Durante un alto en la conversación, les recordé a los hombres que el Mar Cilíndrico pronto se licuaría desde abajo y que habría huracanes y ondas de marea inmediatamente después. Más tarde, todos estuvimos de acuerdo en que debíamos recuperar de (a estación Beta el bote de vela auxiliar.
A los hombres les llevó poco más de doce horas hacer el trayecto de ida y de vuelta a través del hielo. La noche ya había caído cuando regresaron. Cuando Richard y Michael alcanzaron el túnel, Simone, que ya estaba completamente familiarizada con el ambiente que la rodeaba, extendió los brazos hacia Michael.
—Veo que alguien está contento de que haya regresado —dijo Michael en broma.
—Mientras sea nada más que Simone —dijo Richard. Parecía estar extrañamente tenso y distante.
Esa noche, su peculiar estado de ánimo continuó.
—¿Qué pasa, querido? —le preguntó, cuando estuvimos a solas en nuestra estera. Ya que no me contestó de inmediato lo besé en la mejilla y esperé.
—Se trata de Michael —dijo, por fin, Richard—. Me acabo de dar cuenta hoy, cuando estábamos arrastrando el bote a través del hielo, de que está enamorado de ti. Deberías haberlo escuchado. De todo de lo que habla es de ti: eres la madre perfecta, la esposa perfecta, la amiga perfecta; hasta admitió que me tenía envidia.
Acaricié a Richard durante algunos segundos, tratando de encontrar el modo de responderle.
—Creo que estás dándole demasiada importancia a comentarios incidentales, querido —dije por fin—. Michael sencillamente estaba expresando su afecto. Yo también le tengo mucho cariño…
—Lo sé, eso es lo que me molesta —me interrumpió Richard con brusquedad—. Se ocupa de Simone la mayor parte del tiempo en que tú estás ocupada; ustedes dos hablan durante horas, mientras yo trabajo en mis proyectos…
Se detuvo y me contempló con una mirada extraña, acongojada. La fijeza de esa mirada daba miedo. Ése no era el mismo Richard Wakefield que había conocido íntimamente durante más de un año. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, antes de que su mirada se suavizara y se acercara para besarme.
Después de que hicimos el amor y nos quedamos dormidos, Simone se agitó en la cuna y decidí darle de comer. Mientras le daba de mamar, volví a pensar en todo el lapso transcurrido desde que Michael nos encontró al pie de la telesilla. No había nada que yo recordara que pudiera haber hecho sentir celos a Richard. Incluso nuestras relaciones íntimas habían conservado la regularidad y e! carácter satisfactorio todo el tiempo, si bien admito que no fueron demasiado imaginativas desde el nacimiento de Simone.
La mirada enloquecida que había visto en los ojos de Richard siguió acosándome, aun después de que Simone terminó de mamar. Me prometí que encontraría más tiempo para estar a solas con Richard en las semanas venideras.
20 de junio de 2202
Hoy verifiqué que estoy otra vez embarazada. Michael estaba encantado; Richard, sorprendentemente, no mostró ninguna reacción. Cuando hablé con Richard a solas, reconoció que tenía sentimientos contradictorios, porque Simone finalmente había llegado a la etapa en la que ya no necesitaba atención constante. Le recordé que, cuando hablamos hace dos meses respecto de tener otro hijo, me había dado su entusiasta consentimiento. Richard me contestó que su anhelo por ser padre de un segundo hijo se había visto fuertemente influido por mi “obvia excitación” en ese momento.
El nuevo bebé llegará a mediados de marzo. Para ese entonces habremos terminado el cuarto para los niños y tendremos suficiente espacio para que viva toda la familia. Lamento que Richard no esté emocionado por la perspectiva de volver a ser padre pero estoy contenta de que ahora Simone tenga un compañero de juegos.
15 de marzo de 2203
Catherine Colin Wakefield (la llamaremos Katie) nació el trece de marzo a las 06:16. Fue un parto fácil; nada más que cuatro horas desde la primera contracción fuerte hasta el alumbramiento. En ningún momento tuve dolores de importancia. Di a luz sentándome sobre los talones y estuve en tan buen estado físico que yo misma corté el cordón umbilical.
Katie ya llora mucho. Tanto Genevieve como Simone fueron bebés dulces, tiernos, pero resulta obvio que Katie va a ser muy ruidosa. Richard está feliz de que yo haya bautizado a mi hija con el nombre de su madre. Tuve la esperanza de que, esta vez, pudiera estar más interesado en su papel de padre pero en la actualidad está demasiado ocupado trabajando en su “base perfecta de datos” (va a reunir en un índice y brindar fácil acceso a toda nuestra información) como para prestarle mucha atención a Katie.
Mi tercera hija pesó poco menos de cuatro kilogramos al nacer y midió cincuenta y cuatro centímetros de largo. Seguramente Simone no fue tan pesada cuando nació aunque en aquel entonces no contábamos con una balanza precisa. El color de la piel de Katie es bastante claro, casi blanco, y su cabello es mucho más rubio que los bucles negro oscuro de su hermana. Los ojos son sorprendentemente azules. Sé que no es nada raro que los bebés tengan ojos celestes que, a menudo, se oscurecen bastante durante el primer año. Pero nunca esperé que un hijo mío tuviera ojos azules, ni siquiera por un instante.
