El Gran Rey (27 page)

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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

BOOK: El Gran Rey
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Fflewddur había trepado por la roca hasta reunirse con Eilonwy.

—¡Cuervos! —gritó excitadamente el bardo mientras Doli y Taran subían hasta un punto desde el que pudieran observar mejor lo que ocurría—, ¡Gran Belin, nunca había visto tantos!

Los cuervos cayeron sobre su enemigo como enormes avispas negras. No era un combate singular de ave contra ave, sino una batalla en la que tropas enteras de cuervos se aferraban a las alas de los gwythaints sin prestar atención a sus afiladas garras y picos obligando a las criaturas a ir descendiendo hacia el suelo. Cuando los gwythaints lograban zafarse de sus atacantes gracias a un gran esfuerzo una nueva tropa se formaba y volvía a lanzarse a la carga. Los gwythaints intentaron librarse del peso que se les adhería lanzándose en picado y llegando todo lo cerca que se atrevían de las afiladas piedras, pero mientras lo hacían los cuervos les picoteaban furiosamente y los gwythaints giraban y aleteaban aturdidamente de un lado a otro perdiendo el curso, con lo que volvían a ser victimas de la implacable ofensiva.

Los gwythaints lograron remontar el vuelo con un último e increíble esfuerzo, y aceleraron desesperadamente en dirección este con los cuervos persiguiéndoles de muy cerca. Todas las siluetas aladas se desvanecieron detrás del horizonte salvo un cuervo que voló rápidamente hacia los compañeros.

—¡Kaw! —gritó Taran, y extendió sus brazos.

El cuervo descendió graznando y parloteando con toda la potencia de sus pulmones. Sus ojos emitían destellos de triunfo y movía sus lustrosas alas más orgullosamente que si fuese un gallo. Kaw graznó, chirrió, chilló y lanzó tal torrente de parloteo que Gurgi se llevó las manos a las orejas.

Kaw se posó en la muñeca de Taran e inclinó la cabeza mientras hacía chasquear el pico. El cuervo estaba muy complacido consigo mismo, y no interrumpió su veloz charla ni un instante.

Taran intentó vanamente interrumpir el ensordecedor chorro de fanfarronadas, y ya había desesperado de obtener alguna noticia de la traviesa ave cuando Kaw batió las alas y volvió a remontar el vuelo.

—¡Achren! —graznó Kaw—. ¡Achren! ¡Reina!

—¿La has visto? —Taran contuvo el aliento. Apenas había vuelto a pensar en la que había sido poderosísima reina desde que Achren huyó de Caer Dallben—. ¿Dónde está?

El cuervo revoloteó alejándose un poco de él y volvió enseguida. El batir cíe sus alas apremiaba a Taran a seguirle.

—¡Cerca! ¡Cerca! ¡Gwythaints!

—¡Eso es lo que vimos! —exclamó Eilonwy—. ¡Los gwythaints la han matado!

—¡Viva! —respondió Kaw—. ¡Herida!

Taran ordenó a los jinetes de los Commots que le esperaran allí y bajó al suelo de un salto para seguir a Kaw. Eilonwy, Doli y Gurgi se apresuraron a reunirse con él. Glew se negó a moverse, e insistió en que ya se había despellejado lo suficiente tropezando con las rocas y que no tenía la más mínima intención de dar ni solo paso que no fuese necesario por nadie.

Fflewddur vaciló un momento.

—Sí, bueno… Supongo que yo también debería ir con vosotros por si necesitáis ayuda para transportarla, pero no me parece muy buena idea. Achren se marchó a toda prisa sin despedirse de nadie, y creo que no deberíamos meter las narices en sus asuntos. No es que la tema, no penséis eso ni por un momento… Ah —se apresuró a añadir al ver que las cuerdas de su arpa empezaban a tensarse—, la verdad es que esa mujer me da escalofríos. Desde el día en que me arrojó a su mazmorra he tenido la impresión de que hay algo duro y malvado en ella. Puedo aseguraros que odia la música. Sin embargo… ¡Un Fflam al rescate! —gritó.

