El jardín de Rama (58 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
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—Muy, muy improbable. Pero, sea como fuere, ahora puedes entender el dilema de la jueza Wakefield: lodos los de esta colonia ya decidieron que Pedro es culpable. Ella no quiso un jurado que lo condenara en forma equivocada.

Hubo un prolongado silencio. El gobernador empezó a retirarse.

—Me sorprende de ti, Watanabe —dijo Nakamura finalmente—, no comprendiste en absoluto el objeto de esta reunión: que ese degenerado de Martínez haya violado o no a Mariko Kobayashi, realmente no es tan importante… Yo le prometí al padre que ese muchacho nicaragüense va a ser castigado. Y eso es lo que cuenta.

Kenji Watanabe contempló al compañero de la adolescencia con repugnancia.

—Me voy ahora —dijo—, antes de que me enoje en serio.

—No vas a tener otra oportunidad —dijo Nakamura, los ojos otra vez llenos de hostilidad—. Ésta fue mi primera y última oferta.

Kenji sacudió la cabeza en gesto de negación, corrió el tabique de papel y salió al corredor.

Nicole estaba caminando por una playa, bajo un hermoso sol. A unos cincuenta metros delante de ella, Ellie estaba parada al lado del doctor Turner: llevaba su vestido de novia, pero el novio estaba ataviado con un pantalón de baño. El bisabuelo de Nicole, Omeh, estaba llevando a cabo la ceremonia, vestido con su larga túnica tribal verde.

Omeh puso las manos de Ellie en las del doctor Turner y empezó a entonar un cántico senoufo. Alzó los ojos hacia el cielo. Un solitario aviano daba vueltas en lo alto, chillando al compás del cántico nupcial. Mientras Nicole observaba al aviano volando por sobre ella, el cielo se oscureció. Velozmente aparecieron nubes de tormenta que desplazaron al plácido cielo.

El océano empezó a agitarse y el viento, a soplar. El cabello de Nicole, ahora completamente cano, flameaba por el viento. El cortejo nupcial se desintegraba; todos corrían lejos del mar para escapar de la tormenta que se cernía. Nicole no se podía mover. Tenía la mirada clavada en un objeto de gran tamaño que venía saltando sobre las olas.

El objeto era una enorme bolsa verde, como las de plástico que en el siglo XX se usaban para juntar las hojas caídas y el césped cortado de los jardines. La bolsa estaba llena y se estaba acercando a la orilla. Nicole habría tratado de agarrarla, pero tenía miedo del mar que la empapaba. Hizo un gesto señalando la bolsa. Lanzó un alarido pidiendo ayuda.

En el ángulo superior izquierdo de la pantalla de su sueño, Nicole divisó una larga canoa. Cuando la embarcación se acercó, Nicole pudo ver que los ocho ocupantes eran extraterrestres de color anaranjado, más pequeños que los seres humanos. Parecía como si hubieran estado hechos de masa de pan. Tenían ojos y caras, pero nada de vello. Los alienígenas enfilaron la canoa hacia la gran bolsa verde y la recogieron.

Los extraterrestres anaranjados depositaron la bolsa verde en la playa. Nicole no se acercó hasta que volvieron a treparse a la canoa y regresaron al océano. Les hizo un gesto de despedida y caminó hacia la bolsa que tenía un cierre al que cuidadosamente abrió. Nicole abrió la mitad superior y quedó mirando el rostro muerto de Kenji Watanabe.

Nicole se estremeció, gritó y se sentó en la cama. Extendió la mano hacia Richard, pero la cama estaba vacía. El reloj digital de la mesa indicaba las 02:48 de la mañana. Nicole trató de sofrenar la respiración y olvidar el horrible sueño.

La vivida imagen de Kenji Watanabe muerto permanecía en su pensamiento. Mientras iba hacia el baño, recordaba los sueños premonitorios sobre la muerte de su madre, cuando Nicole tan sólo tenía diez años.
¿Qué pasaría si Kenji realmente moría?
, pensó, sintiendo la primera ola de pánico. Se obligó a pensar en alguna otra cosa.
¿Dónde está Richard a esta hora de la noche?
, se preguntó. Se puso el salto de cama y salió del dormitorio.

Pasó en silencio por las habitaciones de sus hijos, hacia la parte anterior de la casa. Benjy roncaba, como siempre. La luz estaba encendida en el estudio, pero Richard no estaba ahí. Dos de los biots nuevos, más el Príncipe Hal, también habían desaparecido. Uno de los monitores sobre la mesada de Richard todavía mostraba una representación visual.

Nicole se sonrió para sus adentros y recordó el pacto que tenían con Richard. Tocó las teclas que formaban la palabra «Nicole», y cambió la imagen de la pantalla.

