De inmediato, rechacé esta idea descabellada. Sin embargo, no desapareció. Más tarde, esa misma noche, cuando debía estar durmiendo, mi mente regresó al mismo tema. ¿Qué sucedería si vuelvo a quedar embarazada de Richard, me pregunté, y tengo una tercera niña? Entonces será necesario repetir todo el proceso. Ya tengo cuarenta y un años. ¿Cuántos años más tengo antes de que comience la menopausia, aun si la retardo con sustancias químicas? Según los dos datos obtenidos hasta ahora, no existen indicios de que Richard pueda producir un varón. Podríamos establecer un laboratorio que permita seleccionar de su semen los espermatozoides masculinos, pero eso exigiría un gran esfuerzo mental de nuestra parte y meses de interacción detallada con los ramanes. Y aún quedarían por resolver los temas de la conservación de los espermatozoides y de su envío hacia los ovarios.
Recorrí mentalmente las diversas técnicas comprobadas para alterar el proceso natural de selección de sexos (la dieta del hombre, el tipo y la frecuencia del contacto sexual, la sincronización con respecto a la ovulación, y demás) y llegué a la conclusión de que Richard y yo probablemente teníamos la oportunidad de gestar un varón en forma natural si éramos muy cuidadosos. Pero, en lo profundo de mi mente, subsistía el pensamiento de que las probabilidades serían aún mayores si Michael fuera el padre. Después de todo, él tenía dos varones (de tres hijos), sin haberlo planificado. No importaba cuánto yo pudiera mejorar las probabilidades de Richard, las misma técnicas con Michael garantizarían que tendríamos un varón.
Antes de volver a dormirme, medité, brevemente, sobre lo impráctico de toda la idea: habría que idear un método ciento por ciento exento de errores para inseminación artificial (que yo misma tendría que supervisar aun cuando fuera el sujeto). ¿Podríamos hacer eso en nuestra situación actual y
garantizar
tanto el sexo como la salud del embrión? Incluso los hospitales de la Tierra con todos los recursos a su alcance, no siempre tienen éxito. La otra alternativa era tener contacto sexual con Michael. Si bien no encontraba ese pensamiento desagradable, las consecuencias sociológicas parecían ser tan grandes que abandoné la idea por completo.
(Seis horas mas tarde). Esta noche, los hombres me sorprendieron con una cena especial. Michael se está transformando en lodo un gran cocinero. La comida tenía gusto tal como se había anunciado a “Bistec a la Wellington”, si bien se parecía más a espinaca a la crema. Richard y Michael también sirvieron un líquido rojo que denominaron vino. No era desagradable de modo que lo bebí y descubrí para gran sorpresa mía que contenía algo de alcohol y, realmente, apuré hasta la última gota.
De hecho, todos nosotros estábamos ligeramente alegres hacia el final de la cena. Las niñas, especialmente Simone, estaban perplejas ante nuestra conducta. Durante el postre de tarta de coco, Michael me dijo que el cuarenta y uno era un “número muy especial”. Me explicó, entonces, que era el número primo más grande que iniciaba una larga secuencia cuadrática de otros números primos. Cuando le pregunté qué era una secuencia cuadrática, rió y dijo que no sabía. Sin embargo, escribió la secuencia de elementos de la que estaba hablando: 41, 43, 47, 53, 61, 71, 83, 97, 113… que concluía con el número 1601. Me aseguró que cada uno de los cuarenta números de la secuencia era un número primo.
—En consecuencia —dijo con un guiño—, el cuarenta y uno debe de ser un número mágico.
Mientras me reía, nuestro genio, Richard, miró los números y después de no más de un minuto de jugar con la computadora, nos explicó a Michael y a mí por qué la secuencia se denominaba “cuadrática”:
—Las segundas diferencias son constantes —dijo, mostrándonos qué quería decir mediante un ejemplo—. En consecuencia a toda la secuencia se la puede generar a partir de una expresión cuadrática simple. Tomemos F(N)=N
2
–N+41 —continuó—, donde N es cualquier entero que vaya desde 0 hasta 40. Esa función va a generar toda la secuencia.
—Mejor aún —dijo riendo—, consideremos F(N)=N
2
–81N+1681, en la que N es un entero que puede tomar cualquier valor desde 1 hasta 80. Esta fórmula cuadrática comienza en el extremo final de la sucesión de números, F(1)=1601, y continúa a través de la secuencia en orden descendente primero. Se invierte en F(40)=F(641)=41 y, después, genera toda una secuencia de números otra vez, en orden creciente.
Richard sonrió. Michael y yo nos limitamos a contemplarlo con reverencia.
13 de marzo de 2205
Katie cumplió dos años hoy y todo el mundo estaba de buen talante, especialmente Richard. De hecho, quiere a su hijita, aunque hace con él lo que quiere. Para el cumpleaños, la llevó hasta la tapa del túnel de las octoarañas y juntos sacudieron las redes. Tanto Michael como yo expresamos nuestra desaprobación pero Richard rió y le hizo un guiño a Katie.