La silueta inmóvil de la reina Achren yacía como un maltrecho montón de harapos negros en la fisura de una enorme roca donde se había refugiado intentando escapar a los terribles picos y garras de los gwythaints, pero Taran enseguida vio que la fisura no había ofrecido mucha protección a la reina y sintió una punzada de compasión hacia ella. Los compañeros la sacaron de allí moviéndola con la mayor delicadeza posible mientras la reina dejaba escapar gemidos quejumbrosos. Llyan, que les había seguido acompañando al bardo, se acurrucó a cierta distancia de ellos y empezó a menear nerviosamente el rabo. El rostro de Achren, cansado y pálido como el de una muerta, estaba lleno de cortes y arañazos, y en sus brazos había muchas heridas bastante profundas que no paraban de sangrar. Eilonwy se inclinó sobre la mujer e intentó revivirla.

—Llyan la llevará hasta donde hemos dejado a los jinetes —dijo Taran—. Necesitará más hierbas curativas de las que he traído…, la fiebre la ha debilitado todavía más que sus heridas. Lleva mucho tiempo sin comida ni bebida.

—Sus zapatos están destrozados —observó Eilonwy—. ¿Cuánto hará que vagabundea por este lugar horrible? ¡Pobre Achren! No puedo decir que me caiga bien, pero me basta con imaginar lo que podría haber ocurrido para sentir escalofríos en los dedos de los pies.

Fflewddur se había mantenido a unos cuantos pasos de distancia después de haber ayudado a llevar a la reina inconsciente hasta un terreno menos accidentado, y Gurgi también había preferido interponer cierta distancia entre Achren y él; pero en cuanto Taran se lo pidió los dos se acercaron y el bardo consiguió mantener inmóvil a Llyan acariciándola y hablando en tono tranquilizador mientras los otros compañeros colocaban a Achren sobre el lomo de la gran gata.

—Daros prisa —dijo la voz de Doli—. Está empezando a nevar.

Copos blancos habían empezado a caer del cielo lleno de nubes, y en unos instantes un viento helado empezó a arremolinarse alrededor de los compañeros y la nieve cayó sobre ellos en una nube que se hacía más espesa a cada momento que transcurría. Agujas de hielo se clavaron en sus rostros. Cada vez resultaba más difícil ver algo, y la tormenta se fue recrudeciendo hasta tales extremos que incluso Doli acabó no estando muy seguro de qué camino debían seguir. Los compañeros avanzaron tambaleándose en fila agarrándose los unos a los otros con Taran aferrando un extremo del báculo de Doli. Kaw, casi totalmente cubierto de nieve, pegó las alas al cuerpo e intentó desesperadamente mantenerse encima del hombro de Taran. Llyan, que cargaba con el peso de la reina inmóvil, inclinó su enorme cabeza contra la ventisca y siguió avanzando; pero a pesar de su agilidad natural la gata tropezaba con frecuencia al encontrarse con pozos llenos de nieve o peñascos ocultos. En un momento dado Gurgi lanzó un chillido de terror y desapareció tan de repente como si se lo hubiese tragado la tierra. Había caído en una cañada bastante profunda, y cuando los compañeros lograron sacarle de ella la infortunada criatura casi se había convertido en un carámbano peludo. Gurgi temblaba tan violentamente que apenas era capaz de caminar, y Taran y Fflewddur tuvieron que llevarle entre los dos.

El viento no daba señales de amainar, la nieve caía formando una cortina impenetrable y el frío, que ya era terrible, se iba haciendo más intenso a cada momento que pasaba. Respirar resultaba difícil y cada bocanada que lograba tragar con muchas dificultades hacía que Taran sintiese cómo el aire frío parecía clavarle dagas en los pulmones. Eilonwy casi sollozaba a causa del frío y el agotamiento, y se agarraba a Taran intentando no perder el equilibrio mientras Doli les hacía avanzar por entre los montículos de nieve que ya les llegaban hasta la rodilla.

