—No —contestó Kimberly.
—El estimulador Komori es un dispositivo electroquímico que se coloca en el corazón y obliga al órgano a latir y a seguir bombeando sangre. Si la patología es temporal, como en el caso de un coágulo de sangre o una válvula espástica, entonces, a veces, el problema se puede corregir y el corazón del paciente empieza a funcionar de nuevo.
Turner insertó el estimulador Komori, que tenía el tamaño de una estampilla, detrás del ventrículo izquierdo y aplicó la corriente desde el sistema portátil de control, que tenía al lado de él, sobre el piso. Tres o cuatro segundos después, el corazón de Walter empezó a latir con lentitud.
—A partir de ahora, tenemos alrededor de ocho minutos para encontrar el problema —el médico se dijo a sí mismo.
Terminó el análisis de los subsistemas primordiales del corazón en menos de un minuto.
—No hay coágulos —masculló—, y no hay vasos ni válvulas que anden mal… Entonces, ¿por qué dejó de latir?
Con delicadeza, el doctor Turner levantó el palpitante corazón e inspeccionó los músculos que había debajo. El tejido muscular que estaba alrededor de la aurícula derecha estaba decolorado y blando. Turner lo tocó muy levemente con el extremo de uno de sus instrumentos aguzados y partes del tejido se desprendieron en forma de escamas.
—Mi Dios —dijo el médico—, ¿qué demonios es esto? —Mientras el doctor Turner lo sostenía en alto, el corazón de Walter Brackeen se volvió a contraer y una de las largas estructuras fibrosas que había en el medio del tejido muscular decolorado se empezó a deshilar—. ¿Pero qué…? —Turner parpadeó dos veces y se puso la mano derecha en la mejilla.
—Mire esto, enfermera Henderson —dijo quedamente—. Es absolutamente asombroso. Estos músculos se atrofiaron por completo. Nunca vi algo así… No podemos ayudar a este hombre.
Los ojos de Eponine se llenaron de lágrimas cuando el doctor Turner retiró el estimulador Komori y el corazón dejó de latir otra vez. Kimberly empezó a sacar las pinzas que mantenían el pecho abierto, pero el médico la detuvo.
—Aún no —dijo—. Llevémosle a la enfermería para poder practicarle una necropsia completa Quiero saber todo lo que pueda.
Los guardias y dos de los compañeros de cuarto de Walter lentamente colocaron el cuerpo robusto sobre una camilla y se llevaron al cadáver de las habitaciones. Malcolm Peabody sollozaba quedamente sobre la litera de Walter. Eponine fue hacia él. Compartieron un fuerte abrazo en silencio y después se sentaron juntos, tomados de la mano, durante la mayor parte del resto de la noche.
—Usted va a estar a cargo mientras yo estoy adentro —le dijo el comandante Macmillan a su segundo en el mando, un apuesto ingeniero joven ruso, llamado Dmitri Ulanov—. En todo momento su responsabilidad primordial es la seguridad de los pasajeros y de la tripulación. Si oye o ve cualquier cosa amenazadora, o siquiera sospechosa, despliegue todas las velas y aleje a la
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de Rama.
Era la mañana de la primera misión de reconocimiento que salía desde la
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hacia el interior de Rama. La nave espacial de la Tierra se había acoplado el día anterior en uno de los extremos circulares de la enorme nave espacial cilíndrica. La
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se había colocado al lado del sello exterior en la misma ubicación general que las anteriores expediciones a Rama de 2130 y 2200.
La noche anterior como parte de los preparativos para la incursión inicial. Kenji Watanabe le había dado instrucciones sobre la geografía de las dos primeras Rama a la partida exploradora. Cuando terminó con sus comentarios, se le acercó su amigo Max Puckett.
—¿Crees que nuestra Rama se va a parecer a todas esas fotografías que nos mostraste? —preguntó Max.
—No exactamente —contestó Kenji—. Espero algunos cambios. Recuerda que el vídeo decía que en alguna parte del interior de Rama se había construido un hábitat Tierra. De todos modos, dado que el exterior de esta nave espacial es idéntico al de las otras dos, no creo que todo el interior esté cambiado.
Max parecía estar perplejo.
—Todo esto va
mucho
más allá de lo que puedo entender —dijo, sacudiendo la cabeza—. A propósito —agregó, pocos segundos después—, ¿estás
seguro
de no haber sido el responsable de que me incluyeran en la partida exploradora?
—Tal como te dije esta tarde —repuso Kenji—, ninguno de los que estamos a bordo de la
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tuvo algo que ver con la selección de los componentes para la exploración. Los dieciséis miembros fueron elegidos por las AIE y AII allá, en la Tierra.
—¿Pero por qué me equiparon con este maldito arsenal? Tengo una ametralladora láser, que es lo más avanzado de la tecnología, granadas autoguiadas, hasta un juego de minas sensibles a la masa física. Llevo más potencia de fuego ahora que la que tuve durante la invasión a Belice para mantenimiento de la paz. Kenji sonrió.
