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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (19 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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Pero era imposible, pensó. «No puede ser, tiene que ser una ilusión».

Rodó sobre su espalda mientras emitía un quejido por el movimiento. Le dolían cosas por fuera y por dentro que ni siquiera sabía que existieran. Al menos, las puertas no tardarían en abrirse y podrían regresar al Claro. Echó un vistazo a Minho, que estaba acurrucado en la entrada del pasillo.

—No me puedo creer que aún sigamos vivos —dijo.

Minho no dijo nada, sólo asintió con el rostro carente de expresión.

—¿Hay más? ¿O los acabamos de matar a todos?

Minho resopló.

—Por suerte, conseguimos llegar al amanecer, o no hubiésemos tardado en tener diez más detrás de nuestros culos —cambió de postura, con gestos de dolor, quejándose—. No puedo creérmelo, de verdad. Hemos aguantado toda la noche. Nadie lo había hecho antes.

Thomas sabía que debería sentirse orgulloso, valiente o algo parecido. Pero sólo estaba exhausto y aliviado.

—¿Qué hemos hecho diferente?

—No lo sé. Es un poco difícil preguntarle a un tío muerto en qué se equivocó.

Thomas no podía dejar de preguntarse acerca del modo en que habían acabado los gritos coléricos de los laceradores al caer por el Precipicio y por qué no había podido verlos descender hasta morir. Había algo muy extraño e inquietante en todo aquello.

—Ha sido como si desaparecieran al traspasar el borde.

—Sí, una locura. Había un par de clarianos con la teoría de que otras cosas habían desaparecido, pero hemos demostrado que se equivocaban. Mira.

Thomas observó cómo Minho lanzaba una roca al Precipicio y, luego, siguió su trayectoria con los ojos. Bajó y bajó, sin que la perdiera de vista, hasta que se hizo demasiado pequeña para verla. Se volvió hacia Minho.

—¿Cómo demuestra eso que se equivocaban?

Minho se encogió de hombros.

—Bueno, la piedra no ha desaparecido, ¿no?

—Entonces, ¿qué crees que ha pasado?

Ahí había algo significativo, Thomas lo notaba. Minho se encogió de hombros otra vez.

—Quizá sean mágicas. Me duele demasiado la cabeza para pensar.

Con una sacudida, Thomas se olvidó de todo lo relacionado con el Precipicio. Pero se acordó de Alby.

—Tenemos que volver —hizo un esfuerzo y se obligó a levantarse—. Tengo que despegar a Alby del muro.

Al ver la expresión de confusión en el rostro de Minho, enseguida le contó lo que había hecho con la enredadera. Minho bajó la vista, desanimado.

—Es imposible que aún esté vivo.

Thomas se negaba a creerlo.

—¿Cómo lo sabes? Venga —empezó a cojear por el pasillo de vuelta a la entrada.

—Porque nunca nadie ha logrado… —se calló, y Thomas supo lo que estaba pensando.

—Eso es porque los laceradores siempre los habían matado antes de que vosotros los encontrarais. A Alby sólo le dieron con una de esas agujas, ¿no?

Minho se levantó para acompañar a Thomas en su lenta marcha de vuelta hacia el Claro.

—No lo sé, supongo que esto nunca había sucedido. A algunos chicos les habían picado durante el día, y esos son a los que dieron el Suero y los que pasaron por el Cambio. A los pobres pingajos que se quedaban atrapados en el Laberinto por la noche no los encontrábamos hasta más tarde; a veces, incluso días más tarde, si es que dábamos con ellos.

Thomas se estremeció al pensarlo.

—Después de todo por lo que hemos pasado, puedo imaginármelo.

Minho alzó la vista y la sorpresa transformó su cara.

—Creo que has encontrado la solución. Nos habíamos equivocado. Bueno, esperemos que sea así. Porque ninguno de aquellos a quienes habían picado y no consiguieron llegar antes de la puesta de sol ha sobrevivido. Habíamos supuesto que era un punto sin retorno y que era demasiado tarde para recibir el Suero —parecía estar entusiasmado por su forma de pensar.

Doblaron otra esquina y, de pronto, Minho se puso a la cabeza. El chico estaba acelerando el paso, pero Thomas se quedó detrás de él, sorprendido por lo familiares que le resultaban sus indicaciones; a veces hasta giraba antes de que Minho le mostrara el camino.

