El jardín de Rama (37 page)

Read El jardín de Rama Online

Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
11.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

¿Habrá grabado este vídeo treinta años atrás?
, se preguntó,
¿o su proceso de envejecimiento ha sido retardado de algún modo?
No se le ocurrió preguntarse si la locutora era realmente Nicole o si no lo era. Kenji había pasado suficiente tiempo en los archivos sobre la
Newton
como para reconocer de inmediato las expresiones y peculiaridades faciales de Nicole.
Debió de haber hecho el vídeo hace unos cuatro años
, estaba pensando Kenji,
pero de ser así
… Todavía estaba debatiéndose con toda la situación, cuando culminó la transmisión de Nicole y el director de la AIE volvió a aparecer en el monitor.

El doctor Koch explicó brevemente que el vídeo se volvería a transmitir dos veces más, en forma completa, por todos los canales. Después, estaría a disposición de cada uno de los pasajeros y miembros de la tripulación que quisiera verlo.

—¿Qué demonios está pasando aquí
realmente?
—exigió saber Max Puckett, cuando el rostro de Nicole volvió a aparecer en el monitor. Dirigía sus preguntas a Kenji.

—Si es que entendí correctamente —respondió Kenji, después de mirar durante varios segundos—, la AIE nos engañó deliberadamente respecto de uno de los objetivos primarios de nuestra empresa. En apariencia, este mensaje se recibió por primera vez hace unos cuatro años, en la época en que la concesión de fondos para la Colonia Lowell todavía era un tanto incierta. En ese momento, después de que todos los esfuerzos para demostrar que el vídeo era un fraude fracasaron, se decidió que la investigación de Rama Tres sería un objetivo secreto de nuestro proyecto.

—Mierda —dijo Max Puckett, sacudiendo la cabeza vigorosamente—. ¿Por qué demonios no nos dijeron simplemente
la
verdad?

—Mi mente retrocede espantada ante la idea de super seres que envían una tecnología tan asombrosa, sólo para reunir datos sobre nosotros —comentó el juez Mishkin después de un breve silencio—. Sin embargo, en otro nivel, al menos ahora entiendo algunas de las peculiaridades del proceso de selección de personal. Quedé pasmado cuando, hace unos ocho meses, ese grupo de adolescentes norteamericanos sin hogar se agregó a la colonia. Ahora veo que los criterios de selección apuntaban al logro de la “amplia muestra” solicitada por la señora des Jardins. El hecho de que nuestra particular mezcla de personas y aptitudes produjera una colonia sociológicamente viable en Marte o de que no lo hiciera debe de hacer sido siempre una consideración secundaría.


Odio
las mentiras y a los mentirosos —dijo Max. Se había levantado de su silla y estaba recorriendo a zancadas la habitación—. Todos estos políticos y administradores gubernamentales son lo mismo: los bastardos mienten sin ninguna conciencia.

—Pero, ¿qué podrían haber hecho, Max? —preguntó el juez Mishkin—. Es indudable que
realmente
no tomaron el vídeo en serio. No, por lo menos, hasta que esta nueva nave espacial apareció en la órbita de Marte. Y si hubieran dicho la verdad desde el principio, se habría producido pánico en escala mundial.

—Mire, juez —dijo Max, con tono de frustración—, creí que se me había contratado para ser un granjero de mierda en una colonia ubicada en Marte. Yo no sé nada de extraterrestres y, con toda franqueza, no quiero saber nada. Ya me resulta bastante difícil lidiar con pollos, cerdos y gente.

—En especial, con gente —dijo con rapidez el juez Mishkin, sonriéndole a su amigo. A pesar de sí mismo, Max lanzó una risita.

Pocos minutos después, el juez Mishkin y Max se dijeron adiós y dejaron a Kenji y Nai a solas. Inmediatamente después de que los huéspedes se fueron, el videófono sonó en el departamento de Kenji y Nai.

—¿Watanabe? —le oyeron decir a Ian Macmillan.

