesto a trabajar. Ahora está recorriendo una cuadrícula mayor al este de Pissouri. Nosotros seguiremos hacia el oeste con el
Explorer
y así cubriremos el doble de terreno.

—Tiene sentido —convino la muchacha—. ¿Cuánto tiempo estará sumergido el VAS?

—Otras dieciocho horas. Eso nos da un margen bastante amplio para trabajar por nuestra cuenta antes de venir a recogerlo.

—Papá, siento que no hayamos encontrado nada más prometedor para seguir adelante.

—El fresco parece confirmar que el pecio de Pissouri era uno de los barcos piratas. Si la galera existe, tenemos posibilidades de encontrarla.

El
Aegean Explorer
puso rumbo al sur, rodeó la rechoncha península de Akrotiri y luego viró al noroeste, hacia Pissouri, a unas veinte millas. Pronto los sensores del barco de investigación hicieron contacto con un par de boyas transductoras, las cuales retransmitían los datos que enviaba el VAS en su recorrido por encima del fondo marino, a sesenta metros de profundidad. Mientras Gunn y Giordino revisaban los resultados del VAS, Pitt lanzó el sonar lateral por la borda del
Explorer
y compartió las tareas de control con Dirk y Summer.

Eran las nueve de la mañana siguiente cuando Summer subió al puente con una taza de café caliente, preparada para relevar a su padre delante de la pantalla.

—¿Alguna novedad en la película?

—Hasta ahora es una repetición —respondió Pitt; se puso de pie y se estiró—. La misma roca y la misma arena durante toda la noche. Aparte del pequeño pesquero hundido que vio Dirk, poca cosa más.

—Acabo de hablar con Al —dijo Summer al tiempo que se sentaba en el asiento de Pitt—. Dice que hasta ahora han tenido los mismos resultados con el VAS.

—Estamos casi al final de esta cuadrícula —le informó Pitt—. ¿Debemos seguir buscando hacia el oeste?

—Cuando se trata de encontrar un pecio, sé que debo confiar en tu instinto —dijo Summer con una sonrisa.

—Pues decidido, al oeste —afirmó Pitt con un guiño.

El capitán Kenfield se acercó desde el timón y desplegó sobre la mesa una carta náutica de la zona.

—¿Dónde quiere configurar la nueva cuadrícula? —preguntó a Pitt.

—Solo ampliaremos la cuadrícula actual y nos acercaremos todo lo posible a la costa. Vayamos otras dos millas al oeste, hasta este punto de aquí. —Señaló un pequeño promontorio costero en la carta.

—Me parece bien —asintió Kenfield—. Trazaré las coordenadas de Petra tou Romiou, como pone en la carta, o la Roca de Afrodita.

Summer se irguió en la silla.

—¿Ha dicho la Roca de Afrodita?

Kenfield asintió, luego cogió una guía de Chipre muy usada del estante de detrás de la mesa de cartas.

—Lo leí anoche. Petra tou Romiou, o Roca de Romiou, tomó su nombre de un héroe popular bizantino que se dice arrojó enormes peñascos al mar para mantener alejados a los piratas. Las formaciones rocosas todavía se ven cuando baja la marea. Sin embargo, el lugar también se conoce desde tiempos antiguos como el emplazamiento donde Afrodita, la diosa patrona de Chipre, emergió del mar en una nube de espuma.

—Papá, eso es —dijo Summer que se levantó de un salto—. La imagen de Afrodita estaba en el fresco. No representa el templo en Stavrovouni, donde se levanta el monasterio. Sino hacia donde iba la galera romana. Alguien en la orilla, o quizá los mismos piratas, vieron que la galera huía hacia las rocas.

—Eso queda más o menos a la vista desde donde se halla el pecio de Pissouri —observó Kenfield.

—Vale, lo creo —manifestó Pitt con una sonrisa ante el entusiasmo de su hija—. Vamos a la Roca de Afrodita. Veamos si la diosa nos muestra un poco de amor.

Poco más tarde llegaron al final del recorrido de la cuadrícula y recogieron la cápsula del sonar. En el momento en que el barco cambió de rumbo para continuar la investigación a lo largo de la costa, en el puente reinaba el optimismo. Dominados por el entusiasmo, nadie se fijó en una motora que los seguía a media milla y desde la que Ridley Bannister vigilaba el barco turquesa con unos prismáticos pegados a los ojos.

