El segundo día de la búsqueda, el cadáver de Joyce McGuire apareció entre las ruinas de su casa, la cual había sufrido
muchos
más daños que las demás casas circundantes. La llevaron para ser identificada, como a casi todos los demás cuerpos encontrados, a un depósito de cadáveres que había sido improvisado en Thousand Oaks. Ese penoso deber le correspondió a Jo-Beth, cuyo hermano se encontraba entre los desaparecidos. Una vez llevada a cabo la identificación, se hicieron las gestiones necesarias para el entierro. La Iglesia mormona se encargaba de sus feligreses. El pastor John, uno de los sobrevivientes de la catástrofe (la verdad era que había abandonado Grove la noche misma del ataque del Jaff a la casa de los McGuire, y no había vuelto hasta que se retiraron las barricadas de acceso a la ciudad), organizó debidamente el funeral de Joyce McGuire. Sólo en una ocasión se vieron él y Howie, y éste no perdió la oportunidad de recordar al predicador la noche en que había estado muerto de miedo junto a la nevera. El pastor John insistió mucho en que no tenía recuerdo alguno de tal incidente.
—Lástima no haberle hecho una fotografía para ver si así se acordaba —dijo Howie—. Pero tengo una aquí dentro —señalándose las sienes, de las que estaban ya terminando de borrarse las últimas huellas de la Esencia—. Por si acaso alguna vez me da la tentación.
—¿La tentación de qué? —preguntó el pastor.
—De ser un creyente.
Joyce McGuire fue entregada al abrazo del Dios de su elección dos días después de esa conversación. Howie no asistió a la ceremonia, pero estaba esperando a Jo-Beth a la salida. Veinticuatro horas después salían para Chicago.
Sin embargo, su papel en todo aquello no había terminado aún. El primer indicio de que la aventura del Cosmos y de la Esencia les había convertido en miembros de una minoría muy selecta tuvo lugar media semana después de su llegada a Chicago, cuando recibieron la visita de un apuesto forastero, aunque algo devastado por los años, que llevaba ropa demasiado ligera para el tiempo que hacía y se presentó a sí mismo con el nombre de D'Amour.
—Me gustaría hablar con ustedes sobre lo ocurrido en Palomo Grove —dijo a Howie.
—¿Cómo ha dado usted con nosotros?
—Mi oficio es dar con gente —explicó Harry—. No sé si Tesla Bombeck les habrá hablado de mí.
—No, no creo.
—Bueno, pueden preguntarle sobre mí.
—No, no podemos —le recordó Howie—. Tesla ha muerto.
—Oh, sí, claro —dijo D'Amour—, dispensen, se me había olvidado.
—Y aunque usted la conociera, Jo-Beth y yo no tenemos nada que contar. Queremos olvidarnos por completo de Grove.
—No creo que nos vaya a ser posible —dijo una voz a sus espaldas—. ¿Quién es ese señor, Howie?
—Dice que conocía a Tesla.
—D'Amour —se presentó de nuevo el visitante—, Harry d'Amour. Les agradecería mucho que me dedicaran unos minutos. Muy pocos. Es importante.
Howie miró a Jo-Beth.
—¿Por qué no? —dijo ella.
—Hace muchísimo frío aquí fuera —observó D'Amour, entrando—. ¿Qué habrá sido del verano?
—Todo anda mal en el mundo —dijo Jo-Beth.
—También usted se ha dado cuenta —replicó D'Amour.
—¿De qué estáis hablando?
—De las noticias —dijo Jo-Beth—. Yo las sigo; tú, no.
—Es como si hubiera luna llena todas las noches —observó D'Amour—. Mucha gente se comporta de forma muy extraña. El porcentaje de suicidios ha subido al doble desde la erupción de
Grove. Hay motines en manicomios por todo el país. Y yo apostaría a que sólo sabemos una pequeña parte de todo el asunto. Hay muchas cosas que se nos ocultan.
—¿Quién las oculta?
