Sigue moviéndote.
Lo hizo, como si cada paso fuera una penitencia por lo que le había hecho a la ciudad. Pasados unos momentos, advirtió que había alguien a su lado, vendándole el brazo.
Parpadeó:
—¿Beldre?
—Te traicioné —dijo ella—. Pero no tenía otra opción. No podía dejar que lo mataras. Yo…
—Hiciste lo adecuado —susurró Fantasma—. Algo… algo estaba interfiriendo, Beldre. Tenía a tu hermano. Casi me tuvo él a mí. No sé. Pero tenemos que seguir andando. El cubil está cerca. Siguiendo esa pendiente.
Ella lo sostuvo mientras caminaban. Fantasma olió a humo antes de llegar. Vio la luz, y sintió el calor. Beldre y él subieron a lo alto de la pendiente, prácticamente a rastras, pues ella estaba casi tan agotada como él. Sin embargo, Fantasma sabía lo que iban a encontrar.
El edificio del Ministerio, como gran parte de la ciudad, estaba en llamas. Sazed estaba detenido ante él, las manos ante los ojos. Para los sentidos amplificados de Fantasma, el brillo de las llamas era tan grande que tuvo que apartar la mirada. El calor le hizo sentir como si estuviera a escasas pulgadas del sol.
Sazed trató de acercarse al edificio, pero tuvo que retroceder. Se volvió hacia Fantasma, protegiéndose la cara.
—¡Demasiado caliente! —gritó—. Necesitamos encontrar agua, o tal vez arena. Hay que apagar el fuego antes de poder llegar abajo.
—Demasiado tarde… —susurró Fantasma—. Tardaremos mucho.
Beldre se volvió para contemplar la ciudad. Para los ojos de Fantasma, el humo parecía retorcerse y alzarse por todas partes en el brillante cielo, elevándose como para encontrarse con la ceniza que caía. Fantasma apretó los dientes y entonces avanzó hacia el fuego.
—¡Fantasma! —exclamó Beldre. Pero no tendría que haberse preocupado. Las llamas eran demasiado calientes. El dolor era tan fuerte que tuvo que retroceder antes de haber cruzado siquiera la mitad de la distancia. Se apartó tambaleándose y se reunió con Beldre y Sazed, jadeando, parpadeando lloroso. Sus sentidos aumentados le dificultaban aún más acercarse a las llamas.
—No hay nada que podamos hacer aquí —dijo Sazed—. Debemos reunir al personal y regresar.
—He fracasado —susurró Fantasma.
—No más que ninguno de nosotros —repuso Sazed—. Esto es culpa mía. El emperador me puso al mando.
—Se suponía que teníamos que traer seguridad a la ciudad —dijo Fantasma—. No destrucción. Debería poder apagar esos fuegos. Pero duele demasiado.
Sazed sacudió la cabeza.
—¡Ah, Lord Fantasma! No eres ningún dios para ordenar el fuego a capricho. Eres un hombre, como el resto de nosotros. Todos somos sólo… hombres.
Fantasma permitió que se lo llevaran. Desde luego, Sazed tenía razón. Era sólo un hombre. Sólo Fantasma. Kelsier había elegido a su grupo con cuidado. Había dejado una nota para ellos al morir. Incluía a los demás: Vin, Brisa, Dockson, Clubs y Ham. Hablaba de ellos, de por qué los había elegido.
Pero no de Fantasma. El único que no encajaba.
Te di nombre, Fantasma. Fuiste mi amigo.
¿No es eso suficiente?
Fantasma se detuvo, obligando a los demás a pararse. Sazed y Beldre lo miraron. Fantasma contempló la noche. Una noche demasiado brillante. Los incendios ardían. El humo era punzante.
—No —susurró Fantasma, sintiéndose plenamente lúcido desde que había empezado la violencia esa noche. Se soltó de la tenaza de Sazed y corrió hacia el edificio en llamas.
—¡Fantasma! —gritaron dos voces en la noche.
Fantasma se acercó a las llamas. Su respiración se volvió entrecortada, y notó caliente la piel. El fuego era brillante, devorador. Corrió directamente hacia él. Entonces, en el momento en que el dolor se volvió demasiado grande, apagó su estaño.
Y dejó de sentir.
Sucedió igual que antes, cuando quedó atrapado en el edificio sin ningún metal. Avivar estaño durante tanto tiempo había expandido sus sentidos, pero ahora que no lo quemaba, esos mismos sentidos se embotaban. Todo su cuerpo quedó como muerto, carente de sensación.
Atravesó la puerta del edificio, mientras las llamas llovían a su alrededor.
Su cuerpo ardía. Pero no podía sentir las llamas, y el dolor no lo hacía retroceder. El fuego era tan brillante que incluso sus ojos debilitados podían ver aún. Se abalanzó, ignorando el fuego, el calor y el humo.
Superviviente de las Llamas.