—El comandante Macmillan, así como muchos miembros del plantel militar, en el Cuartel General del COG, todavía creen que todo este asunto es una emboscada. Tu designación, para esta operación exploradora, es “soldado”. Personalmente, creo que ninguna de tus armas va a ser necesaria.
Max todavía estaba confundido la mañana siguiente, cuando Macmillan dejó a Dmitri Ulanov a cargo de la
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y personalmente condujo la partida de exploración hacia el interior de Rama. Aunque Max carecía de peso por la ingravidez, la impedimenta que llevaba en la parte de afuera de su traje espacial era difícil de manejar y le restringía seriamente la libertad de movimientos.
—Esto es ridículo —masculló para sí mismo—, soy granjero, no un maldito comando.
La sorpresa inicial llegó nada más que minutos después de que los exploradores de la
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penetraron el sello externo. A continuación de una breve caminata por un amplio corredor, el grupo llegó a una sala circular de la cual partían tres túneles que se internaban profundamente hacia el interior de la nave espacial extraterrestre. Dos de los túneles estaban bloqueados con muchos portones metálicos. El comandante Macmillan llamó a Kenji para consultarlo.
—Éste es un diseño completamente diferente —dijo Kenji, en respuesta a las preguntas del comandante—. Bien podríamos tirar nuestros mapas a la basura.
—Entonces, ¿me está queriendo decir que debemos avanzar por el túnel que no está bloqueado? —preguntó Macmillan.
—Usted elige —repuso Kenji—, pero yo no veo ninguna otra alternativa, salvo la de regresar a la
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.
Los dieciséis hombres caminaron lenta y pesadamente por el túnel abierto con sus trajes espaciales. Cada tanto, lanzaban bengalas hacia la oscuridad que se extendía delante de ellos para poder ver hacia dónde estaban yendo. Cuando penetraron alrededor de quinientos metros en Rama, en el otro extremo del túnel súbitamente aparecieron dos pequeñas siluetas. Cada uno de los cuatro soldados, más el comandante Macmillan, rápidamente extrajeron los binoculares.
—Vienen hacia nosotros —dijo, exaltado, uno de los soldados exploradores.
—¡Que nos parta un rayo! —dijo Max Puckett mientras un escalofrío le recorría la columna vertebra—. ¡Es Abraham Lincoln!
—Y una mujer —dijo otro—, en una especie de uniforme.
—Prepararse para acción de fuego —ordenó Ian Macmillan.
Los cuatro soldados corrieron agachados hasta la vanguardia de la partida y apoyaron una rodilla en tierra y apuntaron las armas hacia el otro extremo del túnel.
—Alto —gritó Macmillan a las dos extrañas figuras que se habían acercado hasta doscientos metros de la partida exploradora. Abraham Lincoln y Benita García se detuvieron.
—¿Qué quieren? —le oyeron gritar al comandante.
—Estamos aquí para darles la bienvenida —dijo Abraham Lincoln, con voz sonora y profunda.
—Y para llevarlos a Nuevo Edén —añadió Benita García.
El comandante Macmillan estaba completamente confundido. No sabía qué hacer después de esto. Mientras vacilaba, los demás miembros de la partida hablaban entre sí.
—Es Abraham Lincoln, que regresó en forma de fantasma —dijo el norteamericano Terry Snyder.
—La otra es Benita García, una vez vi su estatua en la Ciudad de México.
—Larguémonos de aquí. Este sitio me pone la piel de gallina.
—¿Qué van a estar haciendo fantasmas en la órbita alrededor de Marte?
—Discúlpeme, comandante —dijo Kenji finalmente, al perplejo Macmillan—. ¿Qué se propone hacer ahora?
El escocés se volvió para mirar de frente al japonés experto en Rama.
—Resulta difícil decidir con exactitud la pauta adecuada de acción —dijo—. Es decir, esos dos ciertamente dan la impresión de ser inofensivos pero recuerde el Caballo de Troya. ¡Ja!… Bueno, Watanabe, ¿qué sugiere?
—¿Por qué no me adelanto solo, o, a lo mejor, con alguno de los soldados para hablar con ellos? Después, sabremos…
—De hecho, es una actitud valiente la suya, Watanabe, pero innecesaria. No, creo que todos avanzaremos. Con cautela, claro. Y dejaremos un par de hombres en la retaguardia para que informen en caso que nos liquiden con un arma de rayos o algo por el estilo.
El comandante encendió la radio.
—Subcomandante Ulanov, aquí Macmillan. Hemos encontrado dos seres extraños. Son humanos o están disfrazados de humanos. Uno se parece a Abraham Lincoln y el otro a esa famosa cosmonauta mejicana… ¿Qué pasa, Dmitri?… Sí, me recibe correctamente: Lincoln y García. Nos hemos encontrado con Lincoln y García en un túnel dentro de Rama. Puede informarle esto a los demás… Ahora voy a dejar a Snyder y Finzi aquí, mientras el resto de nosotros avanza hacia los extraños.
Las dos figuras no se movieron mientras los catorce exploradores de la
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se acercaban. Los soldados avanzaron delante del grupo, listos para disparar ante el menor indicio de problemas.
