El jardín de Rama (43 page)

Read El jardín de Rama Online

Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
9.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No tan malo… Bastante interesante, de hecho… lentamente los ingenieros humanos se están sintiendo más cómodos con los Einstein —hizo silencio—. ¿Oíste lo que dije sobre Ellie y Benjy?

Nicole suspiró. Por el tono de voz de Richard, entendió el mensaje. A pesar de la fatiga, Nicole salió del dormitorio y enfiló hacia el corredor.

Ellie ya estaba dormida pero Benjy todavía estaba despierto en la habitación que compartía con Patrick. Nicole se sentó al lado de Benjy y le tomó la mano.

—Ho… la, mamá —dijo el muchacho.

—Tío Richard mencionó que tú y Ellie fueron al pueblo esta tarde —le dijo Nicole a su hijo mayor.

Una expresión de dolor hizo que el rostro del muchacho se contrajera durante unos segundos.

—Sí, ma… má.

—Ellie me dijo que los reconocieron y que uno de los nuevos colonos les dijo cosas feas —dijo Patrick, desde el extremo opuesto de la habitación.

—¿Es eso cierto, amor? —le preguntó Nicole a Benjy, mientras le sostenía la mano y se la acariciaba.

El muchacho hizo un gesto de asentimiento, apenas perceptible, con la cabeza, y después miró fijamente, en silencio, a su madre.

—¿Qué es un tarado, ma… má? —dijo de repente, con los ojos llenos de lágrimas.

Nicole le pasó los brazos por sobre los hombros.

—¿Hoy alguien te dijo tarado? —preguntó en voz baja. Benjy asintió con la cabeza.

—La palabra no tiene un significado específico —contestó Nicole—. Cualquiera que sea diferente o, quizá, molesto podría ser llamado tarado. —Volvió a acariciar a Benjy—. La gente usa palabras como esa cuando no piensa. Quienquiera que te haya llamado tarado probablemente estaba confundido o molesto por otros acontecimientos de su vida y simplemente se descargó en ti porque no te entendió… ¿Hiciste algo para molestarlo?

—No, ma… má. Sólo le dije que me gustaba el pelo amarillo de la mu… jer.

Al cabo de varios minutos Nicole finalmente se enteró del punto principal de lo ocurrido en la tienda de porcelanas. Cuando creyó que Benjy ya estaba bien, Nicole cruzó la habitación para darle a Patrick el beso de las buenas noches.

—¿Y qué pasó contigo? —preguntó—. ¿Cómo fue tu día?

—De lo mejor —repuso Patrick—. Únicamente tuve un problema… en el parque: —trató de sonreír— algunos de los muchachos nuevos estaban jugando al basquetbol y me invitaron para que me uniera a ellos… Fue absolutamente terrible. Algunos se rieron de mí. Nicole le dio a Patrick un fuerte abrazo, largo y tierno.

Patrick es fuerte
, se dijo Nicole a sí misma cuando estuvo en el corredor, de regreso al dormitorio,
pero aun él necesita apoyo
. Respiró hondo.
¿Estoy haciendo lo correcto?
, se preguntó por enésima vez, desde que se había dedicado con alma y vida a todos los aspectos del planeamiento de la colonia.
Me siento tan responsable por todo lo de aquí. Quiero que Nuevo Edén comience de manera correcta… Pero mis hijos todavía necesitan más de mi tiempo… ¿Llegaré alguna vez a lograr el equilibrio justo?

Richard todavía estaba despierto cuando Nicole se acurrucó al lado de él. Compartió el relato de Benjy con su marido.

—Lamento no haber podido ayudarlo —dijo Richard—. Es que hay algunas cosas que únicamente una madre…

Nicole estaba tan exhausta que se estaba quedando dormida antes de que Richard terminara siquiera la oración. La tocó con firmeza en el brazo.

—Nicole —le dijo—, hay otra cosa más de la que debemos hablar. Por desgracia, no puede esperar. Quizá no tengamos otro momento a solas durante la mañana.

