Nicole no podía dormir. Una y otra vez se le volvía a aparecer la misma escena: se veía mientras caminaba entre la multitud y abofeteaba al muchacho pelirrojo:
Lo que no me hace ser mejor que él
, pensaba.
—Todavía estás despierta, ¿no? —dijo Richard.
—Sí.
—¿Estás bien?
Hubo un breve silencio.
—No, Richard… —contestó Nicole—. No lo estoy… Estoy sumamente molesta conmigo por golpear a ese muchacho.
—Oh, vamos —dijo Richard—. Deja de castigarte… Lo tuvo merecido… Te insultó de la peor manera… Gente como ésa no entiende otra cosa más que la fuerza.
Richard extendió el brazo y empezó a frotar la espalda de Nicole.
—Dios mío —dijo—. Nunca te vi tan tensa… tienes nudos desde la cabeza hasta los pies.
—Estoy preocupada —dijo Nicole—. Tengo la terrible sensación de que toda la trama de nuestra vida aquí, en Nuevo Edén, está a punto de ser destejida… Y de que todo lo que he hecho, o estoy haciendo, es absolutamente inútil.
—Pusiste lo mejor de ti, querida… Debo confesar que estoy sorprendido por lo mucho que lo intentaste. —Richard siguió masajeando con mucha delicadeza la espalda de Nicole—. Pero debes recordar que estás tratando con seres humanos… Los puedes transportar a otro mundo y brindarles un paraíso pero todavía vienen equipados con sus temores e inseguridades y predilecciones culturales. Un nuevo mundo únicamente podría ser
realmente
nuevo sí todos los humanos que en él intervinieran empezaran con la mente totalmente vacía, como computadoras nuevas carentes de soporte lógico y de sistemas operativos: nada más que formidables cantidades de potencial aún sin emplear.
Nicole logró esbozar una sonrisa.
—No eres muy optimista, cariño —dijo.
—¿Por qué debería serlo? Nada de lo que vi aquí, en Nuevo Edén, ni en la Tierra me sugiere que la humanidad tenga la capacidad de alcanzar la armonía en su relación consigo misma, y mucho menos con cualquiera de los otros seres vivos. De vez en cuando aparece una persona, o un grupo inclusive, que tiene la capacidad de superar las desventajas genéticas y ambientales básicas de la especie… Pero esta gente es un milagro, y no la norma.
—No estoy de acuerdo contigo —dijo Nicole en voz baja—. Tu punto de vista es demasiado desesperanzado. Creo que la mayoría de la gente trata, con desesperación, de alcanzar esa armonía. Simplemente, no sabemos cómo lograrla. Ésa es la razón por la que necesitamos más educación. Y más buenos ejemplos.
—¿Incluso con ese pelirrojo? ¿Crees que se lo podría educar para hacerlo salir de su intolerancia?
—Tengo que pensar que sí, cariño —dijo Nicole—. En caso contrarío… temo que simplemente dejaría de luchar.
Richard emitió un sonido entre una tos y una carcajada.
—¿Qué pasa? —preguntó Nicole.
—Tan sólo me preguntaba —contestó Richard— si Sísifo alguna vez se engañó a sí mismo creyendo que la próxima vez la roca no iba a rodar por la ladera de la montaña.
Nicole sonrió.
—Tenía que creer que había alguna posibilidad de que la roca se mantuviera en la cima o sino no se habría esforzado tanto… Por lo menos, eso es lo que creo.
Cuando Kenji Watanabe se bajó del tren en Hakone, le resultó imposible no rememorar otra entrevista con Toshio Nakamura, años atrás, en un planeta situado a miles de millones de kilómetros de distancia.
También aquella vez me había telefoneado
, pensó Kenji.
Había insistido en que tuviéramos esa conversación sobre Keiko
.
Kenji se detuvo delante de la vidriera de una tienda y se enderezó la corbata. En la distorsionada imagen, fácilmente se pudo imaginar a sí mismo como a un idealista adolescente de Kioto que estaba en camino para encontrarse con un rival.
—
Pero eso fue hace mucho tiempo
—se dijo Kenji—,
sin otra cosa en juego más que nuestro orgullo. Ahora, todo el destino de nuestro pequeño mundo
…
Su esposa, Nai, directamente no había querido que Kenji se reuniera con Nakamura. Lo había alentado para que llamara a Nicole, con el objeto de obtener otra opinión. Nicole también se había opuesto a cualquier reunión entre el gobernador y Toshio Nakamura.
—Es un megalómano deshonesto, enloquecido por conseguir poder —había dicho Nicole—. Nada bueno puede salir de ese encuentro. Lo único que quiere es descubrir tus puntos vulnerables.
—Pero dijo que puede reducir la tensión que hay en la colonia.
—¿A qué precio, Kenji? Cuidado con las condiciones: ese hombre nunca ofrece hacer algo por nada a cambio.
Y entonces, ¿para qué viniste?
