El fin de la paz (9 page)

Read El fin de la paz Online

Authors: Jude Watson

BOOK: El fin de la paz
13.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

El guardia miró su reloj.

—Yo también estoy a punto de terminar. Ha sido un día muy largo. ¿Nombres?

Qui-Gon, Obi-Wan y Drenna dieron sus nombres. Les sometieron a un escáner de retina. Los policías se marcharon y fueron llamados dos guardias.

—Escoltad a los presos a la celda de control.

El funcionario activó la puerta de seguridad y todos la atravesaron. La puerta resonó tras ellos y los cierres se bloquearon con un estruendo final. Bajaron por el pasillo entre los guardias. Tuvieron que atravesar una serie de controles. Sobre las puertas brillaban los sensores rojos. Cuando los guardias se aproximaban, apuntaban al sensor con un haz láser ubicado en la punta de un electropunzón. Eran expertos en coger el ritmo del golpe del punzón para atravesar la puerta de control sin dificultades.

El guardia de la izquierda alzó el punzón y disparó un rayo de luz al sensor, que se iluminó en verde. Drenna fingió toser y se llevó la cerbatana a la boca.

Su puntería era perfecta. El sensor comenzó a parpadear y sonó una alarma.

Los guardias miraron a su alrededor sorprendidos. El corredor estaba desierto. El intercomunicador del alguacil resonó.

—Guardia siete, informe.

Él habló por el dispositivo.

—No pasa nada. Debe de ser un error de funcionamiento. Verifique el sistema.

Siguieron andando. En el siguiente sensor, Drenna disparó la alarma antes de que el guardia pudiera levantar el punzón.

—Guardia siete, informe —la voz sonaba algo más enfadada.

—No, ahora tampoco pasa nada.

Se oyó un gruñido al otro lado del intercomunicador.

—No será otro pájaro.

Pasaron frente a cuatro sensores de camino a la celda de control. Drenna ocultaba tan bien la cerbatana que Qui-Gon no tuvo ni que utilizar la Fuerza. Los sensores se disparaban y las alarmas saltaban.

Los guardias, visiblemente contrariados mientras guiaban al grupo a la celda de control, hicieron entrar a Drenna y a los Jedi y cerraron la puerta de duracero.

—Dos minutos para el cambio de turno —dijo Qui-Gon en voz baja.

Drenna miró por la pequeña hendidura de la puerta. Era lo suficientemente amplia como para introducir la cerbatana. Apuntó a los sensores al otro lado del pasillo.

—¿Por qué no lo apagan todo? —se quejó el guardia que custodiaba la celda, tapándose las orejas con las manos—. Sólo nos falta que venga la guardia real a investigar.

—El príncipe Leed está aquí —dijo su compañero—. El Rey se enterará de esto de todas formas.

—Silencio —ordenó el otro—. Ya viene el jefe. Vámonos antes de que nos diga que nos quedemos.

Oyeron los pasos de los guardias alejándose y después la voz de Leed.

—No entiendo nada —dijo Leed colérico—. Vuestro sistema debe de ser demasiado sensible. Esto ha ocurrido antes. Mi padre va a ponerse furioso.

—Sí —dijo el encargado, nervioso—. Quizá sea otro pájaro o algún tipo de pequeña criatura lo que está haciendo saltar el sistema.

—¡Hay que apagarlo de inmediato! —rugió Leed, al estilo de su padre.

—Pero...

—¡De inmediato!

El encargado y Leed se alejaron rápidamente. Qui-Gon no despegaba el ojo del reloj. Obi-Wan miraba fijamente el sensor.

—El sensor se acaba de apagar —dijo Obi-Wan—. El sistema se ha desconectado.

—Y los guardias están en el cambio de turno. Es hora de irse.

Qui-Gon activó el sable láser. Obi-Wan le imitó. Horadaron rápidamente un agujero en la puerta de duracero, y los tres lo atravesaron sin perder un momento.

El pasillo estaba desierto, pero eso no duraría mucho. Recorrieron rápidamente el pasillo. Leed les había dicho dónde estaba la celda de alta seguridad en la que era probable que tuvieran cautiva a Yaana.