Sabía que las llamas lo estaban matando. Sin embargo, se obligó a continuar, a seguir avanzando mucho después de que el dolor debiera de haberlo dejado inconsciente. Llegó a la habitación del fondo, resbaló y se deslizó por la escalerilla rota.
La caverna estaba oscura. Avanzó a trompicones, abriéndose paso entre estantes y muebles, palpando el camino en la pared, moviéndose con una desesperación que le advertía de que le quedaba poco tiempo. Su cuerpo no funcionaba bien ya: lo había forzado demasiado, y ya no le quedaba peltre.
Se alegró de la oscuridad. Cuando finalmente se desplomó contra la máquina de Sazed, supo que le habría horrorizado ver lo que le habían hecho las llamas.
Gimiendo, palpó hasta encontrar la palanca o, con sus manos entumecidas, lo que esperaba que fuera la palanca. Sus dedos ya no funcionaban. Así que simplemente lanzó su peso contra ella, moviendo las palancas.
Entonces se deslizó hasta el suelo, sintiendo sólo frío y oscuridad.
FIN DE LA CUARTA PARTE
No sé qué sucedía en las mentes de los koloss, qué recuerdos conservaban, qué emociones humanas conocían todavía verdaderamente. Sé que nuestro descubrimiento de la criatura que se hacía llamar Humano fue tremendamente afortunado. Sin su esfuerzo por volver a ser humano, tal vez nunca habríamos comprendido la relación entre los koloss, la hemalurgia y los inquisidores.
Naturalmente, tenía que representar otro papel. No grande, cierto, pero importante de todas formas.
Urteau había visto días mejores.
Desde luego, Vin ha hecho bien su trabajo aquí, pensó TenSoon mientras correteaba por la ciudad, asombrado por la destrucción. Unos dos años atrás, antes de que lo enviaran a espiar a Vin, fue el kandra de Straff Venture, y había visitado Urteau a menudo. Aunque nunca pudo compararse a la noble majestuosidad ni la extensa pobreza de Luthadel, era una ciudad hermosa, digna de ser la sede de una Gran Casa.
Ahora, un tercio largo de la ciudad eran ruinas calcinadas. Los edificios que no habían ardido estaban abandonados o abarrotados, una extraña mezcla, en opinión de TenSoon. Al parecer, se evitaban las casas nobles, mientras que los edificios skaa estaban repletos.
Lo más notable, sin embargo, eran los canales. Habían vuelto a ser inundados. TenSoon se sentó sobre sus cuartos traseros y contempló algún barco improvisado recorrer el canal, desplazando la pátina de ceniza que cubría el agua. Aquí y allá, detritos y escombros bloqueaban las vías de agua, pero en la mayoría de los sitios eran transitables.
Se levantó, sacudió su cabeza canina y continuó su camino. Había escondido en el exterior la bolsa con los huesos de Kelsier, pues no quería parecer extraño llevando una bolsa en el lomo.
¿Qué sentido tenía quemar la ciudad y luego restaurar sus canales? Tendría que esperar a encontrar una respuesta. No había visto a ningún ejército acampado fuera; si Vin estuvo aquí, ya se había trasladado a otro lugar. Ahora, el objetivo de TenSoon era encontrar a quien hiciera las veces de líder en los restos de la ciudad, y luego continuar su camino en búsqueda del Héroe de las Eras.
Mientras caminaba, oyó hablar a la gente, cómo habían logrado sobrevivir a los incendios que se habían cobrado gran parte de la ciudad. Parecían alegres. Había desesperación también, pero había una felicidad inadecuada. No era una ciudad cuyas gentes hubieran sido conquistadas.
Sienten que han derrotado al fuego
, pensó TenSoon, abriéndose paso por una calle más poblada.
No consideran un desastre haber perdido un tercio de la ciudad: consideran un milagro haber salvado dos tercios.
Siguió el fluir del tráfico hacia el centro de la ciudad, donde finalmente encontró a los soldados que esperaba. Eran definitivamente de Elend, pues llevaban la lanza y el pergamino en sus uniformes. Sin embargo, defendían un emplazamiento extraño: un edificio del Ministerio.
TenSoon volvió a sentarse, ladeando la cabeza. El edificio era obviamente un centro de operaciones. La gente entraba y salía bajo la mirada de los vigilantes soldados. Si quería respuestas, tendría que entrar. Pensó un instante en ir a recuperar los huesos de Kelsier. Sin embargo, descartó esa idea. No estaba seguro de querer tratar con las consecuencias de volver a hacer aparecer al Superviviente. Había otro modo de entrar, igualmente sorprendente, pero mucho menos preocupante desde el punto de vista teológico.
Se acercó a la entrada del edificio y subió los escalones, provocando unas cuantas miradas de sorpresa. Al acercarse a la puerta, uno de los guardias le gritó, agitando en su dirección el palo de una lanza.