, preguntaba una voz dentro de Kenji, mientras contemplaba el enorme palacio que su compinche de la juventud se había hecho construir.
No estoy seguro, exactamente
, respondió otra voz.
Honor, quizá. O dignidad. Algo que está en lo profundo de mi herencia
.
El palacio de Nakamura y las casas circundantes estaban hechas con madera, en el clásico estilo de Kioto. Techos de tejas azules, jardines cuidadosamente ornamentados, árboles que daban sombra, anchos senderos inmaculadamente limpios. Hasta el aroma de las flores hacían que Kenji recordara su ciudad natal, situada en un distante planeta.
Fue recibido en la puerta por una encantadora jovencita vestida con sandalias y quimono que hizo una reverencia y dijo
«Ojari kudasai»
, según el formal estilo japonés. Kenji dejó los zapatos en un armario y se puso sandalias. Los ojos de la muchacha siempre miraban hacia el piso, mientras lo guiaba a través de las pocas habitaciones de estilo occidental del palacio, hacia el sector con esteras en las que, según se decía, Nakamura pasaba la mayor parte de su tiempo libre retozando con sus concubinas.
Después de una breve caminata, la muchacha se detuvo y deslizó una pared de papel decorada con grullas en vuelo.
—
Dozo
—dijo la joven, señalando hacia adentro. Kenji entró en la sala de seis esteras y se sentó, con las piernas entrecruzadas, en uno de los dos cojines que había delante de una reluciente mesa de laca negra.
Va a llegar tarde
, pensó Kenji,
todo es parte de la estrategia
.
Una muchacha diferente, también bonita, modesta y vestida con un encantador quimono color pastel, entró en la habitación sin hacer el menor ruido, portando agua y té japonés. Kenji sorbió el té con lentitud, mientras su mirada recorría la sala. En uno de los rincones había un tabique de madera con cuatro paneles. A la distancia que se hallaba, Kenji se dio cuenta de que estaba magníficamente tallado. Se levantó de su cojín para mirarlo más de cerca.
El lado que daba hacia Kenji representaba la belleza de Japón, un panel para cada una de las cuatro estaciones. La ilustración del invierno mostraba un centro turístico para la práctica de esquí, ubicado en los Alpes japoneses, hundido bajo metros de nieve; el panel de la primavera representaba los cerezos en flor a lo largo del río Kama, en Kioto. El verano era un día diáfanamente claro, con la cumbre del monte Fuji cubierta con nieve, elevándose por sobre la verde campiña. El panel del otoño exhibía un aluvión de color en los árboles que rodeaban el santuario y mausoleo de la familia Tokugawa, en Nikko.
Toda esta asombrosa belleza
, pensó Kenji y sintió, de manera repentina, una profunda nostalgia.
Toshio trató de recrear el mundo que dejamos atrás… pero, ¿por qué? ¿Por qué gasta todo su sórdido dinero en un arte tan magnífico? Es un hombre extraño, incoherente
.
Los cuatro paneles que estaban del otro lado del tabique hablaban de otro Japón. Los ricos colores exhibían la batalla del castillo de Osaka, a comienzos del siglo XVII, después de la cual nadie se opuso a que Ieyosu Tokugawa se convirtiera en shogún del Japón. El tabique estaba cubierto con figuras humanas: guerreros samurai en combate; varones y mujeres, miembros de la corte diseminados por todo el terreno del castillo: hasta el señor Tokugawa mismo, más grande que los demás y con aspecto de estar muy complacido con su victoria. Kenji observó, divertido, que el shogún que aparecía en la talla exhibía un parecido, más que casual, con Nakamura.
Y estaba a punto de sentarse de vuelta en su cojín, cuando el tabique se abrió y su adversario entró.
—
Omachido sama deshita
—dijo Nakamura, haciendo una leve reverencia en dirección a Kenji.
Kenji lo imitó, en forma un tanto desgarbada, porque no podía quitar la vista de su coterráneo. ¡Toshio Nakamura estaba vestido con atuendo completo de samurai, sable y daga incluidos!
Todo esto es parte de alguna maniobra psicológica
, se dijo Kenji,
diseñada para confundirme o asustarme
.
—Ano, hajememashoka
—dijo Nakamura, sentándose en el cojín que estaba en frente de Kenji—.
Kocha ga, oishii desu ne?
—Totemo oishii desu
—contestó Kenji, tomando otro sorbo. El té estaba excelente por cierto…
pero no es mi shogún
, pensaba Kenji.
Tengo que cambiar esta atmósfera antes de que comience cualquier conversación en serio
.
—Nakamura-san, ambos somos hombres muy ocupados —dijo el gobernador Watanabe en inglés—. Es importante para mí que prescindamos de las formalidades y vayamos al meollo de la cuestión. Tu representante me dijo esta mañana, por teléfono, que estabas “perturbado” por los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas y que tenías algunas “positivas sugerencias” para reducir la tensión actual que había en Nuevo Edén. Ése es el motivo por el que vine a hablar contigo.
