Benjy estaba aterrorizado. Trató de levantar a Ellie pero tropezó y cayó.
—¡No, no, no! —gritó. Se paró otra vez y se inclinó para cargar a Ellie sobre los hombros. El humo se estaba volviendo más denso. Benjy empezó a caminar lentamente por el sendero, mientras se alejaba del fuego, con Ellie sobre las espaldas.
Estaba agotado cuando llegó a la pradera. Con delicadeza, puso a Ellie sobre una de las mesas de hormigón y se sentó en uno de los bancos. El fuego rugía, fuera de control, en el lado norte de la pradera.
¿Qué hago ahora?
, pensó. Su mirada cayó sobre el mapa que sobresalía del bolsillo de la camisa de Ellie.
Eso me puede ayudar
. Agarró el mapa y lo miró. Al principio no lo pudo entender en absoluto y empezó a sentir pánico otra vez.
Tranquilo, Benjy
—oyó la voz de su madre, que le hablaba con tono sedante.
Es un poco difícil pero lo puedes hacer. Las mapas son muy importantes: nos dicen adonde ir… Ahora bien, lo primero, siempre, es orientar el mapa de modo que puedas leer lo que está escrito. ¿Ves? Así está bien. La mayoría de las veces, a la dirección que va hacia arriba se la llama norte. Bien. Éste es un mapa del bosque de Sherwoood
…
Benjy hizo girar el mapa en las manos, hasta que todas las letras estuvieron hacia arriba. Los relámpagos y los truenos continuaban. Un repentino cambio en el sentido del viento le metió humo en los pulmones y lo hizo toser. Trató de leer las palabras que había en el mapa.
Otra vez, escuchó la voz de su madre.
Si no reconoces las palabras al principio, entonces toma cada letra y pronúnciala en voz alta, muy lentamente. Después, haz que todos los sonidos se junten, hasta que formen una palabra que puedas entender
.
Benjy miró a Ellie, tendida en la mesa.
—Despierta. Oh, por favor, despierta, Ellie —imploró—. Necesito tu ayuda. —La muchacha seguía sin moverse.
Benjy se inclinó sobre el mapa y se esforzó por concentrarse. Con concienzuda premeditación, Benjy pronunció todas las letras, una vez y otra, hasta que se convenció de que la mancha verde que aparecía en el mapa era la pradera en la que estaba sentado.
Las líneas blancas son los senderos
, se dijo a sí mismo.
Hay tres líneas blancas que entran en la mancha verde
.
Levantó la vista del mapa, contó los tres senderos que salían de la pradera y sintió una oleada de confianza. Sin embargo, instantes más tarde, una ráfaga de viento transportó brasas hacia el otro lado de la pradera, que incendiaron los árboles del lado sur. Benjy se movió con rapidez.
Debo ir
, se dijo. Otra vez cargó a Ellie sobre sus espaldas.
Ahora sabía que el incendio principal estaba en la parte norte del mapa, hacia el pueblo de Hakone. Benjy volvió a contemplar el papel que tenía en las manos:
Así que tengo que mantenerme en las líneas blancas de la parte de abajo
, pensó.
El joven cayó rodando por el sendero, cuando otro árbol explotó en una bola de fuego, muy por encima de su cabeza. Su hermana estaba sobre su hombro y el mapa que les iba a salvar la vida, en su mano derecha. Benjy se detenía para mirar el mapa cada diez pasos, verificando cada vez que todavía se mantenía en la dirección correcta. Cuando finalmente llegó a una confluencia importante de sendas, Benjy apoyó a Ellie cuidadosamente sobre el suelo y recorrió las líneas blancas del mapa con el dedo. Al cabo de un minuto sonrió de oreja a oreja, volvió a levantar a su hermana y tomó la senda que llevaba al pueblo de Positano. Los relámpagos destellaron una sola vez más, el trueno retumbó, y una lluvia que calaba hasta los huesos empezó a derramarse sobre el bosque de Sherwood.