—Bienvenidos a Rama —dijo Abraham Lincoln cuando el primer explorador estaba a sólo metros de distancia—. Estamos aquí para escoltarlos a sus nuevos hogares.
El comandante Macmillan no respondió de inmediato. Fue el irreprimible Max Puckett el que rompió el silencio.
—¿Es usted un fantasma? —gritó—. Lo que quiero decir es, ¿es usted
realmente
Abraham Lincoln?
—Claro que no —contestó la figura de Lincoln como al pasar—. Tanto Benita García como yo somos biots humanos. Encontrarán cinco categorías de biots humanos en Nuevo Edén, cada uno diseñado con facultades específicas para liberar a los seres humanos de las tareas tediosas, reiterativas. Mis campos de especialidad son el trabajo administrativo y jurídico, la contabilidad, la teneduría de libros y la atención del hogar, la administración doméstica y de la oficina, y otras tareas de índole organizativa.
Max estaba anonadado. No obedeció la orden de su comandante de quedarse atrás y avanzó hasta quedar a varios centímetros del Lincoln.
—Éste es algún robot de mierda —dijo entre dientes. Sin importarle los posibles peligros, extendió la mano y puso los dedos sobre la cara del Lincoln. Primero le tocó la piel de alrededor de la nariz y, después, palpó las patillas de la larga barba negra.
—Increíble —dijo en voz alta—. Absolutamente increíble.
—Nos fabricaron cuidando hasta el último detalle —dijo ahora el Lincoln—. Nuestra piel es químicamente similar a la de ustedes y nuestros ojos operan sobre los mismos principios ópticos básicos que los suyos, pero no somos seres dinámicos en constante renovación, como ustedes. Los técnicos tienen que mantener nuestros subsistemas y, en ocasiones, hasta reemplazarlos.
La arriesgada actitud de Max había aliviado toda la tensión. Para esos momentos, toda la partida de exploración, incluido el comandante Macmillan, estaba apretando y palpando a los dos biots con la punta de los dedos. Durante todo el examen, tanto el Lincoln como la García respondieron preguntas sobre su diseño e instrumentación. En un momento dado, Kenji se dio cuenta de que Max Puckett se había apartado del resto de la partida y se había sentado solo contra una de las paredes del túnel.
Kenji fue hacia su amigo.
—¿Qué pasa, Max? —le preguntó. Max sacudió la cabeza.
—¿Qué clase de genio podría producir algo así? Estoy realmente asustado. —Quedó en silencio durante varios segundos.
—A lo mejor es raro, pero esos dos biots me asustan mucho más que este enorme cilindro.
El Lincoln y la García caminaron con la partida de exploración hacia lo que parecía ser el final del túnel. Al cabo de unos segundos, en la pared se abrió una puerta y los biots les hicieron gestos a los seres humanos para que entraran. En respuesta a las averiguaciones de Macmillan, los biots explicaron que los seres humanos estaban a punto de ingresar en un “dispositivo de transporte” que los iba a trasladar a las afueras del hábitat Tierra.
Macmillan le comunicó a Dmitri Ulanov, en la
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, lo que los biots había dicho y le dijo a su subcomandante ruso que “disparara” si no recibía noticias de ellos dentro de cuarenta y ocho horas.
El viaje en el vehículo subterráneo fue sorprendente. A Max le recordó la gigantesca montaría rusa de la feria estatal de Dallas, Texas. El móvil con forma de bala avanzaba a gran velocidad por una pista helicoidal, entubada, que descendía directamente desde el extremo norte con forma de tazón de Rama hasta la Planicie Central que estaba debajo. Dentro del vehículo, que estaba encerrado en un plástico transparente grueso. Kenji y los demás pudieron ver la vasta red de escalerillas y escaleras que recorría el territorio por el que se desplazaban. Pero no vieron los incomparables paisajes sobre los que habían informado los exploradores anteriores de Rama. La vista hacia el sur estaba tapada por una muralla extremadamente elevada, de color gris metálico.
El viaje duró menos de cinco minutos. Se detuvieron en un anillo circular cerrado que rodeaba por completo el hábitat Tierra. Cuando los exploradores de la
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salieron del subterráneo, la ingravidez en la que habían estado viviendo desde que partieron de la Tierra se desvaneció. La gravedad era casi lo normal.
—La atmósfera de este corredor, como la atmósfera de Nuevo Edén, es exactamente igual a la de su planeta natal —dijo el biot Lincoln—. Pero no sucede lo mismo en la región que tienen a su derecha, fuera de los muros que protegen su hábitat.
El anillo que rodeaba a Nuevo Edén estaba escasamente iluminado, así que los colonos no estaban preparados para la radiante luz matutina que los recibió cuando se abrió el enorme portón y entraron en el nuevo mundo. En la breve caminata hasta la vecina estación de tren, llevaron los cascos espaciales en la mano. Los hombres pasaron frente a edificios vacíos a ambos lados del sendero. Todas eran estructuras pequeñas que podrían ser casas o tiendas y había una más grande («Ésa será una escuela primaria», les informó Benita García), justo enfrente de la estación.