—Lo que no comprendo es por qué me elegiste a mí —dijo Vin—. Tuviste mil años y cientos de miles de personas para escoger. ¿Por qué guiarme a mí hasta el Pozo de la Ascensión para que te liberara?
Estaba en su celda, sentada en su camastro, que ahora yacía sin patas en el suelo, pues se había desplomado después de quitarle los tornillos. Había pedido uno nuevo. La habían ignorado.
Ruina se volvió hacia ella. Venía a menudo, con el cuerpo de Reen, comportándose aún con lo que Vin sólo podía interpretar como una especie de regodeo. Pero ignoró su pregunta, como solía hacer, y se volvió hacia el este, como si pudiera ver directamente a través de la pared de la celda.
—Ojalá pudieras verlo —dijo—. Las lluvias de ceniza se han vuelto hermosas y densas, como si el cielo mismo se hubiera quebrado y cayeran añicos de su cadáver en copos negros. ¿Sientes cómo tiembla el suelo?
Vin no respondió.
—Esos terremotos son los estertores finales de la tierra —añadió Ruina—. Como un viejo que gime mientras muere, llamando a sus hijos para poder pasarles sus últimos restos de sabiduría. El suelo mismo se hace añicos. El Lord Legislador tuvo mucho que ver. Si quieres, puedes echarle a él la culpa.
Vin se irguió. No atrajo la atención hacia sí misma haciendo más preguntas, sino que dejó hablar a Ruina. Una vez más, advirtió cuán humanos parecían algunos de sus gestos.
—Creyó que podría resolver los problemas él solo —continuó Ruina—. Me rechazó, ¿sabes?
Y eso sucedió hace exactamente mil años
, pensó Vin.
Han pasado mil años desde que Alendi fracasó en su misión; mil años desde que Rashek tomó el poder para sí y se convirtió en el Lord Legislador. Es parte de la respuesta a mi pregunta. El líquido que fluía en el Pozo de la Ascensión… se había agotado cuando terminé de liberar a Ruina. También debió de haber desaparecido después de que Rashek lo usara.
Mil años. ¿El tiempo necesario para que el Pozo regenerara su poder? ¿Pero qué era ese poder? ¿De dónde venía?
—En realidad, el Lord Legislador no salvó al mundo —prosiguió Ruina—. Tan sólo retrasó su destrucción… y al hacerlo, me ayudó. Así es como debe ser siempre, tal como te dije. Cuando los hombres creen que están ayudando al mundo, suelen hacer más mal que bien. Igual que tú. Trataste de ayudar, pero acabaste liberándome.
Ruina la miró, y luego sonrió de manera paternal. Ella no reaccionó.
—Los montes de ceniza: —continuó Ruina—, el paisaje moribundo, la gente rota… todo obra de Rashek. Retorcer a los hombres para convertirlos en koloss, kandra, e inquisidores, todos suyos…
—Pero tú lo odiabas —repuso Vin—. Él no te liberó, y por eso tuviste que esperar otros mil años.
—Cierto. Pero mil años no es mucho tiempo. Para nada. Además, no pude negarme a ayudar a Rashek. Ayudo a todo el mundo, pues mi poder es una herramienta: la única herramienta con la que se pueden cambiar las cosas.
Todo ha terminando
, pensó Vin.
De verdad. No tengo tiempo para sentarme a esperar. Necesito hacer algo.
Vin se levantó, haciendo que Ruina la mirase mientras ella se dirigía a la puerta de la celda.
—¡Guardias! —llamó. Su voz resonó en la cámara—. ¡Guardias! —repitió.
Al cabo de un rato, oyó un golpe fuera.
—¿Qué? —exigió una voz ruda.
—Dile a Yomen que quiero negociar.
Se hizo una pausa.
—¿Negociar? —preguntó por fin el guardia.
—Sí —contestó Vin—. Dile que tengo información que quiero darle.