Nicole giró sobre sí misma y miró a Richard con curiosidad.

—Es sobre Katie —empezó Richard—. Realmente necesito tu ayuda… Mañana a la noche hay otro de esos bailes para confraternizar. Recordarás que la semana pasada le dijimos a Katie que podía ir, pero únicamente si Patrick iba con ella y volvía a casa a una hora razonable… Bueno, esta noche la vi parada delante del espejo, con su vestido nuevo: era corto y mostraba mucho. Cuando le pregunté respecto del vestido y le dije que no me parecía un atuendo adecuado para un baile improvisado, montó en cólera. Insistió en que “la estaba espiando” y después me informó que yo era “irremediablemente ignorante” con respecto a la moda.

—¿Qué dijiste?

—La reprendí. Me congeló con la mirada y no dijo nada más. Varios minutos después salió de la casa sin decir palabra. El resto de los muchachos y yo cenamos sin ella… Katie llegó a casa sólo treinta minutos antes que tú. Olía a tabaco y a cerveza. Cuando traté de hablarle, se limitó a decir, «No me molestes», y después se fue a su cuarto y cerró la puerta de un golpe.

Temía esto
, pensaba Nicole, mientras yacía al lado de Richard en silencio.
Todas las señales han estado ahí desde que era una niñita. Katie es brillante, pero también es egoísta e impetuosa

—Le iba a decir a Katie que no podía ir al baile mañana a la noche —decía Richard— pero después me di cuenta de que, según cualquier definición normal, es adulta. Después de todo, en su tarjeta de empadronamiento, en la oficina de administración, figura que tiene veinticuatro años. En verdad, no la podemos tratar como a una niña.

Pero quizá tiene catorce años, desde el punto de vista emocional
, pensó Nicole, retorciéndose cuando Richard empezó a recitar todas las dificultades que había tenido Katie desde que los primeros nuevos seres humanos ingresaron en Rama.
Nada le importa, salvo la aventura y la diversión
.

Nicole recordó el día que había pasado con Katie en el hospital. Había sido una semana antes de que los colonos de la
Niña
arribaran. A Katie la había fascinado todo el complejo equipo médico, y había mostrado legítimo interés en saber cómo funcionaba. Sin embargo, cuando Nicole sugirió que Katie podría querer trabajar en el hospital hasta que se inaugurara la universidad, la joven se había reído.

—¿Estás bromeando? —había dicho—. No se me ocurre nada más aburrido… en especial cuando va a haber cientos de personas nuevas para conocer.

No hay mucho que Richard o yo podamos hacer
, se dijo Nicole a sí misma, lanzando un suspiro.
Podemos sentir dolor por Katie, y ofrecerle nuestro amor, pero ella ya decidió que todos nuestros conocimientos y nuestra experiencia no son aplicables
.

Hubo silencio en el dormitorio. Nicole se estiró y besó a Richard.

—Hablaré con Katie mañana respecto del vestido —dijo— pero dudo de que sirva para algo.

Patrick estaba sentado, solo, en una silla plegadiza apoyada contra la pared del gimnasio de la escuela. Tomó un sorbo de su gaseosa y le echó un vistazo a su reloj mientras la música lenta terminaba y algunas parejas que bailaban sobre la gran pista reducían el ritmo hasta detenerse. Katie y Olaf Larsen, un sueco alto cuyo padre era miembro del personal del comandante Macmillan, se dieron un corto beso antes de caminar, tomados del brazo, en dirección a Patrick.

—Olaf y yo vamos a salir para buscar un cigarrillo y otro vaso de whisky —dijo Katie, cuando la pareja llegó hasta donde estaba Patrick—. ¿Por qué no vienes con nosotros?

—Ya estamos atrasados, Katie —repuso Patrick—. Dijimos que volveríamos a casa alrededor de las doce y treinta.

El sueco le dio a Patrick una palmadita condescendiente en la espalda.

—Vamos, muchacho —dijo—. Relájate. Tu hermana y yo lo estamos pasando bien.

