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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El dragón en la espada (25 page)

BOOK: El dragón en la espada
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A través del cristal carmesí vimos algo verde y negro que parecía petrificado, incluido en la roca, como una mosca en ámbar.

—Es la Espada del Dragón —murmuró Alisaard—. ¡Exactamente igual que en nuestras visiones!

Hoja negra, empuñadura verde, la Espada del Dragón parecía retorcerse en su prisión de cristal. Creí ver una llama amarilla imperceptible moviéndose dentro de la hoja, como si algo estuviera prisionero en la espada, al igual que ésta se hallaba aprisionada en el cristal.

—¿Me dejáis cogerla, Morandi Pag? —preguntó Alisaard en un susurro—. Conozco el conjuro que libera al dragón. He de devolverla a Gheestenheem.

El príncipe ursino estaba tan embelesado como los demás. No pareció oírla.

—Es un objeto bellísimo, pero muy peligroso.

—Permitid que la cojamos, Morandi Pag —rogó Von Bek—. La utilizaremos para hacer el bien. Dicen que la espada sólo es tan malvada como el que la maneja...

—Sí, pero olvidáis algo. También dicen que instila la maldad en quienes la empuñan. Además, no soy yo quien ha de decidir si podéis coger o no la Espada del Dragón. No está en mis manos dárosla.

—Pero se encuentra en vuestra cueva, en vuestro poder, ¿no?

Alisaard empezaba a recelar.

—Puedo llamarla a esta cueva, en virtud de su emplazamiento. ¿A qué me estaré refiriendo? Quiero decir que puedo traer la sombra...

De pronto, Morandi Pag se desplomó sobre la piedra y se zambulló en un sueño tranquilo.

—¿Se encuentra mal? —preguntó Alisaard, alarmada.

—Está cansado. —Jermays se acercó a su amigo. Apoyó una mano en la cabeza arrugada del oso y la otra cerca de su corazón—. Simplemente cansado. Estos días ha adoptado la costumbre de dormir no sólo por la noche, sino más de la mitad del día. Es un ser nocturno.

—¡La espada! —gritó Von Bek—. Está desapareciendo. ¡El muro de cristal se desvanece!

—Dijisteis que queríais verla —afirmó Jermays, enderezándose tanto como le fue posible—, y visto la habéis. ¿Qué más queréis?

—Necesitamos liberar al dragón de la espada —le informó Alisaard— antes de que ésta sea obligada a servir al Caos. El dragón sólo desea volver a su hogar. No dejes que desaparezca, Jermays. ¡Danos tiempo para liberarla de su prisión, por favor!

—Pero es que no puedo. Ni tampoco el príncipe Pag. —Jermays parecía auténticamente desolado—. Lo que habéis contemplado no era más que una ilusión, una visión, a lo sumo, de la Espada del Dragón. Ni el muro carmesí ni la espada se encuentran aquí.

El resplandor escarlata se había desvanecido. El rocío se había transformado de nuevo en vulgar humedad. El mar retumbaba, golpeaba y rugía. Jermays nos pidió que le ayudáramos a incorporar a Morandi Pag. El viejo oso empezó a recobrarse mientras le conducíamos hacia la escalera.

—Nos diste a entender que estaba físicamente ahí —se quejó Von Bek, dolido—. Morandi Pag dijo que estaba ahí.

—Dijo que podríamos verla —le corrigió el enano, exhibiendo una sonrisa burlona—. Eso fue todo. Bien, es mejor que nada. Tal vez cuando se haya recuperado por completo nos dirá dónde podemos encontrarla.

Morandi Pag farfulló algo cuando Jermays colocó su hombro bajo el trasero del oso para empujarle escaleras arriba. Me adelanté y trepé hasta llegar a lo alto, aferrando la zarpa del viejo príncipe para tirar de él. Cuando por fin le depositamos en la cámara, ya estaba en plena posesión de sus facultades. Fue él quien cogió el tizón y nos guió hacia arriba.

—¡Seguidme por aquí! —gritó.

Cuando nos reunimos con él en la estancia principal, se había derrumbado en la butaca y sumido en un profundo sueño, como si no se hubiera movido de allí.