No supo cómo interpretar la respuesta del guardia, ya que fue un simple silencio. Le pareció oír que se marchaba, pero sin estaño no podía estar segura.
Sin embargo, poco después, el guardia regresó. Ruina la observó, curioso, mientras descorrían los cerrojos y abrían la puerta. El grupo de soldados de costumbre esperó fuera.
—¡Acompáñanos!
Cuando entró en la sala de audiencias de Yomen, la sorprendieron de inmediato las diferencias que encontró en él. Parecía mucho más demacrado que la última vez que se habían visto, como si hubiera pasado demasiado tiempo sin dormir.
Pero… es un nacido de la bruma
, pensó Vin, confundida.
Eso significa que podría quemar peltre para borrar la fatiga de sus ojos.
¿Por qué no lo hace? A menos que… no pueda quemarlo. A menos que sólo haya un metal disponible para él.
Siempre le habían enseñado que no existían brumosos de atium. Pero cada vez se daba más cuenta de que el Lord Legislador perpetuaba un montón de desinformación para conservar el control y el poder. Vin tenía que aprender a dejar de depender de que lo que le habían
dicho
era cierto, y concentrarse en los hechos a medida que los fuera encontrando.
Yomen la siguió con la mirada cuando entró, rodeada de guardias. Vin pudo leer la expectación en sus ojos; pero, como siempre, Yomen esperó a que ella actuara primero. Su costumbre parecía ser mantenerse muy cerca del peligro. Los guardias se apostaron en las puertas, dejándola sola en mitad de la sala.
—¿No hay grilletes? —preguntó.
—No —respondió Yomen—. No espero que estés aquí mucho tiempo. Los guardias me dicen que has ofrecido información.
—Así es.
—Bien —dijo Yomen, las manos unidas a la espalda—. Les dije que te trajeran a mí si sospechaban de un truco. Al parecer, no creyeron tus palabras respecto a un trato. Me pregunto por qué. —Arqueó una ceja hacia ella.
—Hazme una pregunta —dijo Vin. A un lado, Ruina caminaba junto a la pared, moviéndose con paso ocioso, despreocupado.
—Muy bien. ¿Cómo controla Elend a los koloss?
—Con alomancia —respondió Vin—. La alomancia emocional, cuando se usa en un koloss, los pone bajo el control del alomántico.
—Me resulta difícil de creer —replicó Yomen llanamente—. Si fuera tan sencillo, alguien más lo habría descubierto.
—La mayoría de los alománticos son demasiado débiles para conseguirlo. Hay que usar un metal que amplíe tu poder.
—Ese metal no existe.
—¿Conoces el aluminio?
Yomen vaciló, pero Vin pudo ver en sus ojos que sí lo conocía.
—El duralumín es la aleación alomántica del aluminio —continuó Vin—. Mientras que el aluminio reduce el poder de otros metales, el duralumín los amplía. Mezcla duralumín con zinc o latón, y luego tira de las emociones de un koloss, y el koloss será tuyo.
Yomen no descartó sus palabras como mentira. Ruina, sin embargo, avanzó y rodeó a Vin.
—Vin, Vin. ¿Cuál es ahora tu juego? —preguntó Ruina, divertido—. ¿Guiarlo con pequeñas pistas, y luego traicionarlo?
Al parecer, Yomen llegó a la misma conclusión.
—Tus datos son interesantes, emperatriz, pero completamente indemostrables en mi actual situación. Por tanto, son…
—Había cinco cavernas de almacenaje —interrumpió Vin, avanzando un paso—. Encontramos las demás. Nos trajeron hasta aquí.
Yomen sacudió la cabeza:
—¿Y? ¿Por qué iba a importarme?
—Tu Lord Legislador planeaba algo para esas cavernas… se nota en la placa que dejó en ésta. Dice que no encontró ningún modo de luchar contra lo que nos sucede en el mundo, pero ¿lo crees? Siento que tiene que haber más, una pista oculta en el texto de las cinco placas.
