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Authors: Jude Watson

El fin de la paz (6 page)

BOOK: El fin de la paz
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Taroon arqueó una ceja mirando a Drenna.

—¿Todos los senalitas se cuidan unos a otros?

Drenna parecía incómoda.

—Es normal que algunos clanes tengan enfrentamientos. Nunca dije que Senali fuera el planeta perfecto.

—¿Y por qué no interviene Meenon? —preguntó Obi-Wan.

—Porque los clanes son independientes —explicó Drenna—. Meenon es más un símbolo para nosotros que un gobernante real.

El clan Nali-Erun repartió alegremente el pescado y le ofreció un poco al grupo. Leed rehusó, pero aceptó una bolsa de pashie, la fruta dulce que crecía en abundancia en los árboles de los Nali-Erun.

Drenna también dio al jefe del clan una bolsa de conchas que había recogido del suelo marino. Los miembros del clan alzaron las conchas y las admiraron. Uno de los miembros comenzó a unir las más bellas con un cordel para confeccionar un collar.

Una vez terminado, se lo entregó a Drenna. Ella lo cogió sonriendo y después dudó.

Su sonrisa se tornó picara, y se volvió hacia Taroon para ponerle el collar.

—Ahora eres un auténtico senalita —le dijo, alzando la cabeza y sonriéndole.

Taroon se quedó sorprendido. Se tocó el collar y miró a Leed.

—Sigo siendo rutaniano —dijo—, pero estoy aprendiendo.

***

Capturaron unos pequeños peces plateados para la cena y Leed preparó un guiso delicioso. Taroon lo puso en los cuencos. Qui-Gon contempló a los dos hermanos pasándose los cuencos el uno al otro. Su relación era más suave. Las cuatro lunas, altas y llenas, se alzaron en el cielo labrando cuatro caminos de plata en el mar oscuro.

El grupo se sentó bajo el firmamento. Qui-Gon permaneció en silencio. Percibía que algo estaba creciendo en Taroon, un nuevo sentimiento que el joven luchaba por articular. Deseó que Taroon encontrara valor para hablar. El siguiente día era el tercero. Y Qui-Gon tendría que ponerse en contacto con el rey Frane.

—Creo que ya deberíamos irnos a dormir —dijo Leed finalmente—. Gracias, Qui-Gon, por permitirnos pasar este día sin intentar convencerme para que me vaya.

—Ha sido un buen día —dijo Taroon inseguro—. Y he tomado una decisión. No me opondré a tu deseo de permanecer aquí, hermano. Ahora entiendo lo que te mueve a quedarte. Esta mañana hablé con precipitación —se volvió hacia los Jedi—. Es un defecto que tengo. Disculpad mi rudeza vosotros también —sonrió con picardía—. Tienes razón, Qui-Gon. He heredado el temperamento de mi padre.

—Gracias, hermano —dijo Leed despacio—. Has abierto tu mente y tu corazón. Yo haré lo mismo. Volveré a Rutan y me enfrentaré a nuestro padre.

—Y yo ocuparé tu lugar aquí hasta que regreses —dijo Taroon.

—Obi-Wan y yo garantizaremos tu seguridad —prometió Qui-Gon a Leed—. Serás libre de regresar si lo deseas.

Los dos hermanos se agarraron los antebrazos en un gesto de afecto.

—Que esto no nos separe —dijo Taroon.

Aquello era exactamente lo que Qui-Gon deseaba, pero la tristeza estaba en el aire. Leed había dado el paso de alejarse de su familia y Taroon había reconocido su derecho a hacerlo. Estaba claro que ambos hermanos estaban destrozados.

Se dieron las buenas noches. Obi-Wan desenrolló su lecho junto al de Qui-Gon.

—¿Sabías que iba a pasar esto? —susurró—. ¿Por eso no has presionado hoy a Leed?

—Esperaba que el día trajera la reconciliación —respondió Qui-Gon—. Cuando esta mañana Drenna se ofreció para enseñar a Taroon a nadar fue una buena señal. Estoy seguro de que Leed le dijo que fuera amable con su hermano.

