Vin luchaba como una tempestad, esparciendo agua de lluvia a través de la oscura noche mientras repelía a un inquisidor tras otro.
No debería haber seguido viva. Se había quedado sin peltre, pero lo sentía avivado en su interior, ardiendo más intenso que nunca antes. Sentía como si el mismo sol rojo ardiera en su interior, corriendo derretido por sus venas.
Sus empujones de acero o sus tirones de hierro golpeaban contra ella misma como si estuvieran hechos con el poder del duralumín. Sin embargo, las reservas de metal de su interior no se desvanecían, sino que se hacían más fuertes. Más grandes. No estaba segura de lo que le estaba sucediendo. Sin embargo, sí que sabía una cosa.
De repente, combatir con doce inquisidores a la vez no parecía una tarea imposible.
Gritó, empujando a un inquisidor a un lado, y esquivando luego un par de hachas. Se agazapó, dio un salto, trazó un arco a través de la lluvia y aterrizó junto a Marsh, que aún yacía aturdido donde lo había arrojado después de su renacimiento.
Él alzó la cabeza, finalmente pareció localizarla, maldijo y se apartó rodando cuando Vin trató de golpearlo. Su puño rompió un adoquín, levantó una andanada de oscura agua de lluvia que le manchó la cara y los brazos, y dejó motas de ceniza negra.
Miró a Marsh. Él permanecía erguido, el pecho desnudo, los clavos brillando en la oscuridad.
Vin sonrió y se volvió hacia los inquisidores que corrían hacia ella desde atrás. Gritó, esquivando un hacha. ¿Estas criaturas le habían parecido rápidas alguna vez? Dentro del abrazo del peltre ilimitado, parecía moverse como la misma bruma. Liviana. Rápida.
Desencadenada.
El cielo giró en una tempestad propia mientras ella atacaba, moviéndose en un trepidante frenesí. Las brumas giraban alrededor de su brazo en un vórtice mientras golpeaba a un inquisidor en la cara, lanzándolo hacia atrás. Las brumas danzaban ante ella cuando cogió el hacha del inquisidor caído y cercenó el brazo de otra de las criaturas. A continuación le cortó la cabeza, y dejó a las demás aturdidas por la velocidad de su movimiento.
Ya van dos muertos.
Volvieron al ataque. Vin saltó hacia atrás, empujándose hacia las torres. La bandada de cuervos saltó tras ella, las túnicas chasqueando en la húmeda oscuridad. Golpeó una aguja con los pies, y luego se lanzó hacia arriba y tiró de los clavos de un inquisidor, algo que resultaba fácil hacer con su nuevo poder. Su presa elegida se abalanzó hacia arriba por delante de sus compañeros.
Vin se lanzó hacia abajo, encontrándose con el inquisidor en el aire. Lo agarró por los clavos de los ojos y tiró, arrancándolos con fuerza renovada. Entonces descargó una patada contra la criatura y empujó contra los clavos de su pecho.
Se lanzó hacia arriba en el aire, dejando un cadáver dando tumbos en la lluvia bajo ella, con enormes agujeros en la cabeza donde antes tenía los clavos. Sabía que los inquisidores podían perder algunos clavos y vivir, pero la eliminación de otros era letal. Perder ambos clavos de los ojos parecía suficiente para matarlos.
Tres.
Los inquisidores golpearon la aguja donde ella se había empujado y saltaron para seguirla. Vin sonrió, y lanzó los clavos que aún llevaba, alcanzando con ellos a uno de los inquisidores en el pecho. Entonces empujó. El desgraciado inquisidor fue lanzado hacia abajo, y golpeó un tejado plano tan violentamente que sacó varios clavos de su cuerpo. Chispearon y giraron en el aire, y luego cayeron junto a su cadáver inmóvil.
Cuatro.
La capa de bruma de Vin aleteó cuando se impulsó hacia arriba en el cielo. Ocho inquisidores la perseguían aún, intentando darle alcance. Gritando, Vin alzó las manos hacia las criaturas mientras empezaba a caer. Entonces,
empujó.
No había advertido lo fuertes que eran sus nuevos poderes. Obviamente estaban relacionados con el duralumín, porque podía afectar a los clavos del interior del cuerpo de los inquisidores. Su abrumador empujón forzó a todo el grupo a caer, como si hubieran sido aplastados. De hecho, su empujón también golpeó la aguja de metal que tenía directamente debajo.
La estructura de piedra que albergaba la aguja explotó, rociando polvo y lascas mientras la aguja hacía caer el edificio que tenía debajo. Y Vin fue lanzada hacia arriba.
Muy rápidamente.
Atravesó el cielo, dejando atrás las brumas; la fuerza del empujón afectó incluso a su cuerpo amplificado por la bruma con la tensión de la súbita aceleración.