—¿Esperas que me crea que te importa lo que escribió el Lord Legislador? —preguntó Yomen—. ¿Tú, su supuesta asesina?
—Él no me importa nada —admitió Vin—. ¡Pero Yomen, tienes que creer que me importa lo que le suceda a la gente del imperio! Si has reunido información sobre Elend o sobre mí misma, sabes que eso es cierto.
—Tu Elend es un hombre que tiene un concepto demasiado elevado de sí mismo —observó Yomen—. Ha leído muchos libros, y asume que su aprendizaje lo capacita para ser rey. Tú… sigo sin saber qué pensar de ti. —Sus ojos mostraron parte del odio que Vin había visto durante su último encuentro—. Dices haber matado al Lord Legislador. Sin embargo… no pudo haber muerto de verdad. De algún modo, eres parte de todo esto.
Ya está
, pensó Vin.
Ésa es mi entrada.
—Él quería que nos conociéramos —dijo Vin. No se lo creía, pero Yomen sí lo haría.
El rey obligador arqueó una ceja.
—¿No lo ves? —preguntó Vin—. Elend y yo descubrimos las otras cavernas de almacenaje, la primera bajo la propia Luthadel. Por eso vinimos aquí. Ésta era la
última
de las cinco. El final del camino. Por algún motivo, el Lord Legislador quería guiarnos hasta aquí. Hasta ti.
Yomen vaciló unos instantes. Al lado, Ruina hizo la mímica de un aplauso.
—¡Llama a Lellin! —ordenó Yomen, volviéndose hacia uno de sus soldados—. Dile que traiga sus mapas.
El soldado saludó y se marchó. Yomen se volvió hacia Vin, todavía frunciendo el ceño.
—Esto no va a ser un intercambio. Me darás la información que te pida, y luego yo decidiré qué hacer con ella.
—Bien —contestó Vin—. Pero tú mismo acabas de decir que estaba conectada con todo esto.
Todo
está conectado, Yomen. Las brumas, los koloss, tú, yo, las cavernas de almacenaje, la ceniza…
Él dio un leve respingo cuando ella mencionó la ceniza.
—La ceniza empeora, ¿no? —preguntó ella—. ¿Cae con más intensidad?
Yomen asintió.
—Siempre nos preocuparon las brumas —confesó Vin—. Pero la ceniza es lo que va a matarnos. Bloqueará la luz del sol, enterrará nuestras ciudades, cubrirá nuestras calles, ahogará nuestros campos…
—El Lord Legislador no permitirá que eso suceda.
—¿Y si está muerto de verdad?
Yomen la miró a los ojos:
—Entonces nos habrás condenado a todos.
Condenado…
El Lord Legislador había dicho algo parecido justo antes de que Vin lo matara. Se estremeció, esperando en bochornoso silencio, sufriendo la mirada sonriente de Ruina hasta que un escriba entró en la sala, con varios mapas enrollados.
Yomen cogió uno de los mapas, apartando al hombre. Lo desplegó sobre una mesa e indicó a Vin que se acercara.
—¡Muéstramelo! —dijo, dando un paso atrás para mantenerse fuera de su alcance mientras ella se aproximaba.
Vin cogió un trozo de carboncillo, y empezó a marcar los emplazamientos de las cavernas de almacenaje. Luthadel. Satren. Vetitan. Urteau. Los cinco que habían encontrado… todos cerca de la Dominación Central: uno en el centro, los otros cuatro formando un cuadrado a su alrededor. Ella puso una «X» final junto a Ciudad Fadrex.
Entonces, con el carboncillo todavía entre los dedos, advirtió algo.
Sí que hay un montón de minas alrededor de Fadrex en este mapa
, pensó.
Un montón de metal en la zona.
—¡Retírate! —ordenó Yomen.
Vin se apartó. Él se acercó y estudió el mapa. Vin guardó silencio, pensativa.