—Sí, señor —respondió Kenji.

—Lamento molestarlo, Watanabe —dijo el comandante— pero usted tiene la primera misión que le toca a alguien que no es miembro de mi inmediato personal. Debe instruir a toda la tripulación de la
Pinta
sobre la expedición Newton, las Rama y la cosmonauta des Jardins, hoy a las diecinueve horas. Creí que querría comenzar sus preparativos.

—… En 2200, todos los medios de prensa informaron que Rama había destruido por completo, vaporizada por las múltiples bombas nucleares que explotaron en sus proximidades. A los cosmonautas desaparecidos des Jardins, O'Toole, Takagishi y Wakefield, se los consideró muertos. En realidad, de acuerdo con los documentos oficiales de la misión Newton y con los muy exitosos libros y series de televisión distribuidos por Hagenest y Schmidt, Nicole des Jardins presuntamente murió en Nueva York, la ciudad isla en medio del Mar Cilíndrico,
semanas
antes de que la nave científica de la Newton dejara Rama y regresara a la Tierra.

Kenji hizo una pausa para mirar a su auditorio. Aun cuando el comandante Macmillan les había explicado a los pasajeros y tripulación de la
Pinta
que un vídeo con la presentación de Kenji estaría inmediatamente disponible, muchos de los presentes estaban tomando notas. Kenji disfrutaba de ser el centro de atención. Le echó un vistazo a Nai y sonrió antes de proseguir.

—La cosmonauta Francesca Sabatini, la más famosa sobreviviente de la infausta expedición Newton, postuló en sus memorias que la doctora des Jardins podría haberse topado con un biot hostil o que, quizá, se había caído en alguna de las regiones de oscurecimiento total en Nueva York. Como la dos mujeres habían estado juntas durante la mayor parte del día (estaban buscando al científico japonés Shigueru Takagishi, que había desaparecido misteriosamente del campamento Beta la noche anterior), la
Signora
Sabatini conocía perfectamente la cantidad de comida y agua que la cosmonauta des Jardins transportaba.

—Aun con su consumado conocimiento del cuerpo humano —escribió Sabatini—, Nicole no pudo haber sobrevivido más de una semana. Y si, en estado de desvarío, hubiera intentado obtener agua del hielo proveniente del venenoso Mar Cilíndrico, habría muerto aun antes.

—Del grupo de cosmonautas de la
Newton
que no retomaron del encuentro con Rama Dos, Nicole des Jardins es la que siempre atrajo el máximo interés. Aun antes de que el brillante estadístico Roberto López conjeturara, correctamente, hace siete años, y sobre la base de la información acerca del genoma europeo conservada en La Haya, que el difunto rey Henry XI de Inglaterra era el padre de Genevieve, la hija de Nicole, la reputación de la doctora des Jardins se había vuelto legendaria. Hace poco, la concurrencia a su monumento recordatorio, cerca de la villa familiar en Beauvois, Francia, aumentó marcadamente, en especial entre las mujeres jóvenes. La gente se congrega no sólo para rendir homenaje a la cosmonauta des Jardins y para ver las muchas fotografías y vídeos que conmemoran su destacada vida sino, también, para ver las dos soberbias estatuas de bronce creadas por el escultor griego Theo Pappas. En una de ellas, la juvenil Nicole aparece con su camiseta y sus pantalones cortos de atleta, con la medalla de oro olímpica colgándole del cuello. En la segunda se la ve como mujer madura, llevando el traje de vuelo de la AIE, similar al que vieron en el vídeo.

Kenji señaló hacía la parte de atrás de la sala, en el pequeño anfiteatro de la
Pinta
, y las luces se apagaron. Instantes después, comenzó una exhibición de diapositivas sobre una de las dos pantallas que había a espaldas de Kenji.