18 de mayo de 2203
Me resulta difícil creer que Katie ya tenga más de dos meses. ¡Es un bebé tan exigente! Ya debería de haber podido enseñarle a no tironearme los pezones pero no puedo hacerle abandonar el hábito. Se pone especialmente difícil cuando alguien más está presente en el momento en que le doy de mamar. Si me atrevo, siquiera, a dar vuelta la cabeza para conversar con Michael o Richard o, en especial, si trato de responder alguna de las preguntas de Simone, entonces Katie me retuerce el pezón a modo de venganza.
Richard ha estado extremadamente taciturno últimamente. En ocasiones mantiene su carácter usual: brillante, vivaz, que hace que Michael y yo nos riamos sin parar con su imitación de charla erudita. Sin embargo, su carácter puede variar en un instante. Una sola observación, aparentemente inofensiva, hecha por cualquiera de nosotros, puede hundirlo en la depresión o, incluso, en la ira.
Sospecho que el verdadero problema que tiene Richard en este momento es el aburrimiento: terminó su proyecto sobre la base de datos y todavía no empezó con otra actividad de importancia. La fabulosa computadora que construyó el año pasado contiene subrutinas que hacen que nuestra interfaz con la pantalla negra parezca casi rutinaria. Richard podría hacer sus días más variados desempeñando un papel más activo en el desarrollo y la educación de Simone, pero supongo que eso no condice con su modo de ser. No parece estar fascinado, tal como lo estamos Michael y yo, con los complejos patrones de crecimiento que están surgiendo en Simone.
En los primeros meses del embarazo de Katie, estaba muy preocupada por la aparente falta de interés que Richard demostraba en los niños. Decidí atacar el problema en forma directa, pidiéndole que me ayudara a montar un minilaboratorio que nos permitiera analizar parte del genoma de Katie a partir de una muestra de mi líquido amniótico. El proyecto entrañaba el empleo de química compleja, un nivel de interacción con los ramanes que era más profundo que cualquier otro que hubiéramos intentado antes, así como la creación y la calibración de algunos complejos instrumentos médicos.
Richard adoraba la tarea. Yo también, pues me hacía recordar mis días en la facultad de Medicina. Trabajábamos juntos durante doce y basta catorce horas por día (dejando que Michael se hiciera cargo de Simone: ciertamente, los dos sienten afecto el uno por el otro) hasta que terminamos. A menudo hablábamos sobre nuestro trabajo hasta bien entrada la noche, aun mientras estábamos haciendo el amor.
Sin embargo, cuando llegó el día en el que completamos el análisis del genoma de nuestro futuro hijo, descubrí, con gran sorpresa, que Richard estaba mucho más fascinado por el hecho de que el equipo y el análisis satisfacían todas nuestras especificaciones que por las características de nuestra segunda hija. Estaba perpleja. Cuando le dije que el hijo era una niña y que no tenía ni el síndrome de Down ni el de Whittinghamm y que ninguna de sus tendencias cancerígenas a priori estaba fuera de los límites aceptables, reaccionó con total indiferencia. Pero, cuando elogié la velocidad y la precisión con la que el sistema había completado el examen, Richard estaba radiante de orgullo. ¡Qué diferente está mi marido!: mucho más cómodo con el mundo de la matemática y de la ingeniería que con la gente.
También Michael advirtió la reciente inquietud de Richard. Lo alentó para que creara más juguetes para Simone, como las brillantes muñecas que Richard hizo cuando yo estaba en los últimos meses de mi embarazo de Katie. Estas muñecas siguen siendo los juguetes favoritos de Simone. Caminan solas y hasta responden a algunas instrucciones verbales. Una noche, cuando Richard mostraba un estado de ánimo exuberante, programó a EB para que interactuara con las muñecas. Simone reía frenéticamente después de que El Bardo (Michael insiste en llamar por su nombre completo al robot creado por Richard, que declama versos de Shakespeare) persiguió a las tres muñecas hasta atraparlas en un rincón y después se lanzó a recitar una miscelánea de sonetos de amor.
Ni siquiera EB alegró a Richard estas dos últimas semanas. No duerme bien, lo que es raro en él y no ha mostrado interés por ninguna cosa. Incluso nuestra vida sexual, tan regular y variada, se vio interrumpida, por lo que Richard debe de estar luchando con sus demonios internos. Hace tres días salió temprano por la mañana (inmediatamente después del amanecer en Rama: de tanto en tanto, el reloj con la hora terrestre que tenemos en el túnel y el reloj ramano que tenemos en el exterior funcionan de manera sincronizada) y se quedó en Nueva York durante más de diez horas. Cuando le pregunté qué había estado haciendo, contestó que se había sentado en la pared contemplando el Mar Cilíndrico. Después, cambió de tema.