El sistema permanecía apagado, pero un guardia estaba apostado en la puerta de la celda de Yaana. Tenía una pistola láser enfundada. Era evidente que no le preocupaba el intento de huida de una niña de diez años.

Drenna disparó un dardo paralizador al guardia y le dio en el cuello. El hombre cayó al suelo con gesto estupefacto.

Drenna se acercó.

—Podrás moverte dentro de veinte minutos —le dijo amablemente—. Relájate y tómatelo como un descanso.

Mientras tanto, Obi-Wan y Qui-Gon cortaron rápidamente un agujero en la puerta. El metal retrocedió fácilmente y ambos se metieron en la celda. Una esbelta niña senalita de grandes ojos oscuros estaba sentada en un rincón. Al ver a los Jedi, intentó retroceder.

—Yaana, no tengas miedo. Hemos venido para llevarte de vuelta con tu padre a Senali —le dijo Qui-Gon.

La mirada asustada se disipó. La joven levantó la barbilla y asintió.

—Estoy preparada.

Corrieron por el pasillo. Cuando llegaron a una esquina, Qui-Gon alzó una mano. Echó un vistazo al otro lado. Leed le estaba echando la bronca al encargado en una buena imitación de su padre. Cuando vio a Qui-Gon, cogió al encargado del hombro para que mirara hacia otro lado. Con un rápido gesto a espaldas del encargado, les señaló una puerta cercana.

Qui-Gon, Obi-Wan, Drenna y Yaana atravesaron en silencio el pasillo. Qui-Gon se acercó a la puerta que Leed les había indicado. Conducía a otro largo pasillo gris en el que se alineaban varias puertas de oficina cerradas. Se encontraban en el sector administrativo de la prisión.

Justo frente a ellos había un mostrador de recepción.

Era el puesto de control para abandonar la prisión. Qui-Gon se acercó.

—Somos visitantes autorizados con pase de salida firmado por el encargado —dijo. Luego se concentró en la mente del guardia—. Podemos salir.

—Podéis salir —dijo el guardia, activando la puerta.

Caminando despreocupadamente, los cuatro pasaron por el puesto de control y salieron por la puerta. Apretaron el paso mientras atravesaban el patio. Cuando llegaron a las calles de Testa, Drenna comenzó a apresurarse, pero Qui-Gon la detuvo.

—No llames la atención —dijo.

Ya casi estaban en la plataforma cuando Leed les alcanzó.

—De momento, todo perfecto —dijo—, pero me temo que el encargado envió un mensaje a mi padre para disculparse por las molestias cuando empezó todo. Él llegará en cualquier momento.

—Ahora podéis daros prisa —dijo Qui-Gon a Drenna.

Atravesaron corriendo la última sección hacia la plataforma de aterrizaje. La nave estaba esperándoles. La zona estaba desierta.

De repente, Obi-Wan percibió peligro.
Esto es una plataforma de aterrizaje pública. ¿Por qué está desierta?
, se preguntó.

Qui-Gon y él activaron sus sables láser con un movimiento sincronizado. Qui-Gon empujó a Yaana hacia una pila de cajas.

—Quédate detrás —le ordenó.

Al cabo de un segundo, los disparos láser comenzaron a surgir de la esquina de un cobertizo de herramientas. La nave quedó agujereada por los disparos.

Corrieron con los sables en mano. Un grupo de androides de vigilancia estaba vaciando los cargadores sobre la nave. El fuego del arma láser dio en el depósito de combustible, que explotó.

Qui-Gon, Obi-Wan, Drenna y Leed siguieron a los androides. La excepcional puntería con arco de Drenna hizo humear a tres de los androides en cuestión de segundos. Leed disparó igual de rápido con su propio arco, derribando a otros dos. Obi-Wan y Qui-Gon saltaron y atacaron como si fueran uno solo, blandiendo velozmente los sables láser para decapitar al resto.

—Bien hecho —dijo una voz conocida.

Se volvieron y vieron al rey Frane de pie junto a la guardia real.

—Realmente un placer para la vista —contempló a Drenna con admiración—. Nunca he visto mejor puntería. ¿Quién iba a pensar que una senalita iba a ser tan buena disparando?

