Los distintos oradores que vinieron inmediatamente después del doctor Turner estaban de adorno, en realidad. Todos sabían que el otro discurso importante de ese día sería el que iba a pronunciar Ian Macmillan, el candidato de la oposición para el cargo de gobernador en las elecciones que se iban a celebrar dentro de tres meses. Se sabía que tanto el gobernador actual, Kenji Watanabe, como la opción de su partido político, Dmitri Ulanov, eran partidarios de introducir un importante incremento en el presupuesto para medicina, aun si se necesitaban nuevos impuestos para financiarlo. Según los informes, Macmillan se oponía a cualquier aumento de los fondos para el doctor Turner.
Ian Macmillan había sido estruendosamente derrotado por Kenji Watanabe en la primera elección general que se celebró en la colonia. Desde ese entonces, el señor Macmillan había mudado su sitio de residencia de Beauvois a Hakone; había sido elegido como representante de Las Vegas en el Senado, y había ocupado un lucrativo puesto en el imperio comercial en expansión de Toshio Nakamura. Era el matrimonio perfecto: Nakamura necesitaba a alguien “aceptable” para que manejara la colonia en su nombre, y Macmillan, que era un hombre ambicioso pero sin valores ni principios claramente definidos, quería ser gobernador.
—Resulta demasiado sencillo —empezó a leer Macmillan en su discurso— escuchar al doctor Turner y después, abrir nuestro corazón y nuestra billetera y destinar fondos para sus pedidos. Ése es el problema de estas audiencias para asignación del presupuesto: cada jefe de departamento puede brindar sólidos argumentos para sus propuestas. Pero, al escuchar a cada uno por separado, perdemos la perspectiva de todo el cuadro. No quiero dar a entender que estoy sugiriendo que el programa del doctor Turner no sea muy meritorio. Sin embargo, pienso que en este momento se justifica una discusión de prioridades.
El estilo oratorio de Macmillan había mejorado considerablemente desde que se mudó a Hakone. Era evidente que había sido cuidadosamente entrenado. No obstante, no era alguien naturalmente dotado para la oratoria, por eso, a veces, los gestos que había practicado casi parecían cómicos. El punto primordial de su exposición era que los portadores del RV-41 constituían menos del cinco por ciento de la población de Nuevo Edén y que el costo de ayudarlos era increíblemente alto.
—¿Por qué el resto de los ciudadanos de la colonia tiene que sufrir privaciones para beneficiar a un grupo tan pequeño? —dijo—. Además —añadió—, existen otros asuntos más apremiantes que exigen fondos adicionales; temas que nos tocan a todos y a cada uno de los colonos y que factiblemente van a influir en nuestra supervivencia.
Cuando Ian Macmillan presentó su versión del relato sobre los bichos con patas, que salieron “a la carga” del hábitat anexo a Rama y “asustaron” al equipo de exploración de la colonia, lo hizo de modo que pareciera que el “ataque” de los “bichos” hubiera sido la primera incursión de una guerra entre especies, programada. Macmillan creó el temor de que estos monstruos fueran seguidos por “seres más terribles” que aterrarían a los colonos, especialmente a las mujeres y a los niños.
—El dinero para la defensa —dijo— es dinero invertido para todos nosotros.
El candidato Macmillan también sugirió que las investigaciones del ambiente eran otra actividad “mucho más importante para el bienestar general de la colonia” que el programa médico trazado por el doctor Turner. Alabó el trabajo efectuado por los ingenieros en meteorología y predijo un futuro en el que los colonos tendrían completo conocimiento de las condiciones climáticas que se iban a producir.
Su discurso fue interrumpido muchas veces por aplausos provenientes de la galería. Cuando, finalmente, discurrió sobre las personas que padecían el RV-41, el señor Macmillan trazó un plan “más eficaz, desde el punto de vista de los costos” para lidiar con “la terrible tragedia de esa gente”.
—Crearemos un nuevo pueblo para ellos —anunció— fuera de Nuevo Edén, donde puedan pasar sus últimos días en paz.
—En mi opinión —dijo—, los esfuerzos médicos para luchar contra el RV-41 deberán restringirse, en el futuro, a aislar e identificar todos los mecanismos mediante los cuales esta plaga se transmite de persona a persona. Hasta que estas investigaciones estén completas, será para máximo beneficio de todos los componentes de esta colonia, inclusive los desdichados que contrajeron la enfermedad, que a los portadores se los ponga en cuarentena de modo que no pueda haber más contagios accidentales.
Nicole y toda su familia estaban en la galena. Habían fastidiado a Richard para que asistiera, aun cuando a él le disgustaban las reuniones políticas. Richard estaba asqueado por el discurso de Macmillan. Por su parte, Nicole estaba asustada: lo que ese hombre decía no dejaba de tener atractivo.
Me pregunto quién le está escribiendo el material que expone
, pensó, una vez que concluyó el discurso. Se maldijo por haber subestimado a Nakamura.
