Vin trató de moverse por los resbaladizos y fríos adoquines, pero su cuerpo no funcionaba bien. Apenas podía arrastrarse. Marsh le descargó un puñetazo en la pierna que le rompió el hueso, y ella gritó llena de un dolor helado y sorprendido. Ningún peltre templó el golpe. Trató de incorporarse para extraer uno de los clavos de Marsh, pero él le agarró la pierna, la rota, y su propio esfuerzo la hizo gritar de agonía.
Ahora
, dijo Ruina con su amable voz,
empezamos. ¿Dónde está el atium, Vin? ¿Qué sabes de él?
—Por favor… —susurró Vin, volviéndose hacia las brumas—. Por favor, por favor, por favor…
Sin embargo, las brumas permanecieron distantes. Una vez, habían revoloteado juguetonas alrededor de su cuerpo, pero ahora se alejaban. Igual que habían hecho durante todo el año pasado. Ella gemía, buscándolas, pero se apartaban. La aislaban como a una afectada de la peste.
Era la misma forma en que las brumas trataban a los inquisidores.
Las criaturas se levantaron, rodeándola, siluetas en la noche oscura. Marsh la atrajo de un tirón, luego le buscó el brazo. Vin oyó el hueso romperse antes de sentir el dolor. No obstante, el dolor vino, y ella gritó.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sido torturada. Las calles no la habían tratado bien, pero en los últimos años Vin había conseguido evitar la mayoría de esas experiencias. Se había convertido en una nacida de la bruma. Poderosa. Protegida.
Esta vez no
, advirtió a través de una neblina de agonía.
Sazed no vendrá a por mí esta vez. Kelsier no me salvará. Incluso las brumas me han abandonado. Estoy sola.
Los dientes empezaron a castañearle, y Marsh alzó su otro brazo. La miró con sus ojos claveteados de expresión ilegible. Luego rompió el hueso.
Vin gritó, más de terror que de dolor.
Marsh observó su grito, mientras escuchaba el dulce sonido que emitía. Sonrió, y se dirigió a la pierna intacta. Si Ruina no lo estuviera conteniendo… Tal vez llegaría a matarla. Forcejeaba con sus ataduras, ansiando causarle más daño.
No…
pensó una parte diminuta de su ser.
Caía la lluvia, que marcaba con sus gotas una noche preciosa. La ciudad de Luthadel yacía envuelta en su paño funerario, humeante, algunas zonas aún ardiendo a pesar de la noche húmeda. Cuánto deseaba Marsh haber llegado a tiempo para ver los tumultos y la muerte. Sonrió, el apasionado amor de una matanza fresca bullendo en su interior.
No
, pensó.
De algún modo, sabía que el final estaba muy cerca. El suelo temblaba bajo sus pies, y tuvo que apoyarse en una mano antes de continuar su trabajo y romperle a Vin la otra pierna. El día final había llegado. El mundo no sobreviviría a esta noche. Se rio alegremente, sumergido en un frenesí de sangre, apenas controlado mientras rompía el cuerpo de Vin.
¡NO!
Marsh despertó. Aunque sus manos aún se movían según lo ordenado, su mente se rebeló. Captó la ceniza, y la lluvia, la sangre y el hollín, y eso le disgustó. Vin yacía medio muerta.
Kelsier la trataba como a una hija
, pensó mientras le rompía los dedos, uno a uno. Ella gritaba.
La hija que nunca tuvo con Mare. Me he rendido. Igual que hice con la rebelión
. Era la gran vergüenza de su vida. Años atrás, antes del Colapso, había dirigido la rebelión skaa. Pero había renunciado. Se había retirado, había abandonado el liderazgo del grupo. Y eso fue tan sólo un año antes de que la rebelión, con ayuda de Kelsier, derrocara al Imperio Final. Marsh había sido su líder, pero renunció. Justo antes de la victoria.
No
, pensó mientras le rompía a Vin los dedos de la otra mano.
Otra vez no. ¡Ya basta de rendirse!
Su mano se dirigió a la clavícula de Vin. Y entonces lo vio. Un único trocito de metal, que brillaba en la oreja de la muchacha. Su pendiente. Se lo había explicado una vez.
No lo recuerdo
, le susurró desde el pasado la voz de Vin. Un recuerdo de cuando el propio Marsh se sentaba con ella en el porche de la mansión Renoux, viendo a Kelsier organizar una caravana en el patio, justo antes de que Marsh se marchara para infiltrarse en las filas del Sacerdocio del Acero.
Vin le habló de su madre loca.
Reen me contó que volvió un día a casa y encontró a mi madre cubierta de sangre
, había dicho Vin.