Los escribas de Elend nunca pudieron encontrar una pauta en los emplazamientos de los depósitos. Dos estaban en ciudades pequeñas, dos en grandes. Unos cerca de canales, otros no. Los escribas decían que no tenían suficientes datos para determinar pautas.
—Esto parece completamente aleatorio —dijo Yomen, reflejando sus propios pensamientos.
—Yo no inventé esos emplazamientos, Yomen —respondió ella, cruzándose de brazos—. Tus espías pueden confirmar adónde ha llevado Elend sus ejércitos y enviado sus emisarios.
—No todos tenemos los recursos para poder mantener extensas redes de espionaje, emperatriz —repuso llanamente Yomen, mientras miraba de nuevo el mapa—. Tendría que haber alguna pauta…
Vetitan
, pensó Vin.
El lugar donde encontramos la caverna anterior a ésta. También era un pueblo minero. Igual que Urteau.
—Yomen, ¿alguno de estos mapas incluye depósitos minerales?
—Por supuesto —contestó él, distraído—. Después de todo, somos el Cantón de Recursos.
—¡Sácalo!
Yomen arqueó una ceja, expresando así lo que pensaba de que ella le diera órdenes. Sin embargo, indicó a su escriba que hiciera lo que le pedía. Un segundo mapa cubrió al primero, y Vin dio un paso adelante. Yomen se retiró de inmediato, manteniéndose fuera de su alcance.
Tiene buenos instintos, para ser un burócrata
, pensó ella, sacando el carboncillo de debajo del mapa. Hizo rápidamente de nuevo las cinco marcas. Con cada una de ellas, su mano se fue tensando más y más. Cada caverna se hallaba en una zona rocosa, próxima a minas de metal. Incluso Luthadel tenía ricos depósitos de mineral. Se decía que el Lord Legislador había construido su capital en aquel lugar por el contenido mineral de la zona, sobre todo las aguas subterráneas. Eso era mejor para los alománticos.
—¿Qué intentas darme a entender? —preguntó Yomen. Se había acercado para ver qué marcaba.
—Ésta es la conexión —dijo Vin—. Construyó sus depósitos cerca de fuentes de metal.
—¡Oh!, eso es pura casualidad.
—No —dijo Vin, alzando la cabeza y mirando a Ruina—. No, metal es igual a alomancia, Yomen. Aquí hay una pauta.
Yomen volvió a indicarle que se apartara, y se acercó al mapa. Bufó.
—Has incluido marcas cerca de las minas más productivas del interior del imperio. ¿Esperas que me crea que no estás jugando conmigo, ofreciendo una «prueba» fantasma de que son de verdad los emplazamientos de las cavernas de almacenaje?
Vin lo ignoró.
Metal. Las palabras de Kwaan estaban escritas en metal, porque decía que era seguro. Seguro. Asumimos que seguro para que no pudieran ser cambiadas.
¿O se refería a que no podían ser leídas?
El Lord Legislador había dibujado sus mapas sobre placas de metal.
¿Y si Ruina no podía encontrar los depósitos por su cuenta a causa del metal que los protegía? Habría necesitado que alguien lo guiara. Alguien que visitara cada uno de los depósitos, leyera el mapa que contenía y luego lo llevara hasta…
¡Lord Legislador! ¡Hemos vuelto a cometer el mismo error! Hicimos exactamente lo que él quería. ¡No me extraña que nos haya dejado vivir!
Sin embargo, en vez de sentirse avergonzada, esta vez Vin se irritó. Miró a Ruina, que estaba allí de pie con su aire de sabiduría cósmica. Sus ojos cómplices, su tono paternal y su arrogancia deífica.
Otra vez no
, pensó Vin, haciendo rechinar los dientes.
Esta vez, le conozco el juego. Eso significa que puedo engañarlo. Pero… necesito saber por qué. ¿Por qué estaba tan interesado en los depósitos? ¿Qué es lo que necesita antes de vencer esta batalla? ¿Cuál es el motivo de que haya esperado tanto tiempo?