Uno de los perros de batalla nek del rey Frane dio un repentino salto hacia delante, ladrando y mostrando sus colmillos grandes y letales.

—¡Atrás! —gritó el Rey al feroz can.

Drenna avanzó antes de que nadie pudiera impedírselo y extendió una mano. El perro se tranquilizó y la olfateó. Qui-Gon jamás había visto a un perro de batalla nek reaccionar de manera amistosa. Por su cara, parecía que el rey Frane tampoco. Drenna le rascó al perro detrás de las orejas.

—No eres un asesino. Eres un incomprendido —susurró al perro.

—Díselo a los kudanas —dijo el rey Frane—. Y ahora... ¿dónde está la hija de Meenon?

Qui-Gon se puso delante de Yaana, que había salido de detrás de las cajas.

—No permitiremos que te la lleves de nuevo —dijo al rey Frane—. Los Jedi están aquí a petición tuya. No se quedarán parados a mirar cómo rompes las leyes diplomáticas.

El rey Frane le miró con desprecio.

—Palabras necias. Yo decido la ley en Rutan.

—No, padre —Leed dio un paso adelante—. No hay necesidad de amenazar a mis amigos los Jedi. Ya veo que no tengo elección. Me quedaré en Rutan.

—Al fin cumples con tu deber —dijo el rey Frane satisfecho.

—¿Estás seguro,
Leed
? —preguntó Qui-Gon—. Te prometí que no dejaríamos que tu padre te obligara a quedarte aquí.

Leed negó con la cabeza.

—Nadie me obliga. Y ahora veo que mi deber es una carga que tengo que aceptar. No hacerlo sería egoísta por mi parte. Es probable que mi padre tenga razón.

—¿Es probable? —preguntó el rey Frane irritado—. ¡Pues claro que tengo razón!

—¿Y nos permitirás llevarnos a Yaana de vuelta a Senali? —preguntó Qui-Gon al Rey.

El rey Frane negó con la cabeza.

—Si lo hacéis me quedaré sin senalitas aquí. Necesito algo con lo que negociar con Meenon. No. Ella se queda.

—Meenon ha establecido sus condiciones para evitar la guerra —dijo Qui-Gon—. Una de ellas es el regreso de su hija. No creo que el hecho de que Leed se quede haga cambiar las cosas. Cuando encerraste a su hija perdiste su confianza.

—¡Que ataque! ¿Y a mí qué me importa? ¡Les pulverizaremos! —gritó enfadado el rey Frane.

Drenna dio un paso adelante.

—Manda a Yaana a casa. Yo me quedaré.

El rey Frane la observó con curiosidad.

—¿Y quién eres tú, aparte de una excelente tiradora?

—Soy Drenna, la sobrina de Meenon —dijo Drenna—. A mí también me quiere. Si me quedo no atacará Rutan.

—No me da miedo su ofensiva —dijo el rey Frane con desdén. La miró fijamente—, pero lo cierto es que es una solución. De acuerdo. Acepto.

—¿Pero no la encarcelarás? —preguntó Qui-Gon a modo de advertencia.

—No. Vivirá en palacio, donde pueda tenerla vigilada —dijo el rey Frane con satisfacción, dándole la espalda a Drenna—. Te instalaré en el pabellón de caza. Bajo mi atenta mirada, sin posibilidad de huir, pero no encarcelada. Quizá puedas enseñar a mi guardia real a disparar y a cuidar de mis neks. Taroon estaba al cargo del cuidado de todos mis rastreadores. Le asustaban los neks y era incapaz de arreglar un androide. Es imposible que lo hagas peor que él. Haré llamar a Taroon a la escuela y le enviaré de vuelta a Senali —el rey Frane dio una patada en el suelo—. Ahí tenemos otro intercambio. ¿Estás satisfecho, Jedi?

—¿Taroon vuelve a Senali? —preguntó Drenna—. ¡Pero si él lo odia!

El rey Frane se encogió de hombros.

—Bien. Así me aseguro de que vuelva.

Se dio la vuelta de repente.