Había matado a mi hermana pequeña. A mí, sin embargo, no me había tocado, salvo para darme un pendiente…
No confíes en nadie perforado por metal
. La carta de Fantasma.
Incluso el trozo más pequeño puede manchar a un hombre.
El trozo más pequeño.
Al mirarlo con atención, el pendiente, aunque retorcido y abollado, parecía casi un diminuto clavo.
No pensó. No le dio a Ruina tiempo a reaccionar. En la excitación por la muerte del Héroe de las Eras, el control de Ruina era más débil que nunca. Acumulando toda la voluntad que le quedaba, Marsh extendió la mano.
Y arrancó el pendiente de la oreja de Vin.
Vin abrió los ojos.
Agua y ceniza caían sobre ella. El cuerpo le ardía de dolor, y los gritos resonantes de las preguntas de Ruina aún reverberaban en su cabeza.
Pero la voz no siguió hablando. Se había apagado a media frase.
¿Qué?
Las brumas regresaron a ella de golpe. Fluyeron a su alrededor, sintiendo la alomancia de su estaño, que aún quemaba levemente. Se arremolinaron en torno a ella como habían hecho una vez, juguetonas, amistosas.
Estaba agonizando. Lo sabía. Marsh había acabado con sus huesos, y obviamente se impacientaba. Gritó, sujetándose la cabeza con las manos. Entonces cogió su hacha del charco donde la había dejado. Vin no podría haber echado a correr aunque hubiese querido.
Por fortuna, el dolor remitía. Todo remitía. Era negro.
Por favor
, pensó, recurriendo a las brumas con una última súplica. De pronto parecían tan familiares. ¿Dónde había sentido aquello antes? ¿De qué las conocía?
Del Pozo de la Ascensión, por supuesto
, susurró una voz en su cabeza.
Después de todo, es el mismo poder. Sólido en el metal que le diste a Elend. Líquido en la charca que quemaste. Y vapor en el aire confinado a la noche. Ocultándote. Protegiéndote.
¡Dándote poder!
Vin jadeó, tomando aliento… aliento que absorbió la bruma. De repente, se sintió cálida: las brumas surcaban su interior, prestándole sus fuerzas. Todo su cuerpo ardía como metal, y el dolor desapareció en un destello.
Marsh blandía el hacha contra su cabeza, chorreando agua.
Y ella le sujetó el brazo.
He hablado de los inquisidores, y de su habilidad para penetrar nubes de cobre. Como dije, este poder se comprende fácilmente cuando se advierte que muchos inquisidores eran buscadores antes de su transformación, y eso significaba que su bronce se duplicaba en fuerza.
Hay al menos otro caso de una persona que podía penetrar nubes de cobre. Sin embargo, en el caso de ella la situación era ligeramente distinta. Ella era nacida de la bruma de nacimiento, y su hermana era la buscadora. La muerte de esa hermana, y la subsiguiente herencia del poder a través del clavo hemalúrgico empleado para matar a esa hermana, dobló su capacidad para quemar bronce como nacida de la bruma típica. Y eso le permitió ver a través de las nubes de cobre de los alománticos inferiores.
Las brumas cambiaron.
TenSoon contempló el cielo a través de la ceniza. Yacía, agotado y entumecido, en la colina ante el campo de lava que le cerraba el paso al este. Notaba los músculos aletargados, señal de que se había estado esforzando demasiado. Ni siquiera la Bendición de la Potencia podía conseguir tanto.
Se levantó, obligando a su cuerpo de caballo a incorporarse, y contempló la noche que le rodeaba. Interminables campos de ceniza se extendían tras él; incluso el rastro que había dejado hasta la cima de la colina estaba a punto de cubrirse. La lava ardía ante él. Sin embargo, todo parecía diferente. ¿Qué?
Las brumas fluían, moviéndose, girando. Generalmente, las brumas tenían una pauta muy caótica. Algunas partes fluían hacia un lado, mientras que otras giraban en distintas direcciones. A menudo había ríos de movimiento, pero nunca se mezclaban unos con otros. Con frecuencia, seguían al viento; esta noche el viento estaba en calma.
Y sin embargo, la bruma parecía fluir en una sola dirección. En cuanto lo advirtió, TenSoon sintió que era una de las visiones más extrañas y singulares que había experimentado jamás. En vez de fluir o girar, las brumas se movían juntas en una especie de corriente con sentido. Pasaron junto a él, y se sintió como una piedra en un río enorme e incorpóreo.
Las brumas fluían hacia Luthadel.
¡Tal vez no llegue demasiado tarde!
, pensó, recuperando parte de su esperanza. Se sacudió de su estupor, y se lanzó al galope por donde había venido.
—Brisi, ven a mirar esto.