Tanto Michael como Richard están convencidos de que ahora estamos solos en la isla. Hace poco, Richard entró dos veces en la guarida de los avianos y en ambas ocasiones se quedó al costado del corredor vertical, lejos del centinela del tanque. Incluso descendió una vez al segundo pasadizo horizontal desde donde yo salté, pero no vio señales de vida. La guarida de las octoarañas tiene un par de complicadas redes entre la cubierta y el primer nivel. Durante los últimos cuatro meses, Richard estuvo otra vez ejerciendo una vigilancia electrónica de la región que se encuentra en tomo de la guarida de las octoarañas; aun cuando admite que puede haber algunas ambigüedades en los datos de su monitor, Richard insiste en que, sólo con la inspección visual, puede darse cuenta de que nadie ha abierto las redes desde hace mucho tiempo.
Los hombres armaron el bote de vela hace algunos meses y después pasaron dos horas probándolo en el Mar Cilíndrico. Simone y yo los saludamos con la mano desde la orilla. Temerosos de que los cangrejos biots definieran al bote como “basura” (como hicieron aparentemente con el otro bote aunque en verdad nunca descubrirnos qué le ocurrió: un par de días después de que escapamos de la falange de misiles nucleares, regresamos a donde lo habíamos dejado y ya no estaba), Richard y Michael lo volvieron a desarmar y lo trajeron para guardarlo a salvo en el túnel.
Richard dijo varias veces que le gustaría navegar a través del mar, hacia el sur, para tratar de encontrar algún sitio por el que se pueda escalar el acantilado de quinientos metros. Nuestra información sobre el Hemicilíndro Austral de Rama es muy limitada. Salvo por los pocos días en los que estuvimos cazando biots con el equipo original de cosmonautas de la
Newton
, nuestro conocimiento de la región se limita a los rudimentarios mosaicos armados en tiempo real, provenientes de las imágenes iniciales de la aeronave teledirigida de la Newton. Por cierto que sería fascinante y excitante explorar el sur; a lo mejor, hasta podríamos descubrir a dónde fueron todas esas octoarañas. Pero, en esta coyuntura, no nos podemos permitir el lujo de correr ningún riesgo: nuestra familia depende en forma decisiva de cada uno de los tres adultos. La pérdida de alguno de nosotros sería devastadora.
Creo que Michael O'Toole está satisfecho con la vida que nos hemos forjado en Rama, en especial después de que el agregado de la gran computadora de Richard hizo que mucha más información estuviera fácilmente a nuestro alcance: ahora tenemos acceso a todos los datos enciclopédicos que estaban almacenados a bordo de la nave militar
Newton
, La actual “unidad de estudio” de Michael, tal como denomina a su recreación organizada, es la historia del arte. El mes pasado su conversación estaba llena de los Medici y de los papas católicos del Renacimiento, junto con Miguel Ángel, Rafael y los otros grandes pintores de la época. Ahora se dedica al siglo XIX, un período en la historia del arte que encuentro más interesante. Hemos mantenido muchas discusiones sobre la “revolución” impresionista pero Michael no acepta mi argumento de que el Impresionismo no fue más que un subproducto natural del advenimiento de la cámara.
Michael pasa horas con Simone. Es paciente, tierno y solícito. Ha vigilado cuidadosamente el desarrollo de la niña y registró en su libreta electrónica los principales acontecimientos de su evolución. En la actualidad, Simone reconoce visualmente veintiuna de sus veintiséis letras (confunde el par C y S así como Y y V y, por algún motivo, no puede aprender la K) y, cuando tiene un buen día, puede contar hasta veinte. También puede identificar correctamente los dibujos de un aviano, una octoaraña y de los cuatro tipos más frecuentes de biots. Conoce también el nombre de los doce discípulos, hecho que no hace feliz a Richard: ya tuvimos una “reunión cumbre” relativa a la educación espiritual de nuestras hijas y el resultado fue un cortés desacuerdo.
Ahora es mi turno. Estoy feliz la mayor parte del tiempo, si bien tengo algunos días en los que la inquietud de Richard o el llanto de Katie o, tan sólo, lo absurdo de nuestra extraña vida en esta nave espacial alienígena se combinan para abrumarme. Siempre estoy ocupada. Planeo la mayoría de las actividades de la familia, decido qué comemos y cuándo y organizo los días de los niños, incluyendo su siesta. Nunca dejo de hacer la pregunta «¿a dónde vamos?» pero ya no me frustra el hecho de no conocer la respuesta.
Mi actividad intelectual personal está más limitada que lo que yo podría desear si se me dejara librada a mis propios impulsos, pero me digo que en el día no hay más que tantas horas. Richard, Michael y yo a menudo nos enfrascamos en bulliciosa conversación, y por lo tanto, no hay escasez de estímulos. Pero ninguno de ellos tiene demasiado interés en algunas cuestiones intelectuales que siempre fueron parte de mi vida. Mis aptitudes para los idiomas y para la lingüística han sido fuente de considerable orgullo para mí desde mis tempranos días escolares. Hace varias semanas tuve un sueno aterrador en el que había olvidado cómo escribir o hablar en algún otro idioma que no fuera el inglés. Durante las dos semanas que siguieron, pasé dos horas a solas cada día, no sólo repasando mi adorado francés sino que estudiando italiano y japonés también.