—Pero Leed estaba muy enfadado anoche —dijo Obi-Wan—. Y Drenna también. ¿Por qué iban a cambiar de opinión y ser amables con Taroon?

—Porque es el hermano de Leed —respondió Qui-Gon—. Por encima de todo están unidos. Drenna es fiel a Leed, así que lo normal es que le ayude si él se lo pide.

—No lo entiendo —dijo Obi-Wan—. Todos estaban enfadados y ahora todo está resuelto. ¿De verdad puede ser todo tan fácil?

—Todavía no hemos vuelto a Rutan. Ya veremos.

Qui-Gon se estiró en el pequeño embarcadero y miró al cielo. Sabía que la misión no había terminado. No debía sentir que ya estaba solucionado, pero le gustaba el modo en que los hermanos habían controlado sus sentimientos pasajeros.

A no ser que hubiera sido demasiado fácil, como había dicho Obi-Wan.

El cielo se curvaba sobre su cabeza brillante de lunas plateadas y constelaciones estelares. La atmósfera de Senali daba al cielo nocturno un color único, entre azul marino y morado. Era en esos momentos de belleza silenciosa cuando Qui-Gon sentía que la Fuerza vibraba con toda claridad, desde la llameante energía de las estrellas hasta el suave chapoteo de los peces saltando.

—Las cosas no suelen arreglarse tan fácilmente —dijo en voz baja a Obi-Wan—. Esperemos que así sea. Ser un Jedi significa que honramos las conexiones.

Obi-Wan asintió, bostezando. Había sido un día largo. Los ojos se le fueron cerrando. El suave movimiento del embarcadero le ayudó a dormirse enseguida. Qui-Gon sintió que se sumía en el sueño con la facilidad con la que se había sumergido en la cálida laguna.

***

El Maestro Jedi se despertó sobresaltado, pero enseguida se serenó, alerta al siguiente sonido. Sólo oía silencio, pero permaneció de pie, con la mano en el sable láser.

Obi-Wan abrió los ojos rápidamente y se puso en pie de un silencioso salto. Algo iba mal.

Los sonidos más leves le alertaban, incluso el suave oscilar del agua. Qui-Gon se fue rápidamente al otro extremo de la plataforma flotante.

Un grupo de senalitas se alejaban remando velozmente, con la piel pintada enteramente de blanco. Leed, atado y amordazado, yacía en el fondo de la barca.

Qui-Gon buscó el bote de Leed, que debería haber estado amarrado al muelle. No le sorprendió comprobar que ya no estaba. Lo más probable era que lo hubieran hundido.

Estaban demasiado lejos para nadar hasta ellos.

Habían secuestrado a Leed delante de sus narices, justo cuando Qui-Gon soñaba con una galaxia estelar bondadosa y pacífica.

Capítulo 10

—¡Tú estás detrás de esto! —gritó Taroon a Drenna—. ¡Has sido tú! ¡Quieres hacerme creer que está secuestrado, pero tú le estás escondiendo!

—¡Ha sido tu padre, idiota! —le replicó Drenna—. ¡Tú fingiste estar de acuerdo con la decisión de Leed!

—Eso no tiene ningún sentido —dijo Taroon con rencor—. Leed iba a volver a Rutan. ¿Por qué le iba a secuestrar mi padre?

—Porque era demasiado tarde para cambiar de planes. ¡Y yo qué sé! Sólo sé que se han llevado a Leed —Drenna se sentó en el suelo. No lloró, pero se frotó los brazos de arriba a abajo con las manos—. Mi hermano no está.

¿Era sincera la reacción de Drenna? Obi-Wan miró a Qui-Gon para ver qué pensaba y se dio cuenta de que en aquella misión estaba perdido en varios sentidos. No estaba seguro de los sentimientos de nadie. No estaba seguro de que alguien estuviera diciendo la verdad. Pero le apenaba ver que la tregua entre Drenna y Taroon hubiera terminado. Ahora se odiaban más que nunca.

Qui-Gon se agachó junto a Drenna.

—Le secuestraron unos senalitas, Drenna —dijo suavemente—. No van a hacerle daño.