Varias horas después, Benjy dormía pacíficamente en su cama. Mientras tanto, del otro lado de la colonia, el hospital de Nuevo Edén era un manicomio. Seres humanos y biots corrían por todas partes, había camillas rodantes con cuerpos en los pasillos y pacientes que lanzaban alaridos de dolor. Nicole estaba hablando por teléfono con Kenji Watanabe.
—Necesitamos que envíen aquí a todos los Tiasso de la colonia, lo más rápido que sea posible. Trata de reemplazar a los que estén atendiendo ancianos o bebés por un García o, incluso, un Einstein. Haz que seres humanos atiendan las clínicas. La situación es muy grave.
Apenas si podía oír lo que Kenji decía, por sobre el ruido del hospital.
—Mal, muy mal —dijo Nicole, en respuesta a la pregunta de Kenji—. Hasta ahora, ingresaron veintisiete; sólo sabemos de cuatro muertos. Toda la zona de Nara (ese barrio con casas de madera estilo japonés, detrás de Las Vegas, rodeado por el bosque) es un desastre. El incendio se produjo demasiado rápido… La gente fue presa del pánico.
—Doctora Wakefield, doctora Wakefield. Por favor venga al Número 204 de inmediato. —Nicole colgó el teléfono y salió a la carrera por el corredor. Subió la escalera a los saltos, basta llegar al segundo piso. El hombre que estaba muriendo en la habitación 204 era un antiguo amigo, un coreano, Kim Li, que había sido el enlace de Nicole con la comunidad de Hakone durante la época en que fue gobernadora provisional.
El señor Kim había sido uno de los primeros en construir un nuevo hogar en Nara. Durante el incendio, había corrido al interior de su casa en llamas para salvar a su hijo de siete años. El hijo iba a vivir, pues el señor Kim lo había protegido cuidadosamente mientras lo llevaba entre las llamas. Pero Kim Li había sufrido quemaduras de tercer grado que le abarcaban la mayor parte del cuerpo.
Nicole se cruzó con el doctor Turner en el pasillo.
—No creo que podamos hacer algo por ese amigo suyo del 204 —dijo Turner—. Me gustaría oír su opinión… Llámeme a la sala de emergencias: acaban de traer otra paciente en estado crítico, que quedó atrapada en la casa.
Nicole respiró hondo y, lentamente, abrió la puerta de la habitación. La esposa del señor Kim, una bonita coreana de más de treinta años, estaba sentada, silenciosa, en el rincón. Nicole se le acercó y la abrazó. Mientras Nicole consolaba a la señora Kim, el Tiasso que estaba vigilando los datos del señor Kim trajo un conjunto de gráficas. El estado del hombre era, en verdad, irreversible. Cuando Nicole alzó la vista de lo que estaba leyendo, se sorprendió al ver a su hija Ellie con un gran vendaje sobre el costado derecho de la cabeza, de pie al lado de la cama del señor Kim. Ellie estaba sosteniendo la mano del montando.
—Nicole —dijo el señor Kim con un susurro agónico, no bien la reconoció. El rostro no era más que piel ennegrecida. Aun pronunciar una sola palabra era doloroso—. Quiero morir —dijo el hombre, haciendo un gesto con la cabeza a su esposa.
La señora Kim se incorporó y se acercó a Nicole.
—Mi marido quiere que yo firme los papeles para la eutanasia —dijo la señora Kim—. Pero no estoy dispuesta a hacerlo, a menos que usted me diga que no hay absolutamente ninguna posibilidad de que mi marido pueda volver a ser feliz. —Comenzó a llorar, pero se contuvo. Nicole vaciló durante un instante.
—No le puedo decir eso, señora Kim —dijo, con tono sombrío.
—Alternativamente miraba al quemado y a su esposa. —Lo que le puedo decir es que, probablemente, va a morir en algún momento de las veinticuatro horas siguientes y que va a padecer incesantemente hasta que llegue el momento. Si se produce un milagro médico y sobrevive, quedará gravemente desfigurado y debilitado durante el resto de su vida.