Brisa se frotó los ojos y se volvió a mirar a Allrianne, que estaba asomada a la ventana, vestida con un camisón. Era tarde… demasiado tarde. Tendría que estar durmiendo ya.
Contempló su mesa, y el tratado en que estaba trabajando era algo que tendrían que haber escrito Sazed o Elend, no él.
—¿Sabes? —dijo—. Recuerdo claramente haberle dicho a Kelsier que no quería acabar a cargo de nada importante. ¡Dirigir ciudades y reinos es un trabajo para idiotas, no ladrones! El gobierno es demasiado ineficaz para proveer unos ingresos adecuados.
—¡Brisa! —insistió Allrianne, tirando de sus emociones de manera descarada.
Él suspiró y se puso en pie.
—Muy bien —gruñó.
Sinceramente
, pensó,
¿cómo es que, de toda la gente cualificada de la banda de Kelsier, soy yo quien acaba dirigiendo una ciudad?
Se reunió con Allrianne en la ventana, y se asomó.
—¿Qué es exactamente lo que se supone que tengo que ver, querida? Yo no…
Guardó silencio, frunciendo el ceño. A su lado, Allrianne le tocó el brazo, preocupada, mientras miraba por la ventana.
—Eso sí que es raro —dijo él. Las brumas fluían en el exterior, moviéndose como un río… y parecían estar acelerando.
La puerta de la habitación se abrió de golpe. Brisa dio un salto, y Allrianne chilló. Se dieron la vuelta y encontraron a Fantasma en el umbral, todavía medio cubierto de vendajes.
—Reúne a la gente —croó el muchacho, sujetándose al marco de la puerta para evitar desplomarse—. Tenemos que ponernos en marcha.
—Mi querido muchacho —dijo Brisa, inquieto. Allrianne cogió a Brisa por el brazo, agarrándose en silencio, pero con fuerza—. Mi querido muchacho, ¿qué es esto? ¡Tendrías que estar en la cama!
—¡Reúnelos, Brisa! —dijo Fantasma, y de repente su voz sonó muy autoritaria—. Llévalos a la caverna de almacenaje. ¡Que recojan sus cosas! ¡Deprisa! ¡No tenemos mucho tiempo!
—¿Tú cómo lo interpretas? —preguntó Ham, frotándose la frente. La sangre manó de nuevo por el corte, corriéndole por un lado de la cara.
Elend sacudió la cabeza, respirando profunda, casi entrecortadamente, mientras se apoyaba contra un macizo de roca. Cerró los ojos, y su cuerpo tembló de fatiga a pesar del peltre.
—Ahora mismo no me importan las brumas, Ham —susurró—. Apenas puedo pensar bien.
Ham gruñó expresando su acuerdo. Alrededor, los hombres gritaban y morían, combatiendo a las interminables oleadas de koloss. Tenían contenidas a algunas de las criaturas en el embudo natural de piedra que conducía a Fadrex, pero los combates reales tenían lugar en las formaciones rocosas que rodeaban la ciudad. Demasiados koloss, cansados de esperar fuera, habían empezado a escalar para atacar por los flancos.
Era un campo de batalla precario, aunque exigía a menudo la atención de Elend. Tenían gran número de alománticos, pero la mayoría eran inexpertos: no habían conocido sus poderes hasta hoy mismo. Elend era una fuerza de reserva de un solo hombre, que saltaba a través de las líneas defensivas, cubriendo agujeros mientras abajo Cett dirigía las tácticas.
Más gritos. Más muerte. Más metal contra metal, roca, y carne.
¿Por qué?
, pensó Elend lleno de frustración.
¿Por qué no puedo protegerlos?
Avivó peltre, inspiró profundamente y se alzó en la noche.
Las brumas fluían en lo alto, como tiradas por una fuerza invisible. Durante un instante, agotado como estaba, Elend permaneció inmóvil.
—¡Lord Venture! —gritó alguien. Elend se giró hacia la voz. Un joven mensajero subía por el macizo rocoso, los ojos muy abiertos.
¡Oh, no…!
, pensó Elend, crispándose.
—¡Mi señor, se están retirando! —exclamó el muchacho, deteniéndose ante Elend.
—¿Qué? —preguntó Ham, irguiéndose.
—Es cierto, mi señor. ¡Se han retirado de las puertas de la ciudad! Se marchan.
Elend lanzó inmediatamente una moneda, disparándose al aire. La bruma fluía a su alrededor, sus tentáculos, un millón de diminutas cadenas tiradas hacia el este. Abajo, vio las enormes formas oscuras de los koloss corriendo en la noche.
Son muchos
, pensó, aterrizando en una formación rocosa.
Jamás los habríamos derrotado. Ni siquiera con alománticos.
Pero se marchaban. Huían a velocidad inhumana. Dirigiéndose…
Hacia Luthadel.