—Dormirá durante el resto del día —dijo Jermays, contemplándole con afecto.

—¿Tendremos que esperar tanto para continuar nuestra búsqueda? —pregunté.

—Depende de lo que queráis.

—Dijiste que se nos había concedido la visión de la espada, pero ¿dónde está el muro de cristal carmesí? ¿Cómo podemos llegar a él? —quiso saber Alisaard.

—Yo pensaba que conocíais el paradero de la espada —dijo Jermays—, y que habíais decidido abandonar la búsqueda.

—No tenemos la menor pista —admitió Alisaard—. Ni siquiera sabemos en qué reino está.

—Ah —exclamó Jermays, iluminado, en apariencia, por esa aclaración—. Eso explica muchas cosas. ¿Y si os dijera que la Espada del Dragón se encuentra en las Marcas Diabólicas, que lleva allí casi tanto tiempo como las mujeres Eldren en Gheestenheem? ¿Modificaría eso vuestra intención de proseguir su búsqueda?

Alisaard se llevó las manos a la cara. La noticia no sólo la había confundido, sino que había debilitado, siquiera por un momento, su determinación.

—¿Qué posibilidad tenemos tres mortales de encontrar algo allí, y aun de sobrevivir?

—Muy pocas —respondió Jermays, en tono de absoluto convencimiento—. A menos, por supuesto, que contarais con una Actorios. Incluso en ese caso, sería muy peligroso. Nos alegraremos de que os quedéis con nosotros. Por mi parte, agradeceré algo más de compañía. Existen pocos juegos de cartas interesantes para dos jugadores. Y Morandi Pag no suele prestar mucha atención en los últimos tiempos, ni siquiera durante una partida de snap.

—¿Por qué nos favorecería llevar encima una Actorios en las Marcas Diabólicas? —le pregunté.

Introduje la mano en la bolsa que colgaba de mi cinturón y acaricié la cálida gema, de un tacto parecido al de la carne, que me había dado la Anunciadora Electa Phalizaarn en Gheestenheem, y cuyo destino, según Sepiriz, se hallaba íntimamente ligado al mío.

—Tiene algo en común con las runas —me dijo Jermays—. Influye en lo que la rodea. Hasta cierto punto, desde luego, comparada con otros ingenios más poderosos. Estabilizará lo que el Caos haya tocado. Además, posee cierta afinidad con esas espadas. Es posible que te conduzca hacia la que buscas... —Se encogió de hombros—. ¿Qué bien te hará? Sospecho que ninguno. Y como pasarán bastantes movimientos del péndulo cósmico antes de que poseas una Actorios, carece de sentido continuar la discusión.

Saqué la palpitante gema y se la enseñé.

La contempló en silencio durante un rato. Me dio la impresión de que estaba subyugado, casi atemorizado.

—Bien, así que tienes una piedra de ésas. Aja.

—¿Varía ese detalle tu estimación sobre nuestras posibilidades en las Marcas Diabólicas, maese Jermays? —preguntó Von Bek.

Jermays el Encorvado me dirigió una mirada compasiva. Se dio la vuelta, fingiendo examinar la colección de recipientes alquímicos de Morandi Pag.

—Me conformaría con una pera —dijo—. Tengo el estómago vacío. O una buena manzana, en último extremo. La comida fresca escasea aquí. A menos que os guste el pescado. Tengo el presentimiento de que no tardaré en estar ocupado. La Balanza oscila. Los Dioses se despiertan. Y cuando empiecen a jugar, seré lanzado de un sitio a otro, de aquí para allá, como de costumbre. ¿Qué será de Morandi Pag?

—Un ejército se dirige hacia aquí —dijo Alisaard—. No estamos seguros de si le torturarán para obtener información o le asesinarán. La princesa Sharadim va al frente de ese ejército.

—¿Sharadim? —Jermays se volvió como una flecha y me miró—. ¿Tu hermana, Campeón?

—Más o menos. Jermays, ¿cómo podemos entrar en las Marcas Diabólicas?