—Todo ha terminado. Ahora vámonos de cacería. Vamos, Leed.

Leed se acercó a Qui-Gon y Obi-Wan. Les puso una mano a cada uno en el antebrazo. La tristeza inundaba su rostro, pero inclinó la cabeza con dignidad a modo de saludo.

—Nunca olvidaré todo lo que intentasteis hacer por mí —dijo.

—Puedes llamarnos si vuelves a necesitar nuestra ayuda —dijo Qui-Gon.

—Lo siento, Leed —dijo Obi-Wan.

—El deber es más importante que los sentimientos —dijo Leed—. Eso es lo que tengo que aprender. Os deseo paz y serenidad.

Les dejó y se unió a su padre. Con una triste mirada de despedida a los Jedi, Drenna fue con ellos. Qui-Gon y Obi-Wan se quedaron viéndoles marchar.

—Me quedaré aquí un tiempo —dijo Obi-Wan—. Eso le proporcionará consuelo a Leed. La misión no ha terminado como yo pensaba. Pensé que iban a permitir a Leed quedarse en Senali.

—¿Es eso lo que esperabas que pasara, padawan? —preguntó Qui-Gon—. Y esta vez dime la verdad.

Así que Qui-Gon sabía que había evitado esta pregunta cuando estaban en Senali.

—Al principio no quería decirte que simpatizaba con Leed —admitió Obi-Wan—. Pensé que te recordaría a mi decisión de quedarme en Melida/Daan y abandonar a los Jedi. Creí que te haría dudar de mi compromiso contigo.

—Hemos dejado atrás ese tema, padawan —dijo Qui-Gon—. No tengas miedo de compartir conmigo tus sentimientos. Nunca me pondrán en tu contra.

—Mis sentimientos cambiaban cada día —admitió Obi-Wan—. También me conmovió el argumento del rey Frane cuando habló con su hijo.

—Eso es porque no hay una respuesta concreta —dijo Qui-Gon—. Los sentimientos están enredados, como dije al principio.

—Bueno, no habrá guerra —dijo Obi-Wan como conclusión—. Lo siento por Leed, pero al menos habrá paz entre los dos planetas.

—Te equivocas, Obi-Wan —dijo Qui-Gon con la mirada fija en la nave del Rey, que se elevaba en el aire—. La misión no ha terminado. Y me temo que los dos mundos están más cerca de la guerra que nunca.

Capítulo 15

Obi-Wan apretó el paso para acompasar las grandes zancadas de Qui-Gon. El Jedi se movía sin dificultades entre las bulliciosas calles de Testa.

—Pero no lo entiendo —dijo Obi-Wan—. ¿Por qué estamos cerca de la guerra? Ambos líderes tienen de nuevo a sus hijos. No hay motivo para luchar.

—No son ellos los que siguen queriendo la guerra —dijo Qui-Gon—. Los secuestradores de Leed eran rutanianos.

—¿Cómo lo sabes?

—Piensa, padawan —dijo Qui-Gon mientras sorteaba un puesto de comida—. ¿Había algo en su campamento que indicara su procedencia?

Obi-Wan se concentró y recordó a los secuestradores durmiendo en los árboles. Él dedujo sin pensarlo que eran senalitas por sus pieles plateadas y las coronas y collares de coral.

Pero no tenían la piel plateada. Fue algo que él supuso.

—Tenían la piel pintada con arcilla —dijo él—. Creí que era para obtener una apariencia fiera, pero así podían ocultar el hecho de que no tenían escamas en la piel.

—Bien —aprobó Qui-Gon—. ¿Algo más?

Obi-Wan volvió a pensar en la batalla. Los secuestradores pelearon bien, pero en eso no había nada que indicara si eran rutanianos o senalitas. Ambos grupos utilizaban arcos y cerbatanas como arma.

Other books

Silver Wedding by Maeve Binchy
The Fortress of Glass by Drake, David
India mon amour by Dominique Lapierre
Betrayed by Melody Anne
Madly by M. Leighton
Darcy's Utopia by Fay Weldon
Rushing to Die by Lindsay Emory
Sister Angel by Kate Wilhelm
Third Degree by Maggie Barbieri