Yomen abrió la boca y luego se detuvo, frunciendo el ceño.
—Esto es absurdo —dijo—. Discutir de filosofía no borrará el hecho de que tienes un ejército acampado ante mi ciudad, ni cambiará el hecho de que te considero un hipócrita, Elend Venture.
Elend suspiró. Por un momento había llegado a pensar que podrían respetarse mutuamente como eruditos. Sin embargo, había un problema. Elend vio auténtica repulsa en los ojos de Yomen. Y sospechó que había un motivo más profundo por la hipocresía que se le achacaba. Después de todo, Elend se había casado con la mujer que había matado al dios de Yomen.
—Comprendo que tengamos diferencias, Yomen —dijo Elend, inclinándose hacia delante—. No obstante, una cosa parece clara: a los dos nos preocupan las gentes de este imperio. Ambos nos dedicamos a estudiar teoría política, y al parecer nos inspiramos en textos que defienden el bienestar del pueblo como el principal motivo para gobernar. Tendríamos que hacer que esto funcionara.
—Te propongo un trato —prosiguió—. Acepta ser rey a mis órdenes: podrás conservar el control, con muy pocos cambios en tu gobierno. Yo tendré acceso a la ciudad y sus recursos, y discutiremos el establecimiento de un consejo parlamentario. Aparte de eso, puedes continuar como desees; incluso puedes seguir celebrando fiestas y predicando sobre el Lord Legislador. Confiaré en tu juicio.
Yomen no despreció la oferta, pero Elend notó que tampoco le daba mucho peso. Probablemente ya sabía lo que iba a decirle Elend.
—Te equivocas en una cosa, Elend Venture.
—¿En qué?
—En que crees que puedes intimidarme, sobornarme o influenciarme.
—No eres ningún necio, Yomen. A veces, luchar no merece la pena. Ambos sabemos que no puedes derrotarme.
—Eso es discutible —replicó Yomen—. De cualquier forma, no respondo bien a las amenazas. Tal vez si no tuvieras un ejército acampado a mi puerta, podría estudiar una alianza.
—Ambos sabemos que, sin un ejército a las puertas, ni siquiera me habrías escuchado. Te negaste a recibir a todos los mensajeros que te envié, incluso antes de que tuviera que venir hasta aquí.
Yomen tan sólo negó con la cabeza:
—Pareces más razonable de lo que creía, Elend Venture, pero eso no cambia los hechos. Ya tienes un gran imperio propio. Viniendo aquí, traicionas tu arrogancia. ¿Por qué necesitas mi dominio? ¿No has tenido ya bastante?
—En primer lugar —dijo Elend, alzando un dedo—, creo que debo recordarte de nuevo que le robaste este reino a un aliado mío. He tenido que venir aquí, aunque sólo fuera por cumplir las promesas que le hice a Cett. Sin embargo, hay algo mucho más importante en juego. —Elend vaciló, y entonces hizo su jugada—. Necesito saber qué hay en tu caverna de almacenaje.
Elend fue recompensado por una ligera expresión de sorpresa, y ésa fue toda la confirmación que necesitaba. Yomen conocía la existencia de la caverna. Vin tenía razón. Y, teniendo en cuenta el atium que mostraba de manera tan destacada en su frente, quizá tuviera también razón respecto al contenido de la caverna.
—Mira, Yomen —dijo Elend, hablando con rapidez—. No me preocupa el atium… ya apenas tiene valor. Necesito saber qué instrucciones dejó en esa cueva el Lord Legislador. ¿Qué información hay ahí para nosotros? ¿Qué suministros consideró necesarios para nuestra supervivencia?
—No sé de qué estás hablando —contestó Yomen llanamente. No era buen mentiroso.
—Me has preguntado por qué he venido aquí —dijo Elend—. No se trata de conquistar ni arrebatarte esta tierra, Yomen. Comprendo que te resulte difícil creerlo, pero es la verdad. El Imperio Final está muriendo. Lo habrás visto. La humanidad tiene que unirse, hacer acopio de sus recursos… y tú tienes pistas vitales que nosotros necesitamos. No me obligues a derribar tus murallas para conseguirlas. Trabaja conmigo.
Yomen negó con la cabeza.
—Ahí vuelves a confundirte, Venture. Verás, no me importa si me atacas. —Miró a Elend a los ojos—. Para mi pueblo, sería mejor luchar y morir antes que ser gobernado por el hombre que derrocó a nuestro dios y destruyó nuestra religión.
Elend sostuvo la mirada, y vio determinación en aquellos ojos.
—¿Tiene que ser así? —preguntó.
—Así —respondió Yomen—. ¿Puedo esperar, entonces, un ataque por la mañana?
—Por supuesto que no —dijo Elend, poniéndose en pie—. Tus soldados no pasan hambre todavía. Volveré a verte dentro de unos meses.
Tal vez entonces estés más dispuesto a negociar.
Cuando Elend se dio la vuelta para marcharse, vaciló.
