El espíritu de las leyes (51 page)

Read El espíritu de las leyes Online

Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

BOOK: El espíritu de las leyes
12.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

Este conquistador había fundado la ciudad de Alejandría con la mira de asegurar la posesión de Egipto: era una llave para abrir aquel importante territorio, donde los reyes sus predecesores habían tenido otra para cerrarlo
[36]
. Al fundar Alejandría, no pensaba Alejandro en el comercio; esta idea se la sugirió el descubrimiento del Océano indico.

Según parece, ni aun este último descubrimiento le inspiró nuevos planes sobre Alejandría. Es verdad que tenía el propósito de establecer el comercio entre las partes occidentales de su imperio y la lejana India, pero no pudo pensar en hacerlo por Egipto, porque le faltaba mucho para conocerlo bien. Conocía el Nilo y había visto el Indo, pero no los mares de Arabia que están entre los dos. Al regreso de la India hizo construír nuevas flotas y navegó por el Euleo, el Tigris, el Éufrates y el mar
[37]
; destruyó las cataratas artificiales que habían hecho los persas en dichos ríos; descubrió que el seno Pérsico
[38]
era un golfo oceánico. Puesto que reconoció este golfo, lo mismo que había reconocido el mar de la India; puesto que hizo construír en Babilonia un puerto para mil embarcaciones y los correspondientes arsenales; puesto que envió crecidas sumas a Fenicia y Siria para traer marinos expertos, y ejecutó grandes obras en el Éufrates y demás ríos de Asiria, es indudable que su designio era hacer el tráfico de la India por Babilonia y el golfo Pérsico.

Han dicho algunos autores, fundándose en que Alejandro se proponía conquistar la Arabia
[39]
, que su intención era trasladar allí la capital de su imperio, mas ¿cómo había de elegir un lugar que le era desconocido?
[40]
Por otra parte, la capital en Arabia le hubiera separado de su centro. Los califas árabes, que llevaron muy lejos sus armas conquistadoras, abandonaron la Arabia para establecerse en otros puntos.

CAPÍTULO IX
Del comercio de los reyes griegos después de Alejandro

Cuando Alejandro conquistó el Egipto, apenas se conocía el mar Rojo y nada la parte del Océano que se une a este mar bañando por un lado la costa de África y por otro la de Arabia; aun bastante después no se creía posible dar la vuelta a la península arábiga. Los que lo habían intentado por uno y otro lado habían tenido que renunciar al empeño. Se decía
[41]
: ¿Cómo se ha de poder navegar al sur de las costas de Arabia, cuando el ejército de Cambises que atravesó por el norte la península pereció casi todo? ¿Cómo ha de ser posible, cuando sabemos que otro ejército enviado por Tolomeo, hijo de Lago, en socorro de Seleuco Nicator, padeció penalidades sin número antes de llegar a Babilonia y tenía que marchar de noche por el calor excesivo?

Los Persas no conocían ningún género de navegación. Al conquistar el Egipto, llevaron allí las mismas ideas que tenían en Persia. Tan refractarios eran a la navegación, que ni siquiera tenían conocimiento de las de los Tirios, los Idumeos y los Judíos; ignoraban hasta las navegaciones del mar Rojo.

En tiempo de los Persas, Egipto no lindaba con el mar Rojo; se limitaba a la faja de tierra angosta y larga que cubre el Nilo con sus inundaciones
[42]
y que está cerrada a un lado y otro por cordilleras de montañas. Fue preciso descubrir el mar Rojo por segunda vez, y lo mismo el Océano, descubrimiento que se debió a la curiosidad de los reyes griegos.

Se remontó el Nilo; se cazaron elefantes en las zonas comprendidas entre el Nilo y el mar. Desde tierra se descubrió el litoral, y como esto ocurrió en tiempo de los Griegos, todos los nombres son griegos en aquella parte del país, y todos los templos, al decir de Estrabón, están consagrados a los dioses griegos.

Los Griegos de Egipto pudieron hacer un comercio muy extenso: eran dueños de los puertos del mar Rojo; Tiro, la nación rival de cualquiera otra que fuera comerciante, ya no existía; no tropezaban con la dificultad de antiguas supersticiones, que en aquel país habían inspirado miedo al mar y horror a los extranjeros; a la sazón Egipto era centro del mundo.

Los reyes de Siria dejaron a los de Egipto el comercio de la India meridional, limitándose ellos al de la septentrional que se hacía por el Oxo y el mar Caspio. Se creía entonces que este mar formaba parte del Océano del Norte
[43]
; y Alejandro, poco antes de su muerte, mandó construir una flota para explorarlo y ver si comunicaba con el Océano por el Ponto Euxino o por algún otro mar del lado de la India. Muerto Alejandro, tuvieron gran interés Seleuco y Antíoco en hacer la misma exploración y armaron una flota para ello
[44]
. La parte explorada por Seleuco se llamó
mar Seleucida
; la reconocida por Antíoco se denominó
mar Antióquida
. Atentos a los proyectos que tenían por aquel lado, no atendieron a los mares del Sur, bien porque en el mar Rojo dominaban ya los Tolomeos, bien por haber notado la escasa afición de los Persas al mar. La costa del sur de Persia no daba marinos; apenas si hubo allí unos pocos en los postreros días de Alejandro. Pero los reyes de Egipto, dueños de la isla de Chipre, de Fenicia y de muchas plazas en el litoral del Asia Menor, disponían de bastantes marineros y de todos los recursos necesarios para empresas marítimas. No tenían que violentar el genio de sus súbditos, sino amoldarse a él.