Agitó los brazos, de anormal longitud, y se colocó junto al dormido príncipe ursino.

—Nadie os detendrá. Las Marcas Diabólicas no acostumbran rechazar visitantes, ya que la mayoría de ellos van, por decir algo, contra su voluntad. El Caos gobierna ese lugar, porque ahí fue exiliado durante las viejas contiendas de la Rueda, hace tantos siglos que casi todo el mundo lo ha olvidado. Ocurrió tal vez al principio de este ciclo. No me acuerdo. Las Marcas Diabólicas se hallan en el preciso centro de la Rueda, retenidas por las mismas fuerzas que sustentan los Seis Reinos, casi como comprimidos por una especie de gravedad. ¿No es Sharadim la que intenta desatar esas fuerzas? ¿Quién tratará de liberar al soberano de las Marcas Diabólicas, el archiduque Balarizaaf? ¿De qué sirve ir a su encuentro? Él no tardará en ir a buscarte.

Jermays se encogió de hombros.

—¿Estás enterado de los movimientos de Sharadim? preguntó Alisaard con vehemencia—. ¿Puedes pronosticar lo que va a hacer?

—Mis pronósticos no son siempre correctos —contestó Jermays—. No son de utilidad a nadie. Vago de un sitio a otro. Veo un poco de esto, otro poco de aquello. Carezco de inteligencia o temperamento para sumar dos y dos. Tal vez por eso los Dioses me permiten viajar de esa forma. Soy apenas algo más que una sombra, señora. Me veis ahora en una de mis apariciones más sólidas. No durará mucho. Sharadim alienta enormes y malévolas ambiciones, lo sé, pero nada de lo que yo diga os servirá para contrarrestarla. Es posible que la pauta actual ya esté conformada. Conque busca la Espada del Dragón, ¿eh? Y tal vez, gracias a ella, proporcione al Señor del Caos el máximo poder. Sí...

De pronto, Morandi Pag gruñó en sueños, agitó su enorme cabeza, se rascó la barba y, por fin, abrió sus grandes e inteligentes ojos.

—La princesa Sharadim se halla al frente de un ejército que amenaza a mi raza. Eso es lo que veníais a decirme, ¿eh? ¿Sobre quién pende la amenaza? ¿Adelstane, los otros reinos? ¿Está implicado el Caos? La oigo. ¿Dónde está?...
Ahora, Flamadin, mi falso hermano, no conseguiréis derrotarme. Mi poder aumenta momento a momento, a medida que el vuestro se debilita.
¿Todavía cree que estoy en Adelstane? Eso parece. Derribará nuestras puertas. ¿Conseguirá entrar? ¿Quién sabe? ¡Mis hermanas están allí! Mi hermano. ¡Mi viejo amigo Groaffer Rolm está allí! ¿Os enviaron ellos a buscarme?

—Enviaron un mensaje, príncipe Morandi Pag, comunicándoos su preocupación por vos, y que están en peligro y necesitan vuestra ayuda. Los Mabden les atacan. Más Mabden de los que sospechan.

—¿Vosotros no?

—Para bien o para mal, príncipe, somos vuestros aliados contra un enemigo común.

—En ese caso, he de pensar lo que debo hacer.

Cerró los ojos y se durmió de nuevo.

—¿Sabes cómo podemos llegar a las Marcas Diabólicas, Jermays? —preguntó Von Bek—. ¿Nos lo dirás?

Jermays el Encorvado asintió con aire ausente e inspeccionó el banco de Morandi Pag. Se agachó bajo el banco y empezó a esparcir viejos pergaminos. Después, reptó por el suelo y abrió un baúl. Dentro había docenas de pergaminos pulcramente enrollados y, al parecer, numerados. Los examinó y en su rostro brilló la alegría. Seleccionó uno con mucha delicadeza, procurando no desordenar los demás.