—Vale… Ya he oído hablar de ese Suero un par de veces. ¿Qué es? ¿Y de dónde viene?

—Pues ya lo dice la palabra, pingajo. Es un suero. El Suero de la Laceración.

Thomas forzó una penosa sonrisa.

—¡Justo cuando yo pensaba que ya había aprendido todo lo de este estúpido sitio! ¿Por qué lo llaman así? ¿Y por qué los laceradores se llaman laceradores?

Minho se lo explicó mientras avanzaban por los interminables giros del Laberinto, sin que ninguno de los dos fuera ahora al frente:

—No sé de dónde sacamos los nombres, pero el Suero procede de los creadores o, por lo menos, así es como les llamamos. Viene con las provisiones en la Caja cada semana, siempre ha sido así. Es una medicina o un antídoto o algo que va dentro de una jeringuilla, listo para que lo usemos —hizo como si se pinchara una aguja en el brazo—. Se le pincha esa maldita cosa al que han picado y se salva. Pasan por el Cambio, lo que es una mierda, pero después se curan.

Transcurrió un minuto o dos en silencio mientras Thomas procesaba la información y, en ese tiempo, giraron un par de veces más. Se preguntó por el Cambio, por lo que significaba. Y, por alguna razón, siguió pensando en la chica.

—Aunque es raro —continuó Minho por fin—. Nunca hemos hablado de esto. Si está vivo, no hay ningún motivo por el que Alby no pueda salvarse con el Suero. No sé por qué teníamos en nuestras cabezas de clonc que, una vez que las puertas se cerraran, estabas acabado; fin de la historia. Tengo que ver con mis propios ojos eso que has hecho de colgarle en la pared. Creo que me estás fucando.

Los chicos siguieron caminando. Minho casi parecía contento, pero algo fastidiaba a Thomas. Había estado evitándolo, negándoselo a sí mismo.

—¿Y si otro lacerador alcanzó a Alby después de que yo esquivara al que me estaba persiguiendo?

Minho le miró, perplejo.

—Lo que quiero decir es que vayamos rápido —dijo Thomas, con la esperanza de que todo lo que se había esforzado para salvar a Alby no hubiera sido en vano.

Intentaron acelerar el paso, pero los cuerpos les dolían demasiado y decidieron volver a caminar despacio, a pesar de la urgencia. La siguiente vez que doblaron una esquina, Thomas se tambaleó y el corazón empezó a latirle muy deprisa cuando captó un movimiento delante. El alivio le inundó un instante después al darse cuenta de que eran Newt y un grupo de clarianos. La Puerta Oeste del Claro se alzaba sobre ellos y estaba abierta. Habían conseguido volver.

En cuanto aparecieron los chicos, Newt se acercó cojeando hasta ellos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, casi enfadado—. ¿Cómo demonios…?

—Te lo contaremos más tarde —le interrumpió Thomas—. Tenemos que salvar a Alby.

Newt se puso pálido.

—¿Qué dices? ¿Está vivo?

—Ven aquí.

Thomas se dirigió a la derecha y estiró el cuello para mirar hacia la parte superior del muro, buscando entre las espesas enredaderas hasta que encontró el lugar donde Alby estaba colgado de los brazos y de las piernas muy por encima de sus cabezas. En silencio, Thomas lo señaló; aún no se atrevía a relajarse. Aún estaba allí, y de una pieza, pero no había señales de movimiento.

Newt, al final, vio a su amigo colgando en la hiedra y se volvió hacia Thomas. Si antes parecía impresionado, ahora estaba totalmente desconcertado.

—;Está… vivo?

«Por favor, que así sea», pensó Thomas.

—No lo sé. Lo estaba antes, cuando le dejé allí arriba.

—Cuando le dejaste… —Newt negó con la cabeza—. Tú y Minho, llevad dentro vuestros culos y que los mediqueros comprueben si estáis bien. Tenéis un aspecto horrible. Quiero oír toda la historia cuando hayan acabado y hayáis descansado un poco.

Thomas quería esperar para ver si Alby estaba bien. Empezó a hablar, pero Minho le agarró del brazo y le obligó a caminar hacia el Claro.

—Necesitamos dormir. Y vendajes. Ya.

Y Thomas supo que tenía razón. Cedió, alzó los ojos hacia Alby y luego siguió a Minho hasta salir del Laberinto.