Olaf ya estaba ebrio. Su rostro, de tez blanca, estaba enrojecido por la bebida y el baile. Señaló al otro lado del salón.

—¿Ves esa chica de cabello rojo, vestido blanco y tetas grandes? Su nombre es Beth y es una tremenda calentona. Toda la noche estuvo esperando que la saques a bailar. ¿Querrías que te la presente?

Patrick meneó la cabeza.

—Mira, Katie —dijo—. Quiero irme. Estuve sentado aquí pacientemente…

—Media hora más, hermanito —interrumpió Katie—. Saldré un ratito; volveré para bailar un par de piezas más. Después de eso nos vamos. ¿De acuerdo?

Besó a Patrick en la mejilla y caminó hacia la puerta con Olaf. Una pieza rápida empezó a sonar en el sistema de audio del gimnasio. Patrick observaba, fascinado, cómo las jóvenes parejas se movían en consonancia con el intenso ritmo de la música.

—¿No bailas? —le preguntó un joven que estaba caminando por el borde de la pista.

—No —dijo Patrick—. Nunca lo intenté. El joven le dirigió una mirada de extrañeza. Después se detuvo y sonrió.

—Pero, claro —dijo—. Eres uno de los Wakefield… Hola, mi nombre es Brian Walsh. Soy de Wisconsin, en el centro de Estados Unidos. Mis padres son los que probablemente van a organizar la universidad.

Patrick no había cambiado más que un par de palabras con Katie, desde que llegaron al baile, hacía ya varias horas. Con mucho gusto estrechó la mano de Brian Walsh y los dos conversaron amigablemente durante algunos minutos. Brian, que estaba en la mitad de su licenciatura en ingeniería de computadoras cuando a su familia se la eligió para Colonia Lowell, tenía veinte años y era hijo único. También tenía extrema curiosidad respecto de las experiencias de su compañero.

—Dime —le dijo a Patrick cuando entraron más en confianza—, ¿realmente existe ese sitio llamado El Nodo? ¿O es parte de alguna absurda invención pergeñada por la AIE?

—No —dijo Patrick, olvidando que se esperaba que no discutiera tales cosas—. El Nodo está allí, sin lugar a dudas. Mi padre dice que es una estación extraterrestre de procesamiento.

Brian rió de buena gana.

—¿Así que en alguna parte, cerca de Sirio, hay un triángulo gigantesco construido por una super especie desconocida? ¿Y nuestro propósito aquí es ayudarlos a
ellos
a estudiar otros seres que viajen por el espacio? ¡Uau! Ése es el cuento más fantástico que escuché jamás. De hecho, casi todo lo que tu madre nos contó en esa reunión abierta era imposible de creer. Admitiré, sin embargo, que tanto la existencia de esta estación espacial como el nivel tecnológico de los robots ciertamente hace que su relato sea más plausible.

—Todo lo que mi madre dijo fue verdad —dijo Patrick—. Y algunos de los relatos más difíciles de creer no se mencionaron deliberadamente. Por ejemplo que mi madre tuvo una conversación con una anguila con capa que hablaba a través de burbujas. También… —Patrick se contuvo, recordando las advertencias de Nicole.

Brian estaba fascinado.

—¿Una anguila con capa? —dijo asombrado—. ¿Cómo supo lo que estaba diciendo? Patrick miró su reloj.

—Discúlpame Brian —dijo en forma brusca— pero estoy aquí con mi hermana y se supone que me debo reunir con ella…

—¿Es la que lleva el vestidito rojo con un escote
verdaderamente
cavado?

Patrick asintió con la cabeza. Brian pasó el brazo por sobre los hombros de su nuevo amigo.

—Permíteme darte un pequeño consejo —dijo—, alguien necesita hablar con tu hermana. El modo en que se comporta cuando está cerca de todos los tipos, hace que la gente piense que es una chica fácil.

—Así es Katie —dijo Patrick, a la defensiva—. Nunca tuvo trato con otra gente, salvo con la familia.

