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Authors: Pablo Victoria

Tags: #Historia, Bélico

El día que España derrotó a Inglaterra

BOOK: El día que España derrotó a Inglaterra
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La vida del Excelentísimo Almirante Don Blas de Lezo y Olavarrieta -nacido en Pasajes, Guipúzcoa, en 1689- constituye una de las carreras militares más fulgurantes y menos conocidas de España a pesar de todas sus gestas heróicas. Fue herido varias veces en combate, perdió una pierna, un brazo lo tenía inutilizado y había quedado tuerto. Este "medio-hombre", como le apodaron sus contemporáneos, fue quien derrotó en 1741 frente a las costas de Cartagena de Indias a la nueva "Armada Invencible" inglesa; una flota de desembarco de 186 navíos que sólo sería superada en el tiempo por la del Desembarco de Normandía.

Un increíble acontecimiento asombrosamente desconocido en España, pero recordado con orgullo por los colombianos, donde el vasco Blas de Lezo es considerado un héroe nacional tras la gesta del Sitio de Cartagena de Indias.

Después de la guerra de Sucesión española, Inglaterra ascendió a la condición de primera potencia mundial: su flota era la mayor entre sus rivales, había ocupado partes del territorio de España, como Gibraltar y Menorca, y eliminado la fuerza militar de Francia. El siguiente paso en los planes de los comerciantes y los aristócratas ingleses era apoderarse de las Indias españolas…

En 1741, una descomunal flota inglesa zarpó con el objetivo de apoderarse del puerto de Cartagena de Indias. Si éste caía, los invasores dispondrían de una cabeza de puente desde la que dividir el Imperio y cortar las comunicaciones del virreinato de Perú con la Nueva España y con Madrid. Tal era la fuerza de esta flota, y tan seguros estaban los ingleses de su victoria, que antes de la batalla acuñaron unas medallas para celebrar la rendición de la plaza.

Sin embargo, los invasores ingleses no contaban con la tenacidad y el valor de Don Blas de Lezo y la prestancia de un puñado de españoles que, a pesar de ser superados considerablemente en número, se plantaron ante el enemigo consiguiendo una de las victorias más aclamadas de la historia militar española.

Pablo Victoria

El día que España derrotó a Inglaterra

De cómo Blas de Lezo, tuerto, manco y cojo, derrotó en Cartagena de Indias a la otra "Armada Invencible"

ePUB v1.0

minicaja
12.07.12

Título original:
El día que España derrotó a Inglaterra

Pablo Victoria, mayo 2005.

Ilustración de portada: Combate de una fragata española mandada por Blas de Lezo contra el navío inglés Stanhope (1710). (Museo Naval, Madrid.)

Diseño/retoque portada: minicaja

Editor original: minicaja (v1.0)

ePub base v2.0

A los héroes peninsulares y neogranadinos que dieron su vida por España, la Patria común;

a la lealtad de los vascos, que así también lo entendieron;

a España, que tras ciento ochenta y cuatro años de impensada separación, me devolvió la nacionalidad perdida.

INTRODUCCIÓN

Me vino a la mente escribir la biografía de Don Blas de Lezo cuando, recién llegados a España en octubre de 2001 –después de una larga trayectoria política y académica en Colombia, mi tierra de origen y antiguo Virreinato de la Nueva Granada–, quise buscar su biografía para deleitarme leyendo lo que desde joven conservaba en la memoria como uno de los episodios más apasionantes de la historia colombiana y peninsular. Me movía la impresión de que, siendo España su tierra natal, aquí habría más información sobre este heroico marino que tanto lustre dio a las armas españolas; sobre todo, pretendía encontrar algo más que el simple registro enciclopédico de unos hechos históricos.