Hacia el final del discurso de Macmillan, Ellie Wakefield silenciosamente dejó su lugar en la galería. Sus padres quedaron atónitos, pocos instantes después, al verla abajo, en el hemiciclo del Senado, acercándose a la tribuna. También estaban sorprendidos los demás concurrentes de la galería que habían creído que Ian Macmillan era el último orador del día. Todos se estaban preparando para irse. La mayoría se volvió a sentar cuando Kenji Watanabe presentó a Ellie.
—En la clase de educación cívica que se enseña en nuestra escuela —empezó Ellie, el nerviosismo evidente en la voz—, hemos aprendido la Constitución de la colonia y los procedimientos del Senado. Es un hecho poco conocido que
cualquier
ciudadano de Nuevo Edén puede pronunciar una alocución en estas audiencias abiertas…
Ellie inspiró profundo antes de seguir. En la galería, tanto su madre como su profesora Eponine se inclinaron hacia adelante y se tomaron con fuerza de la barandilla que tenían delante de ellas.
—Quise hablar hoy —dijo Ellie con más energía— porque tengo la creencia de que mi punto de vista sobre el asunto de quienes padecen del RV-41 es único. Primero, soy joven y, segundo, hasta hace poco más de tres años, nunca había tenido el privilegio de interactuar con un ser humano que no fuera miembro de mi familia.
—Por estas dos razones, considero que la vida humana es un tesoro. Escogí la palabra cuidadosamente. Un tesoro es algo que se valora enormemente. Este hombre, este increíble médico que trabaja todo el día y, en ocasiones, toda la noche, para mantenemos sanos, evidentemente también considera que la vida humana es un tesoro.
—Cuando habló el doctor Turner no les dijo
por qué
debíamos otorgarle fondos a su programa, sino que dijo
en qué
consistía la enfermedad y
cómo
iba a tratar de combatirla. Supuso que todos ustedes entendían
porqué
. Después de escuchar al señor Macmillan —dijo Ellie, dedicándole una rápida mirada al orador previo—, tengo algunas dudas.
—Tenemos que continuar estudiando esta horrible enfermedad hasta que la podamos contener y poner bajo control porque una vida humana es un bien precioso. Cada persona es un milagro único, una asombrosa combinación de sustancias químicas complejas dotada de talentos, sueños y experiencias especiales. Nada puede ser más importante para toda la colonia que una actividad dirigida a la conservación de la vida humana.
—Tengo entendido, por la discusión de hoy, que el programa del doctor Turner es caro. Si se deben cobrar impuestos para pagarlo, entonces, quizá, cada uno de nosotros tendrá que prescindir de algún artículo especial que deseaba. Es un precio suficientemente bajo a cambio del tesoro de la compañía de otro ser humano.
—Mi familia y mis amigos a veces me dicen que soy irremediablemente ingenua. Eso puede ser cierto. Pero, a lo mejor, mi inocencia me permite ver las cosas con más claridad que otras personas. En este caso, tengo la convicción de que solamente hay una pregunta que hay que formular: si ustedes, o algún miembro de su familia, hubiera recibido el diagnóstico de que tiene el RV-41, ¿apoyarían
ustedes
el programa del doctor Turner?… Muchas gracias.
Se produjo un silencio sobrenatural cuando Ellie bajó de la tribuna. Después, estallaron atronadores aplausos. Tanto en los ojos de Nicole como en los de Eponine afloraron lágrimas. En el hemiciclo del Senado, el doctor Turner extendió ambas manos hacia Ellie.
Cuando Nicole abrió los ojos, Richard estaba sentado junto a ella en la cama con una taza de café.
—Nos dijiste que te despertáramos a las siete —dijo él.
Nicole se incorporó y tomó la taza de café que le ofrecía Richard.
—Gracias, querido —dijo Nicole—. Pero ¿por qué no dejaste que Linc…?
—Decidí traer el café yo mismo… Otra vez hay noticias provenientes de la Planicie Central. Quise discutirlas contigo, aun cuanto sé cómo te disgusta que te hablen cuando te despiertas a la mañana.
Nicole tomó un sorbo largo de la taza, lentamente. Le sonrió a su marido.
—¿Cuál es la noticia? —preguntó.
—Anoche hubo dos incidentes mas con los bichos con patas. Eso lleva la cantidad a casi una docena esta semana. Según los informes, nuestras fuerzas de defensa destruyeron tres bichos con patas que estaban “acosando” al personal de ingeniería.
—¿Los “bichos” hicieron algún intento por devolver el ataque?
—No, no lo hicieron. En cuanto sonaron los primeros disparos huyeron corriendo por el agujero del otro hábitat… La mayoría escapó, tal como hicieron anteayer.
—¿Y todavía opinas que son observadores a distancia, como las arañas biot de las Rama Uno y Dos? Richard asintió con la cabeza.