—El Gobierno. La Iglesia. ¿Soy yo el primero que da con ustedes?
—Sí —dijo Howie—. ¿Por qué? ¿Piensa usted que va a venir más gente?
—Eso, seguro. Ustedes dos estuvieron en el centro mismo de todo el asunto…
—¡No fue culpa nuestra! —protestó Howie.
—Ni yo digo que lo fuera —replicó D'Amour—. Créame que no he venido aquí a acusarles de nada. Estoy seguro de que merecen que se les deje vivir en paz. Pero no van a tener tanta suerte. Ésa es la verdad. Ustedes son demasiado importantes, y nuestra gente lo sabe. Y también la de ellos.
—
¿De ellos?
—Sí, la gente de los Iad. Los infiltrados que mantuvieron pasivo al Ejército cuando parecía que los Iad iban a entrar por fin en la Tierra.
—¿Pero cómo sabe usted tanto sobre este asunto? —No pudo menos de preguntar Howie.
—Tengo que andarme con cuidado en lo que se refiere a mis fuentes de información, al menos por ahora. Pero es posible que en algún otro momento se lo pueda explicar.
—Lo dice como si nosotros fuésemos sus cómplices —exclamó Howie—; y no lo somos. Usted tiene razón en eso de que deseamos vivir nuestra existencia juntos y en paz. Y para conseguirlo nos iremos a donde sea: a Europa, Australia…, a donde sea.
—Así y todo, los encontrarán —aseguró D'Amour—. Lo de Grove les puso tan cerca del éxito que ahora no van a renunciar. Saben que nos tienen asustados, y que la Esencia ha quedado mancillada. Nadie tendrá muchos sueños dulces a partir de ahora. Somos presa fácil, y ellos no lo ignoran. Es posible que ustedes quieran vivir en paz, como todo el mundo, pero no van a poder…, teniendo los padres que tienen.
Ahora le tocó a Jo-Beth el turno de mostrar asombro.
—¿Qué sabe usted de nuestros padres?
—Desde luego sé que no están en el cielo —dijo D'Amour— Lo siento, créanme. Como ya les he dicho, tengo mis fuentes de información, y muy pronto estaré en situación de revelarlas, espero; pero, entretanto, necesito comprender mejor lo que ocurrió en Grove, porque así podré sacar alguna enseñanza de ello.
—También yo debí sacarla —reconoció Howie en voz baja—. Tuve la oportunidad de aprender de Fletcher, pero no supe aprovecharla.
—Usted es hijo de Fletcher —dijo D'Amour—. Su espíritu está en usted. Lo único que tiene que hacer es escucharle.
—Era un genio —dijo Howie a Harry—. De verdad, tengo el absoluto convencimiento de que lo era. Estoy seguro de que la mitad del tiempo se encontraba bajo los efectos de la mescalina, enloquecido por ella; pero, así y todo, era un genio.
—Me gustaría saber algo de él —dijo Harry—, ¿cree usted que me lo podría contar?
Howie le miró durante un momento. Luego suspiró, y dijo, con un tono de voz que parecía expresar sorpresa:
—Sí, creo que sí.
Grillo estaba sentado en un café del bulevar Van Nuys, en Sherman Oaks, tratando de recordar lo que era la buena comida, cuando alguien se sentó frente a él en la misma mesa. Era media tarde, y el café no estaba lleno. Grillo levantó la cabeza, para rogar que le dejasen solo, pero en vez de eso lo que dijo fue:
—¡Tesla!
Iba vestida de manera quintaesencialmente bombecksiana: una bandada de cisnes de cerámica prendidos a una blusa color azul medianoche, un pañolón rojo, gafas negras… Su rostro estaba pálido, pero el lápiz de labios, que desentonaba del pañolón, era lívido. Su sombra de ojos, al bajarse las gafas nariz abajo, era del mismo tono.
—Sí —dijo ella.
—¿Sí, qué?
—Sí,
Tesla.
—Te creía muerta.
—Sí, cometí ese error. No es difícil.