—Lo siento —dijo Brian, encogiéndose de hombros—. No es cosa mía, de todos modos… Oye, ¿por qué no me llamas por teléfono alguna vez? Disfruté muchísimo tu conversación.

Patrick le dijo adiós a Brian y empezó a caminar hacia la puerta. ¿Dónde estaba Katie? ¿Por qué no había vuelto a entrar en el gimnasio?

La oyó reír en voz alta, segundos después de haber salido. Katie estaba de pie en el campo de deportes con tres hombres, uno de los cuales era Olaf Larsen. Todos estaban fumando y riendo y bebiendo de una botella que se iba pasando de boca en boca.

—¿Qué posición te gusta más a
ti
? —preguntó un joven de tez oscura, que llevaba bigote.

—Prefiero estar arriba —dijo Katie, lanzando una carcajada. Tomó un sorbo de la botella—. De ese modo tengo el control.

—Me parece bien —contestó el hombre, cuyo nombre era Andrew. Lanzó una risita ahogada y puso su mano, sugestivamente, sobre el trasero de Katie. La muchacha la sacó de un empujón, sin dejar de reír. Segundos después vio acercarse a Patrick.

—Ven aquí, hermanito —gritó Katie—. Esta mierda que estamos bebiendo es dinamita.

Los tres hombres, que se habían colocado muy cerca de Katie, se hicieron levemente a un lado cuando Patrick avanzó hacia ellos. Aunque todavía era bastante delgado y poco desarrollado, la altura de Patrick lo convertía en una imagen imponente, bajo la mortecina luz.

—Me voy a casa ahora, Katie —dijo Patrick mientras rechazaba la botella, cuando estuvo al lado de su hermana—. Y creo que deberías venir conmigo.

Andrew rió.

—Linda chica tienes aquí para divertirte, Larsen: —dijo con sarcasmo— con un hermano adolescente como dama de compañía.

Los ojos de Katie fulguraron de ira. Tomó un enorme trago de la botella y se la entregó a Olaf. Después, agarró a Andrew y le asestó un provocativo beso en los labios, apretando fuertemente su cuerpo contra el de él.

Patrick estaba avergonzado. Olaf y el tercer hombre vitorearon y silbaron cuando Andrew le devolvió el beso a Katie. Después de casi un minuto, Katie se separó.

—Vámonos, ahora Patrick —dijo con una sonrisa, los ojos todavía clavados en el hombre que acababa de besar—. Creo que es suficiente para una sola noche.

12

Eponine contempló desde la ventana del segundo piso, la pendiente que descendía con suavidad. Los DIG cuya malla muy fina casi ocultaba el suelo marrón que había abajo, tapizaban la ladera de la colina.

—Y, Ep, ¿qué piensas? —preguntó Kimberly—. Es bastante agradable y, una vez que el bosque esté plantado, podremos ver árboles y hierba y quizás hasta una ardilla, o dos, desde nuestra ventana. Eso es, sin lugar a dudas, un beneficio adicional.

—No sé —contestó Eponine distraída, al cabo de unos segundos—. Es un poco más chico que el que me gustó ayer en Positano. Y no me convence mucho vivir aquí, en Ha Kone. No sabía que había tantos orientales…

—Mira, compañera, no podemos esperar eternamente. Ayer te dije que debimos haber fijado opciones auxiliares. Había
siete
pares de personas que querían el departamento de Positano (y no es sorprendente dado que en todo el pueblo sólo quedaban cuatro unidades), y simplemente, no tuvimos suerte. Todo lo que nos queda ahora, salvo por esos diminutos departamentos que hay sobre las tiendas, en la calle principal de Beauvois (y no quiero vivir ahí, porque no se puede tener vida privada), es aquí o en San Miguel. Y todos los negros y mulatos viven en San Miguel.

Other books

Visitor in Lunacy by Stephen Curran
Virgin River by Richard S. Wheeler
Oberon's Dreams by Aaron Pogue
The Turning by Davis Bunn
The Exodus Quest by Will Adams
Love by the Yard by Gail Sattler
Monsters in the Sand by David Harris