Mi adorada Nicole, si despiertas antes de que regrese, no te preocupes. Planeo volver al amanecer, a las ocho de la mañana como máximo. Estuve haciendo algunos trabajos con mis biots de la serie 300 (como recordarás, son los que no están completos en su programación fija incorporada a la memoria indeleble y que, en consecuencia, pueden diseñarse para tareas especiales), y tengo motivos para creer que alguien estuvo espiando mi trabajo. Por eso, aceleré la finalización de mi proyecto actual y salí de Nuevo Edén para llevar a cabo una prueba final. Te amo. Richard.

Estaba oscuro y hacía frío en la Planicie Central. Richard trataba de ser paciente. Había enviado al Einstein mejorado (Richard se refería a él llamándolo Super-Al) y a García 325 para que lo precedieran en el sondeo del segundo hábitat. Le habían explicado al sereno nocturno, un biot García estándar, que habían cambiado el horario programado para el experimento y que, en este mismo momento, iban a efectuar una investigación especial. Con Richard todavía fuera de escena, Super-Al quitó todo el equipo que había en la abertura que daba al otro hábitat y lo puso en el suelo. El proceso había consumido alrededor de una hora del precioso tiempo. Finalmente cuando Super-Al terminó, le hizo una señal a Richard para que se acercara. Astutamente, García 325 llevó al biot sereno a otro sector, lejos del sitio de sondeo, de modo que no pudiera ver a Richard.

Richard no perdió tiempo. Extrajo a Príncipe Hal del bolsillo y lo puso en la abertura.

—Ve rápido —le dijo Richard, al tiempo que montaba su pequeño monitor en el piso del pasadizo. Las semanas anteriores habían abierto, en forma gradual, la abertura que comunicaba con el otro hábitat, que ahora tenía la forma aproximada de un cuadrado de ochenta centímetros de lado. Era espacio más que suficiente para el diminuto robot.

El Príncipe Hal se apresuró a llegar al otro lado. La distancia desde el pasadizo hasta el piso era de alrededor de un metro. El robot hábilmente ató un pequeño cable a un puntal que adhirió al piso del pasadizo y después, se dejó caer. Richard observaba cada movimiento de Hal en la pantalla y le comunicaba las instrucciones por radio.

Richard esperaba que hubiera un anillo exterior protegiendo al segundo hábitat. Estaba en lo correcto.
Así que el diseño básico de ambos hábitat es similar
, pensó. También había previsto que en el muro interior habría una abertura, algún portón o alguna puerta, a través de la cual los bichos entraban y salían, y que el Príncipe Hal sería lo suficientemente chico como para penetrar en el interior del hábitat a través del mismo portal.

Hal no tardó mucho en localizar la entrada a la parte principal del hábitat. Sin embargo, lo que evidentemente era una puerta, también estaba a más de veinte metros por sobre el piso del anillo. Al haber observado los vídeos de los bichos desplazándose hacia arriba sobre superficies verticales, cuando caminaron sobre los biots topadora que había en el sitio de exploración Avalon, Richard también se había preparado para esta posibilidad.

—Trepa —le ordenó al Príncipe Hal, después de mirar, nervioso, el reloj de pulsera. Ya eran casi las seis. El alba llegaría pronto a Nuevo Edén. Muy poco después, los científicos e ingenieros regulares regresarían a ese sitio de sondeo.

La entrada al interior del hábitat estaba a una altura, respecto del piso, de unas cien veces la estatura del Príncipe Hal. El ascenso del robot sería equivalente al de un hombre que trepara por la pared vertical de un edificio de sesenta pisos. Richard le había hecho practicar al robotito escalando las paredes de la casa, pero siempre había estado junto a él. ¿Habría muescas para manos y sitios de apoyo para los pies en el muro que Hal estaba trepando? Richard no podía saberlo a través del monitor. ¿Estaban todas las ecuaciones correctas en el subprocesador mecánico para ingeniería de Hal?
Lo voy a descubrir pronto
, pensaba Richard, mientras su alumno modelo empezaba el ascenso.

El Príncipe Hal resbaló y quedó colgando de las manos una vez, pero, finalmente, logró llegar a la parte superior. Sin embargo, el ascenso llevó otros treinta minutos. Richard sabía que se le acababa el tiempo. Cuando Hal se elevó hasta el borde de una portilla circular, Richard vio que el ingreso del robot al hábitat estaba obstruido por una malla metálica. Sin embargo, una reducida parte del interior era apenas visible bajo la débil luz. Con cuidado, Richard ubicó la diminuta cámara de Hal de manera que pudiera ver a través de las aberturas de la malla.

—El sereno insiste en que tiene que regresar a su puesto principal —le anunció a Richard el García 325, mediante la radio—. Tiene que presentar un informe diario a las 06:30.


Mierda
, pensó Richard,
eso es dentro de seis minutos nada más
. Hizo que Hal se desplazara lentamente alrededor del reborde de la portilla para ver si podía identificar algún objeto en el interior del hábitat Richard no pudo ver nada específico.

—Chilla —ordenó entonces Richard, poniendo en máxima potencia el volumen sonoro del robot—. Chilla hasta que te diga que te detengas.