—¿Cómo puedes estar seguro? —susurró—. ¿Qué pasa si los rutanianos se lo llevan de vuelta a su planeta? ¿Qué pasa si lo encarcelan?

—No tengo nada claro —admitió Qui-Gon—, pero creo que Leed está a salvo de momento. La pregunta es ¿por qué le secuestrarían los senalitas?

—No lo sé —dijo Drenna, negando con la cabeza—. La decisión de Leed ha dividido a gran parte de los senalitas. La mayoría piensa que debería quedarse, si ése es su deseo; pero hay algunos que no quieren que un rutaniano se establezca permanentemente en el planeta.

—Debemos hablar con mi padre de inmediato —insistió Taroon—. Tiene que saber que se han llevado a Leed.

—Sí, tiene que saberlo —admitió Qui-Gon—, pero sería mejor esperar. Si investigamos podríamos obtener alguna pista. Así, cuando le demos la noticia, podremos darle también alguna esperanza.

Taroon ya estaba negando con la cabeza.

—Ha de saberlo ahora.

—¡Pero podría declarar la guerra! —gritó Drenna.

—Ése es el riesgo que corrieron los senalitas cuando se lo llevaron —respondió Taroon—. ¡Fue una estupidez fiarme de vosotros! —miró a Drenna con amargura.

—Y fue una estupidez pensar que tenías corazón —replicó ella con el mismo desdén.

Taroon se marchó airado. Qui-Gon se volvió hacia Obi-Wan con un suspiro.

—No tenemos elección —dijo en voz baja—. Hemos de ponernos en contacto con el rey Frane de inmediato. Si no lo hacemos lo hará Taroon, y el Rey dejará de confiar en nosotros.

Activó su holocom y contactó con el monarca de inmediato. La imagen del Rey brillaba en la noche oscura como una azulada presencia fantasmagórica. Qui-Gon le resumió lo que había ocurrido.

—¿Quién se lo ha llevado? —rugió el rey Frane.

—Todavía no lo sabemos —respondió Qui-Gon—, pero lo averiguaremos. Os garantizo que no dormiremos hasta que encontremos a vuestro hijo.

—¡Creo que ya habéis dormido bastante! —tronó el rey Frane—. ¡Mientras vosotros dormíais se lo llevaron delante de vuestras narices! ¿Cómo habéis podido dejar que pasara esto? ¡Sois Jedi!

A Obi-Wan le parecía admirable la forma en que Qui-Gon encajaba los insultos.

—Los Jedi no son infalibles, rey Frane —dijo su Maestro firmemente—. Somos seres vivos, no máquinas. Yo encontraré a vuestro hijo.

—Más te vale —respondió el rey Frane—. ¿Dónde está Taroon?

Taroon volvió a surgir de la oscuridad.

—Aquí, padre.

—Ven a Rutan de inmediato —le ordenó el rey Frane—. No quiero que te tomen como prisionero de guerra.

—¿Guerra? —preguntó Qui-Gon.

El rey Frane tenía un aspecto sombrío.

—¡Si no encontráis a mi hijo en doce horas, mi ejército invadirá Senali y le encontraremos nosotros mismos!

Capítulo 11

Taroon hizo el equipaje de forma apresurada, cogiendo sus cosas y metiéndolas desordenadamente.

—Necesitarás un guía —dijo Qui-Gon—. Quizá Drenna te lleve de vuelta.

—Yo no necesito que me guíen —dijo Taroon enfadado—. Hará que me pierda y me dejará morir, sin duda.

Drenna clavó su fría mirada plateada en los ojos de Taroon.

—No seas tonto. Si vas solo, te perderás. Si esperas al amanecer, los Nali-Erun te llevarán a la carretera principal.

—Eso es más tiempo del que deseo quedarme en este sucio planeta —dijo Taroon—. Cada minuto que paso aquí es una tortura.

Drenna se encogió de hombros.

—Entonces nada hasta la orilla y ábrete paso por el pantano. Ahógate o piérdete. A mí me da igual.