En la cena, Simone interpretó una breve pieza para piano que Michael le había estado enseñando y Richard sirvió un exquisito vino, un “Chardonney” ramano, lo llamaba, junto con nuestro salmón escalfado. En Rama, el salmón escalfado se parece a los huevos revueltos de la Tierra, lo que es un poco confuso, pero seguimos adhiriéndonos a nuestra convención de dar a las comidas el nombre en función de su contenido nutricional.
Me siento especialmente feliz, aun cuando debo admitir que estoy un tanto nerviosa por la discusión que se avecina con Richard. Ahora está muy animado debido, principalmente, a que está muy dedicado no a un proyecto importante, sino a dos. No sólo está haciendo mezclas líquidas cuyo sabor y contenido en alcohol rivaliza con los vinos finos del planeta Tierra, sino que también está creando un nuevo conjunto de robots de veinte centímetros de altura basado en los personajes del escritor del siglo XX, laureado con el Nobel, Samuel Beckett. Hace varios años que Michael y yo instamos a Richard para que vuelva a su compañía teatral Shakespeare, pero el recuerdo de sus amigos desaparecidos siempre lo detiene. Pero un nuevo autor teatral… eso es un asunto diferente. Ya terminó los cuatro personajes de
Final de partida
. Hoy, los niños rieron jubilosamente cuando los ancianos “Nagg” y “Nell” salieron de sus diminutos tachos de basura gritando:
—Mi papilla. Tráiganme mi papilla.
Decididamente le voy a plantear a Richard mi idea de tener un hijo con Michael. Estoy segura de que va a apreciar la lógica y el aspecto científico de mi propuesta, si bien difícilmente puedo esperar que se muestre entusiasta. Naturalmente, todavía no le mencioné la idea a Michael. Sin embargo, él sabe que tengo algo sumamente serio en mente porque le pregunté si cuidaría de las niñas esta tarde, mientras Richard y yo íbamos a la parte superior para tener un día de campo y dialogar.
Es probable que mis nervios sobre este tema carezcan de fundamentos. Es indudable que se basa en una definición de conducta adecuada que, sencillamente, no tiene vigencia en nuestra situación actual. Richard se siente bien estos días; ha estado muy ingenioso últimamente. Puede ser que me lance algunos dardos afilados durante la discusión del tema, pero apuesto a que, al final, va a estar a favor de la idea.
7 de mayo de 2205
Ésta fue la primavera de nuestro descontento. Oh, Señor, qué tontos somos los mortales. Richard, Richard, regresa por favor.
¿Por dónde empiezo? ¿Y cómo comienzo? ¿Me atrevo a intentarlo? En un minuto se producen visiones y revisiones que un minuto… En la sala de al lado, Michael y Simone vienen y van, hablando de Miguel Ángel.
Mi padre me dijo que lodo el mundo comete errores. ¿Por qué los míos tienen que ser tan colosales? La idea tenía mucho sentido común. El hemisferio izquierdo de mi cerebro me decía que era lógica. Pero en lo más profundo del ser humano la razón no siempre tiene razón. Las emociones no son racionales. Los celos no son la información que suministra el programa de una computadora.
Hubo muchas advertencias. Cuando nos sentamos junto al Mar Cilíndrico y tuvimos nuestro “día de campo”, pude darme cuenta, por la mirada de Richard de que había un problema. Retrocede Nicole, me dije a mí misma.
Pero, más tarde, él pareció ser más razonable.
—Por supuesto —dijo Richard esa misma tarde—, lo que estás sugiriendo es lo genéticamente correcto. Iré contigo para decírselo a Michael. Terminemos con este asunto lo más rápido que podamos, con la esperanza de que un solo encuentro sea todo lo que se necesite.
En ese momento me sentí alborozada. Nunca se me pasó por la cabeza que Michael pudiera repudiar la idea.
—Sería un pecado —dijo a la noche, después de que las niñas se fueran a dormir, segundos después de que entendió lo que le estábamos proponiendo.
Richard tomo la ofensiva arguyendo que el concepto de pecado era un anacronismo, incluso en la Tierra, y que él, Michael, sencillamente se estaba comportando como un necio.
—¿Realmente quieres que yo haga eso? —le preguntó Michael a Richard, al final de la conversación.
—No —respondió Richard después de una breve vacilación—, pero resulta claro que eso es lo mejor, si pensamos en nuestros niños. Debí haberle prestado más atención al “no”.
Nunca se me ocurrió que mi plan podría no funcionar. Hice el seguimiento de mi ciclo de ovulación con mucho cuidado. Cuando la noche designada finalmente llegó, se lo informé a Richard y él se fue del túnel con paso firme, para realizar una de sus largas caminatas por Rama. Michael estaba nervioso y luchando contra sus sentimientos de culpa pero, ni siquiera en mi peor representación sobre el día del juicio final, me habría imaginado que lucra incapaz de tener relaciones sexuales conmigo.