—Bonita fiesta, por cierto —dijo, mirando de nuevo a Yomen—. A pesar de lo que creo, pienso que a tu dios le habría complacido lo que has hecho aquí. Deberías reconsiderar tus prejuicios. Al Lord Legislador probablemente no le gustáramos ni Vin ni yo, pero diría que preferiría que tu pueblo viviera en vez de morir.
Elend asintió en señal de respeto, y entonces abandonó la mesa, sintiéndose más frustrado de lo que aparentaba. Yomen y él habían estado muy cerca, y sin embargo una alianza parecía imposible. Al menos, mientras el obligador sintiera tanto odio hacia él y Vin.
Se obligó a relajarse. Había poco que pudiera hacer ahora mismo respecto a aquella situación: sería necesario el asedio para que Yomen reconsiderara su postura.
Estoy en un baile
, pensó Elend, echando a andar.
Debería disfrutar al máximo, dejarme ver con los nobles, intimidarlos y hacerles pensar en ayudarnos a nosotros en vez de a Yomen…
Se le ocurrió una idea. Miró a Vin, y luego llamó a un sirviente.
—¿Mi señor? —preguntó el hombre.
—Necesito que me traigas algo —respondió Elend.
Vin era el centro de atención. Las mujeres la atendían, prendadas de sus palabras, y la tomaban como modelo. Querían tener noticias de Luthadel, saber sobre moda, política y cosas de la gran ciudad. No la rechazaban, ni parecían recelar de ella.
Aquella aceptación instantánea era lo más extraño que Vin había experimentado jamás. Destacaba entre mujeres ataviadas con sus joyas y sus mejores galas. Sabía que era por su poder… y sin embargo, las mujeres de esta ciudad parecían casi desesperadas por tener alguien en quien mirarse. Una emperatriz.
Y Vin descubrió que le agradaba. Una parte de ella había anhelado esta aceptación desde el primer día en que asistió a un baile. Había pasado aquel año sintiendo los desaires de la mayoría de las mujeres de la corte: algunas la habían dejado unirse a su compañía, pero siempre había sido una insignificante noble de campo sin ninguna conexión ni importancia. Esta aceptación era poca cosa, pero a veces incluso las cosas pequeñas parecen importantes. Además, había algo más en todo aquello. Mientras sonreía a una recién llegada (la joven sobrina que una de las mujeres quería que Vin conociera), Vin advirtió lo que era.
Esto es parte de mí
, pensó.
Yo no quería que lo fuera… quizá porque no creía merecerlo. Encontraba esta vida demasiado diferente, demasiado llena de belleza y confianza. Sin embargo, soy una noble. Encajo aquí.
Nací para las calles por uno de mis progenitores, pero nací para esto por el otro.
Se había pasado el primer año del reinado de Elend intentando protegerlo. Se había obligado a concentrarse solamente en su parte callejera, la parte que había sido entrenada para ser implacable, pues pensaba que eso le daría el poder para defender lo que amaba. Sin embargo, Kelsier le había mostrado otra manera de ser poderosa. Y ese poder estaba conectado con la nobleza, con sus intrigas, su belleza y sus astutos planes. Vin se había aclimatado casi de inmediato a la vida en la corte, y eso la asustó.
Esto es
, pensó, sonriendo a otra joven de la corte.
Por eso siempre sentí que estaba mal. No tenía que esforzarme, y por eso no podía creer que lo merecía.
Había pasado dieciséis años en las calles: se había ganado esa parte suya. Sin embargo, apenas había tardado un mes en adaptarse a la vida noble. Le había parecido imposible que algo conseguido con tanta facilidad pudiera ser una parte tan importante de sí misma como los años transcurridos en las calles.
Pero lo era.
Tenía que aceptarlo
, advirtió.
Tindwyl trató de hacérmelo ver, hace dos años, pero no estaba preparada.
Necesitaba demostrarse a sí misma no sólo que podía moverse entre la nobleza, sino que encajaba con ellos. Porque eso demostraba algo mucho más importante: que el amor de Elend ganado durante aquellos primeros meses no se basaba en una falsedad.
Es… cierto
, pensó Vin.
Puedo ser ambas cosas. ¿Por qué he tardado tanto tiempo en comprenderlo?
—Discúlpenme, señoras —dijo una voz.
Vin sonrió y se volvió mientras las mujeres dejaban paso a Elend. Varias de las más jóvenes adoptaron expresiones soñadoras al ver a Elend con su cuerpo de guerrero, su barba áspera y su blanco uniforme imperial. Vin reprimió un gesto de malestar. Ella lo amaba mucho antes de que se volviera un príncipe de cuento.
—Señoras, como la propia Lady Vin les dirá en un momento, tengo muy malos modales —dijo Elend a las mujeres—. Eso, en sí mismo, sería un pecado venial. Por desgracia, también me preocupa muy poco mi propio desprecio por la propiedad. Por tanto, voy a robarles a mi esposa y monopolizar egoístamente su tiempo. Pediría disculpas, pero no es el tipo de cosas que solemos hacer los bárbaros.
Con eso, y con una sonrisa, le tendió el codo. Vin le devolvió la sonrisa, aceptó su brazo y le permitió que la apartara del grupo de mujeres.