—Quiero morir ahora —repitió el señor Kim con esfuerzo.
Nicole envió al Tiasso para que trajera los documentos de eutanasia. Los papeles exigían la firma del médico a cargo, del cónyuge y de la persona misma si, en opinión del facultativo, era competente para tomar sus propias decisiones. Cuando el Tiasso se retiró, Nicole te hizo un ademán a Ellie para que se reuniera con ella en el pasillo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo en voz baja a Ellie, una vez que se alejaron para que no las escucharan—. Te dije que te quedaras en casa y descansaras. Tuviste una contusión seria.
—Estoy bien, mamá —dijo Ellie—. Además, cuando me enteré de que el señor Kim estaba gravemente quemado, quise hacer algo para ayudar. Fue tan buen amigo en los primeros días.
—Está muy grave —dijo Nicole, sacudiendo la cabeza—. No puedo creer que todavía esté vivo.
Ellie extendió la mano y tocó a su madre en el antebrazo.
—Quiere que su muerte sea útil —dijo—. La señora Kim me habló sobre eso… Ya mandé a buscar a Amadou pero necesito que tú hables con el doctor Turner.
Nicole quedó mirando a su hija.
—¿De qué diablos estás hablando?
—¿No recuerdas a Amadou Diaba…? El amigo de Eponine, el farmacéutico nigeriano que tenía una abuela senoufo. Es el que contrajo el RV-41 por una transfusión de sangre… Como fuere, Eponine me contó que el corazón de él se está deteriorando con rapidez.
Nicole quedó en silencio durante varios segundos. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Quieres —dijo, Finalmente— que le pida al doctor Turner que lleve a cabo un trasplante
manual
de corazón ahora mismo, en medio de esta crisis?
—Si se decide ahora, se puede hacer más tarde, esta noche, ¿no? El corazón del señor Kim se puede conservar en condiciones saludables todo ese tiempo, por lo menos.
—Mira, Ellie —dijo Nicole—, ni siquiera sabemos…
—Ya lo revisé —interrumpió Ellie—. Uno de los Tiasso verificó que el señor Kim sería un donante aceptable. Nicole volvió a sacudir la cabeza.
—Muy bien, muy bien —dijo—. Pensaré este asunto. Mientras tanto, quiero que te acuestes y descanses. Una contusión no es una lesión trivial.
—¿Me está pidiendo que haga
qué
? —le dijo un incrédulo doctor Turner a Nicole.
—Ahora, doctor Turner —dijo Amadou, con preciso acento británico—, no es la doctora Wakefield la que realmente le está haciendo el pedido: soy
yo
. Le imploro que efectúe esta operación y, por favor, no la considere riesgosa. Usted mismo me dijo que no viviré más de tres meses. Sé perfectamente bien que puedo morir en la mesa de operaciones pero, si sobrevivo, según las estadísticas que usted me mostró, tengo una posibilidad del cincuenta por ciento de vivir ocho años más. Hasta podría casarme y tener un hijo.
El doctor Turner giró sobre los talones y miró el reloj que tenia en la pared de su oficina.
—Olvide por un momento, señor Diaba, que es más de medianoche y que estuve trabajando nueve horas consecutivas con víctimas de quemaduras. Considere lo que está solicitando. No he realizado un trasplante cardíaco desde hace
cinco
años. Y
nunca
lo hice sin contar con el respaldo del mejor personal y equipo de cardiología del planeta Tierra. Todo el trabajo quirúrgico, por ejemplo, siempre lo hacían robots.
—Entiendo todo eso, doctor Turner. Pero, en realidad, no viene al caso. Es indudable que moriré sin la operación. Casi con certeza no habrá otro donante en un futuro próximo. Además, Ellie me dijo que, hace poco, usted estuvo repasando todos los procedimientos de trasplante cardíaco como parte de su trabajo en la preparación de la solicitud de presupuesto para adquirir equipo nuevo…
El doctor Turner le lanzó una mirada inquisitiva a Ellie.