Cuando nos quitamos la ropa (en la oscuridad, de modo que Michael no se sintiera incómodo) y nos tendimos el uno al lado del otro en las esteras, descubrí que su cuerpo criaba rígido y tenso. Lo besé en la frente y en las mejillas. Después, traté de que se aflojara, frotándole la espalda y el cuello. Después de alrededor de treinta minutos de acariciarlo (nada que se pudiera tomar por estímulo erótico), arrimé mi cuerpo al suyo de una manera sugerente. Resultaba obvio que teníamos un problema: su pene todavía estaba completamente fláccido.
Yo no sabía qué hacer. Mi pensamiento inicial, que, por supuesto, era completamente irracional, fue que Michael no me encontraba atractiva. Me sentí terrible, como si alguien me hubiera dado una bofetada. Todos mis sentimientos de inferioridad reprimidos afloraron violentamente a la superficie, y me sentí sorprendentemente enojada. Por suerte, no dije nada (ninguno de nosotros hablo durante todo este momento) y Michael no podía verme la cara en la oscuridad. Pero mi lenguaje corporal debe de haberle indicado mi decepción.
—Lo siento —dijo con suavidad.
—Está bien —respondí, tratando de aparentar que no le daba importancia al asunto.
Me incorporé parcialmente, apoyándome sobre un hombro, y le acaricié la frente con la otra mano. Amplié mi leve masaje, permitiendo que mis dedos corrieran delicadamente por sobre su cara, su cuello y sus hombros. Michael se mostraba completamente pasivo. Estaba acostado boca arriba, sin moverse, los ojos cerrados la mayor parte del tiempo. Si bien estoy segura de que disfrutaba las caricias, no dijo nada ni emitió ningún gemido de placer. Para ese entonces, me estaba poniendo sumamente ansiosa: me di cuenta de que deseaba que Michael me acariciara, que me dijera que yo era linda.
Finalmente rodé con parte de mi cuerpo hasta quedar cruzada sobre el suyo. Permití que mis pechos se apoyaran suavemente sobre su torso, mientras mi mano derecha jugueteaba con el vello de su pecho. Me incliné para besarlo en los labios, intentando excitarlo mientras lo tocaba con mi mano izquierda, pero él se escabulló rápidamente y después se incorporó.
—No puedo hacer esto —dijo Michael, sacudiendo la cabeza.
—¿Por qué no? pregunté tranquilamente, mi cuerpo colocado ahora en una posición extraña al lado del suyo.
—Está mal —respondió con gran solemnidad.
En los minutos siguientes traté varias veces de iniciar una conversación pero Michael no quería hablar. Finalmente, y porque no me quedaba nada más por hacer, me vestí en silencio en medio de la oscuridad. Michael apenas logró decirme un débil «buenas noches» cuando me fui.
No volví de inmediato a mi habitación. Una vez que estuve en el corredor, me di cuenta de que todavía no estaba lista para enfrentar a Richard. Me recliné contra la pared y luché con las poderosas emociones que me envolvían. ¿Por qué había supuesto yo que todo sería tan simple? Y, ¿qué le diría ahora a Richard?
Cuando entré en la habitación supe, por el sonido de la respiración de Richard, que no estaba dormido. Si yo hubiera tenido más coraje, le podría haber dicho en ese mismo momento qué había ocurrido con Michael, pero resultaba más fácil pasarlo por alto. Ése fue un serio error.
Los dos días siguientes fueron de tensión. Nadie mencionó lo que Richard había denominado cierta vez el “fenómeno de fertilización”. Los hombres trataron de comportarse como si todo fuera normal. Después de la cena de la segunda noche, persuadí a Richard para que saliera a caminar conmigo mientras Michael llevaba a las niñas a dormir.
Richard estaba explicando la química de su nuevo proceso para fermentación de vino mientras estábamos en los terraplenes que dan al Mar Cilíndrico. En un momento dado, lo interrumpí y le tomé la mano.
—Richard —dije, mis ojos buscando amor y seguridad en los de él—, esto es muy difícil… —Mi voz se fue extinguiendo.
—¿De qué se trata Nikki? —me preguntó, forzando una sonrisa.
—Bueno —respondí—, se trata de Michael. Verás —disparé las palabras— realmente nada ocurrió… Él no pudo… Richard se quedó mirando durante un rato.
—¿Quieres decir que es impotente? —preguntó. Al principio asentí pero luego lo confundí por completo al negar con la cabeza.
—Es probable que no lo sea en verdad —balbuceé—, pero lo fue conmigo la otra noche. Creo que simplemente está demasiado tenso, o que se siente culpable, o, a lo mejor, ha pasado demasiado tiempo… —me detuve al darme cuenta de que estaba diciendo demasiado.
Richard se quedó con la mirada fija en el mar durante lo que pareció una eternidad.
—¿Quieres intentarlo de nuevo? —dijo finalmente con un tono completamente carente de expresión. No se volvió para mirarme.
—No… no lo sé —respondí. Le apreté la mano con fuerza. Iba a decirle algo más, a preguntarle si podía tolerar la situación si yo lo intentaba una vez más, pero, bruscamente, Richard se alejó de mí.