—Creí que querrías un poco de espacio para respirar… —dijo Elend—. Sólo puedo imaginar cómo debe ser sentirte rodeada por un ejército virtual de amapolas.
—Agradezco el rescate —contestó Vin, aunque no era del todo cierto. ¿Cómo iba a saber Elend que de pronto había descubierto que encajaba con aquellas amapolas? Además, que llevaran encajes y maquillaje no significaba que no fueran peligrosas: había aprendido eso en sus primeros meses. La idea la distrajo de tal modo que no advirtió adónde la llevaba Elend hasta que casi habían llegado.
Cuando se dio cuenta, se paró de inmediato, y tiró de Elend.
—¿La pista de baile?
—Así es.
—¡Pero no bailo desde hace casi cuatro años!
—Yo tampoco —contestó Elend. Avanzó un paso—. Pero sería terrible perder la oportunidad. Después de todo, nunca llegamos a bailar juntos.
Era cierto. Luthadel cayó en plena revuelta antes de que tuvieran la oportunidad de bailar juntos, y después de eso ya no hubo tiempo para bailes ni frivolidades. Ella sabía que Elend comprendía cuánto echaba de menos no haber tenido esa oportunidad. Le había pedido que bailaran la noche en que se conocieron, y ella lo había rechazado. Todavía sentía como si hubiera renunciado a una oportunidad única aquella primera noche.
Por eso dejó que la condujera a la pista de baile, levemente elevada. Las parejas susurraron, y cuando la canción terminó, los demás se apartaron furtivamente de la pista, dejando solos a Vin y Elend: una figura con líneas de blanco, la otra con curvas de negro. Elend le puso un brazo en la cintura, la volvió hacia él, y Vin se sintió traicioneramente nerviosa.
Ya está
, pensó ella, avivando peltre para no echarse a temblar.
Finalmente está ocurriendo. ¡Por fin voy a bailar con él!
En ese momento, mientras la música comenzaba, Elend se metió la mano en el bolsillo y sacó un libro. Lo alzó con una mano, la otra sobre su cintura, y empezó a leer.
Vin se quedó boquiabierta, y entonces le dio un golpecito en el brazo.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó mientras él iniciaba los pasos de baile, sin dejar de leer—. ¡Elend! ¡Estoy intentando disfrutar de un momento especial!
Él se volvió hacia ella, esbozando una sonrisa terriblemente pícara.
—Bueno, quiero hacer ese momento especial lo más auténtico posible. Quiero decir, después de todo, estás bailando conmigo.
—¡Por primera vez!
—¡Tanto más importante es asegurarme de que causo la impresión adecuada, señorita Valette!
—¡Oh, por…! ¿Quieres hacer el favor de dejar ese libro a un lado?
Elend sonrió de oreja a oreja, pero se metió el libro en el bolsillo, la agarró de la mano y bailó con ella de manera más adecuada. Vin se ruborizó al ver la confusa multitud alrededor de la pista. Obviamente, no tenían ni idea de cómo interpretar la conducta de Elend.
—¡Eres un bárbaro! —exclamó Vin.
—¿Un bárbaro porque leo libros? —dijo Elend animosamente—. Ham se lo pasará en grande con esa observación.
—Sinceramente, ¿de dónde has sacado el libro?
—Hice que uno de los sirvientes de Yomen me lo trajera. De la biblioteca de la fortaleza. Sabía que lo tendrían…
Juicios de monumento
es una obra bastante famosa.
Vin frunció el ceño:
—¿De qué me suena ese título?
—Es el libro que estaba leyendo aquella noche en el balcón Venture —dijo Elend—. La primera vez que nos vimos.
—¡Vaya, Elend! Eso es casi romántico… al estilo «voy a hacer que mi esposa quiera matarme».
—Creí que lo sabrías apreciar —dijo él, volviéndose levemente.
—Estás raro esta noche. Hacía tiempo que no te veía así.
—Lo sé —suspiró Elend—. Para serte sincero, Vin, me siento un poco culpable. Me preocupa haber sido demasiado informal durante mi conversación con Yomen. Es tan estirado que hace que afloren mis viejos instintos, los que me hacen responder con burla a la gente como él.
Vin dejó que la guiara, y lo miró.
—Estás actuando como tú mismo. Eso es bueno.
—Mi antiguo yo no era un buen rey.
—Las cosas que aprendiste sobre ser rey no tenían nada que ver con tu personalidad, Elend —dijo Vin—. Tenían que ver con otras cosas… cosas como la confianza, y la decisión. Puedes tener esas cosas y seguir siendo tú mismo.
Elend negó con la cabeza:
—No estoy seguro de poder. Desde luego, esta noche tendría que haber sido más formal. Permití que este entorno me relajara.
—No —protestó Vin con firmeza—. No, tengo razón en esto, Elend. Has estado haciendo exactamente lo mismo que yo. Estás tan decidido a ser un buen rey, que has dejado que eso aplaste a quien en verdad eres. Nuestras responsabilidades no deberían destruirnos.
—A ti no te han destruido —dijo él, sonriendo tras la corta barba.