—¡No podemos seguir! —gritó el enano para hacerse oír por encima del viento—. Tenemos que encontrar un refugio… Ya nos reuniremos con los jinetes cuando deje de nevar.

—Pero los guerreros… ¿Qué tal estarán? —preguntó Taran con voz preocupada.

—¡Mejor que nosotros! —gritó el enano—. Me fijé en que había una caverna bastante grande en la pared del risco allí donde les dejamos. No temas, tu joven pastor la encontrará… Ahora nuestro problema es encontrar algún sitio en el que podamos refugiarnos.

Pero a pesar de su larga y penosa búsqueda el enano sólo consiguió encontrar una angosta cañada debajo de una protuberancia rocosa. Los compañeros entraron tambaleándose en ella agradeciendo el parco abrigo que les protegía de los peores embates del viento y de la nieve; pero la cañada no podía protegerles del frío, y apenas se detuvieron sus cuerpos se envararon hasta el punto de que mover los brazos y las piernas les resultaba terriblemente difícil. Se pegaron los unos a los otros para darse calor y se mantuvieron lo más cerca posible del grueso pelaje de Llyan, pero al caer la noche el frío se fue intensificando y ni siquiera la proximidad de la enorme gata les aliviaba demasiado. Taran se quitó la capa y cubrió con ella a Eilonwy y Achren. Gurgi insistió en añadir su chaquetón forrado con piel de oveja, y se agazapó rodeándose el cuerpo con los peludos brazos mientras sus dientes castañeteaban ruidosamente.

—Me temo que Achren no sobrevivirá a la noche —le murmuró Taran a Fflewddur—. Estaba demasiado cerca de la muerte cuando la encontramos… No dispone de las fuerzas necesarias para soportar un frío corno éste.

—Me pregunto si alguno de nosotros dispone de ellas —replicó el bardo—. Sin un fuego quizá será mejor que nos vayamos despidiendo los unos de los otros.

—No sé por qué te quejas —suspiró Eilonwy—. Nunca había estado tan cómoda.

Taran la contempló con expresión alarmada. La muchacha estaba totalmente inmóvil debajo de la capa. Tenía los ojos entrecerrados, y su voz sonaba adormilada.

—Qué calentita se está aquí… —siguió diciendo Eilonwy con una sonrisa de placer—. Este edredón de plumas de ganso es magnífico. Qué raro… Soñé que estábamos atrapados en una tormenta terrible. No resultaba nada agradable. ¿O es que aún estoy soñando? No importa… Cuando despierte todo eso se habrá esfumado.

Taran se apresuró a sacudirla.

—¡No te duermas! —le gritó con el rostro contorsionado por la preocupación—. Si te duermes será tu muerte…

Eilonwy no le respondió, y se limitó a volver la cabeza y cerrar los ojos. Gurgi se había hecho un ovillo a su lado, y ni empujones ni sacudidas consiguieron hacer que se moviera. Taran sintió que una somnolencia irresistible empezaba a adueñarse de él.

—Fuego —dijo—. Tenemos que encender una hoguera…

—¿Con qué? —replicó secamente Doli—. En esta desolación no se puede encontrar ni una sola rama. ¿Qué vas a quemar? ¿Nuestras botas? ¿Nuestras capas? Entonces nos congelaremos todavía más deprisa… —El enano volvió a hacerse visible—. Y si he de congelarme por lo menos lo haré sin avispas zumbando en mis oídos.

Fflewddur, que se había mantenido en silencio hasta entonces, se llevó la mano a la espalda y descolgó su arpa. Doli le fulminó con la mirada.

—¡Música de arpa! —gritó furiosamente—. ¡Amigo mío, el frío te ha helado los sesos!

—Nos proporcionará la melodía que necesitamos —replicó Fflewddur.

