El espíritu de las leyes (53 page)

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Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

BOOK: El espíritu de las leyes
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En la ciudad no había más ocupaciones que la guerra, las elecciones, las cábalas y los pleitos; en el campo sólo se ocupaban de la agricultura; en las provincias no había comercio posible con un gobierno tiránico.

Si era opuesta al comercio la constitución política, no lo era menos el derecho de gentes.
Los pueblos
, dice el jurisconsulto Pomponio,
con los cuales no tenemos ni amistad, ni hospitalidad, ni alianza, no son enemigos nuestros; sin embargo, si en sus manos cae una cosa que nos pertenece, dueños de ella se hacen y los hombres libres quedan esclavos suyos; y lo mismo les sucede a ellos respecto de nosotros
.

Su derecho civil no era menos rígido que su derecho de gentes. La ley de Constantino, después de declarar bastardos a los hijos de personas viles que se hubieran casado con otras de condición más elevada, confunde con los esclavos a las mujeres que venden mercaderías
[92]
, a los taberneros, a los cómicos, a los hijos del hombre que tiene casa de prostitución o que ha sido sentenciado a combatir en la arena; todo esto era consecuencia de las antiguas instituciones romanas. Bien sé que hay gentes imbuídas en ideas erróneas, quienes han creído que los Romanos honraron y fomentaron el comercio; pero lo cierto es que no pensaron, o pensaron rara vez, en semejante cosa.

CAPÍTULO XV
Comercio de los Romanos con los Bárbaros

Los Romanos crearon un vasto imperio en Europa, Asia y Africa; la debilidad de los pueblos y la tiranía del mando hicieron la unidad de aquel inmenso imperio. La política romana consistió en aislarse de todas las naciones que no habían subyugado: no comerciaban con ellas por no enseñarles el arte de vencer. Dictaron leyes para impedir todo género de comercio con los pueblos bárbaros.
¡Que nadie
, dicen Valente y Graciano,
les envíe a los bárbaros aceite ni otros líquidos!
Graciano, Valentiniano y Teodosio, agregan:
Que no se les lleve oro y se les quite con maña el que ellos tengan
. Se prohibió la exportación del hierro bajo pena de la vida.

Domiciano, príncipe tímido, mandó arrancar todas las viñas de la Galia
[93]
, sin duda para que el vino de la Galia no atrajera a los bárbaros como el de Italia los había atraído. Probo y Juliano, que no los temieron nunca, ordenaron las replantaciones de las vides.

Bien sé que en los días de la decadencia del imperio, los bárbaros obligaron a los Romanos a establecer etapas y a comerciar con ellos
[94]
: pero esto mismo prueba que el deseo de los Romanos era no comerciar.

CAPÍTULO XVI
Del comercio de los Romanos con la Arabia y la India

Los Romanos casi no tuvieron más comercio exterior que el de la Arabia Feliz y el de la India. Los Árabes tenían grandes riquezas naturales, que provenían de sus mares y sus bosques; y como compraban poco y vendían mucho, se iban quedando con la plata y el oro de sus vecinos
[95]
. Augusto, al conocer la opulencia de los Árabes, decidió tenerlos por amigos o por enemigos. Con ese objeto dispuso que Elio Galo fuese de Egipto a Arabia, donde encontró pueblos ociosos, tranquilos, poco aguerridos. Dió batallas, puso sitios y no perdió más que siete hombres; pero la perfidia de sus guías
[96]
, las marchas penosas, el rigor del clima, el hambre, la sed y las enfermedades, acabaron con su ejército.

Hubo que renunciar a la conquista, contentándose con negociar; hicieron, pues, los Romanos lo que habían hecho otros; llevarles oro y plata en cambio de mercancías. De esa manera se comercia todavía en Arabia: la caravana de Alepo y la nave real de Suez llevan allí sumas enormes.

La naturaleza había destinado a los Árabes al comercio y no a la guerra; pero al verse aquellos pueblos pacíficos en la frontera de los Romanos y de los Partos, se hicieron auxiliares de unos y otros. Elio Galo se encontró con un pueblo de comerciantes; Mahoma ya los encontró guerreros: los entusiasmó; y así los convirtió en conquistadores.

Con la India los Romanos hacían un gran comercio. Estrabón
[97]
supo en Egipto, que empleaban en él hasta ciento veinte naves y que enviaban allí todos los años cincuenta millones de sestercios. Plinio dice
[98]
que las mercaderías de la India se vendían en Roma por cien veces lo que habían costado; es posible que generalice, porque si todos los artículos hubieran centuplicado su precio, todo el mundo hubiera corrido en pos de esa ganancia y nadie lo hubiera conseguido.