—¿No serás un espejismo? —preguntó él.
—Bueno, todo el asunto aquél fue puro espejismo, ¿no?; puro espectáculo. Pero nosotros, ¿somos acaso más ilusorios que tú? Pues no.
—
¿Nosotros?
—Te lo explicaré dentro de un momento. Primero, tú. ¿Qué tal te van las cosas?
—Pues no tengo mucho que decir, la verdad. Volví a Grove un par de veces, aunque sólo fuese para ver si sobrevivía.
—¿Y Ellen Nguyen?
—No la encontraron. Ni tampoco a Philip. Yo mismo busqué entre los escombros. Dios sabe a dónde irían a parar.
—¿Quieres que te la busquemos nosotros? Ahora
tenemos
relaciones. No fue divertida la vuelta a casa. Yo tuve que lidiar con un cuerpo, de vuelta al apartamento. Y mucha gente me preguntaba cosas difíciles de contestar. Pero ahora tenemos cierta influencia, y yo la utilizo.
—¿Qué es eso de
nosotros?
—¿No piensas comerte esa hamburguesa de queso?
—No.
—Muy bien. —Tesla acercó el plato a su lado de la mesa—. ¿Te acuerdas de Raúl? —preguntó.
—Nunca conocí su mente. Sólo su cuerpo.
—Pues ahora la estás conociendo.
—¿Cómo dices?
—Que le encontré en la Curva. Por lo menos encontré a su espíritu. —Sonrió, con la boca manchada de salsa de tomate—. Es difícil contar esto de manera que suene
sano…,
pero el hecho es que lo llevo dentro. A él, al mono que solía ser, y a mí, los tres en un solo cuerpo.
—Tu sueño hecho realidad —dijo Grillo—. Serlo todo para todos.
—Sí, me figuro que es así. Bueno, quiero decir que
nos
figuramos que es así. Siempre se me olvida mencionarnos a los tres. Creo que lo mejor sería no intentarlo.
—Tienes queso en la barbilla.
—Sí, eso, déjanos en ridículo.
—No me entiendas mal. Me alegro que estés aquí. Pero… empezaba a acostumbrarme a la idea de que ya no te vería más. ¿Puedo llamarte Tesla todavía?
—¿Y por qué no?
—Pues porque ahora no eres tú, ¿no es eso? Eres más que tú.
—Tesla está bien. A un cuerpo se le llama por lo que parece ser, ¿no?
—Sí, me figuro —dijo Grillo—. ¿Doy la impresión de estar abrumado por todo esto?
—No. ¿Lo estás?
Grillo movió la cabeza.
—Aunque es extraño, en eso estarás de acuerdo conmigo, lo resisto bien.
—Éste es mi Grillo de siempre.
—Dirás
nuestro
Grillo.
—No, qué va, el mío. Puedes tirarte a todas las grandes bellezas de Los Ángeles, pero yo sigo teniéndote. Soy uno de los grandes imponderables de tu vida.
—Esto es una conjura.
—¿Y no te gusta la idea?
Grillo sonrió:
—No está mal —concedió él.
—No te me vuelvas tímido —dijo ella al tiempo que le cogía de la mano—. Todavía nos queda tiempo, y necesito saber que estás conmigo.
—Sabes que sí.
—Bien, como ya te he dicho, la juerga no ha terminado.
—¿De dónde te has sacado eso? Iba a ser mi titular.
—Sincronicidad —repuso Tesla—. ¿Dónde estaba…? Ah, sí, D'Amour piensa que la próxima vez lo intentarán en Nueva York. Allí tienen cabezas de puente. Llevan años con ellas. Por eso estoy reuniendo a la mitad del equipo; él se encarga de la otra mitad.
—¿Y qué puedo hacer yo?
—¿Qué te parece Omaha, en Nebraska?
—Pues que no me atrae mucho, la verdad.
—Allí es donde la otra fase empezó, lo creas o no. En la oficina de Correos de Omaha.
—Me estás tomando el pelo.