—Éstos son los mapas de Morandi Pag. Mapas de muchos reinos, configuraciones y complejos, conjunciones y eclipses. —Desenrolló el pergamino—. Y ésta es la tabla que esperaba encontrar. —La recorrió con el dedo—. Sí, parece que un portal está a punto de abrirse en el noroeste. Cerca de la montaña Goradyn. Podéis ir por ahí. Os conducirá a Maaschanheem. Desde allí deberéis viajar a El Langostino Herido y aguardar el portal que os permitirá el acceso al reino de los Llorones Rojos. Bien. Allí, en el interior del volcán que llaman Tortacanuzoo, hallaréis una ruta directa a las Marcas Diabólicas. Eso creo, al menos. Sin embargo, si preferís esperar cinco días, siete horas y doce segundos, podéis pasar a Draachenheem desde un punto muy cercano a Adelstane, después de Fluugensheem, y llegar a las proximidades de El Langostino Herido casi en el mismo momento en que lo haríais desde Goradyn. También podríais volver a las montañas más elevadas, esperar el Eclipse Urbano Diligente, muy poco frecuente y digno de contemplar, e ir directamente a Rootsenheem de esta forma.

Alisaard consiguió hacerle callar.

—¿Cuándo se materializará ese portal directo desde Maaschanheem?

Jermays se concentró, estudiando las tablas del mismo modo que un hombre del siglo xx examinaría los horarios de trenes.

—¿Directo? ¿Desde Maaschanheem? Dentro de unos doce años...

—¿No nos queda otro remedio que dirigirnos al fondeadero de El Langostino Herido?

—Tal parece. Claro que si viajarais hacia La Camisa Rota...

—Tanto en vuestro mundo como en el mío —dijo Von Bek con sequedad—, cada vez se hace más difícil entrar en el Infierno.

Alisaard no le hizo caso. Estaba memorizando las palabras de Jermays.

—El Langostino Herido, Rootsenheem, Tortacanuzoo... Ésa es la ruta más corta, ¿no?

—En apariencia. Aunque creo que es necesario atravesar Fluugensheem, al menos de paso. De todas formas, dicen que hay una falla espaciotemporal que la circunvala. ¿La habéis descubierto?

Alisaard negó con la cabeza.

—Nuestros viajes por mar no son nada complicados. No nos gusta arriesgar la piel en travesías azarosas, sobre todo desde que perdimos a los hombres de nuestra raza. Ahora, maese Jermays, nos dirás dónde hemos de buscar la Espada del Dragón, una vez lleguemos a las Marcas Diabólicas.

—¡En su mismísimo centro, dónde si no! —retumbó la voz de Morandi Pag, que levantaba su corpachón de la silla—. En un lugar llamado el Principio del Mundo. Se halla en el corazón de las Marcas Diabólicas, a las que la espada les presta su apoyo. Sólo puede ser manejada por uno de la misma sangre, Campeón, de vuestra sangre.

—Sharadim no es de mi sangre.

—Sí, lo bastante para resultar de utilidad a los propósitos de Balarizaaf. Bastará con que viva lo suficiente para arrancar la espada de su prisión de cristal.

—¿Queréis decir que nadie puede sacarla del cristal?

—Vos sí, Campeón. Y ella también. Además, me atrevería a decir que es consciente de los peligros que afronta. No se trata de una simple muerte. Podría lograrlo. Y si lo hace, accederá a la inmortalidad como Señor del Infierno. Tan poderosa como la reina Xiombarg, Mabelode el Desconocido, o el Viejo Slortar. Por eso corre tantos riesgos. La apuesta es la mayor imaginable. —Se llevó las garras a la cabeza—. Ahora, todas las edades se coagulan en un grumo agonizante. Mi pobre cerebro. Sé que vos lo comprendéis, Campeón. O lo comprenderéis. Vamos, hemos de abandonar por fin este lugar. Debemos regresar a tierra firme. A Adelstane. He de cumplir la tarea encomendada. Y vosotros la vuestra, por supuesto.

—Podemos utilizar el barco —dijo Alisaard—. Creo que me las ingeniaré para sortear las rocas.

Al oír esto, el príncipe Morandi Pag rió con auténtico humor.

—Confío en que me dejéis llevar el timón. Olfatear las corrientes de nuevo y guiaros hasta Adelstane será beneficioso para mí.

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