Blas de Lezo es un héroe muy conocido y querido por los colombianos pues, contra todo pronóstico, defendió Cartagena de Indias promediando el siglo XVIII, cuando una flota invasora puesta a la mar por Inglaterra pretendió conquistar la ciudad y estrangular el Imperio Español en América. En efecto, el 13 de marzo de 1741 asomaba sobre las costas de Cartagena, en el antiguo Virreinato de la Nueva Granada, la mayor Armada invasora que Inglaterra había lanzado contra España. La comandaba el almirante Sir Edward Vernon. Los planes de los ingleses eran apoderarse de todo el Imperio Español de ultramar, estrangulando la yugular de la ruta del tesoro americano por Panamá, sometiendo la plaza amurallada, «Llave» de las Antillas, y penetrando hacia Santa Fe de Bogotá hasta alcanzar los ricos reinos del Perú. Era esta una nueva Armada Invencible que, compuesta de 180 navíos, superaba la de Felipe II, y quizás la mayor de todos los siglos, después de la Armada que atacó las costas de Normandía en la II Guerra Mundial. El ejército invasor estaba constituido por 23.600 soldados (entre ellos, 2.700 hombres de las colonias norteamericanas, comandadas por el hermano de George Washington, futuro libertador de los Estados Unidos) y cerca de 3.000 piezas de artillería. Frente a ellos, las posesiones españolas sólo estaban defendidas por 2.800 hombres y seis navíos. Estaba Inglaterra tan segura de su victoria, que hasta mandó acuñar monedas conmemorativas del triunfo. En ellas se leía: «La arrogancia española humillada por el almirante Vernon» y «Los héroes británicos tomaron Cartagena, 1.º de abril de 1741». En dichas monedas aparecía el Almirante inglés recibiendo la espada de Blas de Lezo, quien, arrodillado, la entregaba a su conquistador. Pero Inglaterra no pudo lograrlo. Se lo impidió este heroico general de la Armada, que tuerto, manco y con una pierna amputada –por todo lo cual era llamado medio-hombre– demostró que quien los ingleses tenían enfrente era a todo un hombre y medio. Finalmente, el envalentonado agresor se retiró con su Armada desmantelada y sus hombres diezmados por los combates y las enfermedades. La derrota fue la mayor humillación que nación alguna hubiese sufrido, particularmente dada la superioridad de las fuerzas y las celebraciones anticipadas de la victoria, amén de las conmemoraciones numismáticas que se habían hecho. Por ello Inglaterra escondió su derrota; ocultó las monedas y medallas; enterró en el olvido su desmantelada Armada, aunque a la muerte de Vernon se enterró a éste en el panteón de los héroes nacionales, la Abadía de Westminster, con un falaz epitafio que rezaba: «Sometió a Chagras, y en Cartagena conquistó hasta donde la fuerza naval pudo llevar la victoria».

Por todas estas circunstancias, en Colombia Blas de Lezo forma parte constitutiva de nuestro orgullo y glorias nacionales, casi como si lo hubiésemos adoptado como propio aun en tiempos de la República. Pero al no encontrar ningún libro sobre su vida, decidí que debía escribir alguno, pues todo lo que había podido reunir eran referencias de enciclopedias y escritos que, más bien, describían, aunque sucintamente, los acontecimientos en torno a la guerra librada en Cartagena contra la Armada inglesa. Desde entonces, pocos historiadores han hablado del suceso. Las enciclopedias más importantes lo mencionan en pocos párrafos y hacen una muy breve descripción de los hechos. Es incomprensible, pero nadie ha puesto de relieve la importancia que tuvo para España aquel acontecimiento, ni el grave peligro que para ella significó; la monumental obra
Historia de España
, compilada por Menéndez Pidal, apenas lo menciona; tampoco le hace justicia la obra de Martínez Campos, España bélica, y casi la pasa por alto en dos páginas; mejor tratamiento le da Eduardo Lemaitre en su
Historia general de Cartagena
, pero, aunque enjundiosa, es una historia muy local, de interés casi puramente colombiano y, por tanto, de poca relevancia internacional; Enrique Marco Dorta trata el tema y hace un importante estudio sobre las fortificaciones de la plaza en su libro
Cartagena de Indias, puerto y plaza fuerte
; también narra el episodio Juan Manuel Zapatero en
La Guerra del Caribe en el siglo XVIII
, y describe las fortalezas que defendían a Cartagena en su libro
Fortalezas españolas en América
, pero, en general, la historia también quedó sepultada en España, que no la guardó debidamente en su memoria, quizás porque también la olvidó Inglaterra. Los mencionados son libros eruditos, de circulación restringida, que sólo se consiguen en bibliotecas especializadas. Esto sucede, tal vez, porque los vencedores, que a la larga fueron los ingleses –y lo digo en el sentido más amplio que pueda dársele– nunca se ocuparon de la difusión del tema por la vergüenza que en su momento les produjo. Esto nos confirma que la historia, por desgracia, casi siempre es escrita por los vencedores. Es un hecho cierto que, en términos generales, ningún español, y por supuesto, ningún inglés o estadounidense, ha oído hablar de este tema ni de lo que allí se jugaba; tampoco ningún hispanoamericano, salvo si es colombiano. Ello significa que si Inglaterra hubiese vencido en el sitio de Cartagena, y aun en el supuesto de que el Imperio Español no hubiese caído en sus manos, el mundo hoy tendría una más completa noción de aquellos acontecimientos y su relevancia militar, porque todo ello se hubiese contado en los libros de historia patria de los colegios y hubiese recibido ampuloso tratamiento académico.