—Éstas son las pocas fotografías de Nicole des Jardins que se conservaron en nuestros archivos de la
Pinta
. La base de datos de referencia indica que muchas imágenes más, incluyendo fragmentos de películas históricas, se pueden obtener en la biblioteca de reserva que está en la bodega de carga. Esos datos no están disponibles durante el viaje debido a las limitaciones de la red de datos para vuelo. Los dalos adicionales no son necesarios, pues resulta claro, por estas fotos, que la persona que apareció en la transmisión de esta tarde es Nicole des Jardins
o una copia absolutamente perfecta de ella
.

Una foto fija de primer plano, tomada del vídeo de la tarde, se dejó congelada en la pantalla izquierda y se le yuxtapuso la foto de la cabeza de Nicole, tomada en la fiesta por vísperas de Año Nuevo, que se celebró en la Villa Adriani, en las afueras de Roma. No había dudas al respecto: definitivamente las dos imágenes correspondían a la misma mujer. Un murmullo de apreciación surgió del público, mientras Kenji hacía silencio en su presentación.

—Nicole des Jardins nació —prosiguió Kenji, en un tono levemente amortiguado— el 6 de enero de 2164. En consecuencia, si el vídeo que presenciamos esta tarde realmente se hizo hace unos cuatro años, des Jardins debería de haber tenido setenta y siete años en ese momento. Ahora bien, todo lo que sabemos es que la doctora des Jardins estaba en soberbio estado físico y que hacía ejercicio en forma regular. Sin embargo, si la mujer que vimos esta tarde tenía setenta y dos años, entonces los extraterrestres que fabricaron Rama también deben de haber descubierto la fuente de la juventud.

Aun cuando era noche avanzada y Kenji estaba muy cansado, no podía dormir. Los sucesos del día forzaban por aparecer en su mente y lo alteraban otra vez. Al lado de él, en la pequeña cama matrimonial, Nai Buatong Watanabe era muy consciente de que su esposo estaba despierto.

—Estás absolutamente seguro de que estuvimos viendo a la verdadera Nicole des Jardins, ¿no es así, querido? —dijo Nai en voz baja, después de que Kenji giró sobre sí mismo por enésima vez.

—Sí —dijo Kenji—, pero Macmillan no me exigió que incluya esa declaración respecto de la posibilidad de una copia perfecta. Cree que todo lo que aparece en el vídeo es un engaño…

—Después de nuestra discusión de esta tarde —continuó Nai, después de un breve silencio—, pude recordar todo ese alboroto sobre Nicole y el rey Henry, hace siete años. Apareció en la mayoría de las revistas de chismes sobre personajes conocidos. Pero he olvidado algo, ¿cómo se estableció, con seguridad, que Henry era el padre de Genevieve? ¿No estaba ya muerto? ¿Y acaso la familia real inglesa no mantiene su información genómica privada y secreta?

—López usó los genomas pertenecientes a los padres y hermanos de personas que se habían casado con miembros de la familia real. Después, empleando una técnica para correlación de datos que él mismo había inventado, el doctor López demostró que Henry, que todavía era el Príncipe de Gales durante las Olimpíadas de 2184, tenía una posibilidad tres veces superior a la de cualquier otra persona presente en Los Angeles en ese momento de haber sido el padre del bebé de Nicole. Después de que Darren Higgins admitió, en su lecho de muerte, que Henry y Nicole habían pasado una noche juntos durante las Olimpíadas, la familia real permitió que un especialista en genética tuviera acceso a la base de datos genómicos de la familia El experto llegó a la conclusión, más allá de cualquier duda razonable, de que Henry era el padre de Genevieve.

—Qué mujer asombrosa —dijo Nai.

—Lo fue, en verdad —repuso Kenji—. Pero, ¿qué te llevó a hacer ese comentario en este preciso momento?

—Como mujer —dijo Nai—, admiro cómo guardó su secreto y el que haya criado, sola, a su princesa más que cualquiera de sus otros logros.

8

Eponine localizó a Kimberly en el rincón de la habitación llena de humo y se sentó al lado de ella. Aceptó el cigarrillo que su amiga le ofrecía, lo encendió e inhaló profundamente.