Richard no había probado a máxima potencia el nuevo amplificador que había instalado en el Príncipe Hal. En consecuencia, quedó atónito ante la amplitud de la simulación que Hal hacía del chillido aviano. Resonó desde el pasadizo y Richard dio un salto hacia atrás.
Me salió más que bien
, se dijo Richard, recobrándose,
si la memoria no me falla
.

El biot sereno pronto estuvo junto a Richard. Siguiendo las instrucciones que tenía preprogramadas, le solicitó los documentos personales y que le explicara qué estaba haciendo. Súper-Al y García 325 trataron de confundir al sereno que, al no conseguir la cooperación de Richard, insistió en que debía presentar un informe de emergencia En el monitor, Richard vio que toda la malla metálica se abría de par en par y que seis bichos con patas se arremolinaban en torno al Príncipe Hal. El robot seguía emitiendo chillidos.

El sereno García empezó a transmitir la emergencia. Richard era consciente de que sólo tenía unos pocos minutos antes de verse forzado a irse de ahí.

—¡Ven, maldita sea, ven! —dijo observando el monitor mientras trataba de mirar atrás hacia la Planicie Central. Todavía no había luces acercándose a él desde su casa en la distancia.

Al principio, Richard creyó haberlo imaginado. Después se repitió el sonido de grandes alas que se agitaban. Uno de los bichos le obstruía parcialmente la visión pero, instantes después, Richard vio claramente una conocida garra que se extendía para asir al Príncipe Hal. El chillido aviano que vino después confirmó la observación. La imagen del monitor se volvió borrosa.

—Si tienes la oportunidad —gritó Richard por la radio—, trata de regresar al pasadizo. Vendré por ti más tarde.

Se dio vuelta y guardó rápidamente el monitor en la bolsa que llevaba.

—Vamos —les dijo a los dos biots que lo habían acompañado. Empezaron a correr hacia Nuevo Edén.

Richard estaba exultante mientras se apresuraba por regresar a su casa.

Mi corazonada fue correcta
, se dijo para sus adentros, lleno de regocijo.
Esto altera todo… y, ahora, tengo que entregar una hija en matrimonio
.

10

El casamiento estaba programado para tener lugar a las siete de la tarde, en el teatro de la Escuela Secundaria Central. La recepción, para un grupo mucho más grande, iba a realizarse en el gimnasio, un edificio adyacente que estaba a no más de veinte metros de distancia. Durante todo el día, Nicole se enfrentó con detalles de último momento, tratando de saltear todos los obstáculos.

No tuvo tiempo para reflexionar sobre la importancia del nuevo descubrimiento de Richard. Él había vuelto a casa muy animado. Quería discutir lo de los avianos y también lo de quién podría estar espiando sus investigaciones, pero Nicole sencillamente no había podido concentrarse en otra cosa más que la boda. Los dos habían acordado no contarle a otra gente lo de los avianos, hasta después de haber tenido la oportunidad de sostener una prolongada conversación.

Nicole había salido a dar un paseo matutino por el parque con Ellie. Habían hablado sobre el matrimonio, el amor y el sexo durante más de un hora, pero Ellie había estado tan exaltada por la boda que no se pudo concentrar por completo en lo que le estaba diciendo su madre. Hacia el final del paseo, Nicole se detuvo debajo de un árbol para resumir su mensaje.

—Recuerda, por lo menos, esta única cosa —dijo Nicole, sosteniendo entre sus manos las de su hija—: el sexo es un componente importante del matrimonio pero no es el más importante. Debido a tu falta de experiencia quizás el sexo no sea maravilloso para tí al principio. Sin embargo, si tú y Robert se aman y confían el uno en el otro y ambos sinceramente quieren dar y recibir placer, descubrirán que su compatibilidad física aumenta año tras año.

Dos horas antes de la ceremonia, Nicole, Nai y Ellie llegaron juntas a la escuela. Eponine ya estaba allí, aguardándolas.

—¿Estás nerviosa? —preguntó la profesora, con una sonrisa. Ellie asintió con la cabeza—. Estoy muerta de miedo —añadió Eponine— y solamente soy una de las damas de honor.

Ellie le había pedido a su madre que fuera madrina de casamiento. Nai Watanabe, Eponine y su hermana Katie eran las damas de honor. El doctor Edward Stafford, hombre que compartía la pasión del doctor.

Turner por la historia de la medicina, era el padrino. Como Turner no tenía otros colaboradores cercanos, salvo por los biots del hospital, Roben escogió al resto de sus acompañantes entre la familia Wakefield y sus amigos: Kenji Watanabe, Patrick y Benjy eran sus tres padrinos de boda.

—Mamá, siento náuseas —dijo Ellie, poco después de que todos estuvieron reunidos en la sala de vestir—. Me sentiría tan avergonzada si vomitara sobre mi vestido de novia. ¿Debo tratar de comer algo? —Nicole había previsto esta situación. Le alcanzó a Ellie una banana y yogur y le aseguró a su hija que era completamente normal sentir náuseas antes de un acontecimiento tan importante.

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