—¡Eh! —dijo el hombre—. Éste no es sitio para perros. ¿De quién es este chucho?
TenSoon se sentó.
—No pertenezco a ningún hombre —dijo.
El guardia dio un salto, sorprendido, y TenSoon sintió una especie de placer retorcido. Inmediatamente se reprendió por ello. El mundo estaba agonizando, y él se dedicaba a asustar soldados al azar. Con todo, era una ventaja de tener cuerpo de perro que nunca había considerado…
—¿Qué…? —decía el soldado, mirando alrededor para ver si era víctima de alguna broma.
—He dicho que no pertenezco a ningún hombre —repitió TenSoon—. Soy mi propio amo.
Era un concepto extraño cuyo peso, naturalmente, el guardia jamás podría comprender. TenSoon, un kandra, estaba fuera de la Tierra Natal sin un Contrato. Por lo que sabía, era el primero de su pueblo que hacía algo así en setecientos años. Parecía extrañamente… satisfactorio.
Varias personas lo observaban ahora. Se habían acercado otros guardias, que miraban a su camarada en busca de una explicación.
TenSoon se arriesgó.
—Me envía el emperador Venture —dijo—. Traigo un mensaje para vuestros líderes.
Para satisfacción de TenSoon, varios de los guardias dieron un respingo. El primero, sin embargo, experto ya en esto de hablar con perros, alzó un dedo vacilante, y señaló el edificio.
—Ahí dentro.
—Gracias —dijo TenSoon, levantándose y caminando entre la multitud, ahora silenciosa, mientras se dirigía a las oficinas del Ministerio. Oyó comentarios que decían «truco» y «bien adiestrado» a sus espaldas, y advirtió cómo varios guardias lo adelantaban a la carrera, con expresión urgente. Se abrió paso entre grupos y filas de gente, todos ignorantes del extraño suceso ocurrido en la entrada del edificio. Al final de las colas, TenSoon encontró…
A Brisa. El aplacador estaba sentado en una silla con aspecto de trono, con una copa de vino en la mano y con aspecto de estar muy satisfecho de sí mismo mientras hacía proclamaciones y zanjaba disputas. Parecía tan metido en su papel como en la época en que TenSoon estuvo al servicio de Vin. Uno de los guardias le susurró a Brisa, y ambos miraron a TenSoon mientras éste se acercaba a la primera fila. El guardia palideció un poco, pero Brisa tan sólo se inclinó hacia delante, sonriendo.
—Bueno —dijo, dando un suave golpe con su bastón contra el suelo de mármol—. ¿Siempre fuiste un kandra, o te comiste hace poco los huesos del perro de Vin?
TenSoon se sentó:
—Siempre fui un kandra.
Brisa asintió.
—Sabía que había algo raro en ti… demasiada buena conducta para ser un sabueso —sonrió, y dio un sorbo de vino—. ¿Lord Renoux, supongo? Ha pasado tiempo.
—En realidad, no soy él —contestó TenSoon—. Soy otro kandra distinto. Es… complicado.
Eso hizo que Brisa vacilara. Miró a TenSoon, y el kandra sintió un momento de pánico. Brisa era aplacador… y, como todos los aplacadores, tenía el poder de controlar el cuerpo de TenSoon. El Secreto.
No
, se dijo TenSoon.
Los alománticos son ahora más débiles que antes. Sólo con duralumín podrían controlar a un kandra, y Brisa es sólo un brumoso: no puede quemar duralumín.
—¿Bebiendo en el trabajo, Brisa? —preguntó TenSoon, arqueando una ceja canina.
—Por supuesto —contestó Brisa, alzando la copa—. ¿De qué sirve estar al mando si no puedes fijar tus propias condiciones de trabajo?
TenSoon bufó. En realidad nunca le había gustado Brisa, aunque quizá se debiera a su predisposición contra los aplacadores. O, tal vez, a su predisposición contra todos los humanos. De todas formas, no tenía ganas de cháchara.
—¿Dónde está Vin? —preguntó.
Brisa frunció el ceño:
—Creí que traías un mensaje de su parte.
—Mentí a los guardias —dijo TenSoon—. Vengo a buscarla. Traigo noticias que tiene que oír… noticias relacionadas con las brumas y la ceniza.
—Bueno, entonces, mi querido amigo… o supongo que quiero decir mi querido perrito. Retirémonos. Puedes hablar con Sazed. Es mucho más útil que yo en este tipo de cosas.
—Y, como Fantasma apenas sobrevivió a la terrible experiencia —dijo el terrisano—, me pareció mejor dejar que Lord Brisa tomara el mando. Nos establecimos en un edificio distinto del Ministerio (parecía equipado para ser un centro burocrático), e hice que Brisa empezara a atender peticiones. Es mejor que yo en el trato con la gente, creo, y parece disfrutar de estar a cargo de las preocupaciones diarias de los ciudadanos.