Él la miró con odio, pero ella le ignoró. Finalmente, Taroon salió al exterior. Se sentó en el muelle, lejos de ellos, mirando al horizonte en el punto por el que el sol aparecería pronto.

Qui-Gon se acercó a Obi-Wan.

—Hemos de contactar con Meenon y decirle que el rey Frane amenaza con invadir Senali.

Obi-Wan asintió.

—Espero que no te insulte como lo hizo el rey Frane.

La mirada azul de Qui-Gon era transparente.

—El rey Frane enmascara su miedo con improperios; pero lo que ha dicho es cierto, padawan. Yo debería haber estado más alerta. No pensé que fuera necesario permanecer despiertos o dormir por turnos. No percibí nada de aprensión o de peligro.

—Yo tampoco —admitió Obi-Wan—. Ambos estábamos equivocados.

—Entonces hemos de aceptar las consecuencias —dijo Qui-Gon—. Y ahora, enfrentémonos a Meenon.

Qui-Gon activó el holocom. Supuso que tendrían que despertar a Meenon, pero el líder de Senali apareció de inmediato.

—No tenéis que ponerme al día —dijo él apesadumbrado—. El rey Frane ha amenazado con invadirnos. Tenéis que tener presente que si esto ocurre, será una catástrofe para el planeta Rutan. Los senalitas no permitirán que les aplaste el yugo de las fuerzas rutanianas. Todos los senalitas lucharán, como lo hicimos en la gran guerra. Y volveremos a triunfar.

Las duras palabras de Meenon estaban ahogadas en ira. La imagen oscilante era débil, pero transmitía todos los matices de su expresión.

—Se perdieron muchas vidas en esa guerra —dijo Qui-Gon—. Dejó atrás un planeta devastado. A Senali le llevó varias generaciones recuperarse.

—¡Pero luchará de nuevo! —gritó Meenon—. ¡No permitiremos que se produzca una invasión!

—Creo que la calma es tan necesaria como difícil de encontrar —dijo Qui-Gon—. Ni Senali ni Rutan quieren entrar en guerra...

Meenon alzó la mano.

—Silencio. No lo entiendes. El rey Frane ha encarcelado a mi hija, Yaana. Mi amada hija, que confié a su cuidado. La ha arrojado a una sucia mazmorra llena de criminales. Pagará por ello.

Aquello sí que era una mala noticia. Qui-Gon se lo temía. Cada paso que daba el rey Frane colocaba a su planeta más cerca de la guerra, pero a él no parecía importarle.

—Yo no quiero una guerra, es cierto —continuó Meenon—, pero un gobernante sería un inepto si no estuviera preparado para la batalla. Mis tropas se están movilizando. Haremos frente a su ofensiva con nuestra propia fuerza. No esperaremos a que nos invadan. ¡Nosotros les invadiremos primero!

—Yo respeto tu ira y tu sufrimiento —dijo Qui-Gon con cautela—, pero, si se pudiera hacer algo para liberar a tu hija e impedir la guerra, ¿lo harías? Y, si procedes a la invasión, ¿cómo sabes que el rey Frane no mandará ejecutar a tu hija?

Meenon dudó.

—Yo no soy un salvaje sediento de sangre como el rey Frane —dijo finalmente—. Por supuesto que me gustaría impedir la guerra. No quiero ver morir a los hijos y las hijas de Senali.

—Entonces déjanos encontrar a Leed y a Yaana —le apremió Qui-Gon—. Danos doce horas y ayúdanos. Dinos si hay alguna facción, algún clan en Senali capaz de hacer esto. Les vimos a la luz de la luna. Tenían la piel pintada con arcilla blanca y llevaban coronas de coral blanco...

—Los Espectros... —interrumpió Meenon—. No puedo asegurarlo, pero podría ser. Se consideran un clan, pero no tiene lazos de sangre. No sabemos a ciencia cierta quiénes son. Hace poco que han aparecido. Causan conflictos entre los clanes. Están en contra del intercambio de los hijos de los monarcas y de cualquier otro tipo de contacto con Rutan. No sé qué podrían ganar con ello, pero es probable que a Leed se lo hayan llevado los Espectros.

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