• • •

El camino de vuelta al Claro y luego hasta la Hacienda parecía interminable; a ambos lados había una fila de clarianos que les miraban boquiabiertos. Sus rostros reflejaban sobrecogimiento, como si estuvieran contemplando dos fantasmas paseándose por un cementerio. Thomas sabía que era porque habían conseguido algo que nadie antes había hecho, pero le avergonzaba atraer tanta atención.

Casi se paró en seco cuando vio a Gally más adelante, de brazos cruzados, fulminándole con la mirada, pero siguió moviéndose. Hizo falta toda su fuerza de voluntad, pero le miró directamente a los ojos, sin perder el contacto ni por un momento. Cuando estuvo a un metro y medio de distancia, el muchacho bajó la mirada al suelo.

A Thomas casi le molestó lo bien que se sintió. Casi.

Los siguientes minutos fueron borrosos. Un par de mediqueros le acompañó a la Hacienda; subió las escaleras y, por una puerta entreabierta, alcanzó a ver a alguien dando de comer a la chica comatosa, que estaba en una cama; luego les metieron en su propia habitación, en la cama, les dieron comida, agua y vendajes. Le dolía todo. Por fin le dejaron a solas, con la cabeza apoyada en la almohada más blanda que su memoria podía recordar.

Pero, mientras se quedaba dormido, dos cosas no se apartaron de su mente. La primera, la palabra que había visto garabateada en el torso de dos cuchillas escarabajo, «CRUEL», y que daba vueltas en su cabeza una y otra vez.

La segunda era la chica.

• • •

Horas más tarde, días por lo que luego supo, Chuck apareció allí y le zarandeó para despertarlo. Thomas tardó unos segundos en orientarse y ver con claridad. Miró a Chuck y refunfuñó:

—Déjame dormir, pingajo.

—Creía que te gustaría saberlo.

Thomas se frotó los ojos y bostezó.

—Saber, ¿qué? —volvió a mirar a Chuck, confundido por su gran sonrisa.

—Está vivo —dijo—. Alby está bien, el Suero ha funcionado.

El estado somnoliento de Thomas le abandonó enseguida y lo sustituyó el alivio. Le sorprendía la alegría que le había traído aquella información. Pero, entonces, las siguientes palabras de Chuck le hicieron reconsiderarlo:

—El Cambio acaba de empezar.

Como si lo hubiesen provocado aquellas palabras, un grito que helaba la sangre salió de una de las habitaciones del pasillo.

Capítulo 23

Thomas estuvo mucho tiempo pensando en Alby. Le parecía una victoria haberle salvado la vida, traerle de vuelta después de una noche en el Laberinto. Pero ¿había valido la pena? Ahora el chico estaba padeciendo un intenso dolor, estaba pasando por lo mismo que Ben. ¿Y si se convertía en un psicótico como Ben? Veía problemas por todas partes.

El ocaso cayó sobre el Claro y los gritos de Alby continuaban en el aire. Era imposible escapar de aquel terrible sonido, incluso después de que Thomas al final hablara con los mediqueros para que le soltaran; estaba cansado, dolorido y vendado, pero harto de los desgarradores gemidos de angustia de su líder. Newt se había negado rotundamente cuando Thomas había pedido ver en persona a aquel por el que había arriesgado la vida.

«Sólo empeorará las cosas», había dicho, y no había cambiado de opinión.

Thomas estaba demasiado agotado para ponerse a pelear. No tenía ni idea de que pudiera sentirse tan exhausto, a pesar de todas las horas que había dormido. Le dolía demasiado el cuerpo para hacer nada y se había pasado todo el día en un banco de los alrededores de los Muertos, regodeándose en la desesperación. La euforia de su huida se había desvanecido enseguida y le había dejado lleno de dolor y pensamientos de su nueva vida en el Claro. Le dolían todos los músculos, estaba cubierto de cortes y cardenales de la cabeza a los pies. Pero ni siquiera eso era tan malo como el gran peso emocional de lo que había experimentado la noche anterior. Era como si la realidad de vivir allí por fin hubiese calado en su mente, como cuando se oye el diagnóstico de un cáncer terminal.

«¿Cómo se podía ser feliz con una vida como aquella? —pensó—. ¿Cómo alguien podía ser tan malvado para hacer una cosa así?».

Entendía más que nunca la pasión con la que los clarianos buscaban la salida del Laberinto. No era sólo cuestión de escapar. Por primera vez, sintió ganas de vengarse de los responsables de enviarle allí.

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