El rostro de Nakamura permanecía inexpresivo; sin embargo, el leve siseo que emitía mientras hablaba indicaba su disgusto por el modo directo de expresarse de Kenji.
—Has olvidado tus modales japoneses, Watanabe-san. Es gravemente descortés empezar una conversación de negocios antes de haber cumplimentado a tu anfitrión por su entorno para agasajarte y de preguntarle si está bien de salud. Una descortesía así casi siempre lleva a un desagradable desacuerdo, que se puede evitar…
—Lo siento —interrumpió Kenji, con un dejo de impaciencia—, pero no necesito una lección, y de ti menos que de nadie, sobre modales. Además, no estamos en Japón, ni siquiera estamos en la Tierra y tus antiguas costumbres japonesas son casi tan poco aplicables ahora como el atuendo que vistes…
Kenji no había pretendido insultar a Nakamura, pero no pudo haber tenido una estrategia mejor para hacer que el adversario revelara sus verdaderas intenciones. El poderoso hombre de negocios se puso de pie en forma brusca. Durante un instante, el gobernador pensó que Nakamura iba a desenvainar su sable samurai.
—Muy bien —dijo Nakamura, la mirada implacablemente hostil—, lo haremos a tu manera… Watanabe, perdiste el control de la colonia. Los ciudadanos se sienten muy desdichados con tu conducción y mi gente me dice que se habla, en todos los ámbitos, de destitución y/o insurrección. Metiste la pata con el asunto del ambiente y del RV-41 y ahora tu jueza negra, después de innumerables demoras, anunció que un negro de mierda violador no va a ser sometido a juicio con jurado. Algunos de los colonos más preocupados, enterados de que tú y yo tenemos un pasado en común, me han solicitado que interceda para intentar convencerte de que te hagas a un lado, antes de que se produzcan derramamientos de sangre y el caos sea generalizado.
Esto es increíble
, pensaba Kenji, mientras escuchaba a Nakamura,
este hombre perdió por completo los estribos
. El gobernador resolvió decir muy poco en la conversación.
—¿Así que estás convencido de que debo renunciar? —preguntó Kenji, después de un largo silencio.
—Sí —respondió Nakamura, con tono más imperioso—. Pero no de inmediato. No hasta mañana. Hoy debes ejercer tu privilegio ejecutivo para quitarle la competencia del caso Martínez a Nicole des Jardins Wakefield. Es obvio que ella tiene prejuicios. El juez Iannella o el juez Rodríguez, cualquiera de ellos, sería más adecuado. Fíjate —prosiguió forzando un sonrisa— que no estoy sugiriendo que el caso se le transfiera al tribunal del juez Nishimura.
—¿Algo más? —preguntó Kenji.
—Sólo una cosa más: dile a Ulanov que se retire de las elecciones. No tiene la menor posibilidad de vencer, y proseguir con esta campaña que sólo sirve para dividir, únicamente hará que nos sea más difícil trabajar en armonía después de la victoria de Macmillan. Necesitamos estar unidos. Preveo una grave amenaza para la colonia del enemigo que se encuentra en el otro hábitat. Los bichos con patas que tú pareces creer que son nada más que “observadores inofensivos”, no son otra cosa que sus exploradores de la vanguardia…
Kenji estaba atónito por lo que escuchaba: ¿cómo Nakamura se había vuelto tan perverso…? ¿O siempre había sido así?
—… debo hacer hincapié en que el tiempo es esencial —decía Nakamura—, en especial en lo que atañe al asunto Martínez y a tu renuncia. Les he pedido a Kobayashi-san y a los demás miembros de la comunidad asiática que no actúen con demasiada precipitación, pero, después de anoche, no estoy seguro de poder contenerlos. La hija de Kobayashi era una joven hermosa, llena de talento. Su nota de suicidio expresa, con toda claridad, que no podía vivir con la vergüenza que le acarreaban las continuas demoras en el inicio del juicio a su violador. Hay legítima ira por toda la…
El gobernador Watanabe temporalmente olvidó la decisión de mantenerse callado.
—¿Estarás al tanto —dijo, poniéndose de pie también— de que en Mariko Kobayashi se encontró semen proveniente de dos personas diferentes, después de la noche que fue presuntamente violada? ¿Y de que tanto Mariko como Pedro Martínez insistieron, en forma reiterada, que estuvieron completamente solos durante toda la noche?… Aun cuando Nicole, la semana pasada, le dio a entender a Mariko que existían pruebas de que hubo un contacto sexual más, la joven se atuvo a su relato.
Nakamura momentáneamente perdió la compostura. Miró sin expresión a Kenji Watanabe.
—No hemos podido identificar al otro involucrado —dijo Kenji—, misteriosamente, las muestras de semen desaparecieron del laboratorio del hospital antes de que se pudiera completar todo el análisis del adn. Todo lo que tenemos es el registro del examen original.
—Ese registro podría ser erróneo —afirmó Nakamura, recobrando confianza en sí mismo.