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Seis horas más tarde, la diosa Afrodita mostraba a la gente de la NUMA cualquier cosa menos amor. En el fondo marino alrededor de Petra tou Romiou no había ni rastro de ningún artefacto hecho por el hombre. Dirk, de nuevo de turno, miraba la interminable sucesión de piedra y arena en la pantalla, mientras Summer y Pitt merodeaban por allí con la esperanza de que sonara la flauta. Giordino entró en el puente y se dio cuenta de que el entusiasmo de Summer había dado paso a la desilusión.

—El VAS emergerá dentro de unos cuarenta y cinco minutos —informó a Pitt.

—Solo nos faltan unos minutos para acabar este sondeo —dijo Dirk.

—De acuerdo, cuando crucemos el punto final, apágalo, luego iremos a recoger el gran pez —dijo Pitt.

—¿Has encontrado algo? —preguntó Giordino.

—Si te gustan los jardines de piedras, este fondo marino te encantará —contestó Dirk.

Giordino se acercó al timón y miró por la ventana de proa. Al ver que estaban cerca de la costa, cogió unos prismáticos y observó la playa cubierta de cantos rodados que se hallaba al oeste de una gran formación rocosa.

—¿Alguna diosa griega tumbada por allí? —preguntó Summer con una pizca de desdén.

—No, las diosas han abandonado la playa en esta soleada tarde. Incluso las oscuras cuevas marinas están vacías de espíritus.

Pitt se le acercó con una mirada interrogante.

—¿Me dejas echar una ojeada?

Mientras Pitt observaba la costa, Dirk anunció que habían llegado al final del sondeo.

—Al, ¿puedes ayudarme a recoger el sonar? —preguntó al tiempo que apagaba el sistema.

—A tu servicio —contestó Giordino, y los dos hombres fueron hacia popa.

Pitt mantuvo la mirada fija en la costa, y luego se volvió hacia Kenfield.

—Capitán, llévenos un poco más cerca de la playa, en un rumbo de veinte grados.

—¿Qué pasa, papá? —preguntó Summer.

—Solo exploro la posibilidad de que el rey Al haya descubierto oro una vez más.

En cuanto el
Aegean Explorer
entró en aguas poco profundas, Pitt pudo ver mejor la costa. Desde una playa de cantos rodados alrededor de Petra tou Romiou, el terreno ascendía con brusquedad hacia el este y se elevaba en blancos acantilados de varios cientos de metros de altura. Las olas del Mediterráneo golpeaban la base de los acantilados con gran estruendo y alzaban la espuma contra los peñascos que bordeaban el agua. En la parte baja del acantilado había hendiduras en la piedra caliza donde el mar había abierto un agujero o una cueva marina, como Giordino la había llamado. Eran las cuevas lo que había llamado la atención de Pitt, y las observó una tras otra con atención. Por fin se centró en una en particular: una pequeña abertura negra, apenas por encima del agua, con rocas alrededor de su perímetro.

—Sonar a bordo —anunció Dirk, que entró otra vez al puente con Giordino.

Pitt bajó los prismáticos.

—Capitán, ¿cuál es la altura de la marea en este momento?

—La marea alta acaba de pasar —contestó Kenfield—. Aquí la amplitud de la marea es mínima, de unos sesenta centímetros.

Pitt asintió con una leve sonrisa y se volvió hacia Gunn.

—Rudi, tú has hecho algunos mapas oceánicos. ¿Cuánto crees que ha cambiado el nivel del Mediterráneo en los últimos mil setecientos años?

Gunn se rascó la cabeza.

—El nivel del mar es dos o tres metros mayor que hace dos mil años. Puedo darte una estimación más ajustada si consulto la base de datos de la NUMA.

—No es necesario. —Pitt volvió a mirar la cueva marina—. Creo que cabría por allí —murmuró.

—Tenemos que ir a recuperar el VAS ya —insistió Gunn.

—Vale, pero antes de que te vayas, necesito que nos bajes a Summer y a mí en la Zodiac. Dirk, si quieres venir...

—No, gracias, papá. Ya he cumplido mi cuota de búsquedas inútiles con Summer. Iré a ayudar con el VAS.

—Pero ¿adónde vamos? —preguntó Summer.

—A ese acantilado, claro. —Pitt señaló la costa y sonrió—. ¿En qué otro lugar vamos a encontrar una galera romana?