—Allí fue donde al Jaff se le ocurrió la idea demencial del Arte.
—¿Qué quieres decir con eso de demencial?
—Pues que sólo dio con una parte del asunto, no con toda la solución.
—No te entiendo.
—Ni siquiera Kissoon sabía lo que era el Arte. Tenía pistas, pero sólo pistas. El Arte es vasto, ingente; acaba con el tiempo y con el espacio; lo junta todo de nuevo en
uno, el pasado, el futuro
y
el momento del sueño intermedio…, hace todo ello… un solo día inmortal.
—Bellísimo —dijo Grillo.
—¿Estaría de acuerdo Swift?
—De modo que…
¿Omaha?
—Allí vamos a empezar. Es el lugar en el que todas las Cartas Perdidas de Estados Unidos acaban, y puede que haya alguna pista para nosotros. Hay gente que está enterada. Grillo; incluso sin darse cuenta de ello, están
enterados.
Eso es lo que nos hace maravillosos.
—¿Y lo escriben?
—Sí. Y envían las cartas.
—Y las cartas terminan en Omaha.
—Algunas. Anda, paga la hamburguesa. Te esperaré fuera.
Él pagó, y ella estaba fuera.
—Debería haberme comido la hamburguesa —dijo Grillo—. De pronto tengo hambre.
D'Amour no se fue hasta muy entrada la noche, y, cuando se marchó, dejó tras de sí dos narradores exhaustos. Había tomado abundantes notas, pasando rápidamente las hojas de su cuaderno y volviendo sobre ellas para ver si podía dar un mínimo de coherencia a los diversos fragmentos de información que recibía.
Cuando Howie y Jo-Beth se quedaron sin nada más que contar, D'Amour les dio su tarjeta, con dirección y número de teléfono de Nueva York, pero en el reverso anotó otro número, el suyo particular.
—Váyanse de aquí lo antes posible. No digan a nadie a donde van. A nadie en absoluto. Y cuando lleguen a donde sea, ya saben, cambien de nombre, hagan como que están casados.
Jo-Beth se echó a reír.
—Sí, parece anticuado, pero ¿por qué no? —dijo D'Amour—. La gente no cotillea sobre las parejas casadas. Y en cuanto lleguen escríbanme y díganme dónde podré encontrarles. Estaré en contacto con ustedes a partir de entonces. No puedo prometer que les instalaré ángeles guardianes, pero habrá fuerzas dispuestas a defenderles. Tengo una amiga que se llama Norma y me gustaría que la conocieran. Se le da muy bien eso de encontrar perros guardianes.
—También nosotros podemos comprar uno —dijo Howie.
—Pero no como los de ella, ni soñarlo. Bueno, gracias por todo lo que me han contado. Tengo que marcharme. Me espera una buena panzada en coche.
—¿Se va a Nueva York en coche?
—Me fastidian los aviones —dijo D'Amour—. Tuve una mala experiencia en cierta ocasión. Recuérdenme que se lo cuente alguna vez. Debieran de saber todo lo sucio de mi vida, ahora que yo sé lo de la de ustedes.
Se fue, dejando el pequeño apartamento apestando a cigarrillos europeos.
—Me hace falta aire fresco —dijo Howie a Jo-Beth en cuanto se vieron solos—. ¿Vienes a dar un paseo conmigo?
Era pasada la medianoche, y el frío del que tanto se había quejado D'Amour cinco horas antes mordía, pero eso suavizó su fatiga. Mientras su torpor se desvanecía, hablaban.
—Muchas de las cosas que le has contado a D'Amour yo no las sabía —dijo Jo-Beth.
—¿Como por ejemplo?
—Pues todo eso que ocurrió en Efemérides.
—¿Te refieres a lo de Byrne?
—Sí. Serla curioso saber lo que Byrne vio allá arriba.
—Dijo que volvería a contármelo. Bueno, claro, si sobrevivíamos todos.
—No me agradan los informes de segunda mano. Me gustaría verlo por mí misma.