Podría discutirse, y aun negarse, que fue ventajoso para los Romanos el comercio con la Arabia y con la India; tenían que mandar allá su dinero, y no poseían, como nosotros, el recurso de América para suplirlo. Estoy persuadido de que una de las razones que tuvieron para aumentar el valor de las monedas, esto es, para establecer
la moneda de vellón
, fue la escasez de plata por efecto de la continua exportación a la India. Si las mercancías indianas se vendían en Roma al céntuplo de su coste, la ganancia de los Romanos se sacaba de los Romanos mismos y no enriquecía al imperio.

Se podrá decir, no obstante, que este comercio fomentaba la navegación; que las mercancías importadas favorecían el tráfico interior, daban impulso a las artes y alimentaban la industria; que el número de habitantes crecía en proporción de los nuevos medios de vivir; que el mayor movimiento comercial era causa determinante del lujo, y ya hemos dicho que el lujo es tan favorable al gobierno de uno solo como funesto al de muchos; finalmente, que ese lujo era necesario en Roma, pues una ciudad que llamaba a sí todas las riquezas del universo, de algún modo había de restituírlas.

Dice Estrabón que el comercio de los Romanos con la India era mucho más considerable que el de los Egipcios
[99]
; y es singular que los primeros, poco amigos del comercio, prestasen al de la India más atención que los reyes de Egipto, que lo tenían, por decirlo así, delante de los ojos. Expliquemos esto.

Después de la muerte de Alejandro, los reyes de Egipto establecieron por mar un comercio con la India; y los reyes de Siria, que se quedaron con las provincias más orientales del imperio y, por consiguiente, con la India, mantuvieron el tráfico del que hemos hablado en el capítulo VI, el cual se hacía por tierra y por los ríos, siendo mayores sus facilidades por la fundación de colonias macedónicas; de suerte que Europa se comunicaba con la India por Egipto y por el reino de Siria. La desmembración de Siria, cuando una parte de este reino formó el reino de Bactriana, en nada perjudicó a dicho comercio. Marín, de Tiro, citado por Tolomeo
[100]
, habla de los descubrimientos que hicieron en la India unos mercaderes macedonios. Lo que no hicieron las expediciones de los reyes lo lograron unos mercaderes. El mismo Tolomeo dice
[101]
que estos mercaderes fueron desde la Torre de Piedra
[102]
hasta Sera; el descubrimiento de mercados nuevos en zona tan distante se miró como un prodigio, por estar en la parte oriental y septentrional de China. Así, en tiempo de los reyes de Siria y de Bactriana, las mercancías procedentes del sur de la India pasaban por el Indo, el Oxo y el mar Caspio; y las que venían de las regiones más orientales y más septentrionales, pasaban desde Sera, la Torre de Piedra y etapas sucesivas hasta el Éufrates. Los mercaderes hacían el viaje por el grado 40 de latitud, atravesando países del occidente de China, más civilizados en aquel tiempo que ahora, porque los Tártaros no los habían invadido aún.

Pues bien, mientras el reino de Siria ensanchaba tanto su comercio por el lado de tierra, Egipto no aumentaba mucho su tráfico marítimo.

Los Partos fundaron su imperio; y cuando Egipto cayó en poder de los Romanos, el imperio persa ya estaba en el apogeo de su existencia, en toda su fuerza y en su máxima extensión.

Los Romanos y los Partos, dos potencias rivales, combatieron más que por el predominio por la existencia. Separados por desiertos y siempre con las armas en la mano, era imposible el comercio de los dos imperios, entre los cuales no había ni siquiera comunicación. Los separaban la ambición, los celos, el odio, la religión, las costumbres. Así el comercio entre Oriente y Occidente, que por tantas vías se había efectuado antes, no tuvo más que una sola: todo pasaba por Alejandría; y siendo esta ciudad el único mercado, adquirió la riqueza consiguiente.

Del comercio interior voy a decir bien poco: su ramo principal era el de cereales para el consumo de Roma, siendo por lo tanto más bien una cuestión de policía que de comercio. Con tal motivo recibieron los nautas algunos privilegios
[103]
, porque la salud del imperio dependía de su vigilancia.

CAPÍTULO XVII
Del comercio- después de la caída del imperio romano de Occidente

El imperio romano fue invadido, y uno de los efectos de la calamidad general fue la destrucción de su comercio. Los bárbaros, al principio, lo hicieron objeto de sus robos; y después de establecerse, no lo honraron más que a la agricultura y a las demás profesiones del pueblo conquistado.

Al cabo de poco tiempo, casi no había ni rastro de comercio en toda Europa: reinaba la nobleza, que lo menospreciaba.

La
ley de los Visigodos
[104]
permitía que los particulares ocuparan la mitad del cauce de los grandes ríos, con tal que la otra mitad quedara libre para la pesca y la navegación. Preciso era que hubiese escaso comercio en los países conquistados por los Visigodos.

Entonces aparecieron los derechos insensatos de albinaje y de naufragio: creían los hombres que no debían a los extranjeros ni hospitalidad, ni justicia, ni piedad
[105]
.