Y entonces estuvo fuera. Salió al aire, como un pez que salta del agua. Bajo ella, las brumas cubrían la tierra de noche como una enorme manta blanca. A su alrededor sólo había aire libre. Inquietante, extraño. Sobre ella, un millón de estrellas, normalmente sólo visibles a los alománticos, la observaban como ojos de muertos remotos.
Su impulso se agotó, y giró suavemente, blancura debajo, luz arriba. Advirtió que había traído un rastro de bruma de la nube principal. Colgaba como un cable dispuesto a tirar de ella. De hecho, todas las brumas giraban levemente en lo que parecía una enorme borrasca. Un remolino blanco.
El corazón del remolino estaba directamente debajo de ella.
Cayó a plomo hacia la tierra. Entró en las brumas, atrayéndolas hacia sí, inspirándolas. Incluso mientras caía, pudo sentirlas en una enorme espiral que cubría todo el imperio. Les dio la bienvenida, y el vértice de bruma a su alrededor se hizo más y más violento.
Instantes después, Luthadel apareció, un enorme ribete negro sobre la tierra. Vin descendió, dirigiéndose hacia Kedrik Shaw y sus torres, que parecían apuntar hacia ella. Los inquisidores seguían allí: podía verlos de pie en lo alto del tejado plano entre las agujas, mirándola. Esperando. Sólo eran ocho, sin contar a Marsh. Uno yacía empalado por un clavo cercano fruto de su último empujón; el golpe, al parecer, le había extraído por la espalda el clavo central.
Cinco
, pensó Vin, aterrizando a escasa distancia de los inquisidores.
Si un solo empujón podía lanzarla tan alto que la hacía sobrepasar las brumas, ¿qué sucedería si la empujaba hacia fuera?
Esperó a pie firme mientras los inquisidores cargaban. Vio desesperación en sus movimientos. Fuera lo que fuese lo que le estaba sucediendo a Vin, al parecer Ruina estaba dispuesto a arriesgar a todas sus criaturas con la esperanza de que la mataran. Las brumas corrían hacia ella, moviéndose más y más veloces, atraídas como agua por un sumidero.
Cuando los inquisidores casi la habían alcanzado, Vin empujó de nuevo hacia fuera, apartando de sí el metal con toda la fuerza que pudo acumular, mientras reforzaba su cuerpo con un enorme avivar de peltre. La piedra crujió. Los inquisidores gritaron.
Y Kedrik Shaw explotó.
Las torres se desplomaron. Las puertas se soltaron de sus marcos. Las ventanas se rompieron. Los bloques estallaron, toda la estructura se hizo pedazos mientras los metales salían volando. Vin gritó mientras empujaba, el suelo temblando bajo sus pies. Todo, incluso la roca y la piedra, que obviamente contenían rastros residuales de metal, fue repelido violentamente.
Vin jadeó, deteniendo su empujón. Tomó aire, sintiendo el golpear de la lluvia. El edificio que fuera el palacio del Lord Legislador había desaparecido, convertido en escombros que se extendían apartándose de ella como el impacto de un cráter.
Un inquisidor emergió de entre los escombros, el rostro sangrando por el lugar donde se había soltado uno de sus clavos. Vin alzó una mano, tirando y reafirmándose. La cabeza del inquisidor se agitó hacia delante, y su otro clavo del ojo se soltó. Se tambaleó, y Vin cogió el clavo, empujándolo hacia otro inquisidor que corría hacia ella. Alzó una mano para devolvérselo con un empujón.
Y ella continuó impulsándolo de todas formas, ignorando el empujón de la criatura con un rápido empujón hacia atrás para estabilizarse. El inquisidor fue derribado y chocó contra los restos de un muro. El clavo continuó avanzando, empujando como un pez que corriera por el agua, ignorando la corriente. El clavo chocó contra el rostro del inquisidor, aplastándolo, hundiendo su cabeza contra el granito.
Seis y siete.
Vin caminó por entre los escombros, envuelta en la tormenta de brumas. En el cielo, giraban furiosas, formando un torbellino con ella como centro. Era una especie de tornado, pero sin corrientes de aire. Sólo brumas impalpables, como pintadas en el aire. Giraban, se revolvían, acudían a su orden silenciosa.
Pasó por encima del cadáver de un inquisidor que había quedado aplastado por los escombros. Le soltó la cabeza de una patada para asegurarse de que estaba muerto.
Ocho.
Tres la atacaron a la vez. Vin gritó, volviéndose, tirando de una aguja caída. La enorme pieza de metal, casi tan grande como el edificio mismo, se abalanzó sobre el aire, girando a su orden. Chocó contra los inquisidores como una maza, aplastándolos. Vin se volvió, dejando la enorme columna de hierro sobre sus cadáveres.
Nueve. Diez. Once.