No se comprende la obstinación de los antiguos en creer que el Caspio era una parte del Océano. Las expediciones de Alejandro, de los reyes de Siria, de los Partos y de los Romanos, fueron insuficientes para hacerles rectificar su opinión; se tarda mucho en desechar las ideas arraigadas. Por otra parte, no se conocía del Caspio más que la parte del Sur y se le tomó por el Océano. Costeando por el Este, no se había pasado del Ixartes; siguiendo la costa del Oeste, apenas se llegó a los confines de Albania. Hacia el Norte se navegaba muy difícilmente por ser el fondo fangoso. Todo esto contribuyó a que no se comprendiera que el Caspio era un mar cerrado sin comunicación con el Océano.

El ejército de Alejandro no había pasado por el Oriente del Hipanis, último de los ríos que desaguan en el Indo; por esta causa el comercio de los Griegos en la India sólo abrazaba un pequeño territorio. Seleuco Nicator ya llegó más lejos: penetró en la India hasta el Ganges, y así descubrió el mar en que este río desemboca, es decir, el golfo de Bengala. Hoy se descubren tierras viajando por los mares; antes se descubrían mares conquistando tierras.

Estrabón
[45]
, a pesar del testimonio de Apolodoro, parece poner en duda que los reyes griegos de Bactriana
[46]
hubiesen avanzado más que Alejandro y Seleuco. Puede ser que hacia Levante no avanzaran más que Seleuco; pero lo hicieron por el Sur, puesto que descubrieron Siger y algunos puertos del Malabar, lo que sirvió de origen a la navegación de la que en seguida hablaré.

Los reyes griegos, según nos cuenta Plinio
[47]
, tomaron sucesivamente tres distintos derroteros para la navegación de la India. Primeramente iban del promontorio de Siagre a la isla de Patelena, que está en la boca del Indo: era la ruta que siguió Alejandro; después tomaron el camino más corto y más seguro, yendo desde el mismo promontorio a Siger
[48]
. Este Siger no puede ser otro sino el
reino de Siger
citado por Estrabón
[49]
y que fue descubierto por los reyes griegos de Bactriana. Al decir Plinio que este camino era el más corto, no lo diría por la distancia sino porque se andaba en menos tiempo; como que Siger está más lejos que el Indo, puesto que lo descubrieron los reyes de Bactriana. Quiere decir que por él se acortaría la navegación bien por evitarse el rodear ciertas costas, bien por aprovecharse determinados vientos. Por último, los mercaderes tomaron un tercer camino: iban a Canes o a Ocelis, puertos situados en la salida del mar Rojo, y desde allí, con los vientos del Oeste, llegaban a Muziris y seguían a otros puertos.

Se ve que en lugar de ir desde la salida del mar Rojo a Siagre siguiendo la costa de la Arabia Feliz, se dejaban llevar directamente al Este por los vientos monzones. Los antiguos navegantes no se apartaban de las costas sino cuando podían aprovechar los monzones o los alísios, que eran una especie de brújula para ellos.

Plinio dice también que se zarpaba de la India a mediados del verano y se regresaba a fines de diciembre o principios de enero. Esto se halla conforme con los diarios de navegación de los marineros modernos. En aquella parte del mar de la India, esto es, entre la costa oriental de África y el Ganges, hay dos monzones. El uno, él del Oeste, empieza al final de agosto o en septiembre; el otro, el de Levante, principia en enero. Por eso en nuestros días se sale de África para Malabar y se vuelve de Malabar a África en las mismas épocas que lo hacían las flotas de Tolomeo.

La de Alejandro tardó siete meses en ir de Patale a Susa, emprendió su viaje en el mes de julio, es decir, en una estación en que actualmente no se atreve ningún barco a hacerse a la mar para volver de la India. Entre uno y otro monzón hay un período de tiempo durante el cual reina el norte, levantando recios temporales; dura el mal tiempo desde junio hasta agosto. Como la flota de Alejandro zarpó en julio, tuvo que luchar con las borrascas; y el viaje fue tan largo porque navegaba contra el viento.

Puesto que se partía de la India, según Plinio, a fines del verano, se emplearía el tiempo del cambio de monzón en hacer la travesía del mar Rojo.

Os suplico ahora que notéis cómo se fué perfeccionando poco a poco la navegación. La ordenada por Darío para bajar por el Indo para ir luego al mar Rojo, duró dos años y medio
[50]
. La flota de Alejandro, que descendió igualmente por el Indo, llegó a Susa a los diez meses
[51]
, tres por el Indo y siete por el mar. Andando el tiempo, se hizo la travesía de Malabar al mar Rojo en cuarenta días no más.

Estrabón, dándose cuenta de la ignorancia en que se estaba respecto a los países comprendidos entre el Hipanis y el Ganges, dice que muy pocos de los navegantes que iban de Egipto a la India se aventuraban a llegar al Ganges. En efecto, no llegaban al citado río, sino que, aprovechando el monzón del Oeste, iban desde la boca del mar Rojo a la costa índica de Malabar. Negociaban en aquellas factorías y no rodeaban la península por el cabo Comorín para visitar la costa de Coromandel. El plan de navegación de Egipcios y Romanos exigía que se volviera en el mismo año al punto de partida. No era posible, pues, que el comercio de Griegos y Romanos con la India alcanzara la extensión del nuestro, ya que ellos desconocían los inmensos países que nosotros conocemos; hoy traficamos en todos los pueblos indios y hasta navegamos por su cuenta.

Pero hacían este comercio con más facilidad que nosotros; y si hoy no se comerciara más que en la costa de Guzarate y Malabar, si no fuéramos a las islas del Sur, contentándonos con los productos que los mismos isleños nos trajeran, sería mejor el camino de Egipto que el del cabo de Buena Esperanza. Así dice Estrabón
[52]
que se comerciaba con los pueblos de la Trapobana.

CAPÍTULO X
Circunnavegación del continente africano

Sabemos por la historia que antes del descubrimiento de la brújula se intentó cuatro veces dar la vuelta al África. Unos Fenicios, enviados por Neco
[53]
y por Eudoxio
[54]
, huyeron de la cólera de Tolomeo Laturo, salieron del mar Rojo y lograron su objeto. Sataspe
[55]
en tiempo de Jerjes, y Hannón, comisionado por los Cartagineses, partieron de las columnas de Hércules y fracasaron.

El problema de dar la vuelta al África se reducía a descubrir y doblar el cabo de Buena Esperanza. Pero emprendiendo el viaje desde el mar Rojo se encontraba el cabo mucho más cerca (la mitad) que saliendo del Mediterráneo. La costa oriental de África, esto es, la que va del mar Rojo al cabo, es más salubre que la otra, es decir, la que va del cabo a las columnas de Hércules
[56]
. Para que pudieran descubrir el cabo los que navegaban por el occidente fue necesario el invento de la brújula, con la cual se podía apartarse de la costa, engolfarse en el Océano inmenso y navegar con rumbo a la isla que llamamos hoy de Santa Elena o bien hacia la costa del Brasil. Era por lo tanto muy posible que se fuera del mar Rojo al Mediterráneo
[57]
.

Así, pues, en lugar de dar el gran rodeo que hacía el regreso imposible, era muy natural que se hiciera por el mar Rojo el comercio del África oriental y por las columnas de Hércules el de la costa occidental.

Los reyes griegos de Egipto descubrieron en el mar Rojo la parte de la costa de África que va desde el fondo del golfo, donde está situada la ciudad de Erum, hasta Dira, en el estrecho que hoy llamamos de Babelmandel o de la Muerte. Desde allí hasta el promontorio de los Aromatas
[58]
, no lejos de la entrada del mar Rojo, la costa no estaba reconocida por los navegantes
[59]
; así se desprende con toda claridad de lo que dice Artemidoro
[60]
, quien asegura que se conocían los lugares de la costa; pero no las distancias; lo que provenía sin duda de haberse ido por tierra a los distintos puertos; sin haberlo hecho por mar de unos a otros.

Más allá del citado promontorio, toda la costa era desconocida; lo sabemos por Eratóstenes y Artemidoro
[61]
.

Tales eran los conocimientos que se tenían de las costas africanas en tiempo de Estrabón, es decir, en la época de Augusto. Pero después del citado emperador los Romanos descubrieron los promontorios Raptum y Prassum, de los cuales no habla Estrabón, por no tenerse aún noticia alguna de ellos. Bien se ve que ambos nombres son latinos.

Tolomeo el Geógrafo vivió en tiempo de Adriano y Antonino Pío; poco tiempo después vivió el autor del Periplo de la mar Eritrea, fuese quien fuera. Sin embargo, el primero pone por límite al África entonces conocida el promontorio
Prassum
, que está hacia el paralelo 14° de latitud sur, y el autor del Periplo señala por límite el promontorio Raptum, a los 10 grados, aproximadamente. Es de suponer que el último tomara por límite un lugar adonde se iba, y el primero, otro al que no se iba.

Other books

Black Pearl by Peter Tonkin
The Legend of Lady Ilena by Patricia Malone
Of Daughter and Demon by Elias Anderson
Mr Mac and Me by Esther Freud
Doctor Who: The Savages by Ian Stuart Black
A Deadly Bouquet by Janis Harrison