—¡Ah!, qué placer —dijo Eponine con tono suave, mientras expelía el humo en forma de circulitos y lo observaba elevarse lentamente hacia los ventiladores.

—Sé que tanto como amas el tabaco y la nicotina —dijo Kimberly en un susurro, al lado de ella—, adorarías, sin lugar a dudas, el kokomo. —La muchacha norteamericana le dio una pitada al cigarrillo—. Sé que no crees en mí, Eponine, pero en realidad es mejor que el sexo.

—No para mí,
mon amie
—contestó Eponine, con tono cálido, amistoso—. Ya tuve suficientes vicios. Y nunca, nunca podría controlar algo que verdaderamente fuera mejor que el sexo.

Kimberly Henderson rió de buena gana, sus largos mechones rubios se balanceaban en los hombros. Tenía veinticuatro años, uno menos que su colega francesa. Las dos estaban sentadas en el salón fumador adjunto a la ducha de mujeres. Era un diminuto cuarto cuadrado, de no más de cuatro metros de lado, en el que, en estos precisos momentos, un grupo de mujeres estaba parada o sentada, todas fumando.

—Esta habitación me hace acordar al cuarto trasero del bar de Willie, en Evergreen, justo en las afueras de Denver —dijo Kimberly—. Mientras un centenar, o más, de vaqueros y granjeros brutos bailaban y bebían en el salón principal, ocho o diez de nosotras se refugiaban en la sagrada “oficina” de Willie, como él la llamaba, y nos hacíamos mierda con kokomo.

A través de la neblina, Eponine contempló a Kimberly.

—Por lo menos, en este salón los hombres no abusan de nosotras. Son absolutamente imposibles, aun peores que los tipos del centro de detención de Bourges. Esos personajes no deben de pensar en otra cosa más que en sexo, todo el día.

—Es comprensible —contestó Kimberly, con otra carcajada—. Es la primera vez que no se los vigila de cerca desde hace años. Cuando los hombres de Toshio sabotearon todos los monitores ocultos, todo el mundo estuvo repentinamente libre. —Lanzó una mirada a Eponine—. Pero también hay un lado sombrío: hoy hubo dos violaciones más, una en la zona de recreo para ambos sexos.

Kimberly terminó uno de los cigarrillos y de inmediato encendió otro.

—Necesitas alguien que te proteja —prosiguió—, y sé que a Walter le encantaría el trabajo. Debido a Toshio, la mayoría de los presos dejaron de intentar
voltearme
. Ahora, mi principal preocupación son los guardianes de la AIE, creen que son sexualmente irresistibles. Únicamente ese italiano tan bien dotado, Marcello no sé cuanto, me interesa. Ayer me dijo que me haría “gemir de placer”, si tan sólo me encontraba con él en su habitación. Me sentí sumamente tentada, hasta que vi a uno de los matones de Toshio tratando de oír la conversación.

Eponine también encendió otro cigarrillo. Sabía que era ridículo fumar uno después de otro, pero a los pasajeros de la
Santa María
solamente se les permitía tres “recreos” de media hora cada uno, y no podían fumar en los atestados camarotes. Mientras Kimberly se apartaba momentáneamente del tema por la pregunta que le había hecho una corpulenta mujer de un poco más de cuarenta años, Eponine pensaba en los primeros días posteriores al momento en que dejaron la Tierra.
Durante nuestro tercer día afuera
, recordó,
Nakamura envió a su intermediario para que me viera. Debo de haber sido su primera opción
.

Other books

Entice by S.E. Hall
The Search for Ball Zero by Tony Dormanesh
Winning by Jack Welch, Suzy Welch
Elizabeth Lowell by Reckless Love
The Cook's Illustrated Cookbook by The Editors at America's Test Kitchen
An Unlikely Hero (1) by Tierney James
Some Lie and Some Die by Ruth Rendell
The Enemy Inside by Vanessa Skye
Choir Boy by Unknown Author