La tormenta estalló, aunque las brumas continuaron agitándose. Empezó a llover mientras Vin caminaba entre los edificios destruidos, buscando con la mirada líneas azules alománticas que se movieran. Encontró una temblando ante ella, la cogió y apartó un enorme disco de mármol. Un inquisidor gemía debajo; extendió la mano hacia él y advirtió que de sus dedos goteaba bruma. No sólo giraba a su alrededor, sino que brotaba de ella, saliendo como humo de los poros de su piel. Resopló, y la bruma tembló ante ella, entonces inmediatamente entró en el vórtice y fue atraída de nuevo.
Vin cogió al inquisidor, levantándolo. La piel de la criatura empezó a sanar cuando usó sus poderes feruquimistas, y se debatió, haciéndose más fuerte. Sin embargo, ni siquiera la asombrosa fuerza de la feruquimia significaba nada contra Vin. Le sacó los clavos de los ojos, los apartó, y dejó que el cadáver se desplomara entre los escombros.
Doce.
Encontró al último inquisidor acurrucado en un charco. Era Marsh. Su cuerpo estaba roto, y le faltaba uno de los clavos del costado. El agujero sangraba, pero al parecer no lo bastante para matarlo. Volvió su par de clavos de la cabeza para mirarla, la expresión firme.
Vin vaciló, inspiró profundamente, sintiendo la lluvia caerle por los brazos y gotearle por los dedos. Aún ardía por dentro, y alzó la mirada para contemplar el vórtice de brumas. Giraba con fuerza, retorciéndose. Por su cuerpo corría tanta energía que le costaba trabajo pensar.
Bajó de nuevo la mirada.
Éste no es Marsh
, pensó.
El hermano de Kelsier murió hace mucho. Esto es otra cosa. Ruina.
La bruma giró en una última tempestad, su movimiento circular se hizo más fuerte, más tenso aún, mientras los últimos jirones se retorcían y corrían hacia el cuerpo de Vin.
Entonces las brumas desaparecieron. La luz de las estrellas brillaba y copos de ceniza caían del cielo. El paisaje nocturno era extraño en su quietud, negrura, y claridad. Incluso con estaño, que le permitía ver de noche mucho mejor que a una persona normal, las brumas siempre habían estado allí. Ver el paisaje sin ellas era… raro.
Vin empezó a temblar. Jadeó, sintiendo que el fuego en su interior ardía más y más caliente. Era alomancia como no la había conocido nunca. Parecía como si nunca la hubiera comprendido. El poder era mucho más grande que los metales, meros empujones y tirones. Era algo asombrosamente más vasto. Un poder que los hombres habían empleado, sin comprenderlo nunca.
Se obligó a abrir los ojos. Quedaba un inquisidor. Los había atraído a Luthadel, los había obligado a revelarse, preparando una trampa para algo mucho más poderoso que ella misma. Y las brumas habían respondido.
Era hora de acabar lo que había venido a hacer.
Marsh vio sin reaccionar como Vin caía de rodillas. Temblando, echó mano a uno de los clavos de sus ojos.
No había nada que pudiera hacer. Había agotado casi todo el poder curador de su mente de metal, y el resto no le serviría para nada. La cura almacenada funcionaba con velocidad. Podía curarse poca cantidad muy rápidamente, o esperar y curarse lentamente, pero del todo. Fuera como fuese, estaría muerto en cuanto Vin le arrancara aquellos clavos.
Por fin
, pensó con alivio mientras ella cogía el primero.
En cualquier caso, lo que hice… funcionó. No sé cómo ni por qué.
Sintió la furia de Ruina, notó que su amo advertía su error. Al final, Marsh había triunfado. Al final, no se había rendido. Mare se habría sentido orgullosa.
Vin liberó el clavo. Dolió, naturalmente que dolió, mucho más de lo que Marsh habría creído posible. Gritó, de dolor y alegría, cuando Vin se dispuso a arrancar el segundo.
Y entonces ella vaciló. Marsh esperó, expectante. Ella se estremeció, luego tosió, encogiéndose. Apretó los dientes, extendió la mano. Sus dedos tocaron el clavo.
Y entonces Vin desapareció.
Dejó tras de sí el contorno neblinoso de una mujer joven que pronto se disipó y desapareció también, dejando a Marsh solo entre los restos del palacio, la cabeza ardiendo de dolor, el cuerpo cubierto de ceniza empapada y pegajosa.
Una vez ella le preguntó a Ruina por qué la había escogido. La respuesta principal es sencilla. Tenía poco que ver con su personalidad, sus actitudes, o incluso con su habilidad alomántica.
Simplemente era la única niña que había podido encontrar que estaba en posición de conseguir el clavo hemalúrgico adecuado, un clavo que le concedería poderes ampliados con el bronce, y que entonces le permitirían sentir la localización del Pozo de la Ascensión. Tenía una madre loca, una hermana buscadora, y ella misma era una nacida de la bruma. Exactamente la combinación que Ruina buscaba.
Sin duda, había otros motivos. Pero ni siquiera Ruina los conocía.