Volvamos a mis pesquisas. Lejos de amilanarme ante las dificultades encontradas, me puse a investigar con redoblado entusiasmo en distintas fuentes, cartas, manuscritos y documentos, hasta ir armando el rompecabezas para construir una especie de historia coherente, más fácilmente entendible del lector desapercibido; del cuidadoso análisis del
Diario de Guerra
del general Blas de Lezo, así como del diario del coronel Carlos Desnaux, pude intuir la trama que se va desenvolviendo a lo largo del libro y que culmina en la ruptura final acaecida entre el virrey Don Sebastián Eslava y el heroico marino.

He intentado ajustarme lo más posible a la evidencia histórica; pero allí donde han faltado datos, o éstos han sido incompletos, he juzgado oportuno llenar el vacío con diálogos y representaciones posibles, analizadas las circunstancias de ciertos hechos e indicios. Así, para separar lo estrictamente histórico de lo aproximadamente novelesco, he puesto en letras cursivas aquello que corresponde a lo extraído directamente de los diarios y documentos, dejando en letra normal lo que ha sido de forzosa conclusión y que corresponde a lo más lógico y probable, aunque dicho y concluido así por el autor. Los únicos sitios en donde no se emplea esta regla son las oraciones en latín y algunas otras en castellano donde no se tiene conocimiento de las que, en realidad, se emplearon. No obstante, he querido mantenerlo todo dentro de una sana coherencia, en atención a que la historia es también una novela que trasciende, por mucho, la simple cronología de ciertos hechos y acontecimientos humanos.

Por ejemplo, es históricamente desconocido quién era el llamado paisano que espiaba para los españoles en Jamaica, ignorándose asimismo cómo obtuvo la información que fue conocida de la Corona sobre las intenciones de Inglaterra. Allí me he tomado la libertad de no sólo darle nombre propio, sino de especular sobre la idea de que tal información fue conocida por una delación de alguien, y ese alguien lo sitúo en cabeza de un hombre de confianza (ése sí ficticio) de Lawrence Washington, el medio hermano del libertador de los Estados Unidos, quien participó en la guerra contra España y luchó en Cartagena de Indias al lado del almirante Vernon. Pero no por esto se debe creer que tal sujeto no existió, pues es bien sabido que por aquellas épocas los personajes de relevancia andaban con criados y asistentes de cámara. Luego, tampoco es torcer demasiado la historia; ni resulta torcerla en exceso ubicar la entrevista de Washington y Vernon en Jamaica, pues, aun si no hubiese sido allí, lo cierto es que en alguna parte, no conocida de la Historia, este par de hombres tuvieron que haberse entrevistado, dada la admiración que Washington le profesaba y que se materializó con el bautizo de su casa en Virginia como Mount Vernon. Licencias como éstas, o como que el virrey Eslava increpara al general Blas de Lezo por llevar un diario de guerra, no hacen violencia a la historia, pues, al final, resulta cierto que el Virrey escribe a las autoridades españolas dando cuenta que el General padecía «achaques de escritor que le inducía el país o su situación». También me he tomado la libertad de corregir, en muchas ocasiones, la versión original de los textos documentales, dada la dificultad lingüística y, en ocasiones, la mala redacción de los mismos. He creído más conveniente traducir al lenguaje moderno lo que de suyo resultaría pesado, antiguo y hasta incomprensible. Empero, en algunas ocasiones he dejado el texto sin retocar allí donde he juzgado que es suficientemente claro.

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