93

El
Aegean Explorer
partió hacia el este para recoger el VAS, y Pitt aceleró el motor fueraborda de la Zodiac nueva y se dirigió a la costa. Summer iba sentada en la proa, con su larga cabellera pelirroja flotando al viento y una expresión animada en el rostro mientras se acercaban a la caverna marina. La baja abertura al borde del agua reflejaba poca luz, y Pitt dedujo que la cueva se adentraba bastante en el acantilado.

Al acercarse, Pitt vio que la entrada era lo bastante grande para que la Zodiac pasara. Si bien había marea baja, las olas hacían que el paso por la abertura fuese un tanto arriesgado. Al ver un grupo de piedras planas a la derecha, colocó la neumática de costado, y esperó a que una ola los acercara hasta ahí. Summer se apresuró a saltar y amarró el cabo a un peñasco.

—Por lo visto tendremos que mojarnos —dijo Pitt, que cogió una linterna y desembarcó de la Zodiac.

Avanzaron por las piedras hasta que no les quedó más remedio que meterse en el agua cerca de la entrada. Unas piedras sumergidas formaban un saliente, y Pitt lo siguió hasta la entrada, donde una pequeña ola lo empapó. Encendió la linterna y la sostuvo en alto. Vio que a lo largo de seis metros la cueva entraba como un túnel y luego se ampliaba en la penumbra.

Se detuvo a esperar a que Summer acabase de recorrer los resbaladizos peñascos y le agarró la mano cuando estuvo a punto de caerse.

—Nadando sería más fácil —jadeó la muchacha.

—He visto una repisa seca ahí delante —dijo Pitt, al tiempo que alumbraba a uno y otro lado.

Sin separarse de la pared, avanzaron poco a poco y resultó que la repisa sumergida por la que avanzaban se elevaba suavemente hasta que quedaron fuera del agua. El techo alcanzó una altura extraordinaria cuando el túnel dio paso a una inmensa caverna.

El agua pasaba a través de un canal curvo con la forma de una «U» grande, una indicación de que volvía hacia el mar. Pitt advirtió que las aguas no parecían estancadas sino que fluían con una ligera corriente.

Avanzaron unos pocos metros más hasta llegar a un gran montículo arenoso. A Pitt le sorprendió que una luz suave iluminara la caverna. Al mirar hacia lo alto vio que unos rayos de sol se filtraban por una fisura en la cara del acantilado.

De pronto, Pitt notó que la mano de Summer le sujetaba el brazo con fuerza.

—¡Papá! —gritó ella.

Vio que su hija tenía la mirada clavada en el frente. Al volverse, esperaba ver un murciélago, o quizá una serpiente en el suelo. Pero lo que vio fue el casco de un barco antiguo.

La nave estaba clavada en posición vertical en un banco de arena y, en aquella débil luz, parecía muy poco dañada. Al acercarse vio que era un diseño antiguo. La proa en ángulo se alzaba en un arco muy alto que volvía sobre sí mismo hasta quedar por encima de la cubierta. En los lados, por encima de la línea de flotación, había una docena de pequeños agujeros redondos, y dedujo que eran las aberturas para los remos. No había ningún remo a la vista, solo trozos de madera que colgaban de algunos de los agujeros.

Al acercarse a la nave cubierta de polvo, vieron que su único mástil estaba partido cerca de la base, caído sobre la cubierta de popa. Pitt alumbró la popa elevada y alcanzó a ver el esqueleto de un hombre tumbado sobre el timón.

—Es una galera —dijo Pitt con una sonrisa—. Muy antigua, por lo que se ve. Seguramente el mástil se partió cuando entró en la caverna.

Summer, impresionada por el hallazgo, guardó silencio. Se acercó a la proa y por fin encontró las palabras para llamar a su padre.

—Papá, mira esto.

La proa de la galera era una masa de maderas destrozadas a la altura de la línea de flotación. Al mirar con más atención, vieron varias puntas de cobre retorcidas que asomaban horizontales a cada lado.

—Es el único daño real que presenta el casco —comentó Summer—. Tuvieron que chocar contra el acantilado unas cuantas veces antes de conseguir meterse en la gruta.

—Es posible que en algún momento aquí llevase montado un espolón —murmuró Pitt.

Subió por la proa utilizando las puntas como peldaños y saltó por encima de la borda. Lo que vio a bordo casi lo dejó sin aliento. Toda la cubierta estaba sembrada de esqueletos vestidos con restos de túnicas descoloridas, algunos con espadas todavía sujetas a los huesos de las manos. Había escudos y lanzas dispersos por todas partes; una imagen terrible de una sangrienta lucha a muerte.

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