—Te podrás imaginar la imagen que los otros se están haciendo de nosotros. Les disparamos a seres desarmados, sin que nos provoquen… reaccionamos de manera hostil a lo que, indudablemente, es el intento por establecer contacto… —contestó Richard.
—A mí tampoco me gusta —dijo Nicole en voz baja—. Pero ¿qué podemos hacer? El Senado explícitamente autorizó a los grupos de exploración para que se defendieran.
Richard estaba a punto de contestar cuando advirtió que Benjy estaba parado en la puerta. El joven tenía una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Puedo entrar, mamá? —preguntó.
—Claro que sí, querido —contestó Nicole. Abrió los brazos.
—Ven a darme un fuerte abrazo de cumpleaños.
—Feliz cumpleaños, Benjy —dijo Richard cuando el muchacho, que era más grande que la mayoría de los hombres, gateó sobre la cama y abrazó a la madre.
—Gracias, tío Richard.
—¿Vamos a tener un día campestre hoy, en el bosque de Sherwood? —preguntó Benjy con lentitud.
—Sí, claro que sí —contestó su madre—. Y después, esta noche, vamos a tener una gran fiesta.
—Hurra —dijo Benjy.
Era sábado. Tanto Patrick como Ellie podían dormir hasta tarde porque no tenían clases. Linc sirvió el desayuno a Richard, Nicole y Benjy mientras los adultos miraban las noticias matutinas en televisión. Hubo una breve película de la “confrontación con los bichos con patas” más reciente que se produjo cerca del segundo hábitat, así como comentarios de ambos candidatos para la gobernación.
—Tal como vengo diciendo desde hace semanas —observó Ian Macmillan al cronista de televisión—, debemos ampliar ostensiblemente nuestros preparativos para la defensa. Por fin hemos empezado a mejorar las armas a disposición de nuestras fuerzas pero necesitamos movernos con más temeridad en este terreno.
Una entrevista con la directora de la sección meteorológica puso fin a las noticias matutinas: la mujer explicó que las recientes condiciones meteorológicas, anormalmente secas y ventosas, habían sido ocasionadas por un “error de diseño” en la simulación de la computadora.
—Durante toda la semana —dijo— estuvimos intentando, sin éxito, producir lluvia. Ahora, claro está, por ser el fin de semana, hemos programado sol brillante… Pero prometemos que lloverá la próxima semana.
—No tienen la más remota idea de lo que están haciendo —refunfuñó Richard mientras apagaba el televisor—. Están sobrecargando el sistema con instrucciones y generando caos.
—¿Qué es c… ca-os, tío Richard? —preguntó Benjy. Richard vaciló un instante.
—Supongo que la definición más simple es la de ausencia de orden. Pero, en matemática, esa palabra tiene un significado más preciso: se la usa para describir reacciones infinitas ante pequeñas perturbaciones. —Richard rió—. Lo siento Benjy. A veces hablo en un galimatías científico.
Benjy sonrió:
—Me gusta cuando me hablas como si yo fuera nor… mal —dijo con cuidado—. Y, algunas veces, en-ti… tien-do un po-co.
Nicole parecía preocupada mientras Linc levantaba de la mesa los platos del desayuno. Cuando Benjy salió de la habitación para cepillarse los dientes, se inclinó hacia su marido.
—¿Hablaste con Katie? —preguntó—. No respondió al videofono ayer a la tarde ni anoche. Richard meneó la cabeza.
—Benjy va a quedar destruido si Katie no aparece en su fiesta… Voy a enviar a Patrick esta mañana para encontrarla.
Richard se levantó de su silla y dio la vuelta a la mesa. Extendió la mano y tomó la de Nicole.
—Y ¿qué hay respecto de usted, señora Wakefield? En su ajetreado programa de actividades, ¿le dejó tiempo a algo de descanso y relajación? Después de todo, es el fin de semana.
—Esta mañana voy a pasar por el hospital para ayudar en el adiestramiento de los dos nuevos paramédicos. Después, Ellie y yo saldremos de aquí con Benjy, a las diez. En el camino de regreso me detendré en el tribunal. Ni siquiera leí los alegatos presentados para los casos del lunes. Tengo una pequeña reunión con Kenji a las dos y treinta y mi clase sobre patología a las tres… Estaré en casa a eso de las 16:30.
—Lo que nos va a dar el tiempo apenas suficiente para organizar la fiesta de Benjy. En serio, querida, necesitas descansar. Después de todo, no eres un biot.
Nicole besó a su marido.
—Mira quién habla. ¿No eres tú el que trabaja veinte o treinta horas sin parar cuando está dedicado a un proyecto emocionante? —Se detuvo un instante y se puso seria—. Todo esto es muy importante, amor… Siento que estamos en el centro de los asuntos de la colonia, y que realmente tiene importancia lo que hago aquí.
—Eso no se discute, Nicole. No hay la menor duda de que ejerces influencia. Pero nunca tienes tiempo para ti.