—Mi madre me habló sobre su concienzuda preparación, doctor Turner. Espero que no esté molesto por que yo le haya comentado a Amadou.
—Me complacerá asistirlo en cualquier forma que pueda —añadió Nicole—. Aunque nunca practiqué cirugía cardíaca, completé mi residencia en un instituto de cardiología.
El doctor Turner recorrió la habitación con los ojos, primero miró a Ellie, después a Amadou y a Nicole.
—Pues entonces, eso decide la cuestión, creo. No veo que me hayan dejado muchas opciones.
—¿Lo hará? —exclamó Ellie, exaltada.
—Lo intentaré —respondió el médico. Fue hasta donde estaba Amadou Diaba y extendió ambas manos.
—¿Sabe, no es así, que hay muy pocas posibilidades de que se vuelva a despertar?
—Sí, doctor Turner. Pero muy pocas posibilidades es mejor que ninguna… Se lo agradezco.
El doctor Turner se volvió hacia Nicole.
—La veré en mi consultorio, para hacer un repaso del procedimiento, dentro de quince minutos… Y a propósito, doctora Wakefield, ¿podría, por favor, hacer que un Tiasso nos traiga una cafetera con café recién hecho?
La preparación para el trasplante hizo surgir recuerdos que el doctor Turner había enterrado en los sitios más apartados de su mente. Una o dos veces, llegó a imaginar durante varios segundos que realmente había regresado al Centro Médico de Dallas. Recordaba, principalmente, lo feliz que había sido en aquellos lejanos días, en otro mundo. Amaba su trabajo; amaba su familia. Su vida era casi perfecta.
Los doctores Turner y Wakefield cuidadosamente anotaron la secuencia exacta de pasos que iban a seguir antes de comenzar el procedimiento. Después, durante la operación, se detenían para consultarse cuando completaban una etapa importante. Durante el procedimiento no se produjeron, en ningún momento, reacciones adversas. Cuando el doctor Turner extrajo el antiguo corazón de Amadou, lo dio vuelta para que Nicole y Ellie (Ellie había insistido en quedarse, en caso de que pudiera ayudar en algo) vieran los músculos gravemente atrofiados. El corazón del hombre estaba destruido. Es probable que Amadou hubiera muerto en menos de un mes.
Una bomba automática mantenía la sangre del paciente circulando, en tanto se “enganchaba” al nuevo corazón a todas las arterias y venas principales. Ésta era la fase más difícil y peligrosa de la operación. Según la experiencia del doctor Turner, este segmento nunca antes había sido ejecutado por manos humanas.
Las aptitudes quirúrgicas del doctor Turner habían mejorado por las muchas operaciones manuales que había llevado a cabo durante sus tres años en Nuevo Edén. Hasta él mismo se sorprendió por la facilidad con la que conectó el nuevo corazón a los vasos sanguíneos deteriorados de Amadou.
Hacia el final del procedimiento, cuando todas las fases peligrosas se completaron, Nicole se ofreció para efectuar las tareas restantes. Pero el doctor Turner no aceptó. A pesar de que ya casi era el alba en la colonia, Turner estaba decidido a terminar la operación por sí mismo.
¿Fue la extrema fatiga lo que hizo que los ojos de Turner le hicieran ver cosas inexistentes durante los minutos finales de la operación? ¿O quizás haya sido el torrente de adrenalina que lo invadió cuando se dio cuenta de que el procedimiento iba a tener éxito? Cualquiera fuera la causa, durante las etapas terminales de la operación, Robert Turner periódicamente presenció cambios notables en el rostro de Amadou Diaba. Varias veces, el rostro del paciente se alteró lentamente ante sus ojos. Los rasgos de Amadou se convertían en los de Carl Tyson, el joven negro al que el doctor Turner había asesinado en Dallas. Una vez, después de terminar una sutura, el doctor Turner alzó la vista hacia Amadou y quedó aterrado ante la sonrisa arrogante de Carl Tyson. El médico parpadeó y volvió a mirar, pero solamente era Amadou Diaba quien estaba sobre la mesa de operación.