Taran se arrastró hasta el lado del bardo.

—Fflewddur, ¿qué vas a hacer?

El bardo no respondió. Sostuvo el arpa en sus manos durante unos momentos y acarició las cuerdas con una inmensa ternura…, y después alzó velozmente el hermoso instrumento sobre su cabeza y lo estrelló contra su rodilla.

Taran lanzó un grito de angustia al ver cómo la madera se rompía convirtiéndose en astillas y las cuerdas del arpa se soltaban en un torrente de sonidos discordantes. Fflewddur dejó que los fragmentos destrozados cayeran de sus manos.

—Quemadla —dijo—. Es madera vieja, y arderá bien.

Taran agarró al bardo por los hombros.

—¿Qué has hecho? —sollozó—. ¡Fflam valeroso y estúpido! Has destruido el arpa para darnos un momento de calor. Necesitamos una hoguera mucho más grande que la que nunca podremos obtener con esta cantidad de madera…

Pero Doli ya se había apresurado a sacar el pedernal de su faltriquera y había lanzado una chispa sobre el montoncito de astillas. La madera se incendió al instante y el calor se derramó sobre los compañeros. Taran contempló con expresión asombrada las llamas que subían hacia el cielo. Los trocitos de madera apenas parecían consumirse, pero el fuego ardía con una intensidad cada vez mayor. Gurgi se removió y alzó la cabeza. Sus dientes habían dejado de castañetear y el color estaba volviendo a su rostro cubierto de escarcha. Eilonwy también se irguió y miró a su alrededor como si acabara de despertar de un sueño. Una mirada le bastó para comprender qué combustible les había ofrecido el bardo, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Oh, vamos, olvidadlo de una vez! —exclamó Fflewddur—. La verdad es que me encanta haberme librado de ella. Nunca se me dio muy bien tocar el arpa, y era más una carga que otra cosa. Gran Belin, me siento ligero como una pluma sin ella… En primer lugar no he nacido para ser bardo, así que es mucho mejor así, creedme.

Varias cuerdas se partieron en las profundidades de las llamas, y una nubécula de chispas revoloteó por los aires.

—Pero desprende un humo realmente insoportable —murmuró Fflewddur, aunque el fuego ardía con llamas limpias y muy brillantes—. Me está haciendo llorar los ojos de una manera espantosa…

Las llamas se habían extendido a todos los fragmentos, y cuando las cuerdas del arpa empezaron a arder una melodía brotó de repente del corazón del fuego. Se fue haciendo más y más hermosa a cada momento que pasaba, y las notas se dispersaron por el aire y crearon ecos entre las cañadas y barrancos. Al morir el arpa parecía estar liberando todas las melodías y canciones que se habían tocado en ella, y los sonidos bailaban y flotaban como las llamas iridiscentes.

El arpa cantó toda la noche, y sus melodías les hablaron de la alegría, la pena, el amor y el valor. El fuego no se debilitó ni un instante, y la vida y las energías fueron volviendo poco a poco a los compañeros; y cuando las notas se alzaron hacia el cielo el viento empezó a soplar del sur apartando la nevada como si fuera una cortina e inundó las colinas de calor. Las llamas no se encogieron convirtiéndose en ascuas relucientes hasta que hubo llegado el amanecer, y entonces la voz del arpa enmudeció para siempre. La tempestad había terminado, y los riscos cubiertos de nieve que empezaba a derretirse relucían.

Los compañeros salieron de su refugio sin decir palabra mirándose los unos a los otros con expresiones asombradas. Fflewddur permaneció en él unos momentos antes de seguirles. Del arpa sólo quedaba una cuerda, la cuerda que no podía romperse que Gwydion había regalado al bardo hacía ya mucho tiempo. Fflewddur se arrodilló y la sacó de entre las cenizas. El calor del fuego había hecho que la cuerda se curvara enroscándose sobre sí misma, pero brillaba como si fuese de oro puro.

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