Eran tan pobres en sus estrechos límites aquellos pueblos del Norte, que todo les era extraño. Establecidos antes de sus conquistas en una costa erizada de escollos, hasta de los escollos habían sacado partido.

Pero los Romanos, que hacían leyes para todo el universo, las tenían muy humanas acerca de los naufragios; reprimían las rapiñas de los habitantes de las costas, y lo que es más digno de elogio, ponían a raya la rapacidad del fisco
[106]
.

CAPÍTULO XVIII
Reglamento particular

La
ley de los Visigodos
[107]
contiene, sin embargo, una disposición favorable al comercio: la que ordena que los mercaderes procedentes de ultramar sean juzgados en sus diferencias por las leyes y los jueces de su nación. Esto se fundaba en el uso establecido en aquellos pueblos tan mezclados de que cada pueblo viviera bajo su propia ley; más adelante he de tocar este punto.

CAPÍTULO XIX
Del comercio en Oriente después de la decadencia de los Romanos

Los Mahometanos aparecieron, conquistaron y se dividieron. Egipto tuvo sus soberanos particulares y continuó su comercio con la India. Era dueño de las mercaderías indianas y a él afluyeron las riquezas de los demás países. Los soberanos de Egipto fueron los príncipes más poderosos de aquellos tiempos: vemos en la historia cómo detuvieron, con una fuerza constante y hábilmente manejada, el ardor, el empuje, el ímpetu de los cruzados.

CAPÍTULO XX
De cómo el comercio penetró en Europa a través de la barbarie

La filosofía de Aristóteles pasó al Occidente y se prendaron de ella los espíritus sutiles, que son los superiores en tiempos de ignorancia. Inspirándose en ella algunos infatuados escolásticos, aprendieron en aquel filósofo lo que él explica sobre el préstamo usurario, cuando hubiera sido más natural que buscaran enseñanzas en el Evangelio y así no hubieran condenado, sin distinción, todo préstamo con interés. Haciéndolo así, el comercio, que era ya ocupación de gente baja, lo fue también de pícaros y se tuvo por bribones a todos los comerciantes. Cuando se prohibe una cosa natural, o necesaria, o lícita, sólo se consigue degradar y pervertir a los que la hacen, y alguien ha de hacerla.

El comercio pasó a un pueblo cubierto de ignominia, y pronto se confundió con la usura, los monopolios, la exacción de subsidios y todos los medios infames y ominosos de adquirir dinero.

Los Judíos
[108]
, enriquecidos con sus exacciones, eran a su vez saqueados por los príncipes con la misma rapacidad tiránica, cosa que consolaba a los pueblos, pero no los aliviaba.

Lo ocurrido en Inglaterra dará una idea de lo que pasaba en todos los países. El rey Juan
[109]
, aprisionó a los Judíos para apoderarse de sus bienes, y alguno hubo a quien mandó que le sacaran los ojos, pues así administraba justicia aquel monarca. A otro le arrancaron un diente cada día, hasta que al octavo se decidió a entregar mil marcos de plata. Enrique III le sacó a Aarón, judío de York, catorce mil marcos de plata para él y diez mil para la reina. En aquellos tiempos se hacía con brutalidad lo que hoy se hace en Polonia con cierta mesura. Como los reyes no podían saquear a sus súbditos, defendidos por sus privilegios, se desquitaban robando a los Judíos, que no eran tenidos por ciudadanos.

Hasta existió la costumbre de confiscar todos los bienes de los Judíos que se hacían cristianos; no les bastaba su conversión para conservar los bienes. Conocemos esta costumbre tan rara por la ley que la deroga
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; de ella se han dado explicaciones deficientes: se ha dicho, por ejemplo, que era una prueba a que se los sometía para libertarlos completamente de la esclavitud del demonio; pero se comprende que sólo se buscaba una especie de compensación para el rey y para los señores, que iban a verse privados de los tributos que cobraban al judío y en lo sucesivo no podían cobrarlo
[111]
. En aquellos tiempos se miraba a los hombres como propiedades; y repárese hasta donde han abusado los gobiernos de los míseros Judíos: si unas veces les confiscaban los bienes cuando querían ser cristianos, otras veces los quemaban vivos si no querían serlo.

Sin embargo, del seno de las vejaciones y la desesperación vemos salir el comercio. Los Judíos, proscritos sucesivamente de unos y otros países, lograron salvar casi siempre sus caudales, así encontraron donde establecerse y al fin tuvieron residencia fija: príncipes que de buena gana los hubieran expulsado, no querían privarse de su dinero.

Inventaron la letra de cambio
[112]
, y gracias a ella pudo el comercio eludir la violencia y mantenerse en todas partes. El más rico de los negociantes pudo tener sus bienes invisibles y enviarlos de una